Leyendas guaraníes entre la ufología y el esoterismo

Sé que a algunos lectores puede parecerles poco atractivo leer un trabajo que remite a un localismo; en mi defensa argumentaré que hay tres buenas razones: poder tomar ciertos eventos (aún con esa característica) como ejemplificador de una teoría o hipótesis más extendida; citar que mi propia proximidad geográfica me ha permitido hacer un adecuado “seguimiento” en el tiempo de sus manifestaciones y raíces y, no menos importante, la comodidad de poder haberlo estudiado algo más que superficialmente.

En esta propuesta, el título remite también a la necesidad de repensar la terminología con que definimos nuestra actividad, aquella que a ustedes y nosotros nos hermana. El “OVNI” es escuálidamente insuficiente, toda vez que la casuística cada vez abunda menos en luces extrañas moviéndose en el cielo que en “entidades” y fenómenos que interactúan con los testigos, en proximidad física y, por qué no, psicológica. Alguien podría señalar con sensatez que podría haber ocupado el término, entonces, de “mitología”, pero ocurre que me temo que lo que un servidor entiende por “mitos” no es lo que antropológicamente se acepta como tal y -seguramente- aún más alejado lo que el conocimiento popular atribuye a esa palabra.

Es un problema de Paradigmas: ejemplos como los que trabajaremos en esta oportunidad serán vistos por los cercanos a lo ufológico, dominados inconscientemente por su propio “sesgo de aceptación”, como malinterpretaciones históricas de tripulantes de ovnis, toda vez que, debemos reconocer, existen fuertes argumentos en ese sentido. Pero asimismo, aquellos que comulguen más con una lectura esotérica -en el buen sentido de la expresión- y comulguen con “duendes” y “elementales”, encontrarán (imbuidos del mismo sesgo señalado) más sensata esa aproximación que, ciertamente, también presentará fuertes evidencias a su favor.

La aproximación que entiendo más débil, y por ello no me detendré, es la de la fabulación, la mentira, la ignorancia infantil y supersticiosa como génesis de estos “mitos”. Toda leyenda, aún las más improbables, tienen un fondo de verdad. Y la fuerza de estas imágenes e historias no solamente a través del tiempo y las geografías sino (muy sobretodo) sobrenadando los choques culturales entre civilizaciones, es un refuerzo de su origen cierto y real. En cuanto a qué son, eso queda por ahora librado a la especulación del lector.

Ubiquémonos. Hablamos de la cultura Guaraní, propietaria del idioma del mismo nombre (aunque en puridad el mismo debería llamarse “avañe-é”), cultura sobre la que me he extendido (e invito calurosamente al lector a informarse) en mi trabajo sobre Kuhikugu (ver). Cultura que se extendiera desde Venezuela, parte de Colombia, Guyana, Surinam, todo Brasil, Paraguay, las actuales provincias argentinas de Formosa, Chaco, Misiones, Corrientes y Entre Ríos, y parte de Uruguay. Las historias a las que me referiré son aún fuertes en buena parte de Brasil, todo Paraguay, las citadas provincias argentinas (especialmente en las cuatro primeras). Y se remontan a arcaicas edades, siglos, si no milenios, antes de la llegada d ellos conquistadores pero, como dije, sobrevivieron (aunque inevitablemente deformadas) al choque de culturas hasta la actualidad.

El caso es muy interesante porque tenemos distintos personajes donde comienzan a mimetizarse, desdibujándose, las características de unos con la de otros, y aquí trataremos de hacer un poco de “ingeniería inversa” para llegar a los ladrillos fundamentales que construyeron la leyenda.

El Pombero. En esta versión, con el sombrero de paja que, en puridad, le corresponde a Yaciyateré.

