Reflexiones sobre el colapso de la civilización

21aSeguramente el lector ha sobrevivido a tantas lecturas y documentales de tipo conspiranoico y apocalìptico que estas pocas líneas lucirán desvaídas. Las concibo, entonces, con mero carácter introductorio, invitándoles así a acompañarme en las reflexiones que me están ocupando, últimamente, más tiempo del que (debo ser sincero)  me agrada dedicarles. Reflexiones breves, pero basado no en especulaciones, sino en dos hechos.

Ya se ha hecho habitual filosofar que así como todas las grandes, al parecer todopoderosas civilizaciones cayeron (romanos, chinos, mexicas, egipcios, etc.) la nuestra, la actual, no podrá escapar de esa ciclicidad. Pero, al mismo tiempo, desde la soberbia de creernos “superiores” (simplemente porque nos creemos más avanzados tecnológica y científicamente) y por ser una “civilización global”, tendemos a que pensar que por ello quedamos exceptuados de ese colapso, olvidando que civilizaciones regionales pudieron desaparecer por catástrofes regionales (mientras en otras partes del globo la vida seguía) pero hoy una civilización globalizada puede colapsar por una catástrofe globalizada, y no habrá lugar en el mundo para refugiarse.

Hecho nº 1

El 13 de octubre de 2016 el saliente presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, firmó una de sus últimas órdenes ejecutivas (https://obamawhitehouse.archives.gov/the-press-office/2016/10/13/executive-order-coordinating-efforts-prepare-nation-space-weather-events ) donde sentaba las bases de la coordinación de esfuerzos y recursos gubernamentales y militares ante la eventualidad de un nuevo “evento Carrington”. Recordemos que se llama así a la tormenta electromagnética que puede seguir a perturbaciones en la superficie del Sol, que deforman gravemente el campo magnético de la propia Tierra permitiendo así que penetre en la atmósfera aun bombardeo de partículas que literalmente carboniza los dispositivos eléctricos. Recibe su nombre del científico inglés homónimo que descubriò este efecto en 1859, cuando una tormenta solar barriò el planeta. Por supuesto, a mediados del siglo XIX lo único cotidiano y eléctrico eran los telégrafos y, aún así no era algo que formara parte del común de las gentes, con lo que sus consecuencias pasaron un tanto desapercibidas para el gran público, aunque hubo centenares de kilómetros de cables quemados y equipos cortocircuitados.

Representación artística de un evento Carrington
Representación artística de un evento Carrington

Pero, ¿qué ocurriría si un evento Carrington a escala global ocurriera hoy?. Desde 1859, el fenómeno se ha repetido de forma muy limitada y esporádica en 1921, 1960 y 2011. El último afectó a parte de Canadá exclusivamente, provocando graves perjuicios en la red eléctrica. Y se trató, no de una “tormenta solar” sino apenas un “ventarrón”. Si un evento global ocurriera hoy, durante largas semanas, quizás meses, el planeta no tendría electricidad. Y en le proceso, posiblemente se quemarían y fundirían desde las computadoras hogareñas hasta la maquinaria de plantas hidroeléctricas, pasando por millones de transformadores, torres de alta, media y baja tensión y todo tipo de aparato eléctrico o electrónico. En consecuencia, no se trata “solamente” que no haya electricidad durante ese tiempo. Habrá que reparar o cambiar instalaciones y equipos, cambio y reparación que –es redundante decirlo- no será posible eficientemente preciamente porque no habría electricidad. En resumen: durante un período de tiempo, literalmente volveríamos a tiempos pre-industriales. Y a partir de allí y en el mejor de los casos, a recuperarnos muy lentamente, donde los países del primer mundo, las élites privilegiadas, los grandes centros urbanos tendrían salvaje prioridad sobre los demás. Pero el evento provocaría también daños irreparables: puede llegar a “borrar” la información en todos los discos rígidos de todas las computadoras del mundo, obviamente, también todos los “backups” de resguardo que se hagan. En innúmeros sentidos, tendríamos que recomenzar de cero…. A lo largo de varios años, la recuperación significaría que la “vieja” y deseada tecnología comenzaría a reaparecer y refuncionalizarse lentamente, por lo que sus costos serían prohibitivos (otra vez, sólo a disposición de las élites). A lo largo de esos años, toda la economía como la concebimos, los servicios públicos, las prestaciones sociales, la seguridad, la producción de bienes de uso o alimentos, la provisión de agua potable, la medicina, todo eso que con tanta naturalidad y en piloto automático incorporamos a nuestra vida cotidiana, desaparecería, sencillamente.

