Bajé del taxi que desde Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) me llevó a ese pequeño y mágico pueblo perdido en la sierra que es Samaipata, cubierto de polvo y con las articulaciones destrozadas. Era casi una constante en los viajes por la maravillosa geografía boliviana, donde conductores alegremente irresponsables hacen trucos y malabarismos con unidades dudosas que generalmente (claro que no siempre) les salen bien. Empero, el cansancio y desgaste bien valdría la pena si el objetivo era llegar a un místico paraíso perdido casi miltoniano.
En este lugar se encuentran las que se conocen como “ruinas de El Fuerte”, que de ruinas tienen poco y de Fuerte, nada. Mas bien, un centro ceremonial sobre el cual especularé mucho.
Quiero contarles, aunque parezca mesiánico, una “revelación” que tuve mientras deambulaba entre selva y cerro. Un sentido que hace encajar, a mi criterio, este desvelo del academicismo en la pesadilla de la historia oficial. Un lugar al que se supone “centro ceremonial” que es como decir poco.
Uno se detiene, lo observa, piensa que en cualquier otro momento si no fuera por las tardías modificaciones incaicas –que le agregaron hornacinas, viviendas, etc.– podría haber pasado como una “rareza geológica”, si no fueran los propios arqueólogos oficiales los que garantizan que es artificial. La revelación fue una palabra. Una palabra que remite a un lugar a 24º27′ de latitud Norte, estando El Fuerte a 18º30′ Sur, una diferencia mínima. Un lugar cuyo significado se nos escapa y que se suponía, creo que más en virtud de su localización que de su naturaleza, quizás natural, quizás artificial. La “revelación” fue preguntarme qué pensaríamos de ese lugar remoto si estuviera en la superficie y El Fuerte, bajo el agua.
Porque la palabra es Yonaguni.
Las preguntas sumergidas
La isla de Yonaguni pertenece al archipiélago japonés de Ryu Kyu. Bajo las aguas que la rodean se descubrieron en 1986 lo que algunos dicen que son las ruinas de una antigua civilización y otros creen que se trata solamente de formaciones naturales. El debate sobre su artificialidad (o no) no acabará aquí, aunque en honor a la sinceridad conste que para este autor, seguramente más por creencia que por evidencia (que es escasa y, por ahora, fuera de mi alcance de evaluación “in situ”) son obra de manos, vaya a saberse si humanas. En cuanto al enigma de Samaipata -del cual el insigne estudioso argentino Dick Edgar Ibarra Grasso no dudó en calificar obra de la cultura “mojocoya”, una aún más ignota cultura amazónica que al extenderse hacia los Andes la habría erigido como centro ceremonial- las preguntas sobre su origen -no su naturaleza, que nadie discute artificial- son de similar hondura.
A primer golpe de vista, es fácil distinguir tres períodos, tres culturas: la tardía incaica, a partir del 1.400 DC (fácilmente deducible tanto por el horizonte cultural como por los estudios de radiocarbono sobre los muros cementados con adobe), la que yo llamo la Era Petroglífica, anterior, quizás sí Mojocoya (circa año 0 de nuestra era), evidente en las hornacinas, pedestales, etc., y la primera, indeterminada en su datación, que me permitirán llamar Era de los Macroformadores, aquella en que se le ha dado a la masa pétrea, de 220 metros de largo por sesenta de ancho, su particular aspecto escalonado, con terrazas, cisternas, canales y “acueductos”.
