(Para leer la primera parte, hacer click aquí)
A lo largo de mi deambular en ámbitos herméticos he llegado a compartir con buena parte de los referentes esotéricos la íntima convicción —no podía ser de otra forma, tratándose, como se trata, el Esoterismo de una práctica vivencial— de que la naturaleza del plano astral y la del plano emocional (en el ser humano) son sólo una, que lo que manifestamos en el mundo psicológico, de las interrelaciones sociales y, por ende, de la materialidad es la exteriorización perceptible de la naturaleza de nuestro propio cuerpo astral. No es el sentido de esta nota demostrar ahora este acerto; pero ciertamente, su enunciación no sólo nos permite encontrarle sentido a muchos devenires de la vida sino también ampliar el horizonte de nuestras indagaciones y, en lo que a la formación de nuestros alumnos respecta, señalar nuevos cuidados a tomar en el difícil camino de la formación interior.
En otras oportunidades me he referido a otros peligros del mundo astral, concretamente a las “larvas” y “cascarones” astrales. En este caso, permítaseme enunciar de mi cosecha propia una nueva sintomatología que he denominado “costras astrales”, refiriéndome a patologías propias de la desviación seudo esotérica que afectan sensiblemente la estabilidad, la funcionalidad y el devenir de nuestro cuerpo astral. En otro contexto, incluso, estas reflexiones podrían ser empleadas —temo que con riguroso exceso— como una advertencia de los riesgos latentes en las tan remanidas “sectas” (de las que muchos se dicen especialistas y que se han transformado en el nuevo “hombre de la bolsa” de nuestra sociedad) pero que también, con variantes, son perceptibles en las sectas institucionalizadas, esto es, en las Iglesias de todo cuño (que no en las “religiones”, concepto bien diferenciado).
Síndrome de la Culpabilidad Familiar
Cuando se transfiere al grupo familiar —sanguíneo o conviviente— la supuesta responsabilidad de buena parte de las limitaciones de crecimiento del “iniciado”. Si bien es cierto, como he ejemplificado en lecciones anteriores, que el engranaje “familia” es funcional al sistema y empleado por el mismo a sabiendas de que limita la expresión, libertad, creatividad y curiosidad del individuo, no obstante ello este Síndrome se manifiesta en un doble sentido. Por un lado, algunos grupúsculos lo emplean para capturar la adhesión casi autista de sus seguidores, pero por cierto, y curiosa pero eficientemente en un giro de 180º, lo emplean también las grandes instituciones de la fe para generar en el individuo un estado culpógeno “por defecto”: el sujeto siente que es dis-funcional (y claro que lo es, en lo que a la sociedad como máquina productiva y consumista se emite) en tanto y en cuanto trate de jerarquizar —o priorizar— inquietudes no redituables, espirituales o intelectuales, que lo crucifican a los ojos de los demás como inmaduro, irresponsable o desamorado de sus seres queridos, trampa en la que caen de a millones sin comprender que, precisamente, la responsabilidad, madurez y amor pasa tanto por el plano de lo material como por el de la realización personal, pues ningún bien material tiene el impacto en el espíritu de nuestros seres queridos como la dignidad del ejemplo.
Síndrome del Vil Metal
El dinero no debe ser ni importante ni urgente; se sostiene que un “buen espiritualista” —con frases tan remanidas y “meméticas”[1] como aquella de “la Verdad ni se compra ni se vende”, lo cual es cierto, pero quitada completamente de contexto— no debe percibir remuneración alguna por su actividad. Con lo cual tenemos una cohorte de buscadores de la Verdad que deben compartir su tiempo y su esfuerzo con formas de ganarse la vida lo cual, obviamente, limita y mutila esa búsqueda que, si al mismo tiempo se rentabilizara, le permitiría honestamente dedicarse a tiempo completo a estos menesteres. (Ver «Cobrar o no Cobrar: That’s The Question, Che»).
Síndrome de la Indigestión Espiritualista
Como expresara en mi ensayo “Nueva Era “light” versus Nueva Era revolucionaria” (en AFR Nº 146), estamos asistiendo a una explosión de estas disciplinas, sí, pero en su enorme proporción reservadas sólo a un público desahogado económicamente. Acabo de regresar de recorrer varios centros mediáticamente hiper conocidos de lo holístico en Buenos Aires y tengo el regusto amargo de comprobar que el “maquillaje estético” (sofisticación, ambiente ostentoso, aranceles elevados) es parte del packaging. Quienes carezcan de recursos, claro, será porque kármicamente no se lo merecerán, un “algo habrán hecho” fascista del mundo espiritual. Y que se conformen con lo que el Sistema tiene en el estante de saldos, ofertas «fuera de temporada» y «segunda selección» de la espiritualidad para ellos: las Iglesias convencionales, los shoppings devocionales de evangelistas y católicos. Así, una élite accede a lo alternativo, una élite que en muchos casos se despreocupa de lo financiero no porque lo haya trascendido sino porque ignora la miseria de tantos a costa de una solvente posición. Por lo tanto, esa élite seguirá siendo —pese a tener los medios para revertirlo— “número puesto” del sistema. Y los otros medrarán en la ignorancia de que una vida distinta es posible.
Síndrome del Gurú
En el delicado campo de las interacciones tanto psicológicas como parapsicológicas, el equilibrio —o falta de él— del parapsicólogo, esoterista o terapeuta alternativo de turno puede ser determinante, no sólo en la consecución del objetivo inicial (aquello por lo que somos consultados) sino en la continuidad de alguna patología por parte de nuestro paciente.
