Para los lectores no argentinos, contemos que el General Justo José de Urquiza fue uno de esos personajes en que fuera pródigo el siglo XIX. Caudillo, líder de tropas, ora a favor de los proyectos nacionales, ora a favor de intereses particulares, político con cargos electivos supo ser Gobernador de la provincia de Entre Ríos en varias ocasiones y presidente de la incipiente Confederación Argentina (desde 1854 a 1860). Pero también fue un comerciante y empresario de fuste, dueño de cuantiosas riquezas tanto en su provincia como en otras del territorio nacional. Innovador, emprendedor y pionero en múltiples ramas del progreso tecnológico, maridan en él facetas absolutamente contradictorias que hacen al personaje más interesante: patrón autoritario de miles de obreros a los que explotaba servilmente, a la vez era un obsesionado por la educación de las masas (supo fundar, de su propio peculio, escuelas para ambos sexos en ciudades del interior de esa provincia). Obsesionado por la organización nacional, no tuvo empacho en aliarse a fuerzas extranjeras –especialmente brasileras- para constituir un gran ejército con el que invadió su propio país en su afán de avanzar sobre la ciudad de Buenos Aires y hacerse con el poder total (cosa que logró). Manipulador de masas y especulador financiero, era a la vez un profundo humanista. Este oxímoron de la naturaleza humana generó tantos aliados como enemigos, y bajo las balas y puñaladas de éstos sucumbiò el 11 de abril de 1870, traicionado por su propia “guardia de corps”, en su Palacio San José, en las proximidades de la homónima ciudad.
Es inconducente juzgar las motivaciones, pensamientos e idiosincrasias del pasado desde la óptica contemporánea. En respeto a ello, no nos detendremos aquì a evaluar esas contradicciones que, a los interesados, les permitirá abrevar en cualquier biografía. Permítaseme en esta ocasión proponer algunos repasos y reflexiones sobre ciertos matices de su vida que, a trasluz del personaje, quizás nos permitirán comprender mejor al hombre.
Con once hijos legítimos y habiéndosele reconocido formalmente otros doce ilegítimos, es tradición popular que le endilga entre 105 y 114 hijos ilegítimos. Pero, crisol de contradicciones, Urquiza fue explotador de su servidumbre y forjador de colegios para educar a las masas, sexista autoritario y mecenas de establecimientos para contener, educar y habilitar en oficios a madres solteras, impulsor del libre comercio y estatista, escritor y periodista prolífico y censor autoritario. Dueño de una fortuna para entonces incalculable, dedicó iguales afanes y recursos a un propio `proyecto de país y de sociedad. Fue paladín de esa generación de hombres de la segunda mitad del siglo XIX que, siendo capitalistas salvajes y empresarios ambiciosos, estaban firmemente convencidos de la necesidad por igual de dedicar tiempos y espacios al crecimiento metafísico. Y no hablo aquí de cumplir con las formalidades de la iglesia de turno. Por el contrario, esos hombres fueron verdaderos transgresores de lo “espiritualmente correcto” para esos tiempos. Pienso ahora en los posteriores Francisco Piria, millonario emprendedor uruguayo fundador, entre otros objetivos, de Piriápolis, alquimista y esoterista de cuño. Pienso en el conde Miguel de Estévez, español que levantó “Pueblo Encanto” en Capilla del Monte, provincia de Córdoba, miembros de logias y capítulos herméticos. Y Urquiza, con su propia historia mística que trataré de simplificar, a conciencia que toda simplificación es de por sí odiosa.
No es tema de discusión su filiación masónica. Sin ir más lejos, lo acredita la carta patente exhibida en su palacio San José, en las afueras de Concepción del Uruguay.
El 18 de julio de 1860, el Gran Oriente elevó a Urquiza y Bartolomé Mitre al grado 33ª y en la misma “tenida”, elevó a grado 18º a Domingo F. Sarmiento y nombró Soberanos Inspectores Generales a Mitre y Santiago Derqui. Y el 27 del mismo mes, en el Templo de la Logia Unión del Plata, Mitre y Urquiza se fundieron en un abrazo en el que juraron “obligarse por todos los medios a la pronta y pacífica constitución definitiva de la unidad nacional”. Este hecho nos servirá para comprender mejor un oscuro entresijo de la historia nacional.
Mateando entre batallas
El 23 de octubre de 1859 se libró la batalla de Cepeda, donde se enfrentaron, en las inmediaciones de este arroyo que divide las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, las fuerzas unitarias de Mitre contra las federales de Urquiza. Hubo cuatrocientos muertos, y los unitarios fueron derrotados. Consecuencia de esa batalla fue el “Pacto de San José de Flores”.