Piensen sin más en esas primeras semanas. Sobre todo, piénselo quien vive en la ciudad, porque la gente de campo tienen un “know how” casi natural que juega a favor de su supervivencia. No habría supermercados, almacenes, carnicerías, verdulerías a partir del momento en que toda la mercadería literalmente “desapareciera” a precios exorbitantes, por supuesto. En ese momento, digamos una semana después del Evento, usted, que vive en el piso 10 de esa torre de apartamentos céntrico, tendría que conseguir agua y alimentos para su familia. Ya no se trata de ir simplemente a comprarlo. Por un tiempo –mientras la moneda de su país, ese papel impreso, tenga todavía algún valor que irá cayendo rápidamente- podrá comprarlo caminando varios kilómetros hasta la periferia donde agricultores y ganaderos aprovecharán la ocasión para venderle parte de su alicaída producción (porque en muchos segmentos la misma ya está altamente tecnificada). Pero luego, la plusvalía no tendrá ya significado. El agricultor o ganadero se enfocará en producirlos para los suyos. ¿Y usted?.

Tal vez tenga la fortuna de tener familiares en zonas campestres, y podrá dirigirse hacia ellos. Caminando, por supuesto, porque el colapso mundial habrá acabado varios días antes con las disponibilidades de combustible (que, por cierto, en sus últimos horas habrá alcanzado valores astronómicos). Ruegue para que esos familiares no vivan más allá unos doscientos kilómetros, pues caminando le llevará, a usted y su familia, extenuantes cuatro jornadas de diez horas diarias de caminata que tal vez agoten sus últimos recursos y disponibilidades.

¿Y todos los demás?. No habrá dónde ir. No habrá donde obtener recursos. El Estado, las Fuerzas Armadas tal vez traten de hacer algo. Pero están preparadas para catástrofes locales (terremotos, tsunamis, incendios, inundaciones, guerras) pero no totales, ya que ellos mismos serán afectados. Aquí es donde uno entiende la “letra chica” de las órdenes ejecutivas firmadas por Obama: preservan primero la verticalidad de la cadena de mando (y obviamente, sus familias), los recursos humanos para reconstrucción y después, viene la gente.

Así que es horrible pero evidente lo que le espera al hombre y la mujer comunes: robar, apropiarse por la fuerza, tratar de ocupar o intrusar alguna propiedad con terreno para cultivar algunas hortalizas y verduras, capturar algunos animales de granja (pero ya sabemos que desde las reses a las gallinas, éstas no se pasean por los parques públicos libres de propietarios). Cazar y pescar. El primitivismo. Los más hábiles pondrán sus capacidades, como artesanos, enfermeros, herreros, constructores a disposición de los demás, generalmente por trueques. Otros, se prestarán como guardias privados. Otros…

Y no se engañen. La pregunta (lo saben todos los científicos y también la gente de prensa seriamente informada) no es si ocurrirá este nuevo Evento Carrington. La pregunta es cuándo ocurrirá.

 Hecho nº 2

Pululan hasta películas y videojuegos sobre los “hackers”, mal llamados así. Un “hacker” es alguien que simplemente se divierte violando normas y barreras de seguridad de los sitios en Internet para mostrar, casi compitiendo, sus habilidades. Pero no los afecta. Aquél que roba dinero, que perturba comunicaciones, que borra archivos, es un “cracker” (“crack”: “romper”). Sería bueno que tanto periodista que se cree informado tomara nota, para un mejor uso del lenguaje de esta época.

