Ya en proximidades del nuevo Equinoccio, desarrollo aquí un concepto sobre el cual reclamo la atención de los estudiantes (como haremos con nuestro grupo de trabajo el próximo 18 de setiembre) y es la oportunidad de aprovechar esta fecha para trabajar un proceso de Alquimia Espiritual.
Como sabemos, llamamos “alquimia Espiritual” a todo trabajo interno sujetado a las mismas leyes que la Alquimia Física con el propósito de transmutar el ámbito hacia el cual dirigimos nuestro enfoque. Ya hemos desarrollado muchas veces la explicación que la Espagiria (o Alquimia Física) era -es- en realidad un “ejercicio de laboratorio” donde la consecuencia “física” del proceso, aunque interesante, es secundaria, porque lo que en realidad se busca es el proceso de cambio que simultáneamente, por Principio de Correspondencia, se produce en el Operador. La transmutación de la materia es una “consecuencia” de otra búsqueda más importante, no un fin en sí mismo (y por eso antiguamente se distinguía entre “filósofos alquimistas” y “sopladores”, la forma despectiva de llamar a quienes sólo les motivaba modificar la materia). Y en esta Filosofía, la primera regla es que la operación -física o espiritual- es una proyección del momento cósmico en que se hace. Por eso la importancia d ellos Equinoccios (entre otras fechas).
La segunda regla alquímica es la Ley del Intercambio Equivalente, que dice que nadie puede recibir algo sin entregar algo de igual valor. La profundidad de la enseñanza alquímica, empero, señala que el discernimiento consciente puede elegir el plano de “densidad” del valor de lo que entrega. Por ejemplo y desde esa mirada, es correcto pagar para recibir una instrucción mientras las partes sientan que el intercambio es proporcional y equivalente. Si yo pago por una información (y entro en un tema espinoso… precisamente porque para muchos lo es), transmuto esa cosa que llamo “dinero” por algo que estimo superior: “conocimiento”. Y si me importa más el “dinero”, pues no lo haré, pues no transmutaré nada. Y todos contentos.
En este contexto, como decía el Equinoccio es marco ideal para una Obra Alquímica. Que, como tal, tendrá tres etapas, tres fases: Nigredo, Rubedo, Albedo.
Nigredo es la etapa de “putrefacción”. En el laboratorio, la maceración de la materia “baja”, su descomposición, porque (¿recuerdan la “Magia del Caos”?) si quieres reordenar tu vida, tus pensamientos, primero debes desarticular lo que está mal articulado.
Rubedo es la cocción, la “incubación”. De nuevos elementos físicos en el laboratorio y también de nuevas ideas en la mente y en el espíritu. Todo proceso de cambio y crecimiento necesita un período de “cocinado”.
Albedo, es cuando la costra rígida de la materia vieja muerta se quiebra y nace la “Estrella Blanca”, el “espíritu realizado”, la Piedra Filosofal, la Obra, que se eleva a los cielos.
Por ello, todo Equinoccio es importante para dedicarlo a un trabajo de “Alquimia Espiritual”, en el cual, de forma guiada y responsable, atravieses los tres pasos. El Nigredo de concentrar, condensar, ver con claridad la materia putrefacta de tus actitudes infértiles, de tus prejuicios limitantes, de tus miedos, de tus inseguridades, de las demandas d ellos demás y los mandatos familiares de pobreza y frustración. Enfrentarlos sin buscar excusas i disculparte, sólo verlos con objetividad.
Pasa luego al Rubedo de decidir un curso de acción, observarlo en sus detalles y desde todos los ángulos posibles, repasar lo que cuentas y lo que no cuentas, establecer un plan de acción en tiempos y formas.
Y llegar al Albedo, que no es el resultado en sí, sino la decisión tomada con Voluntad irrevocable de sostener el pensamiento alquímico de ese día en todos los que vendrán.