Un reciente viaje por las provincias argentinas de Salta y Jujuy ha sido una excepcional ocasión de (además de deslumbrarnos con sus maravillosos paisajes) constatar en terreno y así “cerrar” (sólo conceptualmente) una investigación que comencé y sostuve de forma sesgada desde hace varios años. Un trabajo que reúne datos, evidencias, percepciones sutiles y enseñanzas antiguas. Y que deja propuestas prácticas que encontrarán de utilidad todos aquellos que sigan el camino de profundizar las Sabidurías Ancestrales de los Pueblos Originarios americanos.
Se trata de observar desde ángulos distintos a los habituales ( y los habituales son, aquí, generalmente los académicos) las “apachetas”, esas acumulaciones cónicas o tronco cónicas de piedras de tamaño variable e(pero siempre manipulables manualmente) que desde mucho, mucho antes del advenimiento Inca (aclaración necesaria porque generalmente la opinión popular las vincula a dicha cultura) jalonan los caminos antiguos, con alturas que varían desde pocas decenas de centímetros hasta alturas superiores a los dos metros, y diámetro igualmente variable. Habitualmente (que no “tradicionalmente”) se les considera ofrenda y rogativa a la Pachamama, lo cual es verdad… pero no toda la verdad.
La práctica -que aún muchos conservamos como, diría yo, sana costumbre- es en ciertos puntos (altos miradores, a la vera d ellos caminos, en lugares de magia especial) reunir una cantidad de piedras (pequeñas o grandes, siempre, como dije, que puedan ser manipuladas por quien toma la iniciativa) y se van apilando como mostramos en algunas de las imágenes que acompañan. También es muy común, simplemente, tomar una piedra y, en acto de ofrenda, depositarla en una apacheta ya existente. También cumplían función como demarcadores de límites, pero tomando esto en sentido sacro, es decir, asignando al territorio así indicado un valor metafísico. Asimismo, se suele ofrendar hojas de coca o bebidas alcohólicas, y en el norte de Argentina se produjeron curiosos sincretismos con el culto de la Difunta Correa, ofrendándole agua (como referencia curiosa, ver el siguiente video de nuestro Canal).
Sin embargo, cuando nos interiorizamos con cultores de las creencias en esas regiones (especialmente con descendientes de las etnias Calchaquí, Diaguita y Omeguaca, de éstos últimos, nace la palabra “Humahuaca” que es toponímico de la conocida Quebrada jujeña), como el caso de la Comunidad próxima a Cafayate, Salta, inferimos otros remotos significados que fueron perdiéndose en buena medida a través del tiempo. Estas “otras” funciones habrían sido la de manifestar, diríamos hoy, intensificar, la energía telúrica de determinados lugares considerados sagrados, y el proceso servir al ofrendante para conectarse con la energía de la Madre Tierra.
Detengámonos en este último punto un poco más, porque aquí “conectarse” es literal: el ancestro obtenía energía de vida y fecundidad de su unión con Pachamama, y esta unión se definía por su respeto a la misma, su modo de vida y el acto simbólico que en un momento microcósmico representaba su sentir macrocósmico de vida: ese momento era el de ofrendar o levantar una apacheta. El “enfoque” de la acción (sea colocar simplemente una roca, sea tomarse el tiempo de hacer una nueva, por pequeña que sea) “resuena” con la consciencia de Pachamama (que no es otra que la Gaia nuervaerística) y, según este saber remoto, se produce esa hermandad de espíritus, el cósmico y el humano, que vivifica tanto al segundo. Esto se comprenderá mejor si el lector se ubica en la vida cotidiana de esos tiempos y esos parajes: las distancias se cubrían caminando (estuve conversando con lugareños cuyos padres -no era necesario ir más lejos- habían pasado buena parte de sus vidas en lugares en la montaña donde se visitaba el pueblo más próximo una vez por mes, generalmente para vender o trocar sus productos, al que llegaban en caminatas que duraban de ocho a doce horas…) y por eso las caminatas entre lugares dotados de vida (los “apus” omnipresentes espíritus de las montañas) tenía mucho de meditación en silencio y eran, por tanto, afines al concepto de “senda espiritual” (ver «Caminatas espirituales, Senderos de Poder»). La coca, la bebida (chicha o aloja) y el canto eran los acompañantes de esas soledades, y es comprensible que todo se fusionara en el momento de descansar, quizás aprovechar una apacheta preexistente para honrar y ofrendar.
