Cuicuilco y la arqueología maldita

Regreso sobre un tema que ya he tratado en algún podcast y artículo: la pirámide circular de Cuicuilco, sita en la ciudad de México. Refiero necesariamente y justamente al amigo Scott Corrales, de Estados Unidos, quien hace más de veinte añosa ya tratara la cuestión en un interesante artículo, relato intenso y bien presentado aunque intuyo que no visitó el lugar; de haberlo hecho, hubiera encontrado evidencias que reforzarían aún más sus hipótesis presentadas.

En efecto, ¿qué hace de tan particular interés a Cuicuilco?. Va “spoiler”: su probable antigüedad, y empleo aquí el término “probable” no como sinónimo de “posible” sino de “demostrable”.

Pero comencemos por una ubicación en espacio, si bien aún no en tiempo. Se encuentra en el distrito conocido como El Pedregal, al sur de la ciudad, área de edificios universitarios y oficinas, muy próximo al pie del Ajusco, el volcán que se columpia sobre la ciudad y una de cuyas bocas, el “Xitle” (“ombligo”, en idioma náhuatl) ha hecho erupción en el pasado y su lava cubierto la zona dándole, precisamente y por ese motivo, el nombre de “pedregal”.

Hasta 1922, el basamento circular (el término “pirámide” no es arquitectónica e históricamente apropiado) estaba cubierto de tierra y vegetación y no se le había asignado una importancia significativa, creyéndosele una colina natural. Ene se año comenzaron excavaciones de arqueólogos mexicanos, que fue cuando descubrieron su naturaleza artificial. Visto desde avenida Insurgentes, a un par de centenares de metros (avenida que cruza CDMX como una columna vertebral) no parece muy llamativa: se levanta sobre el nivel visual unos siete u ocho metros, la altura de un edificio de dos pisos o tres.

Vista aérea del lugar

Se observan algunas construcciones colindantes y ya las primeras excavaciones permitieron observar que en su interior y adyacencias hay un complejo sistema de túneles y cámaras, cubiertos, justamente, por la lava del Xitle. Respecto a su naturaleza -ya hablaré de su antigüedad- se le atribuye posiblemente un origen olmeca (esa magnífica y tan poco conocida cultura que se considera “madre de culturas” en el México preconquista. Recordemos que en náhuatl (se desconoce como los “olmecas” se llamaban a sí mismos), la palabra es la contracción de “Ollin” (espacio y tiempo) y “mécatl” (medición, medir, sistema de medida). Es decir, “los medidores del tiempo y el espacio”). Se acepta de manera consensuada que ya en tardíos tiempos de mexicas, toltecas, tenochcas, era respetado como un lugar ancestral de valor profundamente sagrado, y se hipotetiza que el poblamiento de la cuenca del lago de Texcoco (donde mucho, mucho después se fundaría la Huey Tenochtitlán) se debió al interés de grupos humanos de asentarse lo más próximo posible a Cuicuilco.

El aspecto circular de este lugar no debe confundir (aunque quizás la idea esté en la génesis) de los muy posteriores templos y altares a Ehécatl (aquí todo un debate: el término suele aplicarse a un pretendido “dios del viento”, pero al estudiar la filosofía de la Toltequidad en profundidad se observa que este grupo cultural, absolutamente monoteísta -en contra del concepto erróneo instalado masivamente- entendía la existencia de “emanaciones” de la Divinidad (no dioses) a las que se honraba. En esa línea, Quetzalcoatl (otro término mal traducido: no es “serpiente Emplumada” sino “Serpiente Preciosa”, porque la palabra “quetzal” remite al ave no por sus plumas sino por su belleza) no era “dios”, era la atribución universal de Sabiduría. Ehécatl, entonces, no era “viento”, sino el hálito al hablar; de modo que Quetzalcoatl Ehécatl representaba “la Palabra dada con Sabiduría”. Y como escribía, en siglos posteriores proliferaron en todo el territorio templos y altares circulares, pero su razón de ser no tiene correspondencia con Cuicuilco, nos dicen. O tal vez sí: sospecho que tardíamente, el recuerdo de sabios y hombres de Sabiduría en Cuicuilco podría explicar por qué a Quetzalcoatl Ehécatl, exclusiva y excluyentemente, se le asoció la construcción ceremonial circular.

