ESPIRITUALIDAD Y COMPROMISO SOCIAL

Es una extraña dicotomía percatarse que pese a lo cierto que resultan los procesos de «transmutación» (física, mental, espiritual) que vivimos a lo largo de la vida (si en ciclos septenarios o no, cada maestrito con su librito) es igualmente cierto que determinados patrones permanecen inalterables. El activismo y voluntariado social, la participación, el preocuparse por la «otredad» son algunos de ellos. Es edificante y aleccionador, también, comprobar que el proceso no ocurre a la inversa. En una innegable entropía negativa de índole espiritual, la persona comprometida sigue siéndolo. La persona excesivamente yoica, no necesariamente. En otros términos; lo justo, lo bueno, lo valedero seguramente no involuciona. Su antítesis, sí puede —si se quiere— evolucionar hacia lo primero.

ESPIRITUALIDADEn todo esto estaba reflexionando días atrás cuando trazaba casi a mano alzada algunos borradores sobre el riesgo de transformar las disciplinas «espiritualistas» en un permanente mirarse el ombligo. Que de eso hay, y mucho, es una verdad innegable. La desilusión de no haber podido cambiar al mundo —o la desidia y el desinterés en hacerlo— permitieron que medrara una forma de neoespiritualidad consistente en un aggiornado «sálvese quien pueda». Con justificaciones supuestamente kármicas o por elección de un infuso dedo digitador «desde arriba», muchas personas seguramente bienpensantes en todos los otros órdenes de la vida hicieron carne la presunción de que el crecimiento interior, la ascensión (sea lo que cada uno quiera entender por ese término), la iluminación, la sabiduría, era un proceso visceralmente interior y personal y, como tal, imposible de transferirse y compartirse. Había un camino para un mundo mejor, después de todo, pero cada uno, cada una, debía buscarlo por las suyas y dándose vuelta como un guante.

Y de pronto, uno —yo— descubre que no es así. Que ese «solipsismo espiritual» sólo puede conducir a otro tipo de males. Un autismo metafísico apto para quienes tienen los recursos —cursos arancelados, retiros, peregrinaciones místicas— y por obra y gracia, se autoconsuelan, de alguna herencia de vidas pasadas. Y quien no, que se aguante, que algo habrá hecho… en esta vida u otras, para no merecerlo.

Más aún, sirve de elemento de presión marketinera para infundir en la psiquis de los ansiosos de conocimiento que «si debe hacerlo-tenerlo-lograrlo» el… Universo (o los ángeles, o la tía muerta) vendrá en su ayuda, lo que en muchos casos conlleva el riesgo de embarcarse en pedidos de préstamos inoportunos, «bicicletear» deudas urgentes para otra ocasión. Total, el espíritu (pago arancelario mediante) está primero y ya Dios —o el agente encomendado— proveerá para solucionar lo otro. Y cuando «lo otro» se complica, el gurú ya embolsó sus respetables honorarios y se aboca al grupo siguiente.

Las herramientas para la transformación interior (y, por carácter transitivo, nuestra vida toda, la de relación con los demás, la materialidad cotidiana) están ahí, sí. Pero si al aplicarlas no mutamos entrópicamente para re-crearnos como instrumentos de cambio sobre el entorno, entonces, tristemente, es que estamos reducidos a ser engranajes funcionales al viejo Sistema.

El camino de la Espiritualidad, ciertamente, es el individualismo. Pero no el egoísmo. Y los sicarios del viejo Sistema barruntan que mantendrán el control mientras la gente siga confundiendo un término con otro. Que el cambio no haya funcionado de lo general a lo particular (cambiemos la sociedad para que cambie el individuo) claro que puede comprenderse como que hay que buscarlo desde lo particular a lo general (cambiemos al individuo para que cambie la sociedad). Pero esa neoespiritualidad mal entendida cercena la frase: cambiemos al individuo… y una antojadiza amnesia le hizo olvidar el resto. La meta no es «cambiar al individuo». Es «cambiar al individuo para…»

