Ya en artículos, podcasts y videopodcasts previos, he comenzado a desarrollar las preguntas, las evidencias, curiosidades y verdaderos portales a un amplio espectro de hipótesis y especulaciones que fui cosechando tras mi último viaje a España. Y en esta ocasión quero detenerme en la enumeración de una verdadera colección de “anomalías” que observé durante una reposada visita a la Catedral de Pamplona.
Ubiquémonos en contexto. Está levantada sobre lo que siempre fuera el centro neurálgico de toda población anterior (existe acceso desde el interior de la misma catedral a las excavaciones arqueológicas que muestran casas de la Edad de Hierro, incluso con enterramientos domiciliarios) y ya en el siglo IV supo haber una pequeña iglesia que destruida por los musulmanes en el siglo X, fue reemplazada en el año 1100 d.C. por el comienzo de una gran iglesia románica, que se finaliza en 1127 (la mayor parte de la obra actualmente en pie y bien recuperada, de estilo gótico tardío, es parte de una reconstrucción realizada a partir de 1394). Como señalara en alguna publicación anterior, se encuentra a muy corta distancia de una fuente de agua surgente a la que se le atribuyen propiedades curativas desde épocas arcaicas y que fuera la misma que San Saturnino (ver nuestra nota «Eras astrológicas, inconsciente colectivo y culto al toro») ocupara para bautizar a los primeros cristianos.
Por otra parte, Pamplona es paso obligado de uno de los más famosos “caminos de Santiago” y -para futuros trabajos- tengamos presente esta correspondencia “camino espiritual – fuente de agua curativa” pues se trata de otra correspondencia que hemos observado en nuestras visitas a tierras españolas. Y como si no bastara esa referencia, el interior de la Catedral protege una pila, levantada donde supo haber otor manantial surgente al que la leyenda adjudica haber recibido, meses después de acaecida, nobles heridos en la batalla de las Navas de Tolosa para terminar de recuperarse milagrosamente de sus heridas residuales de aquella.
Pero no nos apartemos aquí del motivo preponderante de esta nota, y que es apuntar algunas cosas muy interesantes que estuve observando en el interior de la misma y que suelen pasar desapercibidas al turista o viandante común.
Por ejemplo, la relación entre María Magdalena y Jesús
Nuestros seguidores saben que éste es un tópico que hemos tratado en otras investigaciones y sabiendo que no somos para nada originales, simplemente hemos corroborado y sumado al trabajo que tantos otros investigadores han hecho al respecto (muy especialmente, las de nuestro respetado amigo José Luis Giménez visibles en su página www.jlgimenez.es). Sirva entonces estas líneas para agregar en ese derrotero algunos ítems dignos de interés, básicamente cinco:
El pórtico del refectorio muestra una escena de la Última Cena. En la disposición tradicional, Jesús ocupa el centro y once de los doce discípulos le acompañan a ambos lados, orladas sus cabezas por el orbe que representa su santidad. Sólo uno, Judas, está arrodillado, del otro lado de la mesa, frente a él y sin orbe, desmarcándose del grupo en clara señal de su hipotética traición. Pero -he aquí lo interesante- uno (¿uno o una?) de sus discípulos, quien está a su izquierda, se encuentra reclinado sobre su regazo, de una manera mucho más exagerada que a la que nos tiene acostumbrada la habitual iconografía. Y su orbe ha quedado en su lugar, en la cabecera de su silla o asiento, de manera que esa persona, de acentuados rasgos femeninos, “abandona” su santidad al reclinarse sobre el Rabí.
¿Qué estoy exagerando lo tendencioso en atribuirle un “sentido” a estos detalles de la obra? Eso sólo podría decirlo quien no conozca el sarcasmo artístico y las claves críticas que los maestros albañiles han legado a través de milenios en sus trabajos. Si ustedes creen que se trata solamente de “detalles personales” que el masón, perdón, el albañil “proyectó”, parece olvidar que todo trabajo estaba permanentemente bajo el celoso escrutinio de los sacerdotes a cargo. En otras palabras: si algo aparece, es que gente de la Iglesia (o, mejor aún, ¿deberíamos decir “dentro” de la Iglesia?) quiso enviar un mensaje.
Como si esto no alcanzara, se ha logrado rescatar un “descenso de la cruz” escultórico en madera, afortunadamente bien conservado. Y la imagen que representa a María Magdalena aparece inevitablemente… embarazada.
Otro de los materiales de gran interés histórico es una abundante y muy bien rescatada colección de imágenes de la Virgen con el Niño.
Sobresalen, cómo no, los ejemplos medievales de “vírgenes negras”. Y cuando más antiguas son las mismas, aún las que no son “negras” y como se ve, más “egipcio” es su parecer. ‘Por qué señalo esto? Porque estoy absolutamente convencido que las representaciones de la Virgen y el Niño son la transliteración del culto a Isis y Horus en su regazo, y el propio color “negro” (para nada adjudicable a “suciedad y el humo de las velas”, como quieren afirmar algunos que ni siquiera las han observado mínimamente de cerca) remite a “al chem”, la “tierra negra” del Nilo, tan apreciada por los alquimistas de ese origen para su trabajo en la Gran Obra.
Por cierto, estas imágenes no agotan allí su interés. Observen el Niño sosteniendo en su mano una piña. Ahora bien, no olvidemos que la piña es símbolo coloquialmente secreto entre esoteristas de la “glándula pineal” (o visión espiritual) al punto de ser uno de los símbolos identificatorios de los Templarios, como podemos observar en este detalle de la “encomienda” (casa templaria) en Barcelona. Y la Señora tiene en su mano una esfera con una cruz sobre ella. “Para simbolizar que el Cristianismo se impondría al mundo”, nos explican. Perfecto. Pero si es así, eso demuestra que tenían perfectamente en claro en ese entonces y era de público conocimiento que la Tierra era esférica.
Otro misterio interesante es la proliferación de representaciones de cruces (sea con un Cristo o no) “floridos”, o literalmente, arbóreos. Entiendo esto muy interesante porque más allá del “discurso justificativo” que la intelectualidad católica quiera construir, remite inevitable al concepto del “Árbol de la Vida”, los Sephirot, el Yggdrassil, etc. Entonces, lo que quiero significar aquí es que encontramos una vez más no solamente “raíces” (perdón por el inevitable juego de palabras) de una Sabiduría común y universal sino que cada religión, cada culto, interpreta ese Conocimiento único de acuerdo a las anteojeras intelectuales de su propio paradigma.
Mención especial y para el futuro (porque aún no tengo una idea clara de interpretación) observar los “doseletes”, esas imitaciones de templetes a escala, aquí, sobre la cabeza del difunto rey Carlos III y su esposa en sus sarcófagos en la nave principal, pero también sobre otras imágenes y -esto se repite en distintas partes del mundo- sobre los púlpitos desde donde los sacerdotes brindan sus sermones. Intuyo que esta costumbre (“costumbre” pues al no ser una exigencia eclesiástica no la encontramos necesariamente en todas partes y de hecho parece aparecer sólo en las iglesias más antiguas) que puede ser una referencia simbólica a la “Jerusalén celeste”, pero, insisto, esto es sólo una especulación.
Sin duda esta Catedral debe encerrar otros misterios y sorpresas, que no he podido observar y estudiar en una visita que, aún siendo prolongada, nunca es suficiente. Dejo sembrada la inquietud para otros investigadores profundizar en las mismas.