Objetos de atención
Obsérvese en la siguiente foto, por ejemplo, las acanaladuras rectas a los lados y en grecas zigzagueantes al centro, que tengo que reproducir de una lámina explicativa porque su ubicación, al tope del morro y la imposibilidad por los vallados de acceder a las mismas me impedían un vista directa. Los arqueólogos definen a unas y otras como “acueductos”. “Acueductos” que no van a ninguna parte y que, como se sabe, resultan más sencillos de hacer en forma zigzagueante que recta. Propongo otra idea: imagínenlos rellenos de sebo y, en las noches, encendidos, para enviar simbólicos mensajes a los dioses…
Hubiera sido interesante poder recorrer, péndulo en mano, las anfractuosidades del cerro. Pero, como ya escribí, no se permite acceder al mismo. Desde las proximidades, empero, es fácil detectar líneas de energía telúrica que emanan del mismo. Rectas, delgadas, se sitúan al final de la proyección de los “canales”, y no pude menos que recordar el “sendero de la serpiente” que en la cancha de pelota de Xochicalco supe observar hace un par de años.
Antes de arribar al lugar (de hecho, el más gigantesco petroglifo del mundo), a la derecha del camino de ascenso, una llamativa y gigantesca formación pétrea conocida como “Cabeza del Inca”. El argumento instalado es que es de formación natural. Tengo mis dudas.
Algo que me llamó poderosamente la atención. A todo alrededor de la masa pétrea, se encuentran unos ventiletes -aparentemente- rectangulares, que penetran rectos en la roca. Si “El Fuerte” es, como se dice, una gran roca tallada, maciza, ¿para qué esos “respiraderos” si no fuera porque quizás en el interior duerme el sueño de los siglos una cámara subterránea?.
Y los relatos.
Relatos que hablan de dioses que en el pasado descendieron una noche de las estrellas para dar sus enseñanzas a los “chañé”, otra etnia a la que se supone responsable, si bien su grado conocido de elementaridad parecen desmentir esto. A los Mojocoyas, si se sostiene la teoría de Ibarra Grasso, se les supone también responsables de extrañas cuadrículas de hábitat y cultivos que se han detectado por aerofotografías en plena selva, unidas por rectilíneas carreteras de taludes elevados. Acoto aquí que guías del lugar me han comentado que hasta no hace muchos años, en el Beni y lo que se conoce como Chaco boliviano, existían todavía las “calzadas de los indios”, obra inteligente si lo hay. Para cruzar largas extensiones de selva, despejaban primero el terreno mediante la tala y el fuego, despejando trochas de hasta cuatro metros de ancho que atravesaban como una flecha la selva. Dado que la misma recupera en pocas semanas -si no días- esos espacios, sembraban un tipo de pastizal duro, bravío, que crecía muy lentamente y cuya naturaleza ahogaba y devoraba toda otra planta que trataba de avanzar en su espacio, con lo cual quedaban delimitadas así verdaderas “avenidas” en el monte tapizadas por un pasto corto y transitable que duraba décadas en excelentes condiciones. Así, “El Fuerte” sería a la vez lugar de encuentro cósmico primero, punto de contacto después y a través de los milenios, finalmente lugar devocional cuando se fueron perdiendo los recuerdos primigenios de ese contacto. Insistiendo a los locales, se arriesgan a situar ese momento en entre cinco y seis mil años atrás, lo que nos ubica en algún punto entre el 4.000 y 3.000 AC, momento sugestivo ya que en ese entonces hubo en todo el planeta una “explosión” de cultura y avance tecnológico, de Asia a América.
La Chinkana
A tiro de piedra de la gran roca se abre en la tierra, ya en el monte cerrado, un orificio perfectamente circular, de cinto treinta centímetros de diámetro. ¿Profundidad?. Hoy, ocho metros, aunque en la década del ’40 se había censado 36 metros. Si bien algunos opinan que no era más que un “pozo de agua”, lo cierto es que otros sostienen que se desarrollaba luego en espiral en dirección al gigantesco petroglifo. Hice un rápido cálculo. Si la sedimentación natural rellenó 28 metros en 60 años, y suponiéndole al lugar un cálculo conservador de 2.000 años -presumiendo de origen mojocoya-, un estimado promedio diría que en tiempos de Cristo la profundidad del mismo debería ser de imposibles 933 metros. Eso, si les considera en forma perpendicular. Si el pozo era mucho más corto y “lógico”, digamos, cuarenta metros -la profundidad estándar de un artesiano, si bien en el lugar y a esa altura las napas están aún mucho más profundas, pero considerando lo que podía un pueblo “primitivo” excavar- no se entiende como en dos milenios sólo se ciegan tantos metros aproximados como en las últimas cuatro décadas. Pero si suponemos el laberinto de marras, la cosa es perfectamente posible, toda vez que al cambiar su ángulo y continuar más o menos paralelo a la superficie, el rellenado por sedimentación es necesariamente más lento. Así, bastarían quizás unos doscientos metros para cegarse en dos milenios, una extensión perfectamente factible aún para un pueblo pobre de conocimientos y tecnología. Mucho más sencillo, aún, para los desconocidos hacedores del lugar.
