La “ruta ufológica” Mendoza-San Juan (1º parte): Isidris, ciudad intraterrena

Laguna Los Horcones y al fondo, el Aconcagua.

Tal como anticipé en mi trabajo “Uspallata: un Shangri – La ufológico” las provincias de Mendoza y San Juan encierran enigmas no resueltos tanto como casuística merecedora de revisión. Territorio de sonados casos OVNI en tiempos ya históricos de las décadas del ’50 a ’70 (del siglo pasado), cometeríamos un grosero error si creyéramos que los apasionados locales de los misterios viven simplemente de recuerdos: en ese anterior viaje de relevamiento y continuando (que no agotando) en éste, una multitud de relatos y puntos de interés jalonarán la geografía del interesado.

No podríamos siquiera en especular con agotar el tema en una sola nota. En consecuencia, sirva ésta de introductoria, con el fin de plantear el escenario, estimular la curiosidad de los lectores y anticipar a modo de prefacio ítems que desandaremos en detalle en futuros artículos.

Isidris: la huidiza ciudad intraterrena.

Una búsqueda detallada en Google suministraría detalles, pero a grandes rasgos sintetizaremos la historia así: en 1993 una dama llamada Verónica Lizana (a quien se la referencia como “escritora”, aunque no me consta que tenga títulos escritos anteriores) lanza un librito titulado “Isidris: la Ciudad Dorada”, donde relata que caminando por la Quebrada de El Challao, detrás del cerro Arco, conectó telepáticamente con “seres de luz” que habitarían una pretendida ciudad intraterrena, a unos treinta kilómetros de profundidad, de ese nombre. Bajo el seudónimo espiritual de “Kervher”, el relato tiene las connotaciones de tantos otros de similar tenor: poderosos seres a mitad de camino entre lo físico y lo espiritual que aguardan momentos mejores para salir a la superficie, recursos y “maquinarias” milagrosas pero no suficientemente descritas, mensajes de amor y paz universal. Llama mucho la atención, debo acotar aquí, el nombre de esta “ciudadela”, toda vez que en la superficie existe la llamada “estancia San Isidro”: una se pregunta lícitamente si entonces tal fue el nombre dado por los “intraterrestres” o es un subterfugio del inconsciente de la autora.

Isidris, según la autora.

Sea como fuere, a pesar de tratarse de un librito breve y de tirada reducida (financiado por ella misma) la idea -como tantas “ideas-fuerza” que hacen eco de Arquetipos del Inconsciente Colectivo- “prendió” rápidamente en círculos de entusiastas, primero a nivel local, y luego ampliándose al punto de comenzar la región a ser visitada por extranjeros que, si bien en número reducido, con su presencia indicaban la trascendencia de fronteras que el tema había tenido.

Lizana (quien pocos años más tarde se mudó a Canadá, guardando silencio sobre el tema durante varios años para reaparecer hace un tiempo, devenida terapeuta holística), con un nuevo título (“Issidriss: Vibración 9”) regresó a la arena, en tiempos donde Internet había reinstalado el interés y las facilidades para llegar a “las puertas de la ciudad”. Originalmente, ella la ubicada en la llamada “Piedra de Isidris”, en la citada Quebrada (a espaldas del cerro Arco, esto es, a 10 km de la ciudad de Mendoza). Empero, a posteriori otros grupos parecen detectar otras ubicaciones: la llamada “Piedra de Osiris”, a poca distancia del cerro Tunduqueral (no confundir con la roca ya mentada) y la laguna Los Horcones, en proximidades del Aconcagua.

Antes de continuar, permítaseme dejar sentados dos consideraciones. La primera es que en toda esta regiòn -tal como anticipé- los relatos de “luces extrañas”, de “portales”, de “ventanas” y de seres suprafísicos no solamente pululan, sino que se trata de historias y relatos muchas veces en primera persona y absolutamente frescos. Para que se comprenda mejor: no se trata de lugareños diciendo “dicen por ahí” y remotándose a relatos de años atrás (si bien también de ésos hay muchos), sino que surgen los testigos que relatan lo que ellos vieron y en ocasiones apenas días atrás.

En la expedición al Aconcagua de 1991, acampando en “Nido de Cóndores” (5.900 m).

A diferencia de otros conocidos sitios “calientes” argentinos en términos ufológicos (Victoria, en Entre Ríos; Capilla del Monte, en Córdoba) aquí los hechos están ocurriendo. Súmese a eso que el “turismo ufológico” no ha depredado el lugar (son muy pocas las referencias que ustedes encontrarán, aún en sitios especializados, y -lo que históricamente es característico de zonas de “ventana” o “portal”, que de esta distinción hablaremos más adelante- en extensiones geográficamente reducidas se concentra una multitud de “curiosidades”aparentemente inconexas entre sí: ovnis, espíritus, puntos de interés energético, leyendas remotísimas, etc.

El hotel referido en la nota.

En esa dirección, señalemos que el Aconcagua en particular era desde mucho antes un lugar de interés para espíritus metafísicos. Se le atribuye ser ubicación de un gran “portal”… y hasta la exageración de tratarse de una monstruosa “pirámide de cuarzo” disimulada. Lo último es delirante y anecdótico de algún exagerado (o exagerada). Lo primero, por el contrario, un discurso bastante instalado. Por cierto, quizás aquí pueda comentar con algo de experiencia personal: en 1991 lo ascendí junto a Fabián Rossi, realizando en distintas alturas experimentos parapsicológicos con colaboradores sitos en la ciudad de Santa Fe.

El autor, ascendiendo por el Gran Acarreo.

De ese entonces, de los días pasados en Mendoza ultimando detalles, en Puente del Inca, luego en Plaza de Mulas durante cuatro días para aclimatarnos, no recuerdo comentarios de andinistas en el sentido que otorgaran al Aconcagua alguna condición “especial”. Sin embargo, los temas paranormales -más allá de esos experimentos, que relataré en otro lugar- nos estuvieron ausentes. Fue en Puente del Inca donde, justamente de boca de los pilotos del helicóptero Lama de Gendarmería que nos hicieran la enorme “gauchada” de llevarnos a Plaza de Mulas -ahorrándonos dos días de caminata por la ribera del río Confluencia, caminata que, ciertamente, tuvimos que hacer de regreso- escuchamos el relato del viejo hotel “de las termas”, del otro lado del río, que en la década de los ’60 fuera destruido por una avalancha de nieve.

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