Desde hace décadas era sólo un rumor que corría por el departamento de Lavalleja, en la vecina República del Uruguay. A pocos kilómetros de la localidad de Minas, se habrían hallado extraños túmulos de rocas, supuestamente hechos por los indígenas del lugar, que revelaban misterios aún insondables. El lugar es desde hace unos años conocido como “Hilo de la Vida”, propiedad de un médico montevideano, Gustavo Guerrero y su señora, y merecida una investigación “in situ”.
Debo confesar que cuando leí por primera vez algo del lugar, hará algo así como dos años, una búsqueda de mayor información en Internet me resulto decepcionante: un par de referencias sueltas, alguna pobre foto y un video casero de un grupo de señoras que, junto a uno de esos túmulos, invocaban las “energías impresionantes» del lugar mientras asumían una asana de yoga y entonaban un mantram. No tengo nada, ustedes lo saben bien, contra la Nueva Era y las prácticas espiritualistas (todo loo contrario). Pero estoy convencido que para arribar a alguna conclusión más o menos fiable uno debe partir de la información de los hechos, comprobable, las evidencias físicas y recién después especular. Y no al revés.
Así que dejé a un lado ese incipiente interés hasta que en ocasión de ser invitado hace un par de semanas al Congreso Unificación 2012 en Montevideo, para disertar sobre temas de mi especialidad, mi amigo Jorge Guaraglia, documentalista de Maldonado, me propone visitarlo. Por su lado lo mismo hace otro amigo y conocido geobiólogo de Piriápolis, Carlos Rodríguez, por lo que, debo admitir que un poco sin demasiado entusiasmo, incluí “El Hilo de la Vida” en mi agenda. Y no puedo arrepentirme de haberlo hecho.
Pero me encontré con un misterio apasionante. Describámoslo. Se trata de un número enorme y aún no acabado de túmulos: 78 en la propiedad de Guerrero, unos pocos que están descubriendo aquí y allá, en otros campos. Hoy, hasta donde se sabe, ninguno se conserva como cuando los primeros registros, allá a comienzos de la década de los 90 de lo que, afortunadamente, nos quedan algunas fotos. Hoy, unos pocos están reconstruidos hasta poco menos de la mitad de la altura original. Otros, definitivamente desmoronados, algunos por un rayo, otros por depredadoras manos humanas en busca de vaya a saberse que hipotéticos tesoros.
La descripción de los originales intactos es reveladora: entre tres y cuatro metros de altura promedio, totalmente macizos en la acumulación de piedras trabadas que le dan forma, presentaban esta particularidad que quiero resaltar: en cada nivel de rocas, había incrustado un cuarzo –el lugar presenta un afloramiento importante de este mineral, que tal vez haya sido determinante en la elección del sitio donde la mayoría fueron erigidos- que en cada nivel siguiente superior se ubicaba un poco más hacia la derecha del inferior. Así, hasta culminar, como una helicoide, en la última hilera mínima, la que conformaba la cúspide, donde se tocaban con un puñado de otros pequeños cuarzos todos ocultos bajo una “tapa” de roca. Podemos especular muchísimo sobre la funcionalidad de esa característica; algunos estudiosos señalan que se trataba de un sistema, probado por demás, para generar un efecto eléctrico que impidiera formarse rayos sobre ese punto de descarga.
¿Antigüedad?. Guerrero cita estudiosos –que no nombra- que le adjudican entre 2.000 y 5.000 años. Por cierto, entra en conflicto con el panorama “oficial” de la protohistoria uruguaya, que supone esa región (hasta el sur del actual Brasil y nuestra provincia de Entre Ríos) habitada por indígenas charrúas y minuanes, nómades, cazadores, pescadores y recolectores y sin, hasta donde se sostiene, una cultura con la disposición y los recursos para levantar estos hitos. En efecto: calcular el trabajo de reunir, acumular, ordenar esas piedras implica no sólo un buen número de manos al trabajo, esos hombres deberían estar con sus necesidades básicas cubiertas durante un buen período de tiempo pero, lo que es más importante: alejados de las exigencias concretas de la dura vida de todos los días; una capacidad de simbolización importante, una planificación a largo plazo, un buen gerenciamiento de recursos logísticos y humanos con autoridades centralizadas: todo ello inadmisible para el academicismo universitario clásico. Un hecho es cierto: mi temor inicial, a la distancia, que se tratara de algo hecho hace unos pocos años o décadas, ya sea para fraguar un llamado a la atención turístico o con alguna finalidad más agropecuaria que otra cosa, se caía estrepitosamente.
