Promediaba el siglo XVI y transcurría la guerra de España contra los Países Bajos por el territorio que entonces se llamaba Flandes cuando una frase comenzó a hacerse popular: “clavar una pica en él”. Remitía a una operación difícil pero que se justificaba por hacer acto de presencia en el lugar. No resolvía el conflicto clavar una “pica” (una lanza corta de infantería) en el lugar, pero era dejar una impronta. Y sentar un precedente con la intención de articularlo con acciones posteriores. Y desde entonces, la frase –que estimo deliciosa por historicidad y remembranzas) se emplea para aquellas acciones que si bien no resuelven definitivamente nada ni aportan respuestas, son más un logro personal, una remisión al “yo estuve allí”.
Yo he clavado mi propia pica en Roswell.
El hecho es mundialmente conocido. Entre el 4 y el 5 de julio de 1947 (el dato es indefinido), durante una tormenta estival, algunos habitantes de Roswell y el ranchero Marc Brazel vieron caer del cielo algo que definieron como “un bólido de fuego” estrellándose, no en Roswell (como perdura en el ideario popular) sino en Corona, a unos 50 kilómetros del pueblo. Si citamos a Brazel es, precisamente, porque en sus tierras halló los restos que despertarían tanta controversia, y éste es un detalle al que regresaremos luego, por ser fundamental. En rápida y por ello, necesariamente incompleta e injusta síntesis, podemos decir que informados por Brazel los oficiales de la cercana base aérea (el Batallón 509 de Bombarderos, mismo que fue responsable de arrojar la bomba atómica sobre Hiroshima) con el hoy famoso Jesse Marcel a la cabeza, se dirigieron al lugar y durante varios días estuvieron recogiendo los “restos metálicos extraños” que se habrían eocntrado. La misma base emite un primer comunicado diciendo que la USAF había encontrado los restos de un “platillo volante”, pero dos días después se obliga al oficial Marcel a aparecer públicamente desmintiendo esa información y, atribuyéndose un “error personal”, decir que lo hallado era un “globo sonda” de investigación metereológica, exponiéndose así a un escarnio que no desapareció con las décadas. Durante años la cosa pareciò esfumarse, hasta que pasadas un par de décadas y de la mano de investigadores OVNI recupera exposición pública. Es cuando, en los años ’70, la USAF reaparece con otra explicación (en tiempos en que comienza a correr el rumor que además de los restos se habría recuperado los cadáveres de presuntos tripulantes extraterrestres): se trataría de “dummies” muñecos de plástico y madera símil humanos que habrían caído de un globo de experimentación estratosférica y confundidos con alienígenas. Y en los ’80, la misma USAF, olvidando sus explicaciones anteriores, vuelve a aparecer en escena afirmando que en realidad se trataba de un globo del “experimento Mogul”, un experimento ultrasecreto destinado a detectar desde las capas altas de la atmósfera los efectos de experimentos nucleares igualmente secretos de la Unión Soviética.
Fueron los tiempos de la mediáticamente difundida (y tan denostada) “autopsia de un extraterrestre”, comercializada a nivel mundial por Ray Santilli. Tiempos en que un ex mayor del ejército norteamericano, Phillip Corso, publicaba su libro “El día después de Roswell” donde iba más lejos aún, sosteniendo que buena parte de la tecnología tan doméstica hoy (microondas, fibras ópticas, etc.) devino de lo recuperado en ese accidente de una nave extraterrestre. Y se intensificó un debate mundial que solamente no ha cesado (aunque cada parte cree tener todas las respuestas) sino que continúa presentando aristas interesantes. Así que ahora, con el permiso de los presentes, vengo a sumarme.
Afilando la punta de la pica
Fue la oportunidad gesta del amigo Orlando Rodríguez y su esposa Carmen, de Tyler, Texas, que desde hace años vienen bregando por una conferencia mía en su ciudad. Y este año de 2017, materializaron el proyecto, donde esa conferencia es apenas una anécdota al lado de lo que me resultó tanto más enriquecedor: compartir una quincena de viajes e investigaciones en el sur de Estados Unidos –allí íbamos, sumando millas, este adorable matrimonio, su hijo Orlandito y yo- de las cuales era un hito especial visitar Roswell. Y ver qué podíamos averiguar.
No me hacía demasiadas expectativas, toda vez que hace años que he aprendido que la mejor manera de no desilusionarse en la vida es no ilusionarse primero. Quería conocer el famoso “Museo UFO”, más por cholula curiosidad turística que en espera de encontrar algo nuevo. Y me sorprendí gratamente. Pero no nos adelantemos. No soy tan ingenuo para sostener que una vista de un día me hará un agraciado del Universo descubriendo todas las respuestas. Pero sostengo –por ello lo hago- que estar “en el lugar”, hacer una “inspección ocular” permite construir el “teatro” de la información tantas veces leída o visualizada, cruzar contextos, mirar a los ojos a personas del lugar. Y modificar perspectivas, ratificando o rectificando algunos tips. De eso, hubo mucho.
