En mayor o menor medida – y muchas veces en el contexto penoso de malas películas- el lector habrá visto ese círculo o doble círculo dentro del cual, inscripto un gran símbolo (generalmente un tentáculo o estrella de cinco puntas) y enmarcando otros símbolos secundarios, el Mago o la Hechicera lleva adelante su ritual. Pero, ¿cuál es la razón de ser y significado del mismo?. De ello trata esta nota.
Casi como una metáfora, el círculo –aunque, como señalé, generalmente suele ser doble- llamado “ánima mundi”, representa el Microcosmos de la Vida dentro del cual el oficiante quiere manifestar los efectos de su práctica. La misma expresión, ánima mundi, nos dice que expresa el espíritu de ese mundo cotidiano, su universo coloquial. De esa manera, las operaciones ceremoniales, rituales, por ello, simbólicas que realiza, son la expresión “ideal” de los hechos que desea, que busca ocurran en aquella cotidianeidad.
Pero, ¿cómo ocurre esto?. Es decir, ¿cuál es la “mecánica” por la cual una acción “aquí” se replica en ese Macrocosmos “allá”? Aquí debemos entender como Macrocosmos el ámbito “real” (el término no es feliz pues lo simbólico es tan “real” como lo material, pero explica la idea que ese “allá”, entonces, es la mundanidad donde desean verse los resultados).
Lo que opera es la Ley o Principio de Correspondencia. Sí, aquella que se le atribuye a Hermes Trimegisto en su célebre “Tabla de Esmeralda” diciendo: “Es verdad, es muy cierto y verdadero, que lo que es Arriba es como lo que es Abajo, y lo que es Abajo es como lo que es Arriba para hacer el milagro de una sola gran cosa bajo el Sol”. Y enunciable también como que el Microcosmos reproduce el Macrocosmos, y viceversa. Y que la parte del Todo refleja el Todo.
De esta manera, no se trata que las operaciones mágicas realizadas en el Occultum “provoquen” los resultados, en el sentido que lo hecho allí se “proyecte” modificando hechos, circunstancias, mentalidades, conductas. Es el principio profundamente trascendente que subyace también, por caso, en la Astrología, donde no ocurre que las aspectaciones planetarias “influyan” sobre los humanos (como bien se ha señalado, los planetas se encuentran a tal distancia que desde el punto de vista de “influjo físico” gravita más, v.gr., la masa gravitatoria de los presentes en el parto de una criatura que la ubicación de Marte o Saturno en el cielo. Y además, porque de ser así, una aspectación planetaria influiría por igual sobre todas las personas, y no de una manera en sagitarianos y otra distinta en taurinos. Desde esa perspectiva, sería tan absurdo como decir que el nacimiento de una persona “influya” en el comportamiento de los planetas. No. El “secreto” es que lo que actúa es la Ley de Correspondencia: a los movimientos y posiciones estelares le corresponde disposiciones de vectores psicológicos en el individuo naciente, que son, macrocósmicamente, su expresión simbólica.
Muchos estudiantes de Esoterismo tienen dificultad en comprender este proceso porque la vida materialista en la que transcurre la mayor parte de sus días les ha acostumbrado a una relación causa – efecto en cada circunstancia. Por ello, la aparente inasibilidad de una Correspondencia exige casi una percepción “iluminista”, un destello de intuición, casi como un “koan” zen. Pero el Universo material exhibe muchos ejemplos que hacen más sencilla su comprensión.
La estructura de un átomo es, microcósmicamente, como el Sistema Solar macrocósmico que lo contiene. La parte del todo refleja el Todo. Un ser humano es 70% agua y 30 % materia sólida y vive, casualmente, en un planeta que es 70 % agua y 30 % materia sólida. Además, su sangre tiene exactamente la misma proporción de sal que la del agua del planeta. El iris de una persona permite conocer el funcionamiento de todo su organismo porque, como siempre, la parte de un Todo refleja ese Todo. Una carta natal astrológica resume en su microcosmos, el macrocosmos de la vida y la personalidad del sujeto al que pertenece. Las líneas de mi mano reflejan mi personalidad y mi vida también, pues mi mano, como parte de un Todo integrado por mí y por mi devenir, refleja el Todo. Una persona carismática y de fuerte carácter concita a su alrededor a las personas de temperamento más débil, que imitan sus poses, su manera de ser y tratan de vivir en función de aquél, lo que llamaríamos una conducta heliocéntrica, donde hasta “la luz del Sol” (y recordemos que en Astrología el Sol significa la personalidad manifestada) es “reflejada” por quienes giren a su alrededor, actuando microcósmicamente como un sistema planetario lo hace macrocósmicamente.
