Cómo intoxicar la Historia Prohibida

Si tuviera que redactar un Manual sobre el “know how” de la manipulación histórica, un compendio de intoxicaciones de la Verdad de los hechos, un “hot sale” de mercadería podrida (como suele decirse en periodismo), comenzaría sin duda por dos procedimientos básicos: la destrucción y la confusión. Y penosamente la historia de la Humanidad está sobrada de ejemplos, al punto que siento que habla tristemente de la humana estulticia la ingenuidad de suponer que lo que llamamos “historia prohibida”, o la especulación sobre civilizaciones desaparecidas es una tontería propia de fantasiosos consumidores de material de poca seriedad y que el academicismo oficial es coherente y consistente con su autopretendida honestidad de preservar la “verdadera historia”. De esto se ha escrito mucho, es cierto: pero me resulta interesante regresar con dos ejemplos concretos, estimulando en el lector la reflexión de permitirse un sano escepticismo sobre esos doctos textos académicos. Por cierto: habitualmente se usa la expresión “escepticismo” para definir la incredulidad o, cuando menos, la puesta en duda de teorías ufológicas, conspiranoicas, metafísicas, etc, y “escépticos” a los que se pretenden cultores de ese racionalismo. Permítanme desilusionarles: los verdaderos “escépticos” somos nosotros, los buscadores de OVNIs, eventos parapsicológicos y criaturas críptidas, precisamente porque ponemos en duda el conocimiento oficialmente institucionalizado. Puede parecer un tema menor, casi una tontería, y el error sería verlo así porque es de formas como ésta que se manipula el ideario colectivo (como cualquier lacaniano advertiría).

Así que me enfocaré, decía, en dos ejemplos, uno de “destrucción”, otro de “confusión”.

Las bibliotecas que no pudieron ser

Se ha mencionado sin duda muchas veces, peor el común de las gentes parecen no tener perspectiva de la monstruosidad de la destrucción a través del tiempo del saber acumulado en masivas bibliotecas, aún cuando hablamos solamente de las conocidas (porque con todo derecho podemos suponer que no quedó de otras sobre las cuales, justamente, se destruyó hasta el recuerdo mismo de la destrucción). Una enumeración en mi propia biblioteca (que espero tenga mejor destino):

  • Las sucesivas destrucciones de la biblioteca de Alejandría. Primero, en tiempos de Julio César, 700.000 volúmenes. Y una parte sobreviviente, por orden del califa Omar, en el 646 DC.
  • En el 240 AC el emperador chino Tsin-Hoang dio orden de buscar y destruir todo texto en su imperio (con el modesto y humilde propósito que las generaciones venideras creyeran que la civilización había comenzado con él)
  • En el 295 DC el emperador Diocleciano dio orden de destruir todo texto de química, física y matemática para impedir la continuidad de la formación y experimentación de nuevos alquimistas que pusieran en riesgo la “economía del Imperio” (recordemos que éste fue el mismo emperador que quiso fijar “precios obligatorios” para todo el comercio: huelga contar que fracasó estrepitosamente).
  • En el 373 DC el emperador Valente hizo quemar todo libro no cristiano. En el proceso, fue saqueada y quemada la famosa colección de Pisístrato de Atenas y los papiros del Templo de Ptah, en Memphis, Egipto, más 200.000 volúmenes de la biblioteca de Pérgamo.
  • Año 146 AC y los romanos incendian la biblioteca de Cartagena: 500.000 volúmenes.
  • En el 700 DC León Isáurico haced lo mismo en Constantinopla: 300.000 textos.
  • 673 DC y los ejércitos árabes, tras completar la conquista de Irán, destruyen todos los escritos de los seguidores de Zaratustra.
  • 1109 DC y tras la toma de Trípoli, los Cruzados arrojaron a la hoguera más de 100.000 libros musulmanes sólo concernientes a ciencias.
  • 1490 DC y reconquistando Andalucía, 24.000 libros también de ciencias son quemados por orden del cardenal Jiménez, sucesor de Torquemada.
  • En 1562 Diego de Landa, obispo en Yucatán y brazo territorial de la Inquisición, destruye -entre otras obras- un número indeterminado (pero que se estima en unos 5.000) códices mayas.
  • Ya en 1900 los ejércitos europeos que invaden China en la llamada “Guerra de las legaciones” incendian la biblioteca de Pekín, desapareciendo un estimado de 300.000 ejemplares, entre ellos la primer “enciclopedia” de 11.000 volúmenes.
  • A lo largo de algunas décadas, monjes irlandeses destruyeron unos 10.000 manuscritos rúnicos escritos sobre corteza de abedul.
  • La invasión de China a Tibet a partir de 1950 implicó la destrucción de 2.500 monasterios con sus bibliotecas y depósitos de artefactos y elementos antiquísimos, salvándose solo 7. De 100.000 monjes y religiosos que vivían en ellos, sobre vivieron poco más de 100.
  • La dominación nazi sobre Europa buscó la destrucción de la literatura judía, multiplicándose las hogueras de centenares de ciudades y pueblos: el número de textos destruidos, muchos irrecuperables por ser manuscritos o ejemplares únicos antiquísimos, es incalculable.