Extrañas energías
Mi tocayo recorre el lugar con dos “dualrods” o varillas radiestésicas en mano, mostrándome algunas comprobaciones interesantes: los túmulos están ubicados sobre líneas Hartmann y, en algunos casos, en los cruces de éstas con líneas Curry. No abundaré aquì sobre la naturaleza de las mismas por escapar al objetivo de este trabajo, pero todo interesado en Radiestesia comprenderá a qué me refiero. Y aun quienes no lo sean, se darán cuenta de un hecho inopinable: los constructores de túmulos sabían que la Tierra tiene líneas de energía telúrica que, con fines diversos, podía aprovecharse o “amplificarse” colocando en ciertos puntos verdaderas “agujas de acupuntura” geológicas: menhires, obeliscos, túmulos y hasta pirámides parecen haber cumplido muchas veces esa función. Dejaremos para otra oportunidad explorar los efectos que en el individuo, la sociedad, el clima, producía esa tecnología. Hoy nos limitaremos a señalar su presencia, también, en el Uruguay remoto en el tiempo.
Cultura desconocida
Como ya dijimos, resulta harto difícil conciliar estas construcciones con las etnias que se suponen habitaron en el lugar. Muy, muy lejos de la magnificencia de unos inkas en el Altiplano o de los sugeridos “mojocoyas” amazónicos (una civilización que por no haber empleado masivamente la piedra –que no existía en las inmensidades selváticas- parece haber pasado con poca presencia, salvo sutiles rastros que se están descubriendo en los últimos años- la cultura que levantó estos túmulos no dejó aparentemente otras huellas de su paso por el mundo. Sospechosamente, empero, en ciertos círculos esotéricos se susurraba su existencia hace tiempo. En el mismo Uruguay, por ejemplo, el alquimista y esoterista Julio César Stellardo, en uno de sus libros, habla de un pueblo que llama “uruganga” que en un remotísimo pasado habría modificado artificialmente el paisaje oriental, pero como no aporta otras evidencias que su narrativa, nunca fue tomado en serio. Tal vez conocía estos túmulos y ello sirvió de inspiración para su relato.
No debe entrañarnos que no haya habido, mientras tanto, iniciativas oficiales o académicas para hacer estudios de largo aliento: la Arqueología casi no existe en Uruguay y la poca que hay, comulga con las versiones clásicas de la Historia. En consecuencia, prefieren una discreta ignorancia de estos hallazgos. Guerrero tiene que manejarse entonces desde la improvisación autodidacta: recordemos que el propietario del sitio era, hasta hace unos pocos años, totalmente ajeno tanto a las lides arqueológicas como espiritualistas. Compra las sesenta hectáreas de la propiedad con la idea de organizar “campamentos juveniles” y se encuentra con semejante “bonus”. Y le ocurre lo que, comprensiblemente, le pasa a todo recién llegado a estos terrenos dignos de Indiana Jones, donde el misticismo orilla los museos: una sobredosis acelerada de variopintas lecturas, quizás con buena voluntad pero sin orden ni concierto; escuchar el discurso, ora racional de los investigadores de campo, ora metafísico de los espiritualistas, hacerse miles de preguntas y no haber adquirido aún la gimnasia que uno carga sobre sus espaldas: descubrir que más importante que formular respuestas es pulir las futuras preguntas… este matrimonio tiene cuando menos el honroso mérito de ser celosos preservadores del lugar que, sin duda en otras manos, hubiera terminando siendo destruido.
