LA DANZA DEL ÁGUILA BLANCA: EL CORAZÓN DEL MAGO Y EL CHAMÁN

Sé un guerrero, una guerrera de la paz. Siéntete libre. Organiza tu vida de modo que no seas imprescindible y nada te resulte imprescindible. No es para cualquiera esta Danza, y ya sabemos que cuando  alguien cree saber danzar y lo hace pésimamente, el efecto puede ser el contrario al que buscaba. De modo que no basta con sentirte libre y en definitiva sigues atado; sólo te has mentido. Porque muchos gustan de llamarse “guerreros”, gritarlo con un “¡Ahó!” estentóreo junto al fuego para volver a la esclavitud de buenos modales de todos los días. Sigue los pasos de la Danza del Águila Blanca: sigue los pasos de tu corazón.

Que no caigan las alas de tu corazón frente a cada desazón, porque esa es la oportunidad de la victoria. Cualquiera se empodera cuando todo resulta exitoso; lo que vencerá a las dificultades –que te esperan agazapadas como enemigos envidiosos o como maestras sutiles, o como ambas sin contradicciones en su dualidad- es que cuando se presenten sonrías y dupliques la fuerza de tu avance. A fin de cuentas, “hoy es un bonito día para morir”. Si hacemos nuestra esa frase, podemos ver cada caída como una “pequeña muerte” (pues muere el que era al no poder superar la dificultad) y renacer (pues soy un distinto al que era tras superarla). , ¿cómo no aceptar morir para renacer tras cada caída?.

Ya hemos dicho en muchas ocasiones que el Mago, la Hechicera y el Chamán tienen más en común que lo que les diferencia, y es lógico que así sea: uno de los secretos de Poder es enfocar las energías propias en lo que nos une, en lugar de lo que nos divide.. En lo que suma, en vez de lo que resta. Por experiencia propia enseño que si quieren atraer la buena energía a sus vidas, la gente proactiva, las circunstancias favorables, éste es uno de los secretos capitales. Allá quienes elijan perderse en probar recetas mágicas de supuestos resultados afines, o enredarse en discursos reflexivos y seudo intelectuales sobre las razones psicosociológicas del devenir. Los primeros apenas serán resentidos aprendices, caminando siempre diez pasos atrás de la oportunidad. Los segundos, ensoberbecidos petulantes enamorados de su propio discurso mientras acumulan sinsabores, en la penosa retórica de creer que “explicar” es “solucionar”.

Danzar como el Águila Blanca es hacer la magia de vivir los sueños. Y quien subordine sus sueños a sus “compromisos”, “obligaciones” y “deberes” simplemente no la estará danzando, pues un Danzante, a diferencia de quienes duermen, hace del sueño su obligación.

Danzar como el Águila Blanca es trascender los condicionamientos, “ver” la energía a su alcance allí donde los demás sólo ven circunstancias, azares y materia. De todo hace energía pues no sólo sabe que todo es energía; todo lo toma como tal. Mueve sus manos para “remodelar” su Realidad, crea vida concientemente, comparte en forma sagrada aquello que tantos otros hacen profano.

El código genético y el “destino” son indivisibles, se complementan, forman una unidad. Los Abuelos sabían cómo utilizar estas fuerzas y programar el nacimiento de una criatura. Sabían que el Sol, la Luna, las estrellas, las constelaciones y, en suma, todas las fuerzas celestes y de la tierra influyen en la concepción. Saben que de ellas emana la energía que determina la creación y la conservación de la vida, sea animal, vegetal o humana. Por eso su sexualidad era Danza del Águila Blanca.

De acuerdo al Saber Originario, cuando una pareja se une se rodea de una energía preciosa, la energía del sexo. Se comienza a generar un campo que hoy llamaríamos “magnético” a su alrededor y los envuelve para el ojo espiritual entrenado, una tenue y difusa claridad azul. Conforme avanza el acto, la luz va creciendo en intensidad y forma un ovoide de unos tres metros de diámetro de donde nace un remolino de colores. En un giro predomina el azul, luego el verde, sigue girando rápidamente y en el clímax, los colores se entremezclan. El Abuelo Tlakaélel enseñaba que en el orgasmo se crea un estallido dorado, de los cuerpos salen filamentos de luz azul que atraviesan como rayos el campo de energía que cubre a la pareja. En ese ámbito, microcósmicamente, trabajan todas las fuerzas del universo macrocósmico. Esa energía actúa como el abuelito Fuego que en la oscuridad y el frío del invierno atrae a los cazadores desorientados.

Con el Abuelo –y quiero ser humilde en expresar la idea- platicábamos en ocasiones a solas porque manejábamos campos de conocimientos que otros hermanitos ignoraban. En una de esas pláticas, le comenté que sus reflexiones me remitían a lo aprendido y practicado de Tantrismo y, especialmente, sobre el “maithuna”. Y estalló en una de sus habituales risotadas para decirme, repentinamente serio: “¿Porqué “ustedes” –con un amplio giro de mano nos incluyó a todos- cuando piensan en Sabiduría Ancestral sólo piensan en estas tierras?. La Sabiduría es Una, precisamente, y aquí es –señaló ahora al oriente-como allá”.

Desde esa perspectiva, el “trabajo mágico” del sexo es recrear simbólicamente lo que se expresa en aquellas palabra de enfocarse en lo que une, no lo que separa, lo que suma., no lo que resta.

Danzando como el Águila Blanca, el Chamán, que fue y es un Mago y Hechicera (triste quien encandilado por las etiquetas no vea las correspondencias, ya que etiquetar, es decir, nombrar y clasificar es apenas una forma de entender por reduccionismo) descubre que el Saber Originario, también por universalista, es Iniciático, Esotérico y Probacionista. El Danzante del Águila Blanca es un Iniciado, en todo el sentido metafísico –y también, aquí, arquetípico- de la palabra, y todo Iniciado advenido con los siglos es apenas un Danzante del Águila Blanca metamorfoseado.

 

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