No alcanza un año, dos, de vivir radicado en Egipto, seguramente, para descubrir nuevos secretos. Por eso, hay algo de falsa pedantería en siquiera suponer que una recorrida a lo largo del Nilo de unos cuantos días pueda dar la oportunidad de descubrir algo. Pero sí, en cambio, puede ser oportuno para hacer una inspección “de visu”, ratificar o rectificar en el terreno determinadas opiniones previas, cruzar información, cotejar datos. Para ello, debe uno abandonar los tics, las mañas y procederes del turista y asumirse como viajero independiente, saber a quién preguntar, ir a fuentes directas y quizás el Universo haga un guiño cómplice y les permita levantar algunos velos. Como le ocurriò al autor.
La diosa viva
Era en mí una idea fija. Ver, de alguna manera, la capilla de la diosa Sejmet, en Karnak. Sejmet, “la más terrible”, la diosa con cabeza de leona, encarnación de la ira más tempestuosa pero también de la fuerza imparable de la mujer. Diosa feminista, si las había, en los primeros tiempos fue uno de los cultos más importantes, apenas por detrás de Ra, su padre. Diosa dual, porque tenía una advocación “dulcificada”, la muy conocida Bastet, la diosa con cabeza de gato. Sejmet es el arquetipo de la fuerza femenina, y yo iba detrás de un dato: que una de las diosas más antiguas era, también, la única a la que, secreta, clandestinamente, se le sigue rindiendo culto en la actualidad.
Así que allí, en Karnak, sabía se había descubierto una capilla, es decir, un templete con una imagen de la diosa pero, a diferencia del resto del monumental templo, posiblemente el más grande del mundo y uno de los más antiguos (construido a partir del año 3.200 A.C.), se prohibía el acceso a la misma, tras una doble, metálica puerta con candena y candado. De manera que sin muchas esperanzas encaré al guía y le pregunté por ella.
Gabriel Moenes, el culto egipcio que habla perfecto español y sería mi guía en los días por venir, pero con quien compartíamos recién la primera jornada, me miró primero extrañado. Repetí el comentario: quería visitarla, si era posible. Sonriò y me dijo en voz baja: “Entonces, usted no es un turista como los demás”. Sonriò aún más y me dijo que tuviera unos minutos de paciencia. Y entonces, mientras fotografiaba la escultura más grande de todo Egipto de un escarabajo, símbolo de la protección y fertilidad, se acercó a mí. Podíamos, rápida y furtivamente, ir a verla.
Así que allí estábamos. De pie, frente a la diosa aún viva. Es claro que no se permitía el acceso al público precisamente porque, a despecho y espaldas de arqueólogos formados en universidades europeas, el hombre de a pie, el obrero que trabajaba cotidianamente allí, veía al lugar como un espacio sagrado y, como tal, demandaba respeto. Un respeto que mancillaría la curiosidad turística.
Estuve unos diez minutos, contemplando y saludando en silencio a la diosa. Confirmaría luego por otras vías que en buena parte del Egipto profundo, pero muy especialmente entre el pueblo nubio –que se distribuye en partes proporcionales entre Egipto y Etiopía- su culto, prohibido por las autoridades fuertemente islámicas, sobrevivía con intensidad. Es una opinión muy personal, pero observando cierta decadencia cultural (no encontré en Egipto, por ejemplo, la vitalidad orgullosa de ciertos pueblos americanos, herederos de incas, toltecas y otros, que mantienen con honor sus costumbres ancestrales, estando aquí, en Egipto, todo subordinado a la frívola curiosidad extranjera) guardo la esperanza que sea alrededor de este culto (u otros de similar tenor que sospecho sobreviven en otros puntos de esa región africana) que se sostenga en el tiempo y alguna vez resurja con intensidad la identidad arcaica.
