No me cansaré de repetir que una de las cosas más nutritivas que me acompañan en la vida es, a esta altura de la misma, no perder la capacidad de maravillarme y disfrutar, pensando en las implicancias, con situaciones, personas, lugares o instituciones que uno va encontrando en el camino. Nimiedades quizás para otros pero que, para un servidor y en tributo seguramente a mi imaginación inquieta, adquieren dimensiones y oportunidades que se siente imperativo comunicar, difundir, participar.
En todo ello pensaba cuando, durante mi reciente último viaje a Ecuador, supe de la existencia de Jatun Yachay Wasi, literalmente “la Casa del Gran Saber” y de aquí en más y en aras de simplificar, “la Jatun” (con perdón de este gesto quizás confianzudo). Fue, primero, el querido amigo –y coordinador de mis actividades allá– José Luis Garcés quien me hablara de ella y luego otros allegados. De hecho, descubrí que tres de mis alumnos en workshops/talleres míos eran, a su vez, alumnos de esta casa de altos estudios. Porque de lo que aquí se trata es de un instituto terciario (más propiamente que una “universidad”) que realiza formaciones sobre Ciencias Ancestrales y sus títulos son avalados por el Estado.
Debo señalar que esta nota quizás se agotaría poco después de la última línea escrita. Al fin de cuentas, el interesado fácilmente puede acceder a más información en Internet mediane la página oficial de la institución (tiene presencia también en redes sociales y, por lo pronto, hemos grabado un podcast en nuestra visita al lugar). Permítaseme señalar mientras tanto que la Jatun cuenta con cuatro carreras de grado de Tecnicatura (Medicina Ancestral, Construcciones Andinas, Agropecuaria Andina y Promoción y Derecho Social (que implica defensa y organización de comunidades desde la perspectiva del “ayllu”). Y quiero detenerme aquí en reflexionar sobre lo que me resultó impactante. Por ejemplo, que la especialidad “Medicina Ancestral” tenga un aval estatal implica que los egresados están habilitados a todos los efectos jurídicos a, por ejemplo, recetar preparados de tipo medicinal, realizar tratamientos (y cuando hablo de tratamientos, no me refiero de manera excluyente a la herbolaria: el concepto incluye, muy necesariamente, a las limpias de naturaleza espiritual) y todo ello sin que el Colegio de Médicos ponga el grito en el cielo (aunque intuyo que lo han hecho en algún momento previo de este proceso de aggiornamiento) por “intrusionismo profesional”. El límite es muy claro: no invadir el organismo (así fuere con una simple inyección). Y mientras que todo abordaje opere “por fuera” de la fisiología (o no sea invasivo, tal como el suministro de tisanas e infusiones) ya existe un pleno marco legal para el ejercicio de esta Medicina Ancestral.
No puedo dudar que debe haber sido un camino largo y escabroso. El solo hecho de reservarse una mirada propia sobre la salud del eventual paciente (y el derecho de éste a elegir tratamiento) es disruptivo para el academicismo de la salud. Pero en Ecuador se hizo. Y estoy convencido de que uno de los factores determinantes para posibilitarlo fue que el rescate y respeto de los saberes originarios es artículo constitucional en ese país.
Tuve oportunidad de conversar en extensión con su rector, Francisco Cepeda, su Vicerrector, Enrique Ávila y uno de los profesores y de hecho nuestro anfitrión, Giovanni Constante. Anecdóticamente puedo contarles que fue una jornada agradabilísima; tuvieron la cortesía de permitirnos asistir a una reunión del cuerpo docente que, precisamente, estaba preparando la currícula (por allá le dicen “pensum”) de un nuevo semestre, y me fue evidente la seriedad epistemológica y metodológica con que proceden en el preparado de los contenidos temáticos. Luego, una recorrida por el predio de unas tres hectáreas donde a la ya un poco antigua casa principal de tres pisos se le suman huertos, plantíos educativos, consultorios externos, un maravilloso temazcal bajo techo, un área para ceremonias sagradas (¿de qué Conocimiento Ancestral estaríamos hablando si no se respetaran y perpetuaran las antiguas ceremonias?), vivero y criadero bajo techo, una nueva ala de aulas en construcción, etcétera.
Pero aún nos esperaba una sorpresa.
Comencé esta nota comentando cómo no he perdido mi capacidad de asombro. Debería haber agregado, también, que no ha desaparecido ante la maravilla del Universo de alinear circunstancias en el Camino que siguen sorprendiéndome. El punto es que elegimos un único sábado que teníamos libre, viajando unas doce horas, ida y vuelta, desde y hacia la ciudad de Cuenca, donde estábamos haciendo base, a Colta, el pequeño y pintoresco pueblo donde radica esta institución. Precisamente el día previo a hacerlo, nos comentan algo inesperado (para nosotros): un grupo de chamanes rusos (con precisión, siberianos) estaría también de paso por el lugar.
Se trataba de una comisión del Instituto de Altos Estudios Culturales de la República de Altai, que supiera formar parte de la ex URSS. Sobre ellos, he de escribir en extensión en un pronto trabajo, de manera que ruego dispense el lector la brevedad y circunstancia del comentario; sólo lo traigo a colación por el valor simbólico de semejante sincronicidad. Pues por la tarde, las autoridades de la Jatun se reunieron –con miras a establecer convenios de mutua colaboración– con los mismos (gracias a los oficios de Pablo Smirnoff, un ruso radicado en Baños desde hace veinte años, que ofició de intérprete). Y nuevamente, se nos invitó a participar y presentarnos, lo que inevitablemente devino en un ágil y cálido intercambio con los rusos, liderados por Danil Mamyev e Irina Jernosenko, que, esperemos, cristalizará en un futuro en acciones conjuntas con nuestra “Casa del Cóndor” y el movimiento panamericano “Águila y Cóndor en Unidad”.
Regresando a la Jatun –y al propósito de este artículo– quiero señalar que, ciertamente, ignoro si en otros países existen institutos de enseñanzas ancestrales no sólo debidamente inscriptos conforme a derecho sino (esto es lo importante a destacar) con títulos para sus egresados avalados por un Estado. No es un hecho menor ni secundario, y si bien soy consciente de las limitaciones y dificultades que emprendimientos similares en otros países pueden encontrar (ya señalé que entiendo como la “piedra de toque” de esta apertura la referencia en la Constitución Nacional de Ecuador que quizás no exista en otras latitudes), es un ejemplo a seguir. Paralelamente, busco advertir a tantos interesados en todo el mundo en una formación académica sobre estas temáticas que podrían considerar la posibilidad de una residencia, aunque sea temporaria en la misma, tanto por su formación docente como por la relevancia que significa –aunque en el país de origen no exista tal apertura– en contar con un título de grado académico reconocido por una nación.