En estos espacios ya me he referido en otras ocasiones al Tonalamatl, literalmente el cálculo de “energías” cósmicas para un día determinado. Bajo la premisa -simplificando el concepto- que existe un número dado de distintas energías que barren la Tierra, a razón de una distinta cada día y se repiten regularmente, y que cada una de esas energías (“Cipactli” o Cocodrilo, “Ehécatl” o Viento, “Kalli” o Casa, “Cuetzpallin” o Lagartija y así hasta completar veinte), tiene un efecto particular en nuestro cuerpo y nuestra mente al interactuar con ellas, pueden deducirse dos conclusiones interesantes: (a) que el día de nuestro nacimiento habría determinadas energías actuando, lo que natalmente nos confiere ciertas peculiaridades potenciales, fortalezas y debilidades, y (b) que la interacción de las energías de un día cualquiera en relaciòn con esas energías natales tendrá determinados efectos sensibles. ¿Es el Tonalamatl un símil de la Astrología occidental?. Ciertamente, aunque sin tanto énfasis en lo predictivo sino en lo caracterológico (aunque, claro, sabiendo qué efectos “positivos” o “negativos” determinada energía provoca sobre otra puedo extrapolar en términos generales cómo discurrirán ciertas fechas para determinadas personas según esa misma relación).
Pero lo que nos importa hoy y aquí es explicar esto del “Nombre Guerrero” y “Nombre Espiritual”. Nombres que se obtienen, uno, de la conversión literal al Calendario Tolteca de la fecha gregoriana de nacimiento de la persona sobre quien se hace el estudio. Y el otro, del estudio profundo de sus energías volátiles presentes en ese día. Porque si bien hay “energías dominantes” -determinadas por el día, hora, mes, año- hay “sutiles”, “volátiles”, que definen otros parámetros para cada uno de esos días que, por tanto, prácticamente no se repiten sino en muy grandes ciclos.
En lo que compete al interesado, el “Nombre Guerrero” define sus “herramientas”, sus -como señalé- fortalezas en y para la vida. Las características de su personalidad a las que no está obligado u obligada a someterse pero que, si se hacen conscientes, se potencian y nutren los aspectos favorables, le pondrá en concordancia, en armonía con el Universo para que su accionar discurra fluidamente. Representa el “qué”, “qué” debo hacer (o ser) para alcanzar mis objetivos.
En cuanto al “Nombre Espiritual”, son mis fortalezas y debilidades espirituales, el “para qué”; la “misión”, el Camino. Uno no está obligado a ejecutarlo, es cierto, teniendo el derecho a elegir a ir o no por allí. Pero cuando lo hace (o como en mi caso, advierte años después de elegir un Camino que su “nombre espiritual” habla precisamente de eso) brinda la convicción inalterable de estar en el sendero correcto.
Y esto no es un tema menor. Cualquiera sabe del poder de la fe, más aún, de la inasible fe en sí mismo. ¿Me negarían ustedes que los sinsabores, la desazón, la incertidumbre de muchísima gente que conocemos nace, precisamente, de no estar seguros si van por el camino correcto?. No de una acción específica, de una circunstancia anecdótica en la vida. No. Hablo de la vida en sí misma, como un Todo. De tener la certeza que, si estoy en el Camino, puedo mirar hacia atrás, con sus alegrías y sinsabores, con la paz interior de saber que está bien, que fue parte de este Camino. ¿Cuántas veces he escuchado de mis consultantes la angustia de preguntarme (preguntarse) si no se habrían “equivocado” en ese Camino, o si el que piensan elegir de aquí en más será el correcto o no?. Porque nos queda claro que lo “correcto” no es en término de resultados. Los resultados son “convenientes”. Lo “correcto” es otra cosa: es aquello que llegue donde llegue y pase lo que pase, te dará la alegría interna, profunda, de dejar legado, de haber valido la pena,. Que ciertamente si volvieras a caminar sobre tus pasos, más allá de dos o tres episódicas correcciones, pasarías por el mismo lugar.