El museo me sorprendió. Sumamente profesional –en términos turísticos- en su concepción, no es (como escépticamente creía a priori) una modesta edificación con algunos recortes periodísticos y un par de maquetas. Extenso, bien distribuido, combina con acierto los dioramas para el turista de poca exigencia (aliens y ovnis luminosos en animatronics lanzando gases y luces) con mucha documentación de época, reportajes visuales a testigos del incidente aún vivos hasta hace unos años, material y fotografias recogidos sobre el terreno. Y algunas sorpresas:
En el museo se explica detalladamente cómo una expedición conformada por arqueólogos profesionales visitara el sitio de la caída en setiembre de 2002. El equipo pertenecía a la Universidad de Nueva Méjico, y su informe final decía, parcamente, haber encontrado “evidencias indefinidas de posible validez histórica”. William Doleman, jefe del equipo, se negó a aceptar públicamente que se tratara de restos de una nave extraterrestre, por lo que cierto periodismo –tendencioso o de lectura ligera, vaya a saberse- concluyó que todo “era un fiasco”. La verdad es otra: como se explica detalladamente en el museo, las excavaciones –centradas en tamizar la tierra removida en 1947- encontró más restos, éstos dorados –aquellos primitivos eran color plata- que se derivaron para análisis. Los resultados simplemente señalaron que se trataba de “aleaciones de extremo grado de pureza” y todo pareció haber caído en el olvido. Pero realizar esa exploración, financiada por la Tv norteamericana, costó ciertas negociaciones: en 1998 las extensísimas propiedades –que alguna vez fueron de Brazel- fueron compradas por una firma, “L&S Cattle Co.”, dedicada a la explotación ganadera, la que, hace unos cuatro años, decidió no volver a permitir el acceso público al lugar.
Pero regresemos al museo. Además de esa parte “turística” ya mencionada, lo que me asombró particularmente es que está concebido como un espacio para la investigación. Efectivamente, el mismo cuenta con dos amplísimas salas colaterales, una de ellas una biblioteca disponible para todo público (calculo con un par de miles de libros en inglés) y otra más, con colecciones de material donados a través del tiempo por investigadores: publicaciones imposibles de conseguir en Internet, fichas manuscritas de casuística OVNI de cuatro o cinco décadas, fotocopias, millares de fotocopias amarillentas de reportes, recortes periodísticos y un interminable etcétera. En ambas salas, dos enormes mesas para conferencias y cómodos asientos esperan a los ufólogos que decidan instalarse unos días en la ciudad y acometer el trabajo de bucear en ese ingente inventario de materiales documentales.
Y debo detenerme aquí. Porque si ustedes piensan que el museo es sólo ocasión de una visita rápida, unas fotos y comprar algún “souvenir”, están completamente equivocados. Tiene respuestas. Sólo que hay que saber mirar. Y helas aquí.
Respuesta número 1: Como dije anteriormente, la USAF planteó en los años ’70 la “explicación” que los cuerpos pretendidamente extraterrestres se trataban, en realidad, de “dummies”, es decir, de muñecos para evaluar consecuencias de impactos y otras exigencias de la investigación aérea. Los dummies exhibidos en el museo son de esa época. Lo que la explicación oficial olvidó mencionar (y los medios periodísticos que la recogieron obviaron investigar) es que los dummies fueron empleados a partir de 1953 (de hecho, el proyecto de creación de los mismos es de 1952) y el caso que nos ocupa es de… 1947.