Queda pendiente de futuras investigaciones analizar (no pude hacerlo en esta ocasión) si hay correspondencia entre las apachetas y las líneas de energía telúrica, aunque tanto sea positivas como negativa la respuesta, el mero hecho de darle entidad y significado por parte d ellos viandantes las “egregoriza”, es decir, les asigna propiedades de “egrégoro” (ver «¿Qué es un Egrégoro?»). Pero lo que es innegable es que las mismas tienen energía. Se siente. Y contagia.
Esto lo vivimos en dos lugares en especial. Camino a Cafayate, Salta, pasando la Quebrada del río Las Conchas, se presentan dos geoformaciones con bastante similitud y belleza: la “Garganta del Diablo” y “el anfiteatro”. Este último es llamado así por las peculiaridades sonoras del lugar, donde el “efecto cámara” amplifica la voz humana de manera llamativa. Desde tiempos inmemoriales, en el lugar se han celebrado ceremonias étnicas, al punto que sigue siendo considerado un “lugar sagrado” (extrañamente, ello no ocurre con la “Garganta del Diablo” pese a que tiene peculiaridades -la del “efecto eco”- que hubiera quizás llamado más la atención de los antiguos) y como evidencia, a través de las centurias, los viajeros que llegaron al lugar levantaron numerosísimas pequeñas “apachetas” (cosa que también hicimos nosotros) que jalonan el lugar. Espontáneamente, se reúnen personas -turistas circunstanciales generalmente- a ejecutar música y bailes, el tipo de ofrenda que en el lugar (sin saberlo) hoy se ha redescubierto se ofrendaba en el pasado.
Otro punto interesante a nuestros efectos es Abra del Cóndor, en el límite entre las provincias de Jujuy y Salta, camino a Iruya. Mínimamente es la apacheta más antigua de la Puna; unos 600 años (lo que pone de relieve que la práctica es enormemente ancestral, ya que los Incas arribaron a la región alrededor del 1500 DC). Tiene en su punto más alto tres metros y un diámetro de unos doce, ya que se ha extendido en forma de herradura. Allí es el típico ejemplo de sincretismo pues se le ofrenda agua (por aquello de la Difunta) y alcohol (el olor a bebida fermentada, en su interior, hace casi insoportable permanecer en el lugar). Y lo que me pareció maravilloso: las piedras rojizas fundaciones, es decir, las que dieron origen a la propia apacheta, adoptan aquí el aspecto de un “mini dolmen” a imagen celta o, aún quizás mejor, a una pequeña imitación de la “Puerta del Sol” en Tiwanaku, Y deberíamos preguntarnos si no está allí su origen.
Me resulta fascinante que la práctica de la apacheta (sus erecciones y ofrendas) en lugar de ser una práctica que decaiga con los años hasta desaparecer, se esté multiplicando y extendiendo a ojos vista en la actualidad. En nuestro país ya las encontramos, incluso, tan al sur como la Patagonia. Miles de personas, seguramente desconocedoras de estos detalles que aquí compartimos, se detienen a la vera de caminos o en sitios que les inspiran “algo”, buscan piedras en el suelo y las erigen. La apacheta, y su simbolismo, lo vemos hermandas a prácticas como las ceremoniales alrededor del “Cardón Abuelo”. El “cardón” es este tipo de cactus común del Norte, y el “Abuelo” se llama así porque se le supone una edad entre 500 y 800 años. Dotado, para los lugareños, de “vida propia”, “escucha y responde” -dicen- al espíritu dispuesto, por lo que en celebraciones como los Carnavales se le visita, agasaja y decora. A pocos metros, un árbol espinudo creció desde el interior de otra apacheta, y por ello se le toma como referencia para ofrendas a la Pachita en el camino de visitar al Abuelo.
Ahora bien. ¿Podemos traer aquí otras referencias que abunden en la concepción “energética” de las apachetas? Sí, podemos. Y para ello, compartimos el enlace a un artículo que tiene unos años sobre los extraños “túmulos” (así les dicen por allí, pero en nada se distinguen de nuestras “apachetas”) que se encuentran en la vecina república del Uruguay (ver «Misteriosos túmulos ancestrales en Uruguay»). En ellos se aprecia más obviamente el uso “eléctrico” que ancestralmente se les daba a los mismos.
Todo esto señala que el cambio de Consciencia que la humanidad está atravesando en estos tiempos va acompañado (o produce) eventos espirituales que trascienden los oropeles fastos de cultos institucionalizados y emerge, vivo y dinámico, en prácticas cotidianas y casi menores que, sin embargo, precisamente porque brotan como la hierba después de la fértil lluvia, ponen de relevancia matices de ese despertar. Nuestra relación con la Tierra no es, hoy, la de cien años atrás. Y si tienen dudas, caminen y miren a su alrededor. Las apachetas están despertando…