Suele ser comùn que los No Iniciados en estas Artes crean diferenciar un término de otro a partir de una lectura moral. Así, suponen que el “Mago” hace el “bien” y el “brujo”, el “mal”. Redundante pero inevitable es volver a señalar lo relativo y espúreo de esas categorías morales, toda vez que en términos cósmicos no existe un “bien” y un “mal”. Son expresiones meramente humanas. Y ni siquiera eso; en puridad, expresiones humanas dentro de un contexto cultural e histórico específico. Lo que es “bueno” para un individuo puede no serlo para otro, y lo que es “malo” en una época de la historia puede ser “bueno” en otra. Dejo al lector la gimnasia de enumerar ejemplos; la obviedad de tal planteo me exime de toda extensión.
Y como decía, el lego, el profano, suele diferenciarlos sólo desde esa aproximación. Sin entender –quizás porque él mismo es rehén de sus propios deseos y temores que es como decir, rehén de entender que lo “bueno” (para él) se mimetizará con “lo conveniente”- que en todo caso la armonía o falta de ella es, a escala de lo cósmico, lo que podemos definir como “erótico”, evolutivo, o “thanático”, involutivo.
Dicho lo cual, señalado lo que no hace la diferencia entre Mago y brujo, debemos puntualizar lo que sí la hace. Y es menos arduo de lo que parece.
En primer lugar, el brujo “cree”. Es, entonces, apenas algo más que cualquier creyente en cualquier cosa con la diferencia que, por lo general, cree cualquier cosa. Y en consecuencia, “se cree” cualquier cosa. Está convencido que toda su vida ha sido un jaque constante y artero de sus enemigos ocultos y por lo tanto se ha acercado a lo mágico sólo por necesidad y conveniencia. Es, por lo tanto, vulnerable a las creencias del entorno (geográfico, cultural, social) y, por tanto, temeroso rehén de ellas.
El Mago, en cambio, comprueba, observa, experimenta y concluye. Y sólo después, “cree”. Y no absorbe creencias si no tiene interés consciente en hacerlo. Generalmente, está, en cambio, en la génesis misma de las creencias que perdurarán en el tiempo.
Luego, el brujo trata de dominar “la” realidad en la que se encuentra. Refunfuña sobre ella, la sublima con explicaciones seudo metafísicas o, soberbio, exhibe su “poder” sobre la misma. El Mago crea, simplemente, la Realidad a su medida.
El brujo quiere coleccionar recetas, rituales, fórmulas. Anda de maestro en maestro, de guía en guía, y sólo tiene una pregunta en mente: “¿Cómo?”. El Mago disfruta reflexionar y sumergirse en honduras epistemológicas de lo esotérico de las que regresa con las perlas de sabiduría que, recién entonces, empleará –o no- en provocar efectos, generalmente porque hay otra pregunta constante en su mente: “¿Por qué?”.
El brujo disfruta impresionar y asustar, amenazar y agredir, porque el temor del otro es el espejo deformado y deformante que le hace percibirse importante. El Mago te avisará cuando tu opinión le importe algo.
Finalmente (o como consecuencia) el brujo es un permanente fracasado, siempre tenso, siempre al borde de una crisis, sin poder bajar la guardia goética. El Mago fluye, relajado, teúrgico y en armonía, con un Universo que será siempre su mejor amigo.