PLANIFICANDO ENCUENTROS CÓSMICOS

“Siempre se debe sembrar, siempre se debe avanzar y dejar que los demás recojan la cosecha”, supo escribir en el siglo XVIII el así llamado Cagliostro, esoterista de polémica trayectoria. En una sociedad, la europea de esos años, donde el interés por lo oculto y lo metafísico era una afición respetada por las clases aristocráticas siempre que se mantuviera sobre ellas un exagerado secretismo (quizás más para darle a sus participantes sentido de pertenencia y “espíritu de grupo” que por exigencias de las altas esferas espirituales) la abierta actividad del italiano despertó escándalos y una ola de agravios en su contra: él estaba convencido de que había que hablar, precisamente, de lo que no se hablaba. Y que era ilustrar al vulgo (¡precisamente a él!) sobre las herramientas para desarrollar su plano espiritual y que, hasta entonces, estaba asociado apenas a la misa de los domingos.

Traigo esto a colación porque reflexionando sobre el espíritu de esta nota sentía algo similar al sopesar cuánto más cómodo ha sido mantenerse en el andarivel de lo políticamente correcto en Ovnilogía o Parapsicología. Cuántos colegas “ufólogos” han preferido definirse como “investigadores de campo” e hilvanar una larga cadena de casuística y evidencias, sin arriesgar explorar otras fronteras para no ser mancillados, precisamente, como “esotéricos”, con esa carga discriminadora que el término ha recibido –injustamente– en estos tiempos de “pensamiento crítico”. Aun dentro de lo incómodo (académicamente hablando) que es la investigación OVNI, formar parte del “pelotón de tuercas y tornillos” –como gusto llamar a quienes suponen que se trata excluyentemente de naves “físicas” con “entidades biológicas extraterrestres”– parece más digerible, en orden al paradigma cultural dominante, que otras propuestas, más cercanas a lo extradimensional o espiritual.

Encuentros cercanos

closeencountersEstoy totalmente convencido de que cuando el ilustre doctor Joseph A. Hynek (aquél que fuera consultor de la Fuerza Aérea estadounidense, consejero de la homónima película de Spielberg y patriarca de la Ufología) creó su ya clásica tipología, intuía que con el tiempo se agregarían nuevas categorías. Pero Hynek era Hynek, y cualesquiera de los que se consideraran herederos intelectuales de él no cuestionarían la validez de esta clasificación, pero harina de otro costal sería toda propuesta posterior, donde el penoso criterio imperante tiene más que ver con las simpatías o antipatías personales que con la metodología.

Repasando entonces la clasificación original, tenemos:

EC (Encuentro Cercano) I (o “de Primer Tipo”): observación de luces nocturnas o naves de día, a distancia.
EC II: Observación OVNI posada en tierra o a menos de cincuenta metros de altura.
EC III: Contacto (físico o visual) con tripulantes.

Pero con los años, debieron agregarse estas categorías (y es donde comienzan las disidencias):

EC IV: abducciones.
EC V: experimentos de hibridación genética (contacto sexual) con entidades no humanas.

Y también:

EC IIIb: contacto telepático.
EC IIIc: contacto con entidad no asociada a OVNI alguno (lo que, o bien complica la cosa (según este acápite, un gnomo, por ejemplo, sería un EC IIIc), o la simplifica, si reducimos toda la fenomenología de entidades de cualquier tipo a un solo conglomerado donde el fenómeno OVNI es partícipe necesario).

Planteado este escenario, debemos necesariamente preguntarnos por qué, en puridad, tan poco hemos avanzado desde esos gloriosos años de Hynek, digo, de fines de los ’70 y principios de los ’80, en el conocimiento de la verdadera naturaleza del fenómeno. Hemos incorporado velozmente la explosión tecnológica de los ’90 y principios del siglo XXI. Han surgido nuevas generaciones de investigadores, llevado las convenciones de ufólogos al nivel de glamorosos eventos internacionales… pero seguimos debatiendo las mismas viejas teorías, echándonos mutuamente al rostro las mismas lecturas. Siendo puntillosos, debemos señalar que con algún moderado éxito se ha abierto camino la “hipótesis extradimensional” ganando un terreno que le ha robado palmo a palmo a la aún imbatible “hipótesis extraterrestre” pero siendo –la primera– aún ardua y oscura para el común de los mortales. Así que me he preguntado cómo ir más allá.

Debemos comenzar por considerar  ciertos hechos periféricos que no pueden ignorarse, aunque repugnen al sentido común. Déjenme ponerlo de esta manera:

