La búsqueda Griálica ha signado el pensamiento místico y metafísico –que no son necesariamente lo mismo– del último milenio y medio. Cualquier curioso en el tema, con un poco de información, sabe que el Santo Grial no es una “historia” contemporánea a los hechos evangélicos sino que aparece, tímidamente, en sagas y trovares de unos cinco o seis siglos más tarde, afianzándose, como relato, en torno al siglo XI. Es decir, bastante “tardíamente”, si nos place considerar tardío a un período ubicado un milenio atrás, mal comprendido y desvalorizado, pleno de hazañas alegóricas y enseñanzas simbólicas y con una población que, más allá de su “iletralidad”, vivía a caballo del mundo real y duro de su cotidianidad y ese mundo inasible pero poderosamente movilizador de lo simbólico y arquetípico. Subestimada Edad Media, que sólo desde el progresismo materialista puede parecer oscura y felizmente perdida.
Hay quienes buscan un Grial físico, tangible, donde habría bebido Jesús durante la Última Cena. Otros, presentan evidencias de que el Grial es la descendencia habida de Jesús con María Magdalena. Unos terceros proponen que se trata de un conjunto de enseñanzas espirituales, más allá, alguien musita que es un objeto extraterrestre caído de la frente de Lucifer.
Yo creo –como todos– saber de qué se trata.
Porque el Santo Grial es todo eso y mucho más también. En tanto ente arquetípico, tiene la fuerza de lo Abstracto, de lo Numinoso, de lo Intangible, de Lo que Existe Cuando se Nombra. Un número es una abstracción (“uno”) hasta que lo asocio con una forma (“una manzana”, “siete estrellas”). Y así como decir “uno” es decir nada y decir mucho, pero ese “uno” es tantos “uno” como se asocien (