Comencemos hablando del Pombero. Un enano, peludo, generalmente negro (aunque en algunas regiones se acepta que puede ser “albino”), que gusta de rondar a la hora de la siesta por los “ranchos” (viviendas humildes) aislados o pequeños poblados buscando niños que raptar o muchachas. De los primeros, dicen algunas abuelas que su destino era ser alimento de este ser. Las segundas, terminaban embarazadas. Créase o no, estos matices del mito aún son sostenidos por algunos pobladores, aunque a mi modo de ver se trata de métodos de coacción social en tiempos de la colonia. En efecto, la siesta era (es) una institución en estas latitudes, especialmente cuando arrecia la canícula.

Todos los adultos se retiran a descansar salvo los niños y niñas que, como se sabe, de puro hiperactivos encuentran ese momento ideal para escapar a hacer sus travesuras. Entonces, el Pombero era la versión local del “cuco” u “hombre de la Bolsa” (o “del saco”) . En cuanto a las jóvenes… aunque les resulte sardónicamente gracioso, durante décadas, en ciertos ámbitos, fue una aceptada forma de justificar embarazos no deseados…

El Pombero puede ser maléfico o benéfico, amigo o enemigo del viandante. Odia a los cazadores que abaten más presas de las que necesitan, o al leñador que tala más árboles que los que pueden crecer (habría que avisarle de los desmanes de ciertos oligopolios en plena selva amazónica hoy en día). Gusta del aguardiente y el tabaco (que los viandantes en la selva dejan a un costado del camino) y se anuncia en el calor de la tarde con un silbido penetrante, el cual odia que imiten. ¿Cómo perturba a quienes le ofenden? Haciéndoles perderse en la selva hasta desfallecer, a veces, hasta morir. Según algunos estudiosos, su nombre proviene de la expresión “Po – mberú” (“manos de mosca”), una complicada descripción de su sutileza y discreción para moverse en la fronda cerca de las personas sin ser descubierto. En el sur del Brasil se le llama “Cuarahí Jará” o “Dueño del Sol”, mote interesante a la luz de algunas cosas sobre las que avanzaremos enseguida.

No debe ser confundido con el Karaí Pyharé (“Señor de la Noche”), un ser muy similar con el cual, sin embargo e irremediablemente, se le confunde. El Karaí tiene para nosotros un valor accesorio: se le hace responsable de verdaderos eventos parapsicológicos; en su proximidad “vuelan” en los ranchos objetos y enseres, otros caen estrepitosamente y puertas se abren y cierran violentamente sin evidencia de acciones físicas. Aún más, en 2016, en San Felipe, poblado del departamento de Santiago Misiones, Paraguay, se le acusó de haber provocado literalmente la “abducción” de un joven de 16 años, quien una noche desapareció de su casa y -sin guardar el menor recuerdo de qué le pasó o lo sucedido- apareció en la mañana, vivo pero bastante golpeado, maniatado con su propio pantalón jean del torso y cuello y los brazos con otras de sus prendas de vestir, en lo alto de un árbol de eucaliptus… a seis metros de altura.

Imagen de la crónica periodística del momento que tratan de bajar al joven “secuestrado” por el Karaí, en Paraguay.

El Karaí puede ser “tranquilizado” dejando esas mismas ofrendas señaladas en la puerta del “akátuhá”, el horno de barro típico de esos lugares pobres. Ello, porque se dice que mora en hornos abandonados. Y, como veremos más adelante, en este detalle encontramos una evidencia de ese proceso de fusión y condensación que estos mitos están presentando.

El Kurupí.

Es interesante también referirnos al Kurupí, literalmente “piel con granos” (de hecho, es el nombre dado a un enorme escuerzo de la región, precisamente por la abundancia de verrugas en su piel). Por cierto, este personaje es el verdadero psicópata sexual de estas historias, y grotescamente se lo representa con un pene tan largo que debe llevarlo enrollado alrededor de su cintura.

