Oberón era el rey enano de un bosquecillo encantado del sur de Francia (en realidad, del mágico Languedoc, en ese entonces). Un bosque donde las personas que se extraviaban (esto ya es un clásico), al reencontrar el camino, aparecían en sus aldeas cincuenta, ochenta años más tarde. Un bosquecillo donde en las noches de Luna llena bailaban las hadas, dejando marcados en la hierba sus corrillos. Un bosquecillo, en síntesis, donde se diluían los velos entre éste y otros mundos. Cuando muere, su cuerpo es encerrado dentro de un arcón metálico y sostenido en el aire mediante imanes….
La leyenda la cantan trovadores por toda Francia a partir del siglo XIII, pero se ha rastreado su origen hasta el siglo VIII. Enanos con poderes superiores a los humanos comunes, arcones metálicos, levitación y magnetismo. Mientras reflexionamos, la música de Carl María Von Weber nos retrotrae a esos tiempos de ¿leyenda?. Vallée sin duda está en lo cierto y su “Pasaporte a Magonia” (esa crónica incómoda de dos milenios de portentos tan similares a nuestros reportes ufológicos) merecerían tener un apartado donde sumar nuevas constancias.
Y así imagino ese lugar al sur de Francia donde quizás permanecieron por largo tiempo un grupo de extraterrestres. La avanzada de una civilización que estableciò un área de distorsión temporal, o un portal dimensional ante el cual eventuales testigos humanos registraron (y contaron con las limitaciones propias de sus conocimientos de entonces) extraños eventos. Incluyendo esa infantil pero brillantemente precisa descripción tecnológica de sus sistemas de propulsión. Y que no queda lejos, qué casualidad, de una futura y previsible “puerta en el Tiempo” que hemos descripto aquí.
Y atentos, porque en esa región, donde en la arcana Rhadés –hoy, Rennes-le-Chateau; sí, “ésa” Rennes- los visigodos tuvieron su capital, donde deambulaban los primeros reyes merovingios, los “magos reyes” (que no “reyes magos”), estuvo -¿está?- oculta una mesa tallada en esmeraldas (o cubiertas de esmeraldas), la “mesa de Salomón”, capaz de levitar… y el Grial, un grial fantástico, tallado en una sola gigantesca esmeralda caída de los cielos y desprendida de la frente de Lucifer…
De lo que estoy hablando, entonces, es de mi convicción que en esas bellas tierras del sur francés, codificado en la memoria colectiva u oculto en los intersticios de alguna grieta, se guardan para el devenir evidencias del enigma Annunaki que insinuamos aquí.