Enseñanzas judías perdidas en Segovia

El Universo ha sido –es- generoso con quien escribe. Dándome la oportunidad de, en plan de trabajo, recorrer algunas partes del mundo y reservándome secretos enigmáticos y rincones maravillosos. Aunque creo que depende de uno viajar con ojo avizor. No de otra manera me explico que tanta gente pase por un mismo lugar y luego se sorprenda cuando un modesto servidor señala algo que se les había pasado por alto.

Ese vagabundeo construye reflexiones y perspectivas; re-pensando la historia y el paradigma de Realidad en el que nos movemos casi todos los días como autómatas, creando la ocasión de crecer un poco con lo aprehendido, que siempre tiene una fecha de vencimiento más tardía que lo meramente aprendido. Y tal fue el caminar la bellísima Segovia, en la geografía española. Más allá de las obviedades turísticas, apasiona salir de la carretera (dicho con intención literal y simbólica) para descubrir aprendizajes espirituales donde los viejos maestros usaron el paisaje de pizarra.

La “historia mágica” de España es apasionante. Señalo, para no aburrir, que el término “Hispania” dado por los romanos (de donde, obviamente, deviene “España”) le fue dado por las leyendas que cuentan que por aquellos lares campeó Hispán, sobrino, hijo o nieto de Hércules (Herakles), según el autor. Hispán, a su vez y según ciertos estudios, sería la latinización de “Ba’al Sanapu”, un dios cananeo cuyo culto fue introducido en la península por los fenicios alrededor del año mil A.C. La presencia (¿real?, ¿mitológica?) de Hispán es doblemente interesante por su parentesco herculiano; en efecto, el héroe griego tiene larga tradición, local, desde la fundación primigenia de Toledo (ver mi trabajo al respecto) con su “Cueva de Hércules” hasta la ruta del poderoso semidios a través de esas tierras camino al Norte de África, como parte del cumplimiento de los famosos “doce trabajos” que le fueron ordenados desde el Olimpo.

Ciñéndonos a lo estrictamente documentado, el hecho es que Segovia ya aparece mencionada en crónicas romanas del 100 A.C., de donde deviene su indiscutida antigüedad. Y hablando de romanos, a ellos pertenece la obra más magnífica y conocida de allí, el “acueducto”, una portentosa obra de ingeniería de 818 metros de largo que atraviesa el centro de la ciudad, magníficamente conservado. Más magnífico aún si se observa (como hice “in situ”) que las piedras que lo constituyen no están unidas con argamasa o cemento alguno sino simplemente apoyadas y comprimidas por gravedad unas contra otras. Es zona sísimica; nuevo misterio, nueva maravilla, a su supervivencia con mínimas reparaciones en el tiempo.

El Alcázar es la segunda atracción turística. Se respira la propia historia del país. Los reyes Alfonso VIII y Alfonso X dedicaron grandes recursos a ampliarlo, decorarlo y lucirlo, y fue testigo de momentos importantes, como la coronación de la reina Isabel La Católica. Pero es muy anterior, pues hay huellas que fuera un “castro” (fortificación) romano, luego empleado como cuartel por tropas árabes durante la ocupación de la región y tal vez, huellas aún anterior. Pueden ustedes encontrar mucha información turistica por ahí; permítanme, aquí, remitirme a las cosas que se le pasa por alto al turista.

El alcázar se encuentra en la confluencia de los ríos Eresma y Clamores. Caminando por extramuros del edificio, en compañía de mi mujer, mi querido amigo Sergio y su hija Claudia, nos llamó la atención una plataforma, tosca y perdida en la vegetación, que parecía sobresalir en una de las laderas que vertiginosamente descienden al curso de agua. Demoramos un buen rato en encontrar un sendero descendente pero, al hacerlo, comprobamos un hecho interesante: la dicha plataforma se encontraba en una especie de “mirador” natural sobre el río, y a ella se accedía por dos tramos de escaleras talladas en la roca y consolidada con piedras sueltas, toscas e irregulares. No era, a toda vista, un trabajo romano. No podía ser posterior, ya que su indiscutible naturaleza de “ara” ceremonial, es un lugar que supo de la presencia musulmana y cristiana desde tiempos primitivos, dejaba esta posibilidad de lado ya que ninguno de estos dos cultos tienen lugares de ritual al aire libre. Hubo una intensa y prolífica “judería” en Segovia, la Segovia de tiempos árabes, pero sus huellas, también misteriosas, estaban cerca de allí, en el apasionante “cementerio judío”, del que hablaré enseguida.