¿Y cuál sería su finalidad?. Quién sabe… El concepto de “chinkana” -lo veremos pronto- es omnipresente en la tradición quechua y aymara. El recuerdo de ignotos espacios subterráneos, también. Remito, en este sentido, a los excelentes trabajos de mi amiga Débora Goldstern en su blog Crónica Subterránea.
Vuelvo a la “revelación”. Claro que ya conocía de Yonaguni. Así que, seguro (¿seguro?) fue sólo una trampa de mi inconsciente. Estaba de pie en el mirador más elevado, segundos después de tomar la foto que ilustra a continuación, cuando creí escuchar esa voz. Estaba solo. Y desde atrás y a la izquierda -o al menos, eso me pareció- esa voz, que recuerdo femenina, lo dijo. “Yonaguni”. Giré y obvio, no había nadie allí. Así que sin duda (¿sin duda?) fue una dramatización de mi imaginativo inconsciente. Pero no sé que me hizo respingar más, si creer escuchar una voz o el golpe intelectual que ocupó mi mente al comparar, eidéticamente, las fotos tantas veces vista del misterio japonés con este lugar. Lo dicho: si Samaipata estuviera bajo aguas, sin hornacinas y glifos, sólo por el ciclópeo trabajo de los Macroformadores, todavía discutiríamos si es artificial o natural. Si Yonaguni estuviera sobre una cumbre cualquiera, sin duda ya la asumiríamos como obra humana.
Dos misterios concordantes. Dos piezas de un gigantesco rompecabezas que intuímos pero cuyas dimensiones -y significado cabal- aún ignoramos. Pero, cuando menos, estas dos piezas encajan claramente entre sí.
Muchas gracias, amigo Gustavo. Ha sido la vez que más he disfrutado leyendo tu artículo y viendo tus fotos en Flikr.
Y es que Saimapata tendrá algo que remueve el ¿inconsciente colectivo?: siendo la primera vez que oigo hablar de Saimapata, con muchas de las fotos «recuerdo» haberlas «visto», o incluso haber estado en «lugares parecidos», sabiendo que el petroglifo de Saimapata es único en el mundo -en la superficie, claro, porque estoy completamente de acuerdo con tu «voz femenina» comparándola con Yonaguni-.
La prohibición de pisar el «Fuerte» será para evitar su deterioro (bastaría con prohibir ir calzado, como en mezquitas y templos…) o más bien para que investigadores como tu no descubran cosas inquietantes para la arqueología «seria». Estoy pensando, por ejemplo, en técnicas de escultura, yo casi diría de «modelado» de la roca.
O los «Acueductos» o acanaladuras con sus grabados, que parecen menos maltratados por la intemperie que el resto de la roca, ¿no podrían haber estado recubiertos de oro, y lo que vemos es lo que quedó en la roca después de arrancarlo? Lo que dices de las «lámparas» de sebo, de haber estado montadas en una estructura de oro pulimentada, habrían sido un auténtico faro para los dioses o para ser visto desde un punto determinado del horizonte, ¿a dónde apunta?…
Todo esto es una increíble «máquina de hacer pensar». Por ejemplo, si la chinkana no era un pozo artesiano, sino que fué construido para llevar agua a algún lugar ¿mundo subterráneo?, no empezaría a rellenarse rápidamente de sedimentos hasta que se obstruyó el desagüe…
No sigo dando la lata. Me voy a seguir viendo las fotos.
