Cuando los «escépticos», materialistas y negacionistas afirman que los Terapeutas Holísticos y quienes dictamos talleres y cursos vinculados a estas disciplinas «estafamos» a la gente, por la supuesta inexistencia o «incomprobabilidad» de nuestras afirmaciones, cometen dos graves errores:
(1) Olvidan que se trató de un lícito «contrato social» entre partes adultas, responsables y bienhabientes, en términos jurídicos. Una parte ofrece un servicio o producto; la otra a su derecho le interesa, paga un monto acordado y recibe a SU satisfacción (no la de los negadores) lo ofrecido. La opinión ajena es indiferente, como lo sería el gusto o disgusto por un modelo de automóvil de alguien que no participa en un contrato de compra o venta de una unidad. En otras palabras; si una persona es hábil en términos jurídicos para ejercer su derecho de comprar, contratar, rentar o aceptar un servicio o producto en tanto sea a su conformidad no hace diferencia la naturaleza de ese servicio o producto.
(2) Sostienen –los negadores– que nos «aprovechamos» de la debilidad, ignorancia, superstición y credulidad de quien contrata el servicio. Esto es más que una falta de respeto; es un insulto a quienes dicen «defender», ya que prejuzga sobre el discernimiento, información e inteligencia de los mismos. Ignoran (o hacen que ignoran) sin ir más lejos, la cantidad de profesionales de todas las disciplinas, intelectuales, gente perfectamente consciente e intelectualmente preparada que acude a estas prestaciones. Y déjenme recordarles la cantidad de funcionarios de Gobiernos de toda laya y empresarios de multinacionales que acuden a sus propios «oráculos». Y de esas personas podemos decir cualquier cosa, menos que son tontos y crédulos.
Subjetivamente, sospecho que esa obsesión en ser fiscales de la consciencia ajena tiene que ver con el desplazamiento de frustraciones personales, resentimiento por su mediocridad e «invisibilidad» académica o la psicológica reacción (aplicable a dos o tres, no más, ex «convencidos» que mudaron a «escépticos») de destrucción del objeto de deseo. El «cierre cognitivo» (la necesidad en algunos compulsiva de «cerrar» un tema con alguna explicación para así ganar, inconscientemente, seguridad psicológica) pesa más de lo que pueden advertir.