Bien, entonces teníamos aquí una plataforma indudablemente ceremonial, en plena naturaleza, en ese mirador sobre el río. La región supo tener, mucho antes del advenimiento romano, una población celtíbera. Y esa raíz celta implica Druidismo. La conclusión es sencilla: era un ara de culto celta (los bosques, aún poblados de árboles, eran en aquél entonces mucho más frondosos aún así como el estrecho río más caudaloso. El lugar ideal para una naciente práctica wiccana.

Y es aquí donde vuelvo a comprobar la ancestral tendencia humana a respetar y sostener en el tiempo los lugares de culto, mimetizándolos con las sucesivas “oleadas culturales” de las religiones que nacen, evolucionan, desaparecen. Porque –lo dije antes- allí, del otro lado del río, a la vista del ara, se encontraba (se encuentra) el “cementerio judío”. Donde fuimos agraciados con un aprendizaje maravilloso.

Describamos el contexto. Cuando los judíos procedían a realizar un sepelio, descendían con el cuerpo desde la meseta (donde se levantaba el “castro” primero, el alcázar luego) hasta el río.

Cruzaban el mismo, luego penetraban un breve túnel –sobre el cuál pasa hoy la carretera- para comenzar a ascender la ladera de la montaña. A mitad de camino hacia la cima, son aún visibles los sepulcros labrados en la roca, al más clásico estilo hebreo. Muchos han sido localizados y señalizados pero no exhumados, por respeto a los allí sepultados y para preservarles. Pero unos cuantos han sido recuperados y es sencillo observar su interior.

¿Y cuál es el interés “histórico” de todo esto?.

Si ustedes conversan con personas que practiquen la fe judaica, observarán que no existe una doctrina establecida y generalizada sobre el tema de la vida después de la muerte.

Según, por ejemplo, el rabino que les ilustre, o hay una interpretación libre de la enseñanza de los antiguos “rabíes”, o es dejado al discernimiento individual o, lisa y llanamente, se supone un estado de “disolución”. A diferencias de las demás religiones donde hay cuando menos un consenso general (si no, directamente una doctrinas imperante, como en el catolicismo) en el judaísmo encontramos esta ambigüedad.

Pero posiblemente no ha sido así por siempre. Y creo que en Segovia tenemos evidencias tangibles de toda una doctrina escatológica.

Porque no es un hecho menos que, si uno sigue ascendiendo después de los sepulcros (por ejemplo, imaginemos a los deudos del fallecido que luego de depositar su cuerpo dentro de la roca viva y sellar la entrada) continuaban ascendiendo en lugar de volverse sobre sus pasos, luego de una breve trepada de más o menos unos cuarenta metros se desemboca, violentamente estaría tentado a escribir, en un campo paradisíaco: a todos nos asombró, pues al continuar ascendiendo esperábamos un terreno irregular, quizás una quebrada del otro lado o nuevos ascensos y hete aquí que desembocamos sorpresivamente en un terreno absolutamente llano, fértil, de gramínea suavemente acariciada por el viento, con la vista perdiéndose en la distancia, allá lejos, las sierras… como si hubiéramos llegado al Paraíso. En el video que acompañamos, tomado en el lugar, se observa como, al continuar caminando dejando atrás os sepulcros, ocurre lo que señalamos: la sorpresiva irrupción en este verdadero Campo Elíseo.

