La Meditación Proactiva: una herramienta de auto-observación, acompañamiento terapéutico y gestión de dificultades cotidianas

Comparto en esta oportunidad una técnica que, casi espontánea, intuitivamente, he ido desarrollando al paso de los años, nacida más bien de la reposada autoobservación –y, por consiguiente, ése es el campo primario de aplicación- como de la sugerencia de aplicación a mis alumnos y consultantes.
¿Por qué “Meditación Proactiva”?. Conocemos en mayor o menor medida –cuando menos, entiendo que todos aquellos que puedan interesarse en este artículo- dos tipos de Meditación: Pasiva y Activa. Llamamos “pasiva” a la tradicional y en cierto modo, estereotipada o icónica: sentados o acostados, ojos cerrados (excepto en ciertas escuelas como el Zen), buscando vaciar la mente de contenidos. Y “Activa” a la misma en cuanto fines mentales peor en movimiento físico, sea en el marco de una práctica de Tai Chi, Qi Gong, etc.
De manera que al pensar en definir ésta, elegí el término de referencia porque entiendo sirve (la técnica) de catalizador, de vehículo para superar ciertas instancias inhibitorias de nuestro pensamiento y pasar a fases siguientes de progreso en el mismo. Dicho de otra forma: no buscará el objetivo “liberador” de la meditación clásica, sino que tomará a los pensamientos como materia focal de atención. Y cuando digo “atención”, defino la íntima naturaleza de la Meditación Proactiva: concentración en la íntima esencia de mis pensamientos. Pensar los pensamientos.
Y también, por esto: en general, piense la gente como crea que piense, independientemente de cuán inteligente sea (o se crea), su pensamiento es Reactivo. Es decir, “reacciona” a los estímulos”: situaciones, problemas cotidianos, deseos y proyectos. La mecánica Proactiva, en cambio, no reacciona: es la que genera la Matriz de Realidad Mental dentro de la cual ocuparán su lugar los hechos desde esa mirada previa y holística.
La necesidad de articular primero y difundir después este proceso deviene de ciertas “anomalías” (por decir lo menos) que observo en el proceso de pensamiento de muchas personas. En primer lugar, recordemos lo que en buena medida humorística –pero también, seriamente- supimos llamar “Primera Ley de Fernández”: “La gente no sabe pensar, pues llama “pensar” a tener determinados prejuicios o preconceptos y buscar después desesperadamente argumentos para autojustificarse”. O puesto de otra manera: piensan cuando deben sentir y sienten donde deben pensar. O más claramente aún: no pueden manejar sus pensamientos (cuando racionales, analíticos y por esa misma condición, necesariamente objetivos) desapegados de la carga emocional –muchas veces negativa, a veces positiva, siempre inconveniente- que genera, no el pensamiento en sí, sino la “cosa” objeto del pensamiento.
Y algunos se sentirán sorprendidos que diga que hasta la carga emocional “positiva” puede ser inconveniente, sobre todo cuando pertenecemos a una cultura del “pensamiento positivo”, la “motivación” y otras formas de coachear nuestras historias. Refiero entonces lo “positivo” como esa exteriorización, esa extrapolación subjetiva de buenos deseos que, por eso mismo, expresan sólo deseos y no una radiografía de la Realidad que estamos pensando, llevándonos en consecuencia a subestimar los peligros o sobreestimar nuestras disposiciones y habilidades.
Porque el pensamiento, en tanto instrumento racional para ser efectivo en su aplicación cotidiana debe reunir ciertas condiciones. Y la primera es desapegarse de los apegos emocionales –agradables o desagradables- que atrae a su alrededor.
Apego que es la raíz de muchos males, ya lo sabemos.
Para el propio Ego (tan maltratado en tiempos neoespiritualistas, tan necesario también ya que es a través de él que nos expresamos en este mundo tridimensional) esta propuesta (un pensamiento analítico, objetivo, es decir, pensamiento en estado puro) es condición sine qua non para que, si no garantizarnos un resultado exitoso del acto de pensar, sí una subordinación a nuestra Voluntad y no al azaroso campo umbroso de nuestra emocionalidad. Es por esto que debemos enfocar nuestra atención en el ejercicio de pensar y sus bemoles.
¿Cuántos de ustedes deciden “pensar?. Parece una perogrullada. Pero no lo es. Dicho en otro contexto: ¿cuántos de ustedes eligen un momento del día para sentarse, para detenerse a pensar con tranquilidad, desapego emocional y tiempo, por ejemplo, lo que harán la semana que viene, cómo está su relación con una persona, qué decidirán proponerse en un futuro inmediato?.
No se mientan. Esto que acabo de decir es general: nos mentimos repetida, uniformemente. Por ejemplo, diciendo a lo anterior que sí lo hacemos cuando, realmente, no nos detenemos a preguntarnos si realmente lo hacemos. Porque –dejando de lado la desesperada búsqueda de argumentos autojustificantes, la emocionalidad “apegada” y todo eso de lo que he escrito ya) nuestros congéneres piensan sobre el transcurso de los hechos, o apurados y presionados por la inmediatez de los hechos. Otra vez: no se detienen en el “antes” para pensar en el “después”, excepto que ese “después” sea inminente o esté ya comprometido por acciones que debo tomar. Ejemplo: mañana tengo que presentarme en tribunales y pienso qué es lo que voy a decir. Creo que estoy pensando con el pleno uso de mi facultad de pensamiento, y no es así. Primero, estoy obligado por las circunstancias. Segundo, estoy cercado, acorralado por las emociones que esa situación me genera.
Otra vez: ¿cuántos de ustedes se sientan cuántas veces cada cuánto a pensar en temas, del momento o del futuro, que podrían elegir no detenerse a pensar porque no hay necesidad pero sí deciden hacerlo?. Esto es característico del Pensamiento Dominante de una mente esclarecida. O sentarme a pensar algo del pasado sin la emoción (melancolía, nostalgia, extrañeza, angustia, celos, sentimiento de pérdida) que me “obliga” a pensar en ello. Elegir lo que quiero pensar en el momento que elija hacerlo.
Hecho esto, ¿cómo pienso lo que pienso?. Para que resulta sencillo de comprender: ¿sigo mis pensamientos hasta el final?. Algo que siempre me ha llamado poderosamente la atención al observar la expresión de pensamientos de otros, es que, aún siguiendo una “línea racional” adecuada, no van “más allá”, es decir, no agotan la extrapolación posible de esa línea de pensamiento.
Y paralelamente: ¿cuántos de ustedes exploran de dónde nacen, de dónde vienen,. Cómo surgen los pensamientos y el “campo temático” que ellos expresan en un momento determinado?. Por eso, la mayor parte de nuestros congéneres no elijen pensar sino que son sorprendidos por pensamientos que “vienen a ellos” y simplemente, siguen la corriente…
Debería ser innecesario aclararlo, pero más conviene curarse en salud: de ninguna manera esta propuesta minimiza el valor y significado de la Inteligencia Emocional y la utilidad, casi como recurso de supervivencia, de sentimientos y emociones. Lo que propone es, en cambio y en tanto, resignificar lo que llamamos pensamiento. No es una Filosofía, ni siquiera una propuesta de “actitud” de vida. Por eso he insistido con estos términos: herramienta, instrumento, técnica. Nada más. También, nada menos.
La Meditación Proactiva es todo esto: elegir qué pensar en un momento también elegido por mí. Observando lo que elijo pensar, explorar de dónde viene, la intención, la decisión o el “deseo” de pensar en ello. Y continuar explorando hasta dónde pueda llegar cada línea de pensamiento que me propongo. Acompáñenlo con respiraciones holotrópicas o yóguicas, en posición e flor de loto o haciendo una “kata” de Karate, con incienso o mantrams de fondo, eso está en ustedes. Pero no se engañen: puede que expuesto con la simpleza que mis pocas luces me permiten, como hago aquí, parezca, de tan sencillo, una tontería. Siéntense a aplicarlo, y verán los vericuetos interesantes que les brinda. Sólo la persona que sabe de dónde vienen y hasta dónde llega una “línea de pensamiento”, sabiéndolo por auto observación en momentos ajenos a cualquier necesidad o circunstancia que remita a esa línea de pensamientos, puede llamarse una “mente clarificada”. El resto, sólo seguirá argumentando torpemente, enredándose en discursos autocomplacientes, entonces sí, de su Ego, y creyendo que poniéndole nombre a las cosas, construyendo dialécticas, encontrando culpas –propias o ajenas-  o arropándose en excusas, “está pensando”.

 

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