Y, finalmente, el  Jasý Yateré, de enorme presencia en la argentina provincia de Misiones y el Paraguay. A diferencia de los otros, es representado como un enano o niño de piel blanca, cabello largo y rubio, llevando en la mano un “Verá”, un bastón dorado y brillante (justamente, en el idioma avañe-é, “verá” significa eso, brillante. Caso de las lagunas del Iberá, en Corrientes, donde Y-verá significa, justamente, “agua brillante”, por el reflejo del fuerte sol de la zona sobre su tranquila superficie).

El Yaci Yateré. Obsérvese que entre la liana y el árbol, está representado su “verá”.

A éste le atraen los niños, a los que subyuga con su bastón para llevárselos por varios días a un lugar desconocido, simplemente, para compartir su compañía, alimentándoles con miel y “frutas desconocidas”. Les devuelve luego, en estado de “aká tavý” (“tontos”) o “ñe engú” (“mudos”) pero estas sintomatologías desaparecen en horas sin dejar mayores secuelas. A veces, se le ve con un sombrero de paja para protegerse del sol. En tiempos tan recientes como setiembre de 2005, hubo una denuncia oficial de desaparición de un niña, atribuido al Yacyyateré. La peculiar denuncia fue realizada por una familia de campesinos contra el duende, supuestamente por secuestrar a su hija Rosita de tan sólo cuatro años.

La fiscal Mirna Rivas dijo a los periodistas que el llamativo hecho ocurrió el 26 de agosto de ese año en el pequeño poblado Santa Rosa, ubicado en la selva del departamento Guairá, a unos 200 kilómetros al este de Asunción. Rivas relató que Rosita Salvatierra “tiene cuatro años y, de acuerdo con su madre (45 años) y su padre (72 años), desapareció una mañana soleada sin dejar rastros”.

“Ellos están convencidos de que fue capturada por el Yasy Yateré porque, supuestamente, en los días previos al 26 de agosto el duende realizaba misteriosos movimientos en el hogar e, incluso, llamaba la atención de Rosita con sus fuertes silbidos”, añadió.

“Esta familia, muy humilde, sólo habla el idioma guaraní. Únicamente el padre escribe más o menos y comprende algunas palabras del español”, apuntó.

La profesional expresó que junto con psicólogas del Poder Judicial “estamos trabajando con ellos desde su creencia, sin contradecirlos para ganarnos su confianza evitando un antagonismo cultural, para encontrar pistas que nos conduzcan hasta la niña perdida”, dijo Rivas.

La niña apareció, sana y salva, dos días después, sin poder expresar dónde o con quién estuvo.

Como escribiera anteriormente, hoy en día en las distintas regiones matizadas por esta cultura (que, aunque parezca extraño, no tienen hoy, a pesar de la tecnología, los medios de comunicación y la educación, o precisamente por culpa de ellos, la homogeneidad de idiosincrasia y la transversalidad cosmológica del pasado) se mezclan los atributos de uno de los seres con los de los demás. Así, el Pombero, el Yacyyateré, el Kurupí o el Karaí “parecen” sinonímicos aunque remiten -creemos- a entidades diferenciadas.

Dada la naturaleza de la línea de tiempo de esta cultura, de la que se supone no tuvo escritura -aunque descubrimientos como los de Pedra de Ingá y otros estarán cuestionando esa convicción- ni dejaron registros pétreos (otra afirmación que, si regresan al artículo sobre Kuhikugu indicado más arriba estaría entrando en interdicción) se impone el estudio etimológico de los términos empleados, sumamente conveniente por ser el avañe-é (recordemos, mal llamado “idioma guaraní”) sumamente rico, profundo y de tipo aglutinatorio (donde un término puede descomponerse en palabras o raíces de significado propio).

Así y hasta donde se sabe, la palabra “Pombero” tendría otra etimología, a saber:

Po: “achatado”

Mbe: “campana”

Ro: “salido de”

En otras palabras, “el ser salido de una campana achatada”. ¿En qué piensan ustedes ante esa imagen? Y aún más, recordemos que al Karaí se le atribuye una costumbre que posiblemente sería un trasvasamiento de la conducta del Pombero: el vivir en “hornos” abandonados. Un horno es una hemisfera, una cúpula, una “campana” y los artesanales, hogareños y sencillos, bajos, es decir, achatados. ¿Una remembranza de la “campana achatada” de la que saliera, en algún remoto momento, uno de estos seres?.