El 17 de setiembre de 1861 se libra la batalla de Pavón, al sur de la provincia de Santa Fe, Derqui era presidente de la Confederación Argentina, habiendo sucedido a Urquiza. Mitre, gobernador de Buenos Aires. Urquiza se puso al frente de las tropas, y así zanjar definitivamente la división nacional que el Pacto ut supra indicado no había podido consolidar. Mil quinientos muertos, nuevamente es derrotado Mitre. Pero Urquiza, a sabiendas de su victoria, se retira del campo de batalla y regresa a su provincia (en vez de sostener el avance sobre Buenos Aires) lo que permite a las fuerzas porteñas reagruparse y negociar condiciones militares y políticas más honrosas para salir de la derrota que así se transformó en victoria, porque Mitre volvió a arremeter con sus tropas obligando a los pocos meses a Derqui a refugiarse en Montevideo y al Congreso Nacional llamar a elecciones generales, e las que Mitre sale victorioso convirtiéndose en Presidente de la República.
La historia plantea muchos interrogantes sobre la actitud de Urquiza, desde considerarlo un simple traidor a la causa de los “federales” hasta suponer su accionar –que, en definitiva, lo lleva al asesinato años después- consecuencia de un “pacto masónico”. Si consideramos que en el breve lapso entre la batalla de Cepeda y la de Pavón los tres protagonistas de esta historia se encontraron fraternalmente en la misma Logia, ¿qué podemos deducir?. Pero aún hay más, un hecho que puede parecer menor pero, en mi opinión, tiene insospechadas connotaciones.
Tanto Mitre como Sarmiento (quien públicamente también definìa a Urquiza como un “bárbaro” y un “salvaje”) fueron huéspedes de éste en el palacio San José. En el caso concreto de Mitre, estuvo allí alojado en setiembre de 1860. A ver si nos hacemos una composición de lugar: no se trata de embajadas plenipotenciarias con guardia personal y armada que se alojan en edificios próximos a donde se celebran las sesiones. No. Se trata de individuos, que menos de un año antes se habrían enfrentado en duelo mortal y volverían a hacerlo antes de transcurrido otro año, que se reunían en la residencia particular de uno de ellos, apenas de dos o tres acompañantes, en dormitorios a pocos metros de sus supuestos acérrimos enemigos… ¿visualizan la situación?. ¿Y qué quiero decir con esto?. Sin entrar aquí a hacer conclusiones sobre la moralidad última de sus acciones (insisto: no es sencillo opinar sobre las motivaciones de hombres con mentalidad de mediados del siglo XIX desde la perspectiva contemporánea), esas batallas –y su carnicería- fueron sólo una opereta montada para la opinión pública (o quizás para la Historia) pues ya estaba acordado, sea en el abrazo en la Logia, sea entre mate y mate en el bucólico paisaje entrerriano, el diseño de país que se pretendía.
Habría que ahondar en una verdadera “psicología esotérica” del personaje para entrever el porqué de sus acciones y decisiones. Permítaseme, aquì, solamente aproximar algunas observaciones quizás para iluminar matices más complejos y místicos detrás del hombre público.
La Capilla con visos templarios
Es de sobra conocido el hecho que fueron los Templarios quienes instituyeron la costumbre de erigir sus iglesias sobre plantas octogonales. Fuera de la discusión sobre el porqué de la elección del místico número ocho (cobra fuerza la presunción que por influencia del sufismo musulmán) lo cierto es que no encontrarán ustedes en la geografía católica otro diseño así que no responda a esos orígenes. Pero en Argentina, curiosamente, hay dos capillas con “planta templaria” : la capilla dedicada a San Antonio de Padua en Capilla del Monte, provincia de Córdoba (a la que se adjudica, si bien no una filiación templaria –es de fines del siglo XIX- sí envuelta en historias que “fantasean” con la presencia de Templarios en esas tierras mucho antes de la llegada d elos conquistadores españoles) y la capilla privada del palacio San José de Urquiza. Sobre la primera ya me he extendido en otros trabajos. Sobre ésta, déjenme señalar algunas curiosidades:
a) la ya citada planta octogonal. b) En el pilar derecho del altar, de manera audaz y flagrantemente pública, en tiempos en que el enfrentamiento entre el Vaticano y la Masonería era por demás abierto, Urquiza ordena cincelar de manera hartamente visible la escuadra y el compás; este verdadero guante al rostro de la Iglesia Católica no sólo no podía ser ignorado por las autoridades eclesiásticas sino en cierto modo prohijado, toda vez que el diseño y ornamentos de la capilla fueron enviados para su aprobación a Roma, de donde nombraron a un veedor de oficio del Arzobispado para que revisara y bendijera las obras y donde un sacerdote católico, designado por la Curia local, oficiaba misa todos los domingos a Urquiza, su familia y su servidumbre. De donde deviene que no era simplemente la expresión irrespetuosa de un desafiante millonario, sino algo consensuado y aceptado por ciertos estamentos de la propia iglesia. c) A espaldas de la capilla, las dependencias circunstanciales para el sacerdote, baptisterio incluido. Obsérvese la cruz netamente templaria, que también aparece sobre el portal de acceso a la capilla. d) Entre los elementos que tienden a subvalorarse, está una reliquia enviada por la iglesia en España de las reliquias de los Santos Justo y Pastor, proveniente de la iglesia homónima, en pleno corazón gótico de Barcelona. Quizás ustedes recordarán que estuvimos el año pasado estudiando esa iglesia absolutamente templaria, con restos de caballeros templarios sepultados en su interior y que aún conserva su torre octogonal, hoy transformada en librería.
