Truculento y morboso, el tema da para una novela negra o una película más negra aún. Pero no es nuestro afán aquí emular a Raymond Chandler o Agatha Christie sino, simplemente, informar quizás escuetamente de los trágicos eventos que tienen más de 80 años y que, posiblemente, estén en el origen paranormal de ciertos fenómenos que investigaremos.
Ubiquémonos geográficamente. Estamos en ese sector del río Paraná, en la República Argentina, que va desde Cayastá, en la provincia de Santa Fe, a Hernandarias, en la provincia de Entre Ríos. Al enorme cauce de este maravilloso río se le suma una zona de islas, esteros, bajíos, tajamares, aún hoy refugio de una fauna interesante y variada: carpinchos, yacarés, jabalíes, lampalaguas (la anaconda local) y muchos más. Una fauna que, sumada a la riqueza ictícola del lugar, era en aquellos viejos tiempos del siglo pasado coto de caza y pesca de prácticamente todos los lugareños. En ese ámbito ocurrió en 1936 una historia de horror, sadismo y locura: un oscuro personaje secuestraba, mataba y devoraba niños.
Decía llamarse Nazareno Palma pero pasó a la luctuosa historia con el nombre de “Aparicio Garay”. De hecho, este es el apellido que llevó a los lugareños a llamar así a un riacho o arroyo que desemboca en el Paraná en el punto exacto donde, hace casi un siglo, el asesino tenía su “ranchada” (una “ranchada” es un cobertizo generalmente muy precario donde los cazadores y pescadores de islas pasan varios días para hacer su faena antes de regresar a sus hogares más o menos permanentes). Puntualmente, el sitio exacto ya no es accesible: la modificación del curso del río Paraná en tantos años ha sumergido el lugar, pero hemos podido ubicarnos en nuestras incursiones a una distancia no mayor a cien metros de donde estuviera originalmente (). Vale aclarar que si bien el fundador de la ciudad de Santa Fe, en 1573, fue Juan de Garay, en el paraje llamado “Cayastá” y posteriormente trasladada la pequeña villa de entonces al sitio en que se erige la ciudad hoy (este Garay fue suegro de Hernando Arias de Saavedra, “Hernandarias”, gobernador de la zona por la que el pueblito entrerriano recibe su nombre) no es por ese Garay que el arroyo se llama así sino por el criminal que nos ocupa.
Pero tampoco podemos estar muy seguro que ese fuera su nombre, porque la Justicia no halló -eran tiempos inciertos- filiación comprobable y llegó a dar 16 nombres distintos. Decía ser brasilero de origen, haber estado recluido en un hospicio en Montevideo, Uruguay, servido como soldado de artillería en la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay. Una increíble pieza de colección bibliográfica, “Historia completa del monstruo de Santa Fe” (se atribuye a la provincia de Santa Fe porque tendría domicilio en cercanías del pueblo de Cayastá, aunque cometiera sus crímenes del lado entrerriano. En esa publicación (seguramente suplemento que acompañó alguno de los periódicos de la época) en un lenguaje que hoy resultaría hasta chocante por la excesiva adjetivación y lo bizarro de su contenido incluye un par de largos “poemas” dedicados al caso) se detalla con crudo y casi morboso detalle el proceder del antropófago, se reproducen algunas entrevistas que concedió a la prensa y se presentan imágenes chocantes, como la de la vasija de vidrio donde conservaba las vísceras y algo de grasa del cuerpecito de esa víctima (debemos al amigo Pablo Omastott, de Corrientes, haber conseguido para nosotros copia de esa publicación, que forma parte del archivo personal del investigador Tony Centurión).