Distracciones de los grandes manipuladores

La teoría que deseo compartir aquí es sencilla: el ambiente del “misterio” abunda en casos descalificados por la “ciencia”, donde las evidencias de civilizaciones desaparecidas, enigmas del pasado, hallazgos que chocan de frente contra lo establecido abundan en cantidades que hacen desconfiar. Citaré algunos, con la seguridad que el lector conocerá bien unos, de referencias otros y posiblemente alguno le sea desconocido:

“Piedras de Ica” (Ica Stones)
  • Las “piedras de Ica”, magnífica biblioteca em rocas -cantos rodados o piedras pulidas- que formaron parte de la investigación de toda la vida del doctor Jaime Cabrera. Estas rocas, de andesita, muestran grabados donde conviven seres humanos y animales del Jurásico, o bien se ven individuos aparentemente efectuando observaciones astronómicas con instrumental fuera de época o realizando intervenciones quirúrgicas avanzadísimas. Ubicadas en un “museo de sitio” en Ocucaje, Perú, son generalmente consideradas como un fraude, pese a que , por ejemplo, En 1613, el cronista indígena Juan de Santa Cruz Pachacuti reflejó en su obra “Relación de las antigüedades deste Reyno del Piru” la existencia de piedras grabadas («mancos») cerca de Ica, en tiempos del inca Pachacútec. Las investigaciones han identificado a algunos lugareños que, aprovechándose del entusiasmo y buena fe del doctor Cabrera, tallaron piedras y se las vendieron en grandes cantidades.
  • Las colecciones del padre Crespi, en Cuenca, Ecuador. Pretendidamente originarias de la Cueva de Los Tayos y archipublicitadas por Erich Von Daniken en su obra “El oro de los dioses”, estas planchas -miles, al punto que sobrevivieron a la destrucción de muchas de ellas en dos incendios en su improvisado museo y el expolio de la misma Orden Salesiana tras la muerte de su propietario: hoy, el excedente -que hemos visto y comentado en persona (Ver «Actualización sobre la Cueva de los Tayos: las colecciones del Padre Crespi») atestigua la certeza que a partir de algún momento (y en contra de lo que se supone, el propio Crespi no era ignorante de ello) los lugareños trabajaban láminas de cobre (en el mejor de los casos) o simplemente latón y se lo llevaban para vendérselo, contando historias de haberlas traído “de la selva”.
  • Las colecciones de animales antediluvianos en Acámbaro, México. Nuevamente, casi un espejo de la historia del doctor Cabrera: aquí, el arqueólogo alemán Waldemar Julsrud realizando excavaciones al pie del cerro de El Toro, en las afueras de Acámbaro, Guanajuato, encuentra figuras de cerámica a las que las primeras investigaciones les atribuyen una antigüedad cercana a los 4500 años. Son verdaderos “ooparts” (“out of place artifacts”, “artefactos fuera de lugar”) pues muestran dinosaurios (que sus fabricantes no pudieron haber conocido) interactuando con humanos (que jamás coexistieron). Nuevamente, la enorme cantidad de las mismas tiene su origen en que muchos pobladores visitaron durante años el Museo vendiendo sus “hallazgos”.
  • Las piedras de Roanoke. Esta historia es quizás la menos conocida. La “colonia perdida de Roanoke” es todo un clásico de los misterios norteamericanos: se refiere a lo que trató de ser la primera colonia inglesa establecida en tierras americanas, allá por 1570, que terminó en desastre. Ciento setenta pobladores se desvanecieron en la nada y durante siglos todo fue especulación, hasta que en 1937 aparece una piedra en una ubicación cercana que relataría la tragedia: enfermedades y el ataque de los indígenas iban mermando poco a poco a los pobladores. A partir de la publicidad dada al hallazgo de esta piedra testimonial, más de otras 40 fueron apareciendo (y vendidas a los investigadores) por obra de granjeros locales.

