Ante la inmensidad del cielo estrellado, surge la pregunta: ¿Soy insignificante o importante?. De mí depende. De mí depende, a partir del momento en que comienzo a comprender cuál es mi misión, mi tarea de ser humano. Aceptemos la analogía que el momento del nacimiento es comparable con el momento en que se expresa un pensamiento o se realiza en acto un propósito. Invirtamos esta idea: ¿qué hubiera ocurrido en caso de que tal pensamiento jamás hubiese sido expresado, en que tal propósito jamás hubiese sido llevado a la vía del acto?. ¿Qué hubiera ocurrido en caso de que Mozart, por ejemplo, hubiese conservado sus obras en la cabeza, sin transmitirlas jamás al mundo?. ¿No hubiera bastado con que todos los creadores que existieron en la vida cultural de la humanidad —sea para bien o para mal— se hubiesen limitado a llevar sus ideas en la cabeza, sin intentar expresarlas?.
Todo artista sabe que eso no basta, que sólo el “realizar” la obra (expresándola), al convertírsele la obra en peldaño que le permita a su creador subir a mayor altura, cumple con la deuda de vocación que hasta entonces debía al espíritu de su tiempo. Lo mismo ocurre con la Tierra y el hombre; en tanto trabaja el hombre conscientemente en su propia evolución, colabora a la vez en la evolución de la Tierra.
Y la evolución consciente quema el Karma.
O como lo expresara (con mucho más brillo que este oscuro servidor) Schiller, cuando
escribió:
“Labor que nunca trae fatiga,
que para el edificio eterno
su arena grano a grano aporta,
mas de la deuda de los tiempos
minutos, días, años borra”.
muy bien gustavo
muy bueno!