Formalmente, la investigación policial comienza por la desaparición de un niño, Eusebio Lugones, aunque se llegaron a recoger testimonios de cuatro niños y niñas más (en razón de las declaraciones a distintos investigadores d ellos pocos supervivientes de ese entonces) y la leyenda popular (y el propio asesino) acusa más de 40 crímenes. Recordemos que en esos tiempos existía un enorme número de dispersos habitantes de la región, muchos de ellos viviendo en condiciones sumamente primitivas, sin contacto más que esporádico con las poblaciones, sin registrar a sus hijos y desconfiando de las autoridades. Fue en el curso de las tareas de campo, luego de atrapar al sujeto, cuando comenzaron a recogerse testimonios del número impreciso de otras víctimas.
Luego de su captura, Garay (aceptemos llamarle así, pues el nombre con el que pasó a la sombría historia) fue recluido un tiempo en el penal de Las Flores, en Santa Fe, finalmente declarado psiquiátricamente inimputable pero, en razón de su peligrosidad, trasladado a Buenos Aires e internado en un neuropsiquiátrico (se presume en el Borda). Pero no termina allí el relato: un par de años después, mata y trata de descuartizar a su compañero de celda porque “roncaba demasiado”. Según la crónica periodística, volvió a ser trasladado a otro hospicio, desconociéndose cuál fue el mismo y su final.
La conexión paraspsicológica
Aunque en términos literarios nos guste la “crónica negra”, no es la razón de ser de estas líneas convertirse en un relato policial, sino fuera por una connotación que entra de lleno en el terreno parapsicológico (que es el que nos ocupa). Efectivamente; ya pocos años después comienza a producirse precisamente en el área de sus crímenes, el fenómeno que persiste hasta la actualidad conocido como “la luz del Correntoso”. Se trata de una pequeña esfera luminosa, alternativamente blanca, amarilla o roja, que suele aparecer aproximadamente donde Garay tenía su “ranchada” (y cometiera los asesinatos y actos de antropofagia), desplazándose hasta cierta altura, acercándose en ocasiones a lanchas y botes de pescadores, oscilando incluso frente al paseo cotero del propio pueblo de Hernandarias y desapareciendo donde nace el brazo del Paraná que recibe, precisamente, ese nombre (“El Correntoso”). No se manifiesta ni más al sur, ni más al norte, ni más al oeste; sólo-repetimos- en el área que era dominio de este criminal. Nadie en el pueblo de Villa Hernandarias (incluso en los cercanos, como Piedras Blancas, Pueblo Brugo, etc.) desconoce la historia, deja de tener algún allegado o él mismo lo ha visto. Y si bien el imaginario local lo asocia al fenómeno OVNI (y a fin de cuentas, literalmente lo es, en tanto “volador y desconocido” lo que no significa “extraterrestre”) la pregunta que nos hacemos (y está en curso de investigación así como de debate con los grupos que realizamos nuestras vigilias en la zona) es si no puede interpretarse más bien como un evento parapsicológico, asociado a la monstruosidad (y el miedo y el dolor de esas pobres criaturas).
Las apariciones lumínicas y proteiformes, asociadas a lo que en Parapsicología se llaman “puntos de anclaje” (el lugar donde, precisamente, se “anclan” energías remanentes asociadas a muertes traumáticas), y el fenómeno parapsicológico conocido como “fantasmogénesis” tienen una amplia literatura testimonial y de casuística en el campo de la investigación paranormal. La específica y muy limitada espacialmente ubicuidad del fenómeno (constreñido al área indicada) y el inicio de las apariciones, inmediatamente después que estos hechos ocurrieran, continuándose hasta el presente, también abona esta hipótesis.
Escalofriante este suceso. Me llevo a leer un poco mas sobre ello y es terrible. Tambien estos sucesos paranormales como ls energia de estos seres siguen aún buscando a sus seres queridos o simplemente buscando paz para liberarse del terror que deben haber sentido. Agradecida de cada reportaje me ayuda a instruirme y a estar en un constante analisis y reflexion.
Pingback: El “Bastón de Mando” de Hernandarias: un hallazgo inesperado