Voy a exponer aquí, en forma de breve artículo, unas reflexiones que he compartido con amigos y colegas a través de los años, y que se refiere a la dinámica de relación de los ufólogos entre sí. Sé que no es relevante en orden de lo que en general al lector le interesa -y que es todo aporte o avance sobre la naturaleza, destino y propósito de las inteligencias que se mueven detrás de estos objetos- opinión que aceptaría pero con la cual disentiría: ya verán porqué.
Básicamente, se trata de esto: allá por los “70 y los “80 -los que acumulamos algunos años lo recordamos bien- en tiempos sin internet, sin redes, con muchísimos menos medios de información que hoy (sin ir más lejos, ningún canal de cable, plataforma y poquísimas emisoras de FM) los apasionados de la Ufología interactuábamos entre nosotros de manera mayúscula. Puedo recordar innúmeras conferencias, audiovisuales, presentaciones, hechas por entusiastas de la investigación y la difusión -con algunos nos unía una amistad; con otros, sólo el mutuo conocimiento- y había una constante. Siempre, en todas ellas, asistíamos los demás. Faltaba alguien más o menos, claro y circunstancialmente, pero era un hecho que toda convocatoria OVNI, aún cuando la temática o línea de pensamiento no comulgara completamente con la propia, tenía garantizada la asistencia mínima de la comunidad ufológica cercana.
Hoy, eso se ha perdido. O, peor aún, segmentado y encapsulado. Conferencias, congresos, lanzamientos de libros y, claro, todo lo que hoy suman las plataformas y redes (“streamers”, charlas virtuales, etc.) tiene muchísimos asistentes, sí, pero, en general, se trata de público interesado, no activo investigador. Y cuando algún “colega” aparece, es aquél al que siempre lo une una amistad previa con el presentador, amistad que suele alimentarse del propio “sesgo de aceptación”. En otras palabras: me reúno con quienes piensan como yo, organizo congresos a los que invito a aquellos cuya mirada comparto, lanzo un libro que obsequio (o compran) otros tripulantes del mismo navío conceptual. El “diferente” es un “outsider”, alguien que simplemente ignoro.
Así, cuando me pongo a repasar Youtube, otras redes, blogs de distintos investigadores, observo con cierta tristeza campear esa actitud: un incesante “mirarse el ombligo”, hablar sólo de lo propio, sin tiempo ni atención para lo ajeno. Encuentro con alegría trabajos muy interesantes, casos curiosos, hipótesis reflexivas, y dos o tres años después (nadie es tan original como se cree) otro investigador aparece presentando como “propias” ideas similares. Y no creo que se trate de plagio.
O se anuncia con estridencia la realización de alguna actividad, se cubre fotográficamente la misma, se habla de su repercusión en los medios, se reproduce la opinión de otros “expertos”, pero no suele haber espacio para cualquier otro grupo de trabajo -menos, si no comulga con el “dogma” del dueño del espacio-.
Permítanme, sin ir más lejos, recordar cuando en mayo de 2015 realicé en mi ciudad un Congreso Argentino sobre Investigación OVNI. En ese momento, lancé mi propuesta a todo aquél investigador que tuviera algo para sumar. Nosotros nos hacíamos cargo de su traslado y alojamiento. Y la condición fue la libertad absoluta de expresión. Fue una divertida y cálida experiencia: una docena de investigadores nos acompañó junto al público esos días. Pero… debo necesariamente decir que fueron más los que se quejaron (“si va Fulano, no es serio, no voy a asistir”) o simplemente lo ignoraron y, mucho menos, colaboraron con su difusión. Voy a ser un tantín repugnante y decir que creo que algunos lo hicieron simplemente por envidia, celosos de un evento que ellos no sabrían como organizar (aclaro que nosotros no navegamos en un mar de dólares; simplemente, encontré la forma de autofinanciarlo con creatividad e inventiva) pero muchos d ellos que ni siquiera respondieron la invitación respondieron a sus propias anteojeras, no sólo intelectuales sino también emocionales.
De esa manera en los últimos años (bastantes años) podemos comprobar por ejemplo la proliferación de “congresos”, “simposios”, se caracteriza por ser integrados por el grupúsculo A de autoproclamados “investigadores serios” versus el grupúsculo B de autoproclamados “investigadores honestos”. Porque el “otro”, claro, o es un delirante que almuerza con contactados, espiritualistas, escépticos o negacionistas -según el caso y la opinión- o lisa y llanamente es un “comerciante” (la obsesión fanática que algunos ufólogos tienen con execrar con el mote de “comerciante” a quien les parece es francamente preocupante, porque no resiste el menor análisis lógico). Rindo aquí debido homenaje, por caso, al amigo Ademar Gevaerd, llorado y conocido ufólogo brasileño a quien sus congresos -que reunía con su esfuerzo (el esfuerzo de él) todo tipo de vertientes- le ganó el apodo de “comerciante”, claro… por parte, obviamente de quienes no eran invitados.
Y esto enlentece y afecta directamente al conocimiento y la investigación. En las redes me llama la atención leer ocasionalmente a ufólogos proponer teorías e hipótesis como “originales”… que ya leí años atrás cuatro o cinco veces en otros ufólogos. No pienso que se trate de desprecio intelectual, es decir, que se ignore adrede a esos otros colegas y sus aportes: creo, simplemente, que no se enteraron. Y no se enteraron porque no les importa, no se documentan, no se informan sobre qué hacen los demás. Incapaces de compartir un café con quienes estén en la antítesis de su pensamiento personal, aunque más no sea para compartir momentos. Me pasa en lo personal: soy amigo de algunos “contactados” -no me incomoda decirlo, ¿por qué habría de serlo?- y cuando rozamos algún debate de posiciones encontradas, simplemente nos reímos y cambiamos de tema. Si no puedo ser amigo de quien piensa distinto como yo, creo que el mundo está jodido. Y cuando el “diferente” respeta mi opinión y se enfoca alegremente en lo que tenemos en común (habiendo tantas cosas interesantes en el universo, ¿por qué hablar de lo que nos separa en lugar de lo que nos une?) el café, la pizza, el asado o lo que fuera se transforma en un buen y feliz momento. Porque de eso está hecha la vida que nos merecemos, gente: sólo de buenos momentos.
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