Hace tres años, un grupo de hackers –crackers, en puridad- rusos le complicó seriamente las actividades al Pentágono. Y en tiempos pre electorales norteamericanos, aparecieron en escena alrededor de la liberación de mails de la candidata Hillary Clinton. Hoy en día, Assange y “Wikileaks” son héroes de la transgresión, o que no está mal, y “Anonymus” da la sensación de una banda de muchachotes rebeldes. Pero vamos camino a que se transformen en las mafias todopoderosas del futuro.

Tenemos la imagen icónica de un “cracker” en el sótano de su vivienda de los suburbios, rodeado de computadoras y perdido en una maraña de cables. Imagen “demodé”: hoy en día puede serlo desde la comodidad de una playa soleada y con un smartphone en la mano. Lo que cuenta es el “software”, no el “hardware”. Esto está tan “naturalizado” que hoy es común, aún entre jovenzuelos que jamás se pensarían como “hackers”, navegar en la “Deep Web” (la “Web Profunda”, la que no aparecerá jamás en Google y que encierra secretos, intimidades, monstruosidades, todas muy humanas y algunas quizás no) o encriptar su propia actividad en internet para “escapar” de algunos (cada día más caducos) programas de monitoreo y control oficial, como la que provee TOR (una red de encriptamiento anónimo que permite no poder hackearse las propias comunicaciones, o detectar de dónde a dónde se mueven: https://www.torproject.org/ )

Ahora, basta que un grupo de esta buena gente decida violentar los espacios cibernéticos no solamente de las fuerzas militares sino de las grandes corporaciones petroleras, eléctricas, financieras… Por supuesto, muchos de esos “crackers” ya están contratados, a sueldos muy jugosos, por esos mismos centros de poder abocados a su defensa, pero esta “protección” tiene dos fallas: una, suponer que no aparecerá alguien más hábil, y dos, suponer que no habrá una oferta más jugosa, o conveniente, para cambiar de bando.

Así, estos son los Señores de la Guerra del futuro inmediato. Muy inmediato. Sin llegar al colapso repentino del “evento Carrington” ya mencionado, pueden extorsionar a la humanidad con apagones de horas, días, semanas. Afectará irrecuperablemente las pequeñas economías de pequeños estados y se trata de un peligro que durará todo el tiempo que esas mafias sigan operando, siendo las economías mundiales, los poderosos, sus rehenes. Tiene cierto regusto ácido y agridulce a la vez esa posibilidad. El problema es que la gente de a pie, a su vez, es rehén de los poderosos.

De cualquier manera, significaría el fin del “orden” de la civilización tal como la concebimos, hoy. Un grupo con el “switch” de apagar o encender partes del planeta a tenor de sus caprichos. Y , ¿qué ocurriría si uno de ellos, imbuido de espíritu megalomaníaco, decide que “lo mejor” es simplemente hacer desaparecer la energía para siempre y “apaga”, de una vez, todo el planeta?. ¿O dispara una guerra termonuclear?.

A mí me llama particularmente la atención que sea pública la orden ejecutiva de un presidente de Estados Unidos sobre un “evento Carrigton” y no aparezca ninguna sobre las “extorsiones de crackers”, en momentos en que se sabe que hay una organización de tales, parte rusos, parte chinos, operando tentativamente, y también cuando la NSA (la Agencia Nacional de Seguridad norteamericana) y el Pentágono, así como el FBI, ya han sufrido sus ataques. Su ausencia es lo que, precisamente, me da la pauta que la consciencia y urgencia del peligro y las catastróficas consecuencias es, por parte del Poder, aún mayor. No habrá, entonces, “órdenes ejecutivas” visibles, políticamente correctas. Habrá órdenes secretas, “Only for your eyes”. Y así cómo se actúe, inevitablemente habrá represalias. Con nuestro modo de civilización en el medio…

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