El desván del Arca
Hay guiños del Universo que uno no puede ignorar. Cuando decidí hacer este viaje, sabía que tenía alguna posibilidad, menor, de poder ingresar a la gran pirámide de Keops. El flujo de turistas es severamente reglamentado: sólo un puñado cada día, y va rotando, de Keops a Kefrén y de esta a Micerinos, para permitir el mantenimiento, conservación y cuidado de cada uno de estos fantásticos monumentos. Quiso quizás Sejmet –a la que me había encomendado- que entrara en el grupo afortunado. Quiso quizás Horus que me correspondiera la Gran Pirámide. Debe haber querido el mismo Osiris que en el azar me asignaran para hacerlo el 29 de abril. Día de mi cumpleaños. Hay quien creerá en la casualidad.
Yo no.
Voy a ser breve, porque si no caeré irremisiblemente en la pendiente de la exageración verborrágica. Ingresar en las entrañas de esos dos millones de bloques no es apto para claustrófobos. Como afortunadamente no lo soy, resultó una experiencia muy motivadora, pese a ver cuánta gente daba vuelta a mitad de camino y se regresaba. No porque el pasadizo sea estrecho. Todo lo contrario: es impresionante en sus ¿innecesarios? Veinte metros de altura. Creo que la sensación de opresión es subjetiva y deviene de tomar consciencia de encontrarse en el corazón de semejante mole. Sin duda la geometría de ese pasadizo tiene que ver con distribuir la carga de los bloques por encima, pero su magia es inenarrable. Pero no es de eso de lo que quiero hablar ahora.
No malgastaré este espacio volviendo a escribir sobre los “misterios de Keops”, de su construcción, de su función (sin duda, certifico que no fueron tumbas). Se googlea, y ya está: todas las teorías y especulaciones al alcance de un click. No. Aquí voy a dejar constancia de dos observaciones, una de las cuales tras la que fui allí y la otra que me “visitó” inopinadamente.
Observación número uno. Medida in situ, el interior del sarcófago de pórfido (granito rojo) de la así llamada “cámara del rey” tiene las medidas exactas del exterior del Arca de la Alianza (si piensan en Indiana Jones, van en sentido correcto) según la refiere la Biblia. Que todavía circule en Egipto, como pude comprobar, la leynda que la permanencia de los judíos en tierras del Nilo también significó que el Arca estaba entre ellos, y que la isla de elefantina –que también conocí- fue el lugar donde el Arca reposó durante varios años tras haber sido evacuada del Templo de Salomón en su camino final a Adís Adeba, capital de Etiopía, donde la Tradición la sitúa actualmente. Y tiene lógica: si permaneció en confianza y seguridad en una isla egipcia, es porque los judíos que huyeron con ella no solamente conocían la geografía y sus seguridades, sino también sabían que sus antepasados habían dejado una huella rspetuosa, así como de sus artefactos religiosos, en ese país. Esto abre la puerta a uno de los Misterios Iniciáticos mejor preservados entre sociedades esotéricas desde esa remota Antigüedad: que la Gran Pirámide no solamente era un gigantesco reservorio de conocimientos, una enorme biblioteca en piedra, sino también
una verdadera “máquina” espiritual y energética, que alcanzó su epítome cuando en el punto de mayor concentración de energías (la “cámara del rey”) se guardó allí el Arca de la Alianza, la que sería, en verdad, un poderoso generador electrostático. El recuero de esta antiquísima tradición y, repito, que las medidas internas del sarcófago coincidan perfectamente con las medidas bíblicas del Arca, abona esta teoría.
Otro detalle: la esquina rota del «sarcófago» (ahora lo entrecomillo porque es obvio que jamás con tuvo momia ni enterratorio alguno) es decididamente artificioso. ¿Se comprende?. Lo diré de otra manera: la rotura de esa esquina no es producto, como algunos suponen, de forcejear por agrir una tapa que por otra parte no está en ningún lugar. Es una rotura simbólica. ¿Por qué digo esto?. Porque no tiene la geometría de una fractura por palanca sino evidencia de repetidos golpes y alisamientos ex profeso a posteriori. Y creo saber de qué se trata.
