El Tarot y la orientación espiritual

 Tarot   Hay certezas de las que no se habla pero se imponen por su obviedad. Entre otras muchas, ésta: las artes mánticas en general y el Tarot en particular, más allá de displicencias jurídicas o censura de edictos policiales, existirá siempre y siempre encontrará la gente a quien acudir y dónde hacerlo. Suponer que una “educación científica”, estimulando el raciocinio y la intelectualización pondría coto al “pensamiento mágico” refleja sólo la ingenuidad (o el fundamentalismo académico) de quienes lo dicen. Es ignorar la enorme cantidad de intelectuales, profesionales, individuos vistos como “racionales y lógicos” por sus pares que acuden en las sombras a nuestros gabinetes. Es desconocer que cuanto más logicidad habrá más magicidad, porque a lo que te resistes, persiste.  Simplemente, es elegir haber quedado fuera de la luz del entendimiento. Porque las mancias son sistemas astrales de información. Y funcionan.
    Sin embargo, aún por largo tiempo (por más que creamos encontrarnos en umbrales cuánticos)  el Tarot (pues de él hablamos aquí, aunque la observación puede ser extensible a otras disciplinas, otras filosofías, otros saberes) seguirá deambulando en la umbrosa periferia de lo socialmente aceptado. Así, cuando entusiastas pero ingenuos colegas suponen inminente la intrusión universitaria de tales hermetismos, cometen el error conceptual de no comprender que toda disciplina que reivindique la intuición, la percepción extrasensorial, que sugiera la incidencia del espíritu no tiene lugar en las instituciones monopólicas de la educación. Salvo que acepten la etiqueta de “creencias y cultos” y, como tales, se subordinen a la mirada, ora compasiva ora disciplinatoria, de esas otras creencias, las institucionalizadas. Las religiones.

    A este pantano epistemológico contribuye –qué duda cabe- un número importante de “tarotistas”, más creídos en su “don especial” o en su necesidad de rapiñar unos billetes que en la credibilidad que le dan –o le quitan- al Tarot. Mercachifles ambulantes de la ilusión, son al arcano y respetable Esoterismo lo que un puesto callejero de pollo frito es a cualquier  nutricionista: intrusionismo desleal y un peligro social.
De resultas de esta “mèlange” nace la confusión de un público necesitado que duda a quien acudir y, fundamentalmente, para qué. Porque los motivos que él o ella crea tener para hacer una consulta de Tarot en ocasiones no son lo que realmente necesita saber en ese momento. Lo que nos enfrenta de lleno al espíritu de esta nota: la orientación espiritual.

    En efecto, ¿qué es el Tarot sino eso, entiéndase lo que se entienda como tal?. Sin duda la gente acuda por inquietudes pedestres e inmediatas: el ser amado, problemas laborales, un viaje, estudios. Al Tarot, como filosofía de vida, le importa un bledo si no pagas tu renta, te peleas con tu pareja o fracasas en tus estudios, pues todo ello es “maya”, ilusión efímera de la vida cotidiana. Pero esa misma filosofía entiende claramente que si no estás bien afectivamente, te angustia tu situación económica o te deprime no concretar proyectos, todo ello conspirará contra tu disposición de ánimo para la vida espiritual, porque es un hecho que la mayor parte de la gente no sabe nutrirse y aprender precisamente de las mejores lecciones que son los obstáculos. ¿Quién pensará en la ultrafísica del espíritu si no sabe si el dinero le permitirá llegar a fin de mes?.  Por lo tanto, el Tarot nos nutre de orientaciones pero siempre (cuando menos, deberían serlo) subordinadas al aprendizaje espiritual.
Por ende, el/la tarotista que sólo responde lo inmediato, lo funcional, flaco favor le hace al saber que dice amar. Porque toda orientación cotidiana honra al Tarot cuando el “tallador” (técnicamente, “quien echa las cartas”) emplea esa información sobre lo inmediato como trampolín para llevar la atención de consultante a los ecos espirituales de su vivencia material. Y es mentira que quien acude por mal de amores, dificultades financieras o disputas familiares le importa poco lo espiritual. Sin duda no tiene disposición para sentarse a escuchar una conferencia magistral pero siempre –siempre- se es sensible al eco metafísico, si sabemos llamar la atención sobre él. Día a día veo en el brillo de la mirada de mis consultantes la chispa del interés cuando el contexto pragmático se ilumina con la referencia trascendente. Que está en la capacidad de cada uno, de cada una, saber hacer resonar la cuerda adecuada.

    Hay un cierto matiz psicoanalítico en la entrevista de Tarot. Desde el hecho inevitable que una parte sustancial de los consultantes necesitan “alquilar por hora” un oído que les escuche, hasta la tranquilidad que les trae la mera reflexión desapasionada y momentáneamente distante (en la calma del gabinete del tarotista) de sus hechos. Pero no debemos subrogarnos una función que no nos corresponde: muchos colegas carecen de la formación psicológica mínima y si a ello le sumamos la pedantería salvatífera de quien se cree “especial”, la tentación de influir sobre la vida del otro es grande. Pero también reconozcamos una verdad que hiere la piel de psicólogos de toda laya: la gente que acude a un tarotista NO lo haría a un psicólogo. Con seguridad, no por no confiar en ellos, sino porque el consultante de Tarot lo es en tanto y en cuanto (salvo excepciones) el agua le llega al cuello. Necesita instrumentar acciones ya, ahora, mañana. Y no hay abordaje terapéutico que den pautas para el “ahora”. Y también porque –aunque algunos psicólogos más freudianos que Freud salten a mi yugular- la experiencia de tantos años me demuestra que en el momento en que el analista calla para que el analizando reflexione solo, el consultante de Tarot comienza: él necesita el dedo digitador, el consejo paternalista, que le respondan el “decime qué hago” demandante. Y es un hecho: no cualquiera necesita terapia en cualquier momento, y muchos y muchas si necesitan al hermano mayor.

    Por eso, por la necesidad de un hermano mayor, es improcedente (además de infantil) esperar que los y las tarotistas se formen e ilustren para el consejo y orientación psicológicos (pero soy improcedente e ingenuo: aspiro que mis colegas, todos, se obliguen a eso); pero deben, debemos, asumir, todos, nuestra responsabilidad moral. Espiritual. De escuchar a los hermanos menores y aconsejarles con afecto y contención. Fraternidad que sólo tendrá su alquimia si cada uno, de este lado de las cartas, hace autocrítica de su propia vía espiritual.

 

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