En todos estos casos, tenemos como común denominador la idea instalada -de hecho, salvo medios especializados, cualquier referencia en la cultura popular y los ámbitos de “divulgación científica” los trata, definitivamente, como fraudes, fundamentalmente basado en el hecho del número impresionante de ejemplares y que muchísimos de ellos son comprobadamente fraudes (lo que, como ya anticipamos, es correcto).

Esa “generalización” del fraude hace que el bosque impida enfocarnos en el árbol: porque en todos y cada uno de estos cuatro casos, hay una raíz, un “primer ejemplar”, un puñado mínimo de testimonios absolutamente reales. En el caso de Roanoke, por ejemplo, es casi una certeza que la primera hallada, la llamada “piedra Dare” es absolutamente auténtica, peor todas las posteriores, falsas. En la “colección Crespi” y aún opinando sobre lo poco que ha sobrevivido, es evidente que algunas piezas son de inestimable valor arqueológico y la inmensa mayoría, latón tallado con mayor o menor arte (recordemos que la ciudad de Cuenca conserva una larga tradición de decoradores en latón y aún en casas señoriales y familias patriarcales sobreviven ejemplos -de cuestionable gusto estético, si me permiten decirlo- donde enormes planchas de latón plateado o dorado , cincelados con motivos sobrecargados de tipo religioso o floral cubren paños de paredes o amplios cielorrasos- Lo mismo ocurre con las primera “piedras de Ica” y los hallazgos iniciales de Julsrud: las masivas falsificaciones vinieron después. Y provocaron un resultado: aquella generalización descalificativa de la que he escrito.

Ahora bien, ¿esto es sólo producto colateral e indeseado de la ambición económica de los falsificadores? ¿O hay una “intencionalidad” de “intoxicar”, de vender “mercadería podrida”, de confundir y desalentar el sumergirse en estos aspectos maravillosamente ocultos de la Historia?. No tengo pruebas pero tampoco dudas: consciente de la existencia de individuos, de órdenes, de poderes en las sombras que a través de los tiempos han influido, intercedido y cooptado hechos, protagonistas, conocimientos y recuerdos, manipulando individuos y sociedades, este “modus operandi” tan extrañamente común y uniforme me parece más parte de una estrategia conceptual que la consecuencia de humanas y ambiciosas pasiones individuales.

Así, entonces, entre destrucciones y confusiones hábilmente dirigidas y planificadas (no se compliquen: es tan sencillo, a través de interpósitos agentes, “sugerir” a algunos pobres pobladores locales la idea, facilitarles quizás algún parte de instrumentos y el consejo de no hacer demasiadas preguntas a quienes sugieren un rápido y lucrativo ingreso de dinero extra…)

Un comentario de “Cómo intoxicar la Historia Prohibida

  1. Josep Serneguet dice:

    La informacion que aportas es totalmente cierta, incluso va mucho más alla.
    Te recomiendo visites mi web, incluso te diria que leyeras mi libro, que actualiza las Piedras de Ica, de 2001 hasta 2023, creo que te abrirá nuevas perspectivas sobre la brutal desinformacion aue nos aplican sustematicamente.

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