Pero el tema tiene aún más color si tomamos al “Yacý Yateré”, término que, descompuesto de la misma manera, arroja:

Yacý: “luna” o, en realidad,
“la cosa brillante del cielo nocturno”.

Ya: movimiento.

Te: “zigzagueante” (“rayo” es “Arateré:
“la luz zigzagueante que cae”).

Ré: (de Ro): “salido de”.

Es decir, “Lo salido (“el ser salido”) de la cosa brillante que cayó del cielo con movimiento zigzagueante”.

Si a ello le sumamos la “mirada ufológica”, es ser pequeño, rubio, ese bastón brillante, con “poderes”… se comprenderá porqué, desde el título mismo, he señalado la “mirada ufológica”. Ahora bien, la gran pregunta es: ¿basta esa inevitable “asociación de ideas” que podrías hacer entre estas descripciones, etimologías y características y pretendidos tripulantes alienígenas para “explicar” el fenómeno que hoy nos ocupa? ¿Y si planteáramos la ecuación inversa? ¿Si los “duendes”, “elementales” y entidades metafísicas se manifestaran en forma de “halos luminosos”, junto a “burbujas metálicas” o “de energía” porque esa es su característica sin ser por ello, “extraterrestre”?.

En la página 16 de su libro “Crónicas de Otros Mundos”, Ediciones Tikal, Barcelona, Jacques Valleé, puesto a definir taxonómicamente al “ovni” en términos físicos, escribe: “se comporta como una región del espacio, de pequeñas dimensiones (generalmente, de unos diez metros) dentro de la cual hay almacenada una gran cantidad de energía. Energía que se manifiesta en forma de luz pulsada, microondas y otras formas de naturaleza electromagnética”.

Me parece una definición apasionante. “¡Pero Gustavo! -tronarán algunos- ¡Ahí no habla de las superficies metálicas, las ventanillas, los gases expulsados por toberas luminosas, los…!.

Ese es el punto. Todo eso que “vemos”, es sólo lo que “vemos”, mas no lo que “es”. En términos de constancias físicas, es lo señalado por Vallée y yo agregaré (y el científico francés estará de acuerdo): con una Inteligencia o Inteligencias detrás de ello. Proteiforme y psicoide, se manifestará de acuerdo al momento, al contexto sociocultural en que aparece y psicoemocional del o los testigos. Y el o los testigos creerán, por esos dos contextos, que “su” interpretación perceptual (lo que cree ver) “es” lo correcto y los otros, antes o después, no “saben” (por no pertenecer a su Paradigma).

¿Cuál es mi conclusión hasta aquí? Extraterrestres, interdimensionales o seres metafísicos esotéricos, los Pombero, Karaí, Kurupí y Yaciyareté son las mismas entidades que hoy tantos ufólogos gustan de catalogar como EBEs, “ufolks”, “grises” -que si leemos suficiente bibliografía, descubriremos que ni son tan comunes y ni tan clásicos- y un largo etcétera.

Ah, bien. ¿Y que dónde quedarían los “reptilianos” en todo esto? (inevitable: hay lectores que los invocan aunque uno esté escribiendo sobre la mejor manera personal de preparar un Gin – Tonic. Que es con gajos de pepino, aclaro). Pues, ¡la selva también los tiene!. Ya hablaremos del “Teyú – Yaguá”, parte felino, parte hombre, parte yacaré, es decir, lagarto… Y, por cierto, “señor de las cavernas”. Es decir, del mundo subterráneo.

El Teyú Yaguá.

(Las imágenes, obtenidas por el autor, en el Museo de Mitos Guaraníes, Wanda, provincia de Misiones)

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