Dicho de otro modo, de lo que aquí se trata es de la necesaria y permanente auto-observación. No sólo en función de su vida personal sino —muy especialmente— respecto al rol que desarrolla frente a sus consultantes. Es una deformación propia de esta actividad una humana apoteosis por parte de éstos; casi elevar a una categoría sobrehumana al “especialista” a quien recurren, en parte por desesperación —proyectando en el falible humano que somos características casi milagrosas— en parte adoptándolo como sustituto desplazado en su vacío espiritual, del padre ya no presente o de un dios aceptado culturalmente pero no experimentado. Hacer un ícono del espiritualista es un proceso que, en muchos casos e independientemente del resultado terapéutico de la relación, se desplaza hacia el extremo opuesto: la “demonización” o la subestimación excesiva. Así, personas que transmitían hasta por los poros el agradecimiento por brindarle soluciones pasan, por un colectivo de razones —algunas de las cuales expondremos enseguida— a expresar que el buen resultado obtenido es consecuencia de sus propias acciones (como si la intervención del especialista hubiera sido apenas un placebo) e, incluso, a adjudicarle —a posteriori de la relación— ser el causante de ulteriores inconvenientes o la perpetuación de los mismos problemas.
Y en una enorme mayoría de casos, lo que subyace aquí son deseos sexuales no manifestados ni satisfechos. La presunción de que el esoterista tiene “poderes” que escapan al común de los mortales es excitante desde el punto de vista sexual, como para otras personas lo es el dinero o las particularidades físicas. Suele ocurrir —sobre lo que no me extenderé aquí— que la relación culmine en lo sexual. Suele ocurrir también, que algunos y algunas “colegas” se aprovechan con fines tan mezquinos de este tema. Pero suele ocurrir que el mantener adecuada distancia (actitud absolutamente profiláctica para la consecución de los objetivos) resienta al consultante que no puede discriminar lo que es fascinación y lo que es atracción sexual.
Pero también, sin duda, esta situación es en ocasiones inconscientemente alimentada por el mismo profesional, en un proceso de auto convencimiento de sus capacidades especiales, su justa intervención, su particular carisma, su renombre o popularidad. Ante esto, sólo podemos llamar a la reflexión; del esoterista se espera “milagros” (erróneamente, claro). El error o fracaso estadísticamente probable en abogados o médicos no se nos perdona (¿a qué médico no se le muere un paciente, qué abogado no pierde un juicio?). Se espera, también, que se esté veinticuatro horas, trescientos sesenta y cinco días al año a disposición del consultante (traten de molestar reiteradamente por teléfono a un psicoanalista o psicólogo fuera de los turnos acordados para sesiones y ya verán la respuesta) y, claro, al menor costo económico posible. Si estas presunciones casi arquetípicas del inconsciente colectivo se superponen con una errada sensación de superioridad por parte del o la profesional, el desastre es inevitable. Tarde o temprano, el “síndrome del Gurú” hará carne en ese profesional quien inconscientemente derivará cada vez más hacia formas patológicas de megalomanía y esquizofrenia. En otros términos: mantener esa distancia de la que habláramos, no “creerse” nada, para decirlo eufemísticamente (lo que también implica no ser excesivamente dependiente en la vida cotidiana de los mismos elementos con los que trabaja, pues se termina siendo esclavo de ellos) y mantener una gran dosis de humor (empezando por y hacia uno mismo) son condiciones que “inmunizan” contra este síndrome.
Síndrome del Maestro Fallecido
Todo camino iniciático implica reconocer un Maestro. La Iniciación no es nada sin aquél. El problema es que —salvo que seamos expertos en el tablero Ouija— el “maestro” ha fallecido: que yo sepa, ninguno, de existencia histórica comprobada o supuesta, se ha hecho presente para desautorizar a un pedante autotitulado discípulo. Si ustedes creen a pies juntillas en la canalización o la mediumnidad, ¿cómo negarán —sin cuestionar al mismo tiempo sus propias creencias— si les dijera que soy discípulo de Madame Blavatsky, siendo una anécdota menor los muchos años transcurridos entre el óbito de aquella y mi natalicio, ya que he sido iniciado por ella en mi vida anterior o, cuando menos, en el plan espiritual donde nos encontramos frecuentemente? Mejor aún si el “maestro” es contemporáneo a una etapa de mi propia vida pero ya ha fallecido: vayan ustedes a averiguar si son ciertas las circunstancias que aduzco para mi “iniciación”.
Síndrome del Maestro Ascendido
Hace tantos años que me dedico a esto, que ya no necesito aprender nada nuevo: he alcanzado el Santo Grial del conocimiento espiritual; éste es el Síndrome de Maestro Ascendido. Sin comprender la obviedad de que la vida misma es evolución y cambio, me congelo en un absolutismo intelectual solipsista. Ya no trataré de perfeccionarme, aprender aún más, responder tantas preguntas: soy un “maestro ascendido” en vida. Simplemente miren a su alrededor; es fascinante la cantidad de “colegas” que aseguran tener todas las respuestas.
Síndrome del Escorpión
El de cualquier esoterista que se moleste o ignore estas líneas. Porque corre ineluctablemente el riesgo de herirse con su propio Conocimiento.
Referencias:
[1] Ver por «meme» mi trabajo «La Intoxicación en las Paraciencias. Memética e Illuminati», en AFR Nº 155.
Lo de la culpabilidad familiar tiene algo que ver con el recurso de las constelaciones familiares?
Es un buen abordaje 🙂