De esta cuarentonta plandémica podría decir muchas cosas y en un acto consciente de pura transmutación formularé como estímulo positivo la amarga encerrona en que persiste la ineficacia gubernamental, la decisión macerada casi alquímicamente de visitar nuevos destinos enigmáticos que quizás estuvieron fuera de mi radar con anterioridad pero que este sedentarismo malicioso dio tiempo, sin embargo, de repasar y reconsiderar. Calçoene estará, entonces y así, entre los primeros.
Calçoene (pronúnciese “Calsoene”) es un pequeño municipio (no llega a los 8.000 habitantes) situado al Noreste del estado de Amapá, en Brasil. A veinte escasos kilómetros del mismo, en pleno “sertao”, se encuentra una extraña agrupación de monolitos graníticos de formas que parecen surgidas de la afiebrada inventiva de H.P. Lovecraft. Es “cromlech” (círculo de piedras enhiestas) y alineación de “menhires” también. Y sobrepuestos a la sorpresa inicial de encontrar en medio de la nada ese Stonehenge sudamericano,las preguntas sobre su origen, antigüedad y propósito permanecen hoy en una sombra de especulaciones como cuando fue relevada científicamente por primera vez hace unos setenta años.
Aunque en puridad, debería aclarar que no tan “en medio de la nada”. Ya en mi artículo “El secreto tolteca de Fawcett” señalé como el Amazonas -en Brasil, Bolivia, Paraguay, Perú, Ecuador, Colombia, etc- ha guardado las preguntas de una avanzada civilización, sumamente extendida, que apenas comenzamos a entrever. Así que -después de todo- el paraje que se conoce también como Rego Grande no estaría (para seguir con el símil Stonehenge) más alejado de las conglomeraciones urbanas que lo que el sitio arqueológico famoso británico lo estaba de los centros poblados de entonces.
Así que repasemos qué es lo que se afirma (que no necesariamente es lo que se sabe). Se le fecha entre el año 1 y el 1000 de nuestra era pero, como sabemos y dado que los monumentos pétreos no se pueden datar, esas fechas corresponden a enterramientos funerarios que han sido hallados junto a los monolitos, lo cual lo hace sumamente discutible. En efecto; es sólo una presunción sostener que su función es ceremonial y mortuoria y por lo tanto, contemporáneos de los enterramientos: éstos podrían ser muy posteriores, y los deudos haber elegido ese lugar precisamente en virtud de la importancia sagrada y ancestral que generaciones previas le asignaron. Para seguir con la comparación inglesa: se han hallado sepulturas en su contexto, pero se entiende que Stonehenge tiene una razón ceremonial y calendárica y simplemente fueron allí sepultados dignatarios, sacerdotes o personas que incluso habrían peregrinado para fallecer allí. Hoy en día, algunos devotos eligen ser enterrados en catedrales medievales, y a nadie llama la atención encontrar bajo los pavimentos de la misma restos humanos que no corresponden en absoluto a los tiempos de las construcciones originales.
Pero, otra vez, la mirada eurocéntrica del academicismo priva a los Pueblos Originarios americanos esa capacidad de abstracción simbólica que se le reconoce a contemporáneos del Viejo Continente. Es, una vez más, deformación cultural.
Fuera de esas sepulturas mencionadas, nada cierto se sabe -y tampoco se han hecho estudios de larga proyección-. Lo mismo ocurre con su funcionalidad: como el orificio en una de las placas graníticas permite alinearla con el sol ascendente en la mañana del Solsticio de invierno (este estado brasileño se encuentra ya en el Hemisferio Norte) se le ha asignado ese significado calendárico. Pero para el total de los mismos no se ha podido encontrar ninguna otra correspondencia interesante.
Sigo convencido que lo más impresionante es más bien sensorial: esa geometría bizarra, esos planos que parecen querer violar el espacio euclidiano. Sueño (no, más bien, proyecto) relevamientos radiestésicos, recoger algunos relatos orales de las cercanías, apoyar mis manos en la noche mirando las estrellas y confiando que tal vez ese sea el canal para tener algunas certezas…
Ah, por cierto. Amapá es parte de la extensión territorial de la etnia kayapó, la misma que aún hoy conserva la práctica tradicional de recordar a su “iniciador en la civilización”, Bep Kororoti, que habría descendido de las estrellas yal que representan, como vemos en la imagen, con un “traje” de cáñamo tejido que mucho recuerda al buzo de un astronauta.
Excelente publicación, gracias por el aporte
Imagino al astronauta ese bajando solo para empezar una comunidad…
Que bizarro. Con qué objeto?
Los del history channel un día van a ir al lugar seguramente.
Buenísimo el articulo. Un cordial saludo.