Sabemos y estamos de acuerdo, entonces, que Cuicuilco era posiblemente olmeca, centro de importancia sagrada y ceremonial que actuó como Gran Atractor demográfico en la región. Pero el problema hace una verdadera “grieta2 cuando se trata de hablar de su antigüedad. ¿Porqué? Porque las primeras dataciones, hace casi un siglo y sostenidas en las décadas siguientes, especialmente por los geólogos norteamericanos Bryan Cummings y George Hyde, le asignaban la asombrosa data de entre el 7.000 y el 5.000 A.C. Y esto chocaba -y sigue haciéndolo- con la cronología “oficial”. Generó tanto revuelo y resistencia en el mundo académico que hoy en día se repite como un sonsonete que, en todo caso, corresponde al 700 o 900 A.C., y no más. Pero hay severas observaciones que hacer.

Cuando visité Cuicuilco por primera vez, allá por 2008, supe escribir un artículo (ver) donde dejaba entrever la posibilidad que ni siquiera fuera olmeca y, por qué no, tal vez Atlante. Y no me retracto. Porque hace apenas unas semanas pude visitarla nuevamente, y sólo encuentro argumentos para reforzar mi convicción sobre su antigüedad.

Veamos. De aquél entonces a hoy, una de las cosas que han avanzado es la excavación de los laterales de la construcción, buscando llegar al suelo original fundacional. Y hoy es posible el apasionante espectáculo de caminar alrededor de ella -tiene unos cuarenta metros de diámetro nivel del suelo actual- y observar cómo continúa en las profundidades, aproximadamente unos doce o catorce metros. Es decir, ese modesto “basamento” que se ve desde la venida sería una edificación de, cuando menos, unos veinte metros de altura. Y aquí comienzan los problemas para los academicistas.

Cuicuillco, y en el fondo edificios de la ciudad de México

Porque la pretendida antigüedad de 2.700 o 2.900 años se estableció en base a las fechas probables de erupción del Xitle. Dos, hasta donde hace pocos años se sabía: una, muy determinada, en el 75 D.C., y otra aproximadamente entre el 470 y el 720 A.C. Pero el asunto es que al continuar excavando se descubre el sedimento de otra erupción alrededor del 5.000 A.C. Y, por debajo de él, continúa la “pirámide” (y recuérdese que aún no se ha excavado en su totalidad por cuestiones presupuestarias). Esto significa, de mínima, que es anterior al 5.000 A.C (y recuérdese que aún resta por profundizar la excavación y vaya a saberse qué se encontrará). Como dije, esto es violento para una Arqueología negada a aceptar que en épocas tan remotas pudo haber algo más que cazadores recolectores en la región. Pero nos catapulta a otra pregunta fascinante: esa antigüedad -y no digamos si sigue acentuándose en nuevas excavaciones- nos aproxima al Dryas Reciente, el evento catastrófico que provocó un casi apocalíptico final de la especie humana a finales del Pleistoceno y Comienzos del Holoceno, esto es, aproximadamente 11.000 años A.C. Concordantemente con la sugerida desaparición de la Atlántida, de forma que la teoría que Cuicuilco puede ser una tardía evolución de una colonia atlante en el exilio o sobreviviente de la catástrofe adquiere otra dimensión. A este enigma habría que sumarle la especulación sobre cuántas construcciones contemporáneas a Cuicuilco puede haber sepultadas en El Pedregal aún y que posiblemente nunca se recuperarán porque el avance edilicio de la ciudad hace imposible su recuperación.

