La impecabilidad del guerrero

Todo interesado en las Sabidurías Ancestrales se ha cruzado en algún momento con el concepto de “conducta impecable”. Se acude mucho a ella en textos y referencias a la filosofía subyacente en estos conocimientos y se repite con asiduidad en el contexto ceremonial. Pero, con precisión, ¿qué es la “impecabilidad”?

La impecabilidad del guerrero

No significa “perfección” en la acción; no puede existir tal en la naturaleza humana de por sí imperfecta y, en todo caso, sólo aspirante a la perfección. Mucho menos, la eterna excelencia de los resultados de nuestras acciones: demasiados imponderables pueden ocurrir, y el concepto mismo de “resultado exitoso” es de por sí discutible. La conducta impecable es -simplemente, y no tanto- el mejor esfuerzo posible a consciencia.

No es simplemente que digamos hacer el “mayor esfuerzo”. Es saber íntimamente que hemos dado todo, y entonces, un poco más aún. No depende de la mirada de los demás, del eventual cuestionamiento de los otros sobre “cómo” deberíamos hacer las cosas. Una vez más, significa entregar todo a consciencia que, precisamente, damos nuestro mayor esfuerzo, desapegándonos entonces de los resultados.

Dice la Toltequidad: “No eres responsable de las consecuencias de tus acciones; sólo eres responsable de tus acciones, que no es lo mismo”. Justamente, porque enfocados en entregar la acción con la impecabilidad, lo que venga después, “bueno” o “malo”, “satisfactorio” o “insatisfactorio”, ya no dependerá de nosotros ya que, obviamente, sólo está dependiendo de nosotros lo que entreguemos.

Siempre recuerdo una historia aleccionadora. Ustedes conocen a Jiddu Krishnamurti, el pensador indio de prosa esclarecedora y mente aguda y filosa. Quizás también sepan de Bertrand Russell, académico y escritor británico (autor, entre tantos, de “Porqué no soy cristiano”; un libro más que interesante). Krishnamurti y Russell eran amigos, y cada vez que el primero viajaba en gira de conferencias a Gran Bretaña visitaba al filósofo en su casa y pasaban algunas veladas debatiendo de los temas que les interesaban; suelo imaginarlos, sentados en sendos butacones en el victoriano estudio de Russell, hundidos en cavilaciones.

Bien, la anécdota es que Krishnamurti hace una de sus frecuentes visitas poco tiempo después que Russell había publicado el libro mencionado más arriba. La reacción social (en un país fuertemente anglicano y en tiempos conservadores) fue escandalosa. Y Russell, polemista avezado, le contaba a su amigo todos los esfuerzos que había hecho para clarificar ante el público el verdadero sentido de su trabajo: fue a numerosas entrevistas radiales, escrito “Cartas de los lectores” en varios periódicos, dictado conferencias públicas… y con tristeza concluía que la gente parecía sólo molesta por el título sin profundizar en sus argumentos. Que ya no había mucho más por hacer. Krishnamurti, que era un gran “oídor”, le escuchaba sin interrumpirle, hasta que llegado a ese punto le pregunta si realmente había hecho todo lo posible. Russell le responde que sí; incluso había ido a esa cosa nueva que llaman “televisión”, pero no había manera de permear a la opinión pública sus conceptos.

Krishnamurti insiste:

-Pero…¿de verdad has hecho todo?

Claro que sí -le responde el británico- Incluso lanzaré en meses una nueva edición del libro, corregida y aumentada, pero ya me comentaron que no cambiará sensiblemente las opiniones.

Pero… ¿todo?

¡Sí! Conferencias, radio, televisión, periódicos, nuevo libro. ¿Qué más puedo hacer?

Krishnamurti sólo medita unos segundos. Y le pregunta:

¿Te has trepado al tejado de tu casa y comenzado a gritar en todas las direcciones las verdades de tu libro?

Russell emite una risita y responde:

-No, por favor. ¿Cómo voy a hacer eso? Pensarán que estoy loco…

Y Krishnamurti, clavándole la mirada, le responde:

-Seguramente sí. Pero entonces no digas que has hecho todo lo posible.

Esta es la manera como un Guerrero, una Guerrera, entiende, comparte y ejerce la impecabilidad.

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