Alguna vez escribí que «la Nueva Era, la Era de Acuario, será revolucionaria, o no será». Dicho con pasión de viejo militante de los ’70 pero exiliado definitivamente de las barricadas y más cercano al ashram. Asumiendo la imperiosa necesidad de acompañar con gestos, por pequeños pero cotidianos que sean, una espiritualidad que nunca podrá ser tal sin su ingrediente primario: la solidaridad. Cierto es que para el Esoterismo y la Espiritualidad los seres humanos no somos todos iguales: igualdad que en la letra escrita —que no en la práctica— es útil a los fines partidistas de cualquier político que sabe, así, que el voto del inmoral le será tan útil como el del moral pero, claro, infinitamente más barato. Aprovechándose de la imperiosa necesidad básica de un par de zapatillas, una caja de alimentos o aplicando la mercenaria ingeniería social clientelista de prometer futuros puestos de zánganos a sueldo mísero o la conveniente enfermedad cultural de la dependencia del alcohol que corre a raudales en forma de vino o cerveza repartidas graciosamente en los mitines políticos, estos personeros de un «asistencialismo» más cercano a la limosna pública que al bien del prójimo bastardean el sentido prístino de la solidaridad, y hacen creer a la masa que el cambio no es posible si no llega «desde arriba» y lo comienzan «los demás», sean esos «demás» quienes sean.

Una mano tendida para ayudar a una anciana a gestionar un trámite que necesita desesperadamente pero que carece de la iniciativa —o los «padrinos»— para llevarlo a cabo. Un emparedado puesto en la mano de la criatura que bajo el frío recorre bares y restaurantes buscando vender desteñidas estampitas religiosas. El preguntar por la salud, el cumpleaños, las cuitas diarias de esa desarrapada madre soltera que vegeta con su bebé en un refugio que ni en pesadillas osaría llamarse «casa» enviando anónimamente un juguete para la criatura… Es tan sencillo, tan económico, iluminar el rostro de los desheredados de la tierra con una sonrisa.

Pero desilusionados por la realidad que pasa frente a nuestros ojos todos los días, creemos que el cambio no es posible y que esos gestos serán apenas vislumbres patéticos de una luz que las sombras de la indiferencia eclipsarán al minuto siguiente. Y esa es otra de las mentiras del Sistema, conculcada como otro «meme»(1) desde la cuna. Porque el recuerdo del gesto, aquella sonrisa, vivirán eternamente en esos corazones. Porque por cada idealista que casi con vergüenza tenga un gesto de estos, habrá otros y otras que lo tendrán también, y sólo falta un paso, quizás conocerse, intercambiar experiencias, organizarse en red, para que la ola de la solidaridad sea tsunami.

Y como es ley del Esoterismo que todo vuelve, pues no duden que nuestro activo espiritual crecerá así exponencialmente.

Cierto es, decía líneas arriba, que el Esoterismo y la Espiritualidad entienden que los seres humanos no somos iguales. O, para ser más precisos, somos iguales en esencia, menos iguales en potencia y totamente desiguales en acción, como escribiera Pierre Piobb. De allí deviene una cierta «aristocracia espiritual» que, si bien trata de ser coherente con la etimología de la palabra («gobierno de los mejores») no lo aplica en el sentido devaluado contemporáneo como sinónimo de nobleza o estatus económico, sino en la acepción trascendente de sabiduría. Y la sabiduría dice, no grita, que si usted, yo, nosotros, en virtud de nuestro esfuerzo estamos evolutivamente un escalón por arriba de un congénere —ganándonos así con derecho el concepto de «hermano mayor»— ese escalón no nos da derechos sobre nuestros hermanos menores, sino duplica nuestras obligaciones. En virtud de lo cual, cualquier intento de aprovechar esta situación privilegiada que sobre el careciente nos da el conocimiento, la génesis familiar, el esfuerzo personal devendrá necesaria e irreductiblemente en consecuencias kármicas. El ignorante —en un respetuoso sentido etimológico— es digno de lástima por sus carencias. El estudiante de Esoterismo (no hablemos ya de quienes se asumen como esoteristas) no, porque sabe lo que tiene que hacer, lo que tiene que pensar y lo que tiene que enseñar. O, caso contrario, atenerse a las consecuencias, porque, recordemos, todo vuelve.

Por otro lado, el impregnarse de conocimiento esotérico y espiritualista y no «dejarlo fluir» (porque es parte del Wei Wu Wei (2) universal) hacia el entorno —que en una primera fase son nuestros seres amados, pero si el fin último de la trascendentalidad es el amor universal, seres amados serán todos, hasta el desconocido linyera— tiene el perjuicio de la energía acumulada y no disipada: no habrá circuito o conductor que la tolere. Y está estrechamente emparentada (en eso de acumular el poder de conocimiento y no disiparlo en forma voluntaria, anónima, solidaria) con los síntomas básicos de una enfermedad espiritual, de las muchas que aquejan a esta especie.

