“Quien avisa no traiciona” dicho el refrán y va de suyo que aplica en este artículo, que se confiesa absolutamente subjetivo y personal.
“Incomprobable” tronarán los racionalistas, y tal vez a ellos podamos anteponerles la objeción que, en todo caso y por ser algo vivencial, para criticarnos y negarnos el derecho de compartirlo primero hay que haber estado allí.
Y, claro, pueden aparecer un puñado de lectores que diga que, precisamente, han estado allí y tampoco sintieron gran cosa. Pero apuesto sobre seguro que, por el contrario, un enorme número de personas que estén leyendo estas líneas estarán a la vez asintiendo con la cabeza y quizás sonriendo levemente. Porque todo se reduce a esta afirmación: Capilla del Monte tiene un “algo”, un “eso” especial, diferente, distinto. Una “energía” especial. Y se nota y actúa sobre nosotros.
Quienes hemos tenido la fortuna de visitarla muchas veces (así como quienes la han elegido como su rincón en el mundo) solemos decir que la “energía de Capilla” es inteligente: o te recibe, te arropa, te abraza y querés regresar una y mil veces, o te da una patada allí donde la espalda cambia de nombre (seamos justos: son los menos) y no querés regresar jamás1. Y más aún: quienes hemos tenido la fortuna de viajar mucho por el mundo, no comparamos paisajes. Sólo decimos que hay un “eso” que nos sigue jalando una y otra vez a regresar como pocos otros lugares en el planeta.
Podemos especular (porque convengamos que serán sólo especulaciones, respetables opiniones personales pero no evidencias): que la dominante presencia de cuarzo en la zona (de hecho, todo el paraje es un gigantesco conglomerado cuarzífero), que la “carga” del lugar por su sacralidad ancestral, que la “presencia” de entidades no humanas -sean extraterrestres o espirituales, es cuestión de parecer- o –last, but not least, como escribía el ínclito Antonio Ribera- la “mitogénesis” nutrió al Inconsciente Colectivo de una carga emocional particular y propia del lugar. Algunos investigadores académicos (entre ellos el psicólogo Juan Acevedo) hablan de una “zona liminal” o desarrollan la “Hipótesis That”, lo cual son sutiles circunloquios sugerentes pero que, a mi humilde parecer, evaden todo compromiso intelectual. Aún más, me distanciaré del anglicismo (contradicción habitual entre científicos sociales que habitualmente trinan contra la “colonización cultural”) y lo referiré, meramente, como “Eso”.
“Eso” se siente muy fuerte cuando se camina por las calles de Capilla del Monte. Fíjense que ni siquiera hablo de parajes a los que se puede señalar como “energéticos”: Los Terrones, Ongamira, Los Mogotes, Quebrada de Luna… Hoy, aquí, simplemente me detengo a enfocarme en el pueblito. Es posible que sea el perfil de los comercios del lugar, o la dinámica de la interacción con los pobladores. Es posible. Pero se siente.
Aún más, hagan la experiencia (si es que regresan habitualmente) de comparar su “sentir” de Capilla en el “antes” y el “después”. Es decir, qué piensan del lugar cuando aún no han viajado allí y que piensan del mismo cuando lo caminan. Observen su interna, sutil pero evidente, transformación de hábitos y costumbres, desde horarios biológicos hasta elecciones de alimentación. ¿Es subjetivo? Sí. ¿Es personal e intransferible? Claro que sí. Pero es muy evidente.
En mi última visita al lugar fue cuando, precisamente, caminando por una calle secundaria de pronto estalló un pensamiento: “¡Es Hobbiton!”.
Quizás necesaria aclaración: “Hobbiton” es, en la saga de “El Señor de los Anillos”, el pueblo de los Hobbits. De acuerdo, si uno acude a las imágenes cinematógraficas o artísticas no es tan así (aunque hay rincones, viviendas, curvas en los senderos que son un fiel calco). Pero si pudiéramos estar allí, ene se lugar imaginario, estoy seguro que respiraríamos la misma atmósfera.
Y eso es “Eso”, tal vez. La atmósfera. El “microclima” psicosocial. Acudiendo al acervo esotérico y espiritualista, las Ideas – Forma. El Egrégoro del pueblo. Un verdadero “tulpa” que se palpa, casi se respira. Que actúa e influye en el pensamiento individual, en las sensaciones del día a día. Si esta presunción es correcta, ni siquiera es necesario especular sobre “energías”, “portales” o “entidades»: el Egrégoro2 de Capilla del Monte es ajeno e independiente a la “realidad física” de las causas a que se atribuye la particularidad del lugar, y explicaría muy bien el efecto emocional y psicológico que ejerce sobre las individualidades.
J.R.R. Tolkien imagina Hobbiton. Como tal, su recreación es la proyección de sus propias imágenes creativas e inconscientes . “Ex nihilo nihil facit” (“nada surge de la Nada”) de forma que no creamos desde la nada, sino desde la materia mental inconsciente. Siendo así en lo individual debe tener su sucedáneo en lo colectivo. Y esa proyección es el “espíritu”, el “Eso” de Capilla del Monte.
(Crédito de las imágenes: Marcelo Metayer: Portal web – Facebook – Twitter – Instagram)
(1) Un comentario un tanto jocoso que me han hecho varios residentes en distintos momentos: observan que generalmente las parejas constituidas que llegan a radicarse al lugar duran poco. Y suelen atribuirlo a esa misma “energía”.
(2) “Egrégoro”: término que en Ciencias Herméticas define a una entidad “parasitaria” del Inconsciente Colectivo o Grupal. Es decir, una entidad autónoma pero creada a expensas del aporte de energía psíquica de un grupo humano y, por ende, parasitario del mismo.