Son, para mí, guiños y sugerentes pistas de, cuando menos, una actitud de adhesión al ideal templario, disimulado todo bajo ropaje ecleciástico. Y fue en esa mitad del siglo XIX donde comienza a inficionarse en Argentina, por cierto, en círculos herméticos y casi elitistas, la difusión del Templarismo a todas luces (por contradictorio que resulte) traído desde España por hombres de la iglesia como portavoces. Recordemos también que es en esos años donde comienza a gestarse en Europa la “Sociedad Vril”, que entre otras posturas filosóficas rescataba la supuesta filiación templaria de caballeros medievales alemanes y sus raíces protoarias…. Desde esa pistas, resulta entonces menos extraño cómo a lo largo del siglo XX se consolidó, en toda la región conocida como “Valle de Punilla”, las especulaciones pronazis que el Grial habría sido traído a estas tierras en tiempos del Temple, especulaciones que resultaron muy funcionales a los nazis que, tras la Segunda Guerra Mundial, hallaron cobijo y prosperidad en nuestras pampas. Finalmente, otro particular personaje comienza a campear en esta historia.
Urquiza trajo para decorar el cielorraso de la capilla, encargándole luego otras obras simbólicas que conservó en su poder, al pintor uruguayo Juan Manuel Blanes. Esto tal vez no tendría nada de extraño si Blanes no hubiera sido protagonista de una saga esotérica muy particular: quienes hayan podido tener acceso a esa verdadera rareza bibliográfica que es el el libro “El Código Blanes” –en paráfrasis de “El Código Da Vinci”- del escritor Marciano Durán, sabrán a lo que me refiero. Hay un extraño hilo conductor entre Blanes y el alquimista Piria. En su clarividente premonición de la estatua ecuestre de Artigas en la plaza Independencia de Montevideo, reflejada en un cuadro cuarenta años antes que una estatua idéntica fuera erigida en ese mismo lugar (en cuyo hipogeo reposan los restos del héroe uruguayo), en su conocimiento de la Geometría Sagrada explicitada simbólicamente en sus pinturas, Merece un análisis por derecho propio, una correspondencia a la que accedí guiado por mi amigo Jorge Guaraglia (autor también del “trailer” que presenta “El Código Blanes”).
No puedo aceptar que sea por “casualidad”, por simple estética, que Urquiza haya convocado a este pintor y esoterista para decorar su capilla neotemplaria. Por eso entiendo se impone un estudio más detallado y profundo que este breve e insuficiente artículo para hilar fino sobre la simbología de semejantes alianzas que habrán anticipado y codificado, seguramente, los designios escritos sobre una historia que, mansa y cándidamente, suponemos de azaroso decurso.
SOBERBIO!!!!!UN TAF!!!!
Muy bueno.
FANTASTICO!!!! ENHORABUENA
Urquiza estuvo en Asunción, Paraguay, y no sería raro que el haya influido en Francisco Solano López en la construcción también octogonal, del Oratorio de Nuestra Señora de la Asunción, (proyecto del arquitecto Alejandro Raviza, italiano) actualmente convertido en Panteón Nacional de los Héroes. No estoy seguro, habría que investigar, si López era o no masón.
Muy buen dato, Ángel!. Hipotetizo: ¿y si los oratorios de planta octogonal fueran las «migajas de Pulgarcito» para qwue las futuras generaciones develemos el hilo oculto de la historia?. Abrazo
excelente trabajo hecho por hombres tal vez ( maestros constructores masones )
pero que tiene simbolos masonicos si..
J.chaviano.
Excelente artículo.
Me preguntaba si alguna vez visitó la iglesia de la localidad de Capilla del Señor, provincia de Buenos Aires, realmente hay imágenes atípicas en ese lugar.
Saludos.
Por cierto, Ana, decenas de veces y hay varios trabajos sobre el particular en este mismo blog. Saludos cordiales.