Respuesta número 2: “Pero –se me dirá- ese error es comprensible porque, como años después la misma Fuerza Aérea explicó, aún entonces era secreto el proyecto Mogul, sólo que había que dar una explicación”. Explicación para nada convincente. Ya que la historia de los dummies fue una rápida e imprecisa respuesta al cuestionamiento de la presencia de cuerpos, no de restos metalizados…. Que es lo que trata de explicar el proyecto Mogul. Y entramos de lleno en esta “explicación”. Los globos de este proyecto eran llenos de helio –gas no inflamable, es importante recordarlo- y de una larga cuerda colgaban tetraedros de papel aluminio montado sobre armazones de varillas de madera. Sí, esa misma “varilla” que, según dicen, presentaba cinta adhesiva con detalles dibujados de color púrpura que sería lo que algunos testigos, al verlos, confundieron con “escritura alienígena”. Globos de –repito- gas no inflamable, larga cuerda, tetraedros de papel aluminio y listones, varillas de madera. Cuando Jesse Marcel hace su segunda aparición frente a periodistas es lo que exhibe como “prueba” de lo hallado. Pero… en el museo de Roswell no solamente es posible leer los originales, verdaderos recortes periodísticos de esos días. También, escuchar en off la grabación de la emisora radial local, las dos tandas informativas previas a la conferencia “explicativa”. En una, informa la observación de la caída de aquél “bólido de fuego” (¿recuerdan?). En otra, el hallazgo de los restos por Brazel. Esa caída, la noche previa al hallazgo, fue vista por Dan Wilmout y su esposa, sentados en mecedoras en el porche de su casa. Por Steve Robinson, que conducía un camión lechero de regreso a su hogar. Por el propio Marc Brazel, también sentado frente a su rancho en el desolado desierto viendo llegar la tormenta. Precisamente porque lo vio caer, es que supo al otro día dónde buscarle en una extensión tan inhóspita. Búsqueda que no hizo solo: primero se acercó al rancho más cercano, de su vecino apellidado Proctor, preguntádole si quería acompañarle y ante el desinterés de éste, invita –y se le permite- llevar a Dan Proctor, hijo del mismo, con quien encuentra los restos. Es luego cuando se dirige a la base militar y comunica a los oficiales el hallazgo. ¿Y qué es de todo esto tan importante, dirán ustedes?. ¿Es que nadie se ha dado cuenta?. Un globo, Mogul o sonda, no estalla y cae como un “bólido de fuego” a tierra. El helio es incombustible. El papel o tela metalizada, también. ¿Las varillas de madera?. ¿Acaso puede suponerse que si esas varillas, por el motivo que fuere, se incendiaran a miles de metros de altitud, llegarían aún encendidas a tierra?. ¿Y semejarían un “bólido de fuego”?. Precisamente porque en esa tormentosa noche cerrada cayó así es que Brazel lo advirtió y pudo buscarle. Está claramente explicado en los recortes de la época. Si hubiera sido un globo habría caído en silencio y oscuridad, y vaya a saberse cuánto tiempo transcurrido hasta ser hallado. Los mismos militares, en la “versión oficial” señalan esto: Brazel “ve caer restos incendiados”, busca, halla lo que no entiende avisa a la base y ellos identifican al “globo”. ¿Brazel mintió y no vio caer nada “incendiado”?. ¿Porqué los militares admiten a los periodistas de la época que sí lo había hecho?. ¿Si no estaba en llamas, qué le habría llevado a buscarle al día siguiente?. Déjenme hacer una ambientación antes de continuar. Como escribí y en contra del error popular, el objeto no cae en Roswell, sino en Corona. Buena parte de la carretera hacia allá es asfaltada pero otra buena parte es de tierra, de terracería, concretamente la B020. Tardamos dos horas y media en llegar, en nuestra moderna camioneta con la mitad de camino de una carretera que no existía en aquél entonce. Todo es un inmenso, inconmensurable desierto. No cruzamos ni una persona en todo ese tiempo. Pero a seis millas del lugar, una cerca prohíbe hoy el paso. Aquí ocurrió lo que en el museo y otros comercios de la ciudad nos habían advertido: los actuales propietarios –o el Gobierno, según las fuentes- no querían accesos públicos al lugar. Hoy, es lo más cerca que se puede llegar, y a unos seiscientos metros del acceso está aún el que fuera el rancho de Brazel desde donde sin duda se vigila si alguien tratara de entrar subrepticiamente. Y con la policía de Nuevo Méjico no se juega. Ahora bien, la inmensidad es tal que si Brazel no hubiera tenido una referencia previa no habría pasado “por casualidad” por el lugar. Pero luego contaremos algo más sobre el sitio. Volvamos al museo.
Respuesta número 3: ¡Qué poco se habla de esa expedición arqueológica!. Y, sin embargo, es un hecho: “algo” encontraron, de dudosa naturaleza, según sus propias palabras, pero que “amerita investigaciones posteriores”, lo que es una forma de decir la fuerte presunción que en el sitio del “ufocrash” aún espera algo más.
Respuesta número 4: Hay notas de color en ese museo. Por ejemplo, la desconfianza y recelo que después del acontecimiento Marc Brazel despertó entre los otros habitantes del lugar. ¿Porqué?. Porque este ranchero, quien era descripto –está allí, en las amarillentas páginas de exposiciones frente a la policía hechas en los años 70 por hijos de algunos testigos de la época, exposiciones certificadas por el “Marshall”- quien era descripto como “carente hasta de un nickel” (una moneda) sorpresivamente aparece con una camioneta nueva, reluciente, hace exhibición de dinero y durante unas semanas es prudentemente seguido a distancia por un vehículo militar. Tiempo después, Brazel vende la propiedad y se muda del condado, y jamás vuelve a hablar del episodio.
