Les participo que en la Edición Especial nº 60 de la prestigiosa revista brasilera UFO, dedicada a «Evidencias reales de extraterrestres en el pasado» se publica mi artículo «Extraterrestres en la mitología guaraní». Gracias al equipo de la misma!. Y para quien no pueda acceder a la misma (y le interese el tema), aquí copiamos el artículo:
¿DIOSES COSMONAUTAS EN LA MITOLOGIA GUARANÍ?
Los «guaraníes» conformaban -conforman- una extendida etnia indígena que abarca buena parte del actual Brasil, oeste de Venezuela, Ecuador, parte de Perú, Paraguay y noreste de la actual República Argentina. Nómades, subdivididos en innumerables tribus, clanes y lenguas, su influencia en el mundo posthispánico es indubitable. Se estima sus más remotos orígenes hacia el año 12.000 antes de Cristo, y era obvio esperar que en semejante lapso de continuidad racial la presencia de extraterrestres -evidente en otras culturas del orbe- reclamaría su lugar también en este caso. Así que, estudiando las leyendas y el lenguaje del pueblo guaraní (cuando menos en las áreas geográficas a las que he tenido acceso) me cabe la ocasión de señalar algunas analogías que estimo dignas de interés. Júzguenlas ustedes.
El «yaciyareté» es un geniecillo que según ese pueblo habitaba en las selvas del noreste argentino, en las provincias de Misiones, Chaco, Corrientes y Formosa, describiéndolo como un ser pequeño, de no más de un metro de altura pero bien proporcionado, con una larga cabellera rubia que le colgaba hasta la cintura, vistiendo un ajustado taparrabos y empuñando una «vara dorada» de su misma altura, aferrado a la cual podía elevarse a cierta altura durante algunos minutos o bien, mediante un toque de la misma, prender fuego a lo que le pareciera, inclusive las piedras. Este ser, cuentan las leyendas, solía secuestrar niños de un promedio de cinco años durante dos o tres días, relatando éstos a su regreso que el ente los había alimentado con unos «dulces» muy extraños y deliciosos, contándoles insólitas historias sobre las estrellas y sus hermanos que vivían entre ellas los cuales, aseguraba, algún día vendrían a buscarlo. ¿Se trataría, quizás, de algún extraterrestre, náufrago en nuestro planeta, que como un Robinson Crusoe interplanetario distraía sus horas con los nativos aguardando el rescate de sus compañeros?. De ser así, ¿fue alguna vez rescatado?. ¿O sus restos descansan, junto a los de su nave, en algún punto de la aún hoy inexplorada selva del noreste?.
Es interesante hacer algunas consideraciones etimológicas, esto es, sobre la naturaleza de las palabras. El idioma de los guaraníes (cuyo nombre correcto es «avañeé») es una lengua de yuxtaposición, de donde se puede descomponer un término en otros individuales con significado. Así, «yaciyateré» es una deformación, con el tiempo, de «Iasi-ya-te-mbé». «Iasy» suele traducirse como «luna», pero en realidad es «I-asy» o «cosa luminosa del cielo». En cuanto a «Ya» («i-á») describe a la «serpiente» o, mejor aún, a un «movimiento serpenteante», mientras que «Te» se adjudica a «brusco», «sorpresivo». «Re» en tanto, juega el papel de giro advocativo de «Mbé» cuando se yuxtapone al final de una expresión.
«Mbé» significa «salido de» o «nacido de». con lo cual tenemos: «El ser salido de una cosa luminosa que se desplaza con movimientos bruscos (¿zigzagueantes?) por el cielo».
Más concretamente en Corrientes se le llama, desde tiempos inmemoriales, «Pombero». Analizando la palabra, tenemos: «Po», «campana»; «Mbé» es, como ya viéramos, «salido de», mientras que «Ro» es «chato», «bajo».
Es decir, «el ser salido de una campana achatada» en obvia relación con una de las formas más habituales de lo que conocemos como OVNI. Incidentalmente, es interesante acotar que la «vara», llamada «verá», significa «brillante».
Quizás el accidente de un OVNI
Los hombres de los conquistadores Solís y Gaboto, asombrados por la presencia de trozos de metal brillante y plateado colgando como amuletos del cuello de algunos indígenas -y sospechando que podría tratarse de plata, si bien dejan constancia, asombrados, de la «liviandad del metal»- inquieren a sus traductores sobre la procedencia del mismo. Obsérvese que en la crónica escrita de ambas expediciones se señala la aparente procedencia artificial de los objetos, por su aspecto de trabajados. Los indígenas interrogados responden con la expresión «mbaé verá guasú», cuya traducción sería: «Mba» («recogido de»), «e» («choza» o «casa», es decir, algo manufacturado, no una cueva o hueco); «verá» («brillante») y «guasú» («grande») lo que nos hace acordar de esta expresión: Yaciretá.
Existe una isla, asiento del complejo hidroeléctrico del mismo nombre, que así es denominada. En sus playas es aún hoy posible encontrar unos pequeños objetos arborescentes, de unos dos centímetros, de arena vitrificada cuyo origen es desconocido, a menos que los identifiquemos con las famosas «tectitas», esferoides de vidrio provocado por el gigantesco calor de las explosiones atómicas. «Yaciretá» puede traducirse como «Yacy» o «Iasy» («cosa luminosa del cielo»). «Re» (aquí en el sentido de «Ro» y no «Mbe» pues es aglutinante, y se interpreta como «achatado») y «Ta» (la expresión «i-tá» o «itirá» define a un ente espiritual, compañero dekl hombre que ha hecho un pacto con duendes o seresw superiores, y por extensión una clase de inteligencia y una naturaleza «distinta» de la del humano corriente).
En conjunto, debe leerse como: «la cosa achatada y luminosa del cielo con inteligencia o espíritu» o «la cosa achatada y luminosa del cielo dirigida inteligentemente» o «con inteligencia» (¿tripulantes?).
¿Qué podemos concluir de esto?. Tal vez que en algún remoto pasado, la isla fue arrasada por la caída de un gigantesco navío interplanetario o, como sugieren ciertos estudiosos, hasta su propio origen puede deberse al cataclismo provocado por una gigantesca explosión, tal vez originada en sus propulsores, ya que la geología de la Mesopotamia argentina es extraña, exigiendo convulsiones monstruosas de la tierra en épocas más o menos recientes para explicar su naturaleza. Esa misma explosión puede haber dejado huella en esas pequeñas «tectitas» arenosas a que hiciéramos referencia anteriormente.
Lógicamente y de haber ocurrido, esto tendría que haber sido impresionante para la mentalidad nativa que, al rescatar algunos escasos trozos del fuselaje de la nave, lo conservaron como un regalo de los dioses al pueblo. y si se piensa que el origen de «mbaé verá guasú» puede encontrarse en meteoritos señalamos, además de la ubicación geográfica carente de meteoritos, la particular descripción de los aborígenes: ellos vieron algo plateado, chato, controlado, que luego -y sólo luego de haberlo visto- se accidentó. Un meteorito es una bola de fuego que se precipita a tierra, sin ninguna de las particularidades abundantemente descriptas en la riqueza idiomática del avañeé.
Corresponsales del Cosmos
No es tal vez de las evidencias más contundentes, pero es igualmente interesante rescatar otra expresión idiomática: la de «arandú», que en general se aplica al «brujo» pero no al curandero común sino al que, bajo exaltación mística, se comunica con los dioses, el «chamán». Textualmente, la palabra significa «el que escucha cosas del cielo».