Gracias una vez más,
Josep
Gracias a ti como siempre, amigo. Y todas tus preguntas son más que relevantes y válidas. Respecto al posible modelado de la roca, en efecto, es un recuerdo oral en la región que los antiguos sabían como «ablandar» la piedra. Cuando suba algún material de Tiwanaku, se observará casi con el peso de evidencia propia esta afirmación. El eje longitudinal del cerros e extiende de Norte a Sur, y es posible que, además que desde el cielo, sea observable desde otras montañas cercanas -bah, cercanas: diez o doce kilómetros- más altas. Pero tal vez la madre de todas las respuestas las has dado tú: quizás, después de todo, este «lugar de descanso» (que es lo que significa la expresión «samaipata») sea eso: una máquina de hacer pensar.
Un abrazo
Preciosas imágenes y magnífico relato. Sin contar, lo interesante que es todo lo que explicas, pues como bien decís Josep y tu, «todo esto es una máquina de hacer pensar»
No sabes cómo te envidio, ya que tiene que ser una maravilla poder pasear por todos esos lugares, pues mientras lo haces, no dudo que «sentirás» muchas más cosas de las que cuentas 😉
Como siempre te digo: ¡me encanta como escribes! pues lo explicas tan bien, que leerte es como estar realmente allí.
Bueno, voy a seguir «soñando» con las bellas imágenes que nos has traído (me encanta «meterme» en ellas jeje)
Un abrazo con cariño,
Leonor
Hola amiga mía:
Gracias por la caricia al alma de tus palabras ya que uno (yo) quizás no tenga otro mérito que tratar de transmitir vivencias de forma más o menos prolija, más o menos fidedigna. Y no me envidies tanto: tu propia geografía, como la de todos los lares, tiene sus rincones mágicos, sus bellezas naturales, sus misterios y leyendas, que yo también ansío conocer.
Un abrazo
Cierto, mi querido Gus. En Cataluña tenemos muchos rincones mágicos y sitios muy interesantes y bellos cargados de leyendas, pero yo no puedo ir a pasear por ellos, me tengo que conformar con verlos desde el coche (los que son más accesibles) o llegar hasta donde pueda… Y es eso precisamente lo que envidio: El poder pasear por ciertos sitios y cargarme de su energía. Pero tranqui, porque por suerte esa llamémosle «envidia» no me amarga, sino al contrario, me ha hecho descubrir el poder de mi imaginación y la facultad de saber disfrutar con un buen relato.
Así es que, ya sabes… a seguir escribiendo te toca! jajaja…
Un abrazo bien grandote,
Acabo de encontrar una web con muchas fotos de submarinistas en Yonaguni, donde se pueden apreciar las analogías que decías con Samaipata: una acanaladura, incluso la chinkana. http://www.pbase.com/the_underwater_world/yonaguni
Un abrazo
Como siempre, Josep: gracias por estar ahí. Un abrazo.
Siempre asocié el Fuerte con Yonaguni, desde que tengo conocimento de al existencia de ambos. Creo que una común civilización los construyó ne igual diseño. Los ahbitantes de América y de otros lugares del Pácifico siempre nos contaron que hubo un reino comñun. Con unas mismas catástrofes. Que tuviero que buscar refugío huyendo. Y que estaban conecatdos en un gran reino. Qué recuerdos me traen los indios Hopi y usu leyendas caudno veo esta concordancia. ¿No ?
Nací en Samaipata, el 4 de enero de 1952. Fuí adoptado y vine a parar a este hermoso país, Costa Rica. Pero mi sueño fue conocer ese lugar y mi sorpresa fué que aún existía la casa donde nací, a la entrada de Samaipata. Tiene unos cipreses tipo columnaris al frente.
Ahora tienen 2 casas dos de mis hermanos paternos biológicos, uno de ellos tuve la suerte de conocer.