Fue allí cuando giré sobre mis talones y observé detenida, prolongadamente, el camino recorrido. Y comprendí su sentido trascendente. Repitamos la travesía de los deudos:

  • Procediendo a las exequias, el cortejo fúnebre desciende hacia el valle del río. Es un descenso; el descenso a las oscuridades de la muerte. Así desciende también el espíritu de los deudos: tristeza, depresión, vacío, sentimiento de pérdida.
  • Luego atraviesa un túnel, oscuro. Nada más gráfico que ese sumergirse en la tierra, simbólicamente ya una sepultura, donde la pérdida de vista del cielo priva al espíritu tembloroso de toda esperanza.
  • Pero inmediatamente, el cortejo comienza a ascender. Va camino al sepulcro, pero ha reaparecido el cielo y con ello alguna esperanza.
  • El cuerpo es sepultado. Pero aún se puede continuar ascendiendo, si previamente hemos dejado los restos mortales atrás.
  • Y, sorpresivamente, aparece ese campo luminoso, grato a la vista y todos los sentidos, acariciado por la brisa: un Paraíso que nos aguarda si sabemos dejar nuestro cuerpo atrás y no siendo esclavo de los sentidos, ceder a la tentación de volver sobre nuestros pasos.

La Enseñanza, aquí, es fantásticamente inevitable y la imagino de profundo impacto en los espíritus de aquella época.

La presencia Templaria

Un lugar con tanta concentración de sacralidad a través de los tiempos no podía ser ajeno al interés Templario, habida cuenta –como ya hemos demostrado en numerosos trabajos publicados en este blog- que los mismos (en contra de la publicidad deformante de los últimos siglos) tenían un interés manifiesto en las más diversas corrientes filosóficas y religiosas, árabes y judíos incluidos. Aquí en particular, su presencia aparece señalada por la llamada “Iglesia de la Vera Cruz” (llamada popularmente así porque en 1224 el papa Honorio remitió al lugar un pretendido “trozo auténtico” del Lignum Crucis. Fundada en 1208 como Parroquia de Zamarramala, supo estar en manos de la Orden Militar del Santo Sepulcro de Jerusalén (por eso, en justicia, debe ser llamada “Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén) y en 1534, entregada a la Soberana Orden de Jerusalén, Rodas y Malta, o, simplemente, la Orden de Malta.

Ya escribiré en otra oportunidad sobre la misma, poderosa organización eclesiástica militar que tiene estatus propio de nación, ya que emite pasaporte y matrículas de automóviles por derecho propio. Sí quiero detenerme aquí en esta particular Iglesia, donde encuentro el porqué de sus interés, primero, por lo Templarios y luego por los Caballeros de Malta.

Si agregan las explicaciones que daré a continuación a las observaciones en el terreno hechas anteriormente, devendrá de suyo que considero que el lugar, todo, es un “sitio de poder”.

En este sitio sagrado, entonces, esta iglesia, de doce lados, tiene en su interior un fascinante templete, llamado “edículo”, al cual se asciende por una escalinata de ocho escalones, con un deambulatorio alrededor de doce tramos.

En ese edículo se supone, los caballeros velaban sus armas. Presenta aún un altar, seguramente dedicado a esos menesteres. Pero por debajo de él, lugar donde se accede por cuatro arcos de la planta inferior de la iglesia, un visible “cruce” de losas en el suelo, centrado con el edículo de la parte superior, indica el lugar donde probablemente hay un cruce de “líneas Hartmann”. Y los cuatro accesos, orientados a los puntos cardinales. Experiencia vivencial: permanecer de pie en ese cruce, con los ojos cerrados, durante unos minutos. El estado de serenidad, de armonía, de comunión (de “común unión”) con el Todo es apasionante. Pero no puede ser descrito: sólo vivido. Esto da pie a un futuro trabajo donde abundaré en lo que estoy tratando de rescatar de las brumas de la Historia: la disciplina meditativa de los Templarios, sus propios “ejercicios espirituales” que, aunados a los secretos de sus Enseñanzas, fueron determinantes a la hora de ordenarse su exterminio.

Finalmente, en un lateral, la virgen con el niño Jesús. ¿Es la virgen con el niño?. No podía faltar en una posta templaria, devotos intensos de las «vírgenes negras» que hoy sabemos aparecieron allí donde estuvo, fuerte y sostenido en el tiempo, el culto a Isis. Aquí no es «negra», pero su postura mayestática es la misma. Si entronizada en este lugar señala -como es probable- que aquí también el culto lunar egipcio vibró fuerte y natural, o fue traída por los Templarios como recordatorio de sus adoraciones.

Un comentario de “Enseñanzas judías perdidas en Segovia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *