Desde el advenimiento de Jodorowsky al ámbito de la difusión del Esoterismo,se popularizó un término que le debe su crédito aunque no su espíritu: “psicomagia”. Ciertamente, fue este cineasta y escritor quien acuñara la expresión al reconsiderar prácticas ceremoniales ancestrales y muy habituales en los horizontes culturales e históricos más disímiles,que ésta es, después de todo, una condición de legitimidad de la Sabiduría Ancestral: su indubitable universalidad.
La comodidad dela expresión “psicomagia” tiene un valor agregado: ha servido para que un público más amplio acceda con naturalidad a un concepto hasta entonces más hermético: que las representaciones “simbólicas” permiten transmutar en los planos sutiles aquello que se asocia muta en los planos densos de las representaciones literales.
Es en este sentido que comparto aquí una práctica común en el horizonte de los Uigures, pueblo de chamaanes de la región siberiana que conocemos como Altai Gorny, aunque esta misma línea de pensamiento subyace en numerosas prácticas andinas y de lamisma Toltequidad. Toda ofrenda a la Pachamama, a Tonantzintlalli comparte este espíritu, aunque aquí su significado es más preciso y particular.
El “Entierro Simbólico” es sugerido cuando de cerrar duelos se trata, cuando el cortar lazos con personas o eventos del pasado se nos hace difícil. Cuando el cerrar etapas y ciclos es condición necesaria para seguir adelante. Y su “espíritu” es la representación “mágica” (en el más trascendente sentido de la palabra) del proceso espiritual, afectivo y psicológico que se desea transitar.
En consecuencia, el o los participantes representarán un sepelio. El “sepelio” de una relación, un vínculo, una herida, una pena, un dolor. Buscaremos un lugar donde cavar la fosa: siempre cualesquiera que sea la naturaleza de lo que queramos sepultar, debemos buscarle el lugar más agradable posible o, hacerlo nosotros bello. Flores, quizás plantas, alguna delicada “apacheta”, que el lugar de descanso de lo que queremos dejar atrás sea bello porque todo y todos se merecen descansar en el lugar más bello y pacífico posible. Representaré lo que desee sepultar: una foto, un objeto, idealmente una pertenencia o algo que corresponda al tiempo y lugar en que ocurrieran los hechos. Llevaremos una vela blanca (si es necesario dentro de un cuenco de vidrio para que permanezca encendida mientras ceremoniamos), algunas flores,un cuenco de agua. Dispondremos con detenimiento, dedicándole el tiempo que sea necesario, a preparar el lugar: cavar el hoyo, disponer a su alrededor lo que embellezca el lugar. Luego depositaremos en su interior el objeto, la foto, y -si somos más de una persona presente- nos tomaremos nuestro tiempo para reposar un momento frente al mismo, despedirnos (diciendo, allí sí, todo lo que quizás deberíamos haber dicho, lo que sentimos en el ahora y lo que recordamos haber sentido en su momento, perdonando y perdonándonos, agradeciendo y agradeciéndonos). Nos despedimos con un delicado beso, cubrimos al objeto de flores, sobre ellas derramamos el agua para regar su espíritu y que florezca en otro tiempo y otro espacio -.mientras la vela encendida preside el lugar- . Podemos, a elección, susurrarle una canción, meditar y envolverle con nuestras energías.
Y luego, cubrimos con tierra y, ya de pie, nos despedimos y abandonamos el lugar.
Es importante en este proceso cortar todas las amarras. Eso significa, sí, poner en palabras todo lo que se ha sentido y todo lo que se siente ahora. Explorar en nuestro corazón el perdón y el agradecimiento sinceros hacia ese evento, esa persona, ese vínculo, esa etapa y de igual manera hacia nosotros. Mientras no sea absolutamente sincero, mientras no podamos decir todo lo que tenemos para verbalizar nos arriesgamos que de alguna manera quede un resabio y genere un “eco” futuro de lo que abandonamos allí. Y debemos tratar al lugar como tratamos, generalmente, la tumba de un ser querido: quizás al principio regresemos seguido, para acercarle flores y hablarle. Pasará el tiempo e iremos de manera más espaciada. Y hay quien elige no regresar nunca más a esa tumba una vez que la ha dejado. Lo importante es que no nos obliguemos a “ser” frente a es entierro de una manera dada, sino fluyamos como fluimos en nuestra relación cotidiana con quienes van dejando este plano antes que nosotros, porque del plano de nuestra existencia habremos entonces desprendido a ese vínculo.