La geometría de este paralepípedo, en tanto cobertura del Arca de la Alianza, reúne otros significados. Simboliza la Gran Obra; aquí los masones tienen mucho que llevar a su propio molino. Entonces, esa rotura traduce que si el paralepípedo representa la Obra d ela Divinidad, la Rotura simboliza que la Gran Obra hecha por humanos no puede alcanzar la perfección del trabajo de esa Divinidad.
La segunda observación: hay fuerzas aún activas en la Gran Pirámide. Y fui testigo (y casi protagonista) de ello.
Estaba en la cámara, luego de haber observado, meditado, fotografiado con obsesión milimétrica. ¿Debo hablar del encastre perfecto de los bloques, sin argamasa que, como muestran las fotos, no permiten colocar un papel entre ellos?. El asunto es que luego de medir el sarcófago, debo admitir, tuve un deseo casi irrefrenable de meterme dentro de él. No sé por qué ni para qué. Quizás sólo tontamente para sentir qué se siente.
Así que acomodé mis bártulos, puse mi celular en “selfie” (no se permite introducir cámaras fotográficas a la pirámide pero, bueno, me consolé diciendo que no violaría la ley si dejaba fuera mi cámara y sólo ingresaba con mi móvil) y en el momento, el preciso instante que me acomodo para toma impulso y treparme al sarcófago, una mujer, una extranjera del grupo que habíamos entrado y que estaba detrás y a mi derecha observando desde esa posición el sarcófago… cayó redonda al suelo, desvanecida, literalmente como un títere al que le cortan los hilos.
Obviamente mi intentona quedó en eso porque, presto, con otros presentes me aboqué a reanimar a la pobre mujer, que desorientada y confusa fue llevada de regreso fuera, a la luz y el aire fresco. Para cuando retorno la calma, recapacité: la mujer podría haberse desmayado cinco minutos antes, o diez minutos después. Pero no, ocurriò en el preciso instante en que iba yo a meterme en el sarcófago. Tuve un escalofrío, y el lugar era muy húmedo y caluroso para ello. Sentí como si “algo” o “alguien” tocara con un dedo invisible a quien estaba a mi lado como una advertencia, una advertencia que decidí acatar y, humildemente, pedí disculpas, a lo que fuese, por lo que casi fue mi atrevimiento.
(Continuará)
Reblogueó esto en Om Espacio Dinámicas Integradas.
Amigos Gustavo y Mariela, no pudimos abrazarnos en vuestra visita a España, pero al menos estoy empezando a disfrutar con las fotos y relatos de vuestro viaje.
Lo de la «decadencia cultural» de los modernos egipcios, me ha recordado el libro del explorador y orientalista Richard F. Burton: «Mi Peregrinación a Medina y La Meca», que en su «Tomo I, Egipto» contaba como ya en el S. XIX los egipcios despreciaban su cultura antigua, llamaban a los peores lugares como «del Faraón». Burton cita los Baños del Faraón como un lugar peligroso por sus vapores sulfurosos «tóxicos». Curiosamente, hoy los «Hammam Pharaon» son muy apreciados por el turismo termal…
La gente suele celebrar su cumpleaños con una tarta y unas velitas. ¡Mira que celebrar el tuyo con la Gran Pirámide!
Lo del posible uso del sarcófago para «cargar» el Arca de la Alianza ha sido todo un descubrimiento. Pero ahora queda la parte práctica: construir una réplica del Arca y situarla en el centro de un modelo a escala de pirámide, a ver qué pasa… Pienso que el efecto condensador electrostático del Arca es secundario, y sería más interesante estudiarla como acumulador orgónico. Al lado del Laberinto de Cuarzo del Uritorco, quedaría «guay» una pirámide, y más si dentro tuviera un Arca de la Alianza casera…
Un abrazo a los dos, Josep