En los años ’50 y ’60, los “contactados” eran pocos: Adamski, Siragusa, Evans, Zagorski, etc. Y miles los “creyentes” que absorbían pasivamente sus “enseñanzas”, esos mensajes, generalmente apocalípticos, recibidos de sus “hermanos mayores”. Hasta allí, podíamos suponer que estábamos en presencia de unos pocos megalomaníacos o alucinados con buen discurso que satisfacían las expectativas salvatíferas de un enorme público consumidor. Pero ya en los ’80, y acentuadamente en los ’90 y este siglo XXI, la ecuación contactados-creyentes padeció una transformación virulenta: de manera creciente, los nuevos “contactados” (ahora llamados “canalizadores”) comenzaron a multiplicarse como hongos y el público “creyente” fue atravesado transversalmente por un alud de comunicaciones “desde otros planos”. Hoy en día sería imposible agotar una lista de “contactados” toda vez que aquella vieja masa de “creyentes” (de dimensiones similares, claro que conformada por sangre nueva) es, al mismo tiempo, canalizadora: desde el “sintonizador” doméstico que relata alguna esporádica experiencia de transcomunicación hasta el masivo “operador cósmico”. Y la vieja fórmula de considerar al en aquél entonces menor grupúsculo de contactados como delirantes o aprovechados, es imposible de tomarse en cuenta seriamente hoy en día. En primer lugar, porque suponer que un número tan inmenso de “alucinados” o “mentirosos” campea por ahí parece una respuesta fácil pero, como toda generalización, anticientífica, además de una prejuiciosa falta de respeto por los miles, o decenas de miles, de casos particulares sobre los que así estaríamos opinando sin conocer. Y en segundo lugar porque –me baso en algunas decenas de casos investigados o cuando menos, observados y anotados puntillosamente– tenemos a personas absolutamente autosuficientes, autónomas, idóneas en los más diversos planos de su vida (profesional, laboral, familiar, afectiva), amas de casa dedicadas, académicos y profesionales, empresarios y militares, docentes, empleados jerarquizados o no, técnicos, obreros,  individuos todos perfectamente “normales” que sólo acusarían esa “actitud fronteriza” en cuestiones de índole espiritual, cuando la experiencia clínica enseña que el “borderliner” no lo es en un solo aspecto de su vida sino, tarde o temprano, ese desequilibrio termina contaminando todos los demás.

Por consiguiente, debemos considerar que algo está pasando. Y mientras los ufólogos se empecinen en querer distinguirse de la “masa de delirantes” enfocando sus esfuerzos a recolectar evidencias de campo, análisis fotográficos, entrevistas a testigos oculares, seguirán empantanados en la misma situación.

¿Deberemos reinventar el IPEC (Instituto Planificador de Encuentros Cercanos)?

En el año de 1985 una serie de “casuales” circunstancias me llevaron a constituir en Buenos Aires, junto a otras personas, lo que denominé Instituto Planificador de Encuentros Cercanos (IPEC), organización con el objetivo de realizar actividades a la “caza” de OVNIs. Claro que cuando ideé ese nombre pensaba en modestos EC I o EC II. Y ya a fines de ese mismo año, el sesgo fuertemente “contactista” de la gente que se sumaba –y que me acompañaba– me decidió a renunciar a mi cargo directivo en el mismo. Todavía me pregunto si hice bien o mal: para bien, evité que me “salpicaran” los acontecimientos de los años siguientes. Para mal: podría haber puesto quizás un poco de paños fríos en una situación que estaba a punto de explotar.

Porque tuve mi buena cuota de responsabilidad en el surgimiento de la saga del cerro Uritorco.

No es éste el lugar para extenderme sobre este tópico que, no dudo, ha de despertar la curiosidad de más de uno de mis lectores. Sólo permítanme ahora (prometo escribir ese artículo pronto) relatar que sucesivas “mutaciones” del IPEC lo transformaron, primero en el Instituto Planificador de Encuentros Cósmicos y luego en el popular FUPEC (Fundación Para el Encuentro Cósmico) formado con gente del riñón del IPEC. Y de la ideología neonazi del profesor Guillermo Terrera(1), debe ser dicho.

A tantos años de distancia, es cuando sin poder resolver aquél viejo dilema me pregunto si no será hora de retornar a la arena, con un IPEC remozado.

A la búsqueda del contacto

Porque de lo que aquí se trata es de alimentar una nueva categoría, el EC VI: la búsqueda conciente y humana del contacto con estas entidades. Que más allá  de que debatamos si son extraterrestres, extradimensionales, espirituales, astrales, etc. (¿por qué debo aceptar que Ashtar Sheran es quien dice ser?) están allí fuera.

Como en un combate en todos los frentes, todos nuestros recursos deben ser empleados pero cruzando información: meditaciones individuales y grupales, prácticas de escritura automática, TCI (Transcomunicación Instrumental, esto es, psicofonías y psicoimágenes), “alertas OVNI”, con instrumental tecnológico y “antenas humanas”, readaptar la metodología del “Cuarto Estado” propuesta por el doctor argentino Enrique Briggiler, reveladores Backster adaptados a plantaciones completas… Pero (insisto) donde cada abordaje no sea predominante respecto de los demás, donde no se trabaje en forma compartimentada, donde los especialistas en cada área compartan sus resultados con los demás y acepten prestar a éstos la misma atención que se desea para el trabajo propio. Donde cada área no dé nada por sentado; donde todo sea materia opinable y cada uno esté dispuesto a cuestionarse a sí mismo tanto como cuestionar a los demás; si encontrara editor escribiría un verdadero Manual de Instrucciones para articular esos campos. Y con respeto, déjenme citarles esta credencial personal: si las normas operativas del IPEC, aún fuera de mi gerenciamiento (pero funcionales tiempo después de mi alejamiento) pudieron provocar el “salto cuántico” de los episodios del Uritorco y Capilla del Monte (porque casuística impactante ha habido en todo tiempo y lugar; si la epopeya de Capilla del Monte sigue haciendo sonar sus ecos hasta hoy es porque encontró una significativa caja de resonancia) podemos repetir ese “efecto Uritorco” en cualquier momento, en otros lugares.

(1)  Terrera ha sido responsable, entre otras cosas, de sembrar la confusión respecto a que en el “Parzival” de Willhem von Eichembach y la epopeya del Grial de Chrétien de Troyes se mencionen “tierras de Argentum”, localizaciones “bajo la cruz del sur”, la afirmación  de que “caballeros templarios llevaron el Grial al continente allende al mar” y una sarta de desaguisados repetidos, sin duda de buena fe, por un montón de entusiastas que, claro, nunca leyeron a Von Eichembach o a Chrétien de Troyes. Terrera lo “implantó” en el ideario colectivo, quizás con el único fin de darle una credibilidad historiográfica a sus afirmaciones de corte neonazi.

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