En Matemáticas es conocida una curiosidad llamada serie de Fibonacci, planteada por el sabio homónimo, donde cada número resulta de la suma de los dos anteriores. Tal el caso de la secuencia 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 56, 90… etc. Pues bien, una figura que se repite en la naturaleza universal es la espiral de Fibonacci, donde cada una de las espiras (vueltas) se distancia de la anterior de acuerdo a esa progresión numérica. Esto es tan así, que lo encontramos desde en la espiral macrocósmica de una galaxia, hasta la microcósmica de un caracol e, incluso, si toman ustedes un repollo colorado y lo cortan transversalmente, comprobarán que no sólo su disposición es en espiral sino que respeta la serie de Fibonacci.
¿Un experimento práctico?. Supongamos que en casa alguien se lastima, se corta, pierde sangre en cualquier accidente hogareño. Tenga preparada una bolsita con sulfato de cobre (unas piedritas color verde azuladas que, entre otros usos, se emplean para clorificar piscinas de natación) y rápidamente diluyan en un vaso lleno de agua el mismo hasta el punto de saturación, es decir, cuando por más que sigan agregando sulfato de cobre éste no se disuelve más, o, por lo menos, cuatro o cinco cucharadas soperas colmadas. Entonces introduzcan en él un trocito de algodón sucio de la sangre del herido, dejándolo allí. Atención: no se trata de mojar la herida con la solución del sulfato, ya que (a) si bien observarían efectos cicatrizantes, aquí la acción sería comúnmente química –es el principio de las sulfamidas- y no esotérico, que es lo que tratamos de probar, y (b) el ardor subsiguiente en la herida haría que la víctima recordara el árbol genealógico del frustrado enfermero hasta la octava generación.
Observaremos entonces un hecho fascinante: sin ningún tipo de acción química en contacto con la herida, ésta cicatrizará varias veces más rápido de lo que haría cualquier compuesto medicinal aplicado directamente sobre aquella, actuando a distancia. Tan es así, que aunque se pongan centenares de kilómetros entre el herido y su “muestra testigo” sumergida en la dilución, seguirá actuando, y aún lo hará aunque el sujeto del experimento nada sepa del mismo o no crea en él, lo que invalida la hipótesis de la sugestión. Personalmente, además de haberlo empleado numerosas veces, cuento con el testimonio de un odontólogo especializado en cirugía maxilofacial y otro profesional de la salud, urólogo y cirujano, que desde hace años y por mi recomendación vienen empleándolo con éxito en sus intervenciones quirúrgicas. Es tanto como afirmar que la acción (química o energética, lo mismo da) sobre la muestra de sangre se copia, se duplica en el original del cual proviene porque, obviamente, la parte del todo (la muestra de sangre) refleja al Todo del cual fue obtenida.
Ahora, consideren los fractales.
Un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica se repite en diferentes escalas. El término fue propuesto por Benoît Mandelbrot en 1975. En muchos casos los fractales pueden ser generados por un proceso recursivo o iterativo capaz de producir estructuras autosimilares independientemente de la escala específica. Los fractales son estructuras geométricas que combinan irregularidad y estructura.
Aunque muchas estructuras naturales tienen estructuras de tipo fractal, un fractal matemático es un objeto que tiene por lo menos una de las siguientes características:
- Tiene detalle en escalas arbitrariamente grandes o pequeñas.
- Es demasiado irregular para ser descrito en términos geométricos tradicionales.
- Tiene auto-similitud exacta o estadística.
- Es definido recursivamente.
Puesto de manera sencilla, un fractal es una forma de la naturaleza —gigantesca o minúscula— que se repite a sí misma indefinidamente hacia “arriba” o hacia “abajo”. Lo Microcósmico en lo Macrocósmico.
Isómeros
En química, los isómeros son moléculas con la misma fórmula química y el mismo tipo de enlaces entre átomos, pero en el que los átomos están dispuestos de diferente forma. Es decir, elementos constituidos por idénticas composiciones químicas en cuanto a la naturaleza de sus partes y sus relaciones cuantitativas dentro de la molécula pero que, a nivel de percepción, son absolutamente distintos. Por ejemplo, una misma fórmula C6H4CL2 (seis átomos de carbono, cuatro de hidrógeno y dos de cloro, el Diclorobenceno, un pesticida) cobra diversos aspectos según la disposición recíproca que adoptan entre sí estos átomos. Es decir, las sustancias son las mismas, pero sus manifestaciones y efectos, distintos. Estos son los isómeros.
¿Y qué correspondencia (valga la obviedad) a un nivel, digamos, macrocósmico?. Pues esas aspectaciones planetarias de la Astrología.
Pues el “argumento refutatorio” de los escépticos racionalistas en el sentido de las “relaciones angulares” (Marte trígono al Sol, la Luna en cuadratura con Mercurio o lo que fuere) en cuanto al “influjo físico” y que debería afectar a todos por igual, se cae por su propio peso porque, aunque los elementos astronómicos sean los mismos, sus disposiciones son distintas. Es decir, son isómeros cósmicos.
La contemplación (en el sentido más meditativo de la expresión) de estos ejemplos provee el ejercicio intelectual-espiritual de comenzar a comprender. A conocer. A descubrir que las ciencias exotéricas, empíricas, proveen las formidables herramientas del conocimiento último de la mecánica de las cosas, pero pierde el sentido de las cosas. Goethe escribió: “…la ciencia tiene las partes en la mano, pero carece del lazo mental para unirlas porque le falta el valor de buscarlo”. Papus (el doctor Gérard Encausse) fue más allá: “Mira este libro. ¿En qué consiste su índole y cómo podrías descubrirla?. Mira, tiene tantas páginas, mide tantos centímetros de largo, ancho y grosor, pesa tantos gramos, contiene tantas letras de tal y tal tamaño, el papel está confeccionado con tanto y tanto de carbono, oxígeno, etcétera. ¿No constituye esto una maravillosa ciencia?. Pero, ¿consideras que con esto ya conoces el libro?”. Y Oscar Adler: “Un escritor materialista (…) expresó la frase siguiente para explicar el triunfo del pensamiento moderno: “Antes se creía que el sol era de naturaleza divina; ahora se sabe que es una bola de gas incandescente”. ¿No se podría decir con el mismo derecho que antes se creía que las sinfonías de Beethoven eran excelsas obras de arte y que ahora se sabe que no son más que masas de aire que vibran?. O lo siguiente: “Ayer creía que tú, ¡oh escritor que escribiste las palabras arriba mencionadas!, eras un ser pensante. En cambio ahora sé que no eres más que una combinación química de hidrógeno, oxígeno, carbono, nitrógeno y algunas otras sales minerales”. ¿No se podría decir esto con el mismo derecho?.
Ese sentido trascendente que tiene el Universo a la visión metafísica –que es superior pero no distinta al “sentido común” el ejemplo- es el conocimiento esotérico que propugnamos.
Y ahí, entonces, el Occultum adquiere su sentido de campo experimental, de laboratorio, de ámbito de trabajo. Re-creamos un “universo a escala” donde nuestras operaciones son un metalenguaje simbólico que define el efecto que, por Principio de Correspondencia (potenciado a través del significado, también esotérico, d elos símbolos que le incluimos) se manifestará en el macrocosmos del destinatario.
Hasta aquí, el “porqué”. Para el “cómo”, deberá el interesado hacer su propio esfuerzo, en tiempo y recursos, intelectuales y materiales, de encontrar sus maestros, su escuela y aprender.
Si me permitís desgranarlo con mis propias palabras; el Occultum resulta ser como un megáfono… o un Amplificador, mejor dicho.
Justamente antes de ayer termine de leer tu libro «FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS DEL OCULTISMO». Me gustó mucho. Clarificador. Y me impulsa a querer saber mas.
Gracias por estar ahí y acercar siempre tu opinión proactiva.
Me costó entenderlo ja siempre me negué a los números y matemáticas, pero la idea si la pude comprender. Muchas gracias