Respuesta número 5: Es conmovedor leer, en los paneles del museo, las declaraciones y ver las fotografías, en película ya envejecida como que son de los años 80 y 90, de los entonces habitantes ancianos de Roswell que en las postrimerías de su vida ratificaban tantas historias: la presencia de cuerpos extraños en la base, los rumores asustadizos y angustiados que personal civil de aquella comentaba en voz baja en bares y comercios en los días siguientes, la desaparición de un par de ellos que parecen haber hablado demás: allí están el ayudante del sheriff, el propietario de la casa mortuoria, tantos nombres y historias repetidos hasta el cansancio pero aquí avalados por quienes, conscientes de su cercanía a la muerte, sabían que pronto estarían lejos de cualquier amenaza militar. La filmación de un ya muy anciano Jesse Marcel, diciendo que por fin podía hablar de lo que había callado en tantas décadas, y que ratificaba sus primeras declaraciones… sólo se me ocurre pensar que el desconocimiento –si no una mediocre mala fe o un seudo escepticismo de aparecer como “científicos”- puede llevar a algunos ufólogos a desmerecer lo que ocurrió allí. Pero había que ir allí.
En medio de la nada
Sabíamos que seguramente no podríamos llegar al mero sitio, pero la idea era aproximarnos lo más posible. Como dije antes, lo hicimos en extraña, completa soledad. O no tan extraña: es muy particular la psicología del norteamericano medio. Cuando visitamos el museo había un buen número de visitantes (pero yo era apenas el segundo argentino en hacerlo, por lo menos, eso parecía indicar el alfiler clavado en el mapa mundial de visitantes) procedentes de las partes más diversas de USA. Algunos de ellos también consultaron sobre el sitio del accidente, y recibieron las mismas respuestas que nosotros: soledad, lejanía y prohibición. Y bastó para desalentar a (casi) todos. El norteamericano medio emprendería esa travesía dotado de un equipamiento ultra sofisticado, cómo no (mientras que nosotros, bien latinomericanos, nos bastaba con unas botellas de agua y el tanque de combustible lleno) y, menos aún, si el “gobierno” u otra umbrosa fuente prohibía el acceso. Como ya he anticipado, a seis millas, unos diez kilómetros de donde el GPS nos señalaba el sitio de la caída, una cerca, cerrada, nos prohibía el acceso. Pero el estar ahí también sumó otras respuestas:
Respuesta A: Brazel no estaba entonces lejos del sitio donde cayó el objeto no identificado, lo que explica que en la mañana, en pocas horas, pudiera localizar el lugar. Si su rancho hubiera estado más alejado, como los otros de la región, difícilmente hubiera determinado con precisión el punto, en una geografía monótona con difíciles referencias visibles.
Respuesta B: Comenté que la extensísima propiedad pertenecía desde 1998 a una empresa: “L&S Cattle Co.”, dedicada a actividades ganaderas. Pues bien: sólo se observan doce vacas. No es zona de pastizales por miles de kilómetros cuadrados, y no se entiende semejante extensión para un número tan exigüo de animales. Pero hay más, una búsqueda en Internet muestra la presencia de otras empresas “L&S”…. pero ésta, en Nuevo Méjico, cuando menos en la web, no existe con sitio propio, apenas una referencia en páginas de indexaciones comerciales o estadísticas del estado.. Estoy totalmente convencido que es una “tapadera”, una cubierta de otras operaciones. Tomamos unas fotos en el lugar, grabamos algún audio y tiramos un video, y nos regresamos. Con la firme determinación (y un plan en mente) de obtener medios para ingresar más adelante. Pero, cuando menos, estaba clavada la pica en Roswell.
Ah, bien. ¿Conclusiones?. Alguna vez me pregunté si se trataba de prototipos de los tan mentados «ovnis nazis» re-experimentados en la zona. No me terminaba de convencer la «hipótesis extraterrestre», por ejemplo, por la gran cantidad de «accidentes de ovnis» en la región en trece años que pasan a ser esporádicos y repartidos en toda la superficie del globo luego de 1952. Pero hay cosas que viendo el material son evidentes: no había otros grupos militares buscando nada; sólo los del 509º recogiendo restos. Es evidente también, el enorme esfuerzo militar y gubernamental en tapar algo, esfuerzo no solamente de esos años sino de décadas siguientes, y aún hoy. Deentonces, admitir que -nuevamente- la hipótesis de caída d euna nave extraterrestre recupera méritos propios. Tantos, como para regresar, posiblemente en un año, a seguir investigando.
Tremendo! Te felicito!
Hola Gustavo, me gustó su artículo. Pero quisiera consultarlo sobre las momias de Nazca ¿Qué opina?
Hola Jorge. No opino de temas que no profundizo, aunque más no sea un poco. Y respecto a éste, sinceramente, no he tenido tiempo de hacerlo. Saludos cordiales