Proponía hace poco en un foro que es tiempo de que alguien se tome el trabajo de redactar un verdadero Vademécum de las enfermedades espirituales, tan reales como las físicas. Como éstas, aquellas tienen síntomas, diagnosis, prognosis, tratamiento, epidemiología… Tomen el claro ejemplo de los poderosos que buscan acumular poder por el Poder en sí. Ya han superado la acumulación de capitales y dineros que no dilapidarán ni las generaciones venideras, ya su influencia se extiende por todo el orbe pero siempre van por más. Como víctimas de una fiebre incontenible, se hunden poco a poco en las miasmas de la irracionalidad y la inmoralidad si fuere necesario, porque nada importa ya, ni los afectos, ni la admiración popular, ni la vida, sólo más y más Poder. Y el deseo desmedido de poder, queridos estudiantes, no sólo es una enfermedad espiritual. Como epítome del egoísmo más acerbo, como expresión suprema de infección preternatural, es el producto visible en nuestro universo tetradimensional de bacilos no físicos pero sí inteligentes para quienes el humano encaramado en la cumbre de ese poder es un instrumento útil para extenderse y multiplicarse, creando colonias en nuevos cuerpos de quienes a aquél se allegan —como una gripe de otras dimensiones— una bacteriológica guerra astral entre los Guardianes de la Luz versus los Barones de las Tinieblas. La ambición desmedida de Poder, cebada en el freudiano pero útil y necesariamente acotado «instinto de poder» de nuestras psicologías individuales se derramará entonces de forma piramidal desde «el de arriba» hacia «los de abajo», vulnerando el ultraterrenal sistema inmunológico de una humanidad capturada en este plano en un eterno conflicto entre la Luz y las Sombras.

Las actitudes solidarias, entonces, cotidianas, pequeñas si más no cabe, espontáneas, son la profilaxis. Un comprensible y sano egoísmo enseña, entonces, que además de correcto es conveniente ser solidario, pues así incementamos nuestras defensas y, por simple carácter imitativo, brindamos a nuestros seres queridos la oportunidad de aumentar las propias. A la máxima expresión de insanía espiritual, el ansia de poder de los jerarcas de la Tierra, probemos, de a poco todos y cada uno, oponer la diaria, común, anónima reacción instintivamente solidaria. Y, entonces, la metáfora de David contra Goliat será por fin comprendida.

Referencias:

(1) Para una definición de «meme», ver «La Intoxicación en las Paraciencias. Memética e Illuminati.» en Al Filo de la Realidad Nº 155.
(2) «Wei wu Wei»: «dejar fluir, dejar hacer». Concepción taoísta.

3 comentarios de “ESPIRITUALIDAD Y COMPROMISO SOCIAL

  1. Humberto Salazar dice:

    Excelente artículo Gustavo. Hace mucho tiempo (quizás antes de llegar a este plano) y como muchos, inicié un largo camino de búsqueda espiritual e hice el recorrido que muchos hemos hecho en diferentes grupos y tal y aprendiendo y tratando de transmitir a otros lo aprendido. Sin embargo, al menos en mi país Colombia, ya no hay tantos auditorios como antaño, para escuchar a tanto gurú y mercachifle, aunque siguen habiendo incautos por doquier. Reflexionando sobre cómo llegar a los demás y tratar de generar una nueva conciencia en el individuo que se traduzca en cambio social, estoy experimentando un camino y es el de trabajar en la construcción y ética ciudadana, en la solidaridad y la responsabilidad social y una vez tenemos al menos lo que podría llamarse un «buen ciudadano» (al menos respetuoso de los demás y de su entorno),podríamos decir que está «preparado» para recibir otras «verdades» o conocimientos que tengan que ver con su desarrollo espiritual y a partir de allí generar cambio y transformar una sociedad. Creo que lo hemos venido haciendo al revés: sálvese quien pueda y tenga el acceso al conocimiento espiritual y olvide «la masa» que «no tiene derecho a ello». Es hora de cambiar el chip y entonces tu artículo Gustavo, encaja perfectamente.

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