Queda un enorme margen para la especulación. Por ejemplo, si son tumbas. Se afirma definitivamente que no: ello, seguramente basado en que en el interior de los túmulos no se ha encontrado nada que avale esta sospecha. Jorge Guaraglia hace una observación muy inteligente. Nada dentro de los túmulos, pero… ¿bajo ellos?. No hay evidencia que se haya excavado en el subsuelo de los mismos, por lo cual, aún aceptando otras explicaciones –como las de naturaleza energética ya descrita- no puede soslayarse que también fueran tumbas. El criterio de unificar tumbas y puntos energéticos no es extraño a antiguas culturas: sólo recordemos el Feng Shui de los chinos.
Vinculado al tema de las energías, me ha llamado poderosamente la atención un detalle: en los túmulos (aún los derruídos) se conserva la característica que, a intervalos periódicos, e han dispuesto unas lajas perpendiculares al cuerpo principal. Esto lo había visto también el el Palacio de Tula (la segunda capital tolteca) en México y, sugestivamente, en una construcción interna del castillo de otro alquimista uruguayo, Pittamiglio, en la localidad de Las Flores. En ambos, con mi péndulo, detecté fuertes “perturbaciones” que lo desplazaban de su posición vertical.
Las investigaciones en el “Hilo de la Vida” deben continuarse. Pero, si pueden, lléguense al lugar y disfruten, en silencio, la magia de ese arroyuelo cristalino corriendo entre los peñascos, las serranías y los misteriosos túmulos. Porque tal vez sus propios silencios acerquen algunas respuestas.
Nota importante: Mi eterno agradecimiento y afecto al hermano de búsquedas Jorge Guaraglia, sin cuyo apoyo, entusiasmo e iniciativa este relevamiento no hubiera sido posible.
Para contactar con los responsables del lugar:
- info@valledelhilodelavida.com
- http://www.valledelhilodelavida.com
Hola!!!!
Gustavo, el artículo es fantástico. Me gustaria visitar el lugar y seguir con algún tipo de investigación. Soy venezolana (Antropóloga Educadora) y una apasionada de toda esta temática.
Recibe mis sinceras felicitaciones por tu acertado trabajo en el campo místico, antropológico, arqueológico,y estoy en disposición de darte algun apoyo cuando requieras y lo consideres necesario.
Gracias!!!! por todo ese material de tan buena información que entregas.
Miles de Bendiciones!!!
Ely Colmenares.
Gracxias, Ely, por tu elogio (seguramente inmerecido). Espero podamos coincidir cuando viaje a tus bellas tierras. Un abrazo
Hemoso lugar! Lo conocí el año pasado y pienso volver allá porque es muy especial. Si está en sus manos seguir investigando, háganlo por favor, para el bien de todos, aunque igual podemos seguir disfrutando de la energía, sin cuestionar mucho el porqué. Los que no lo conozcan, no se lo pierdan.
No es «cuestionar», Iracema. Es conocer 🙂 Saludos cordiales.
HAY MUCHAS FORMAS DE CONOCER…Y LAS NUEVAS ORIENTACIONRS EPISTEMICAS ASI LO MUESTRAN…Y CAMINANDO A TRAVES DE LOS DISEÑOS GUARANIES HE APRENDIDO TAMBIEN NUEVAS FORMAS DE CONOCER… SILVIA MARTINEZ-LIC.EN PSICOLOGIA-TERAPEUTA TRANSPERSONAL- BUCEADORA DEL CHAMANISMO….Y VIVO EN VILLA SERRANA-OTRO LUGAR MINUANO CERCANO A LOS QUE DESCRIBEN…LUGARES POR DONDE AUN SENTIMOS LOS PASOS Y VEMOS LAS SOMBRAS DE NUESTROS ANCESTROS…
muy bueno como siempre el articulo, da para mas!!!!saludos Gustavo!!!