Sumemos a esto otra consideración: si la antigüedad de Cuicuilco fuera un caso aislado, los academicistas pueden argumentar que para “probar” la existencia de un horizonte cultural contemporáneo a esa fecha una golondrina no hace verano. Lo interesante es que están floreciendo nuevas evidencias. Tomemos el caso de Huapalpalco, en el estado de Hidalgo: está demostrada la continuidad habitacional humana desde hace 14.000 años. El ”teocalli” (otra vez, mal llamada “pirámide”), que se atribuía al siglo VII A.C., cada vez está quedando más en evidencia que es reconstrucción tardía de un centro ceremonial en el lugar muy, muy anterior, especúlase del 2.000 A.C. (recordemos que, entre los enigmas del lugar, está el hecho que en una cueva conocida como El Tecolote -una especie de búho autóctono- se encontró una punta “Clovis”. Recordemos que la “cultura Clovis” es considerada -nuevamente; por los academicistas- como la “ola migratoria” en americana que pasó por el estrecho de Bering aproximadamente en el 11.000 A.C., sobrevivientes del Dryas Reciente. Aunque hay muchas pruebas-que no agotaremos aquí- que la presencia humana es muy anterior, que los Clovis se hayan asentado en Huapalpalco y sostenido su continuidad hace pensar en un grupo de nómades sobrevivientes de un desastre que eligen un lugar de residencia y se ponen a reconstruir su civilización anterior a la cuasi destrucción. No tan lejos, después de todo, se halló al “hombre de Tepexpan”, considerado una de los fósiles humanos mejor preservados hallado en territorio mexicano y -esto es lo extraño- asociado su entierro a huesos de mamuts. Ahora bien, los mamuts, tigres dientes de sable, megaterios y otra fauna correteaba por allí hasta el Dryas Reciente (e inclusive es posible que aún después, aunque ya en franco proceso de extinción, hasta fechas tan tardías como el 4.000 A.C., tanto en América como en otros puntos del planeta), así que es evidente que la región se encontraba intensa y permanentemente ocupada por humanos desde el Dryas, si no antes.

En lo que a Cuicuilco respecta, entonces, se profundiza (literal y metafóricamente el misterio cada vez más sólido de un antigüedad que obligaría a reescribir los libros de Historia (frase que seguramente nadie dijo nunca). Y aquí debo comentar una -hasta ahora mera- presunción: creo que se nos está vedando de manera cada vez más extemporánea el acceso a posibles y complicados descubrimientos arqueológicos. Cuando esta ola de maravillas gana conocimiento público (me refiero a más evidencia de antigüedades por sobre la cronología oficial o, como el caso del Templo de Quetzalcoatl en Teotihuacán, el descubrimiento de su túnel y cámara bajo el templo con restos de mica y mercurio), de pronto, y no sólo en México, con el pretexto de “preservarlo de los turistas” ya no se puede acceder a muchos lugares. No pueden ustedes ascender a la Pirámide del Sol y la de la Luna en Teotihuacán. Y no se puede acceder -como sí hice tantos años atrás- al laberinto bajo Cuicuilco (al margen: un laberinto bajo una pirámide circular es el epítome de los sueños borgianos). Es posible que de preservar se trate, aunque se me ocurre que hay muchas formas de gestionarlo: como he visto en Machu Pichu en Perú y La Alhambra en Granada, España, eso se logra reduciendo el número de visitantes autorizados por día. Pero aquí no; de buenas a primeras ya no se permite el acceso. La Plandemia fue la excusa inicial; cuando el paso del tiempo la hacía insostenible como excusa, “refacciones” y ahora, “preservación del turista”. Si una sola de estas excusas fuera válida, seguiría siendo la misma, peor la sustitución de una, repito, excusa por otra prueba que son precisamente eso: excusas. Por cierto y como ejemplo: del museo de sitio de Tula ha desaparecido una cabeza de piedra hallada en el sitio con rasgos y tocado absolutamente egipcio, que alcancé a fotografiar. Y del museo de sitio de Xochitécatl, una estatua de un metro de altura absolutamente tiwanakota (que también supe ver y fotografiar). Saque cada uno sus propias conclusiones.

Un comentario de “Cuicuilco y la arqueología maldita

  1. Eliana dice:

    Hola, muy interesante su artículo. Quería referir que la escultura en piedra, tiene rasgos similares a los mohair de la isla de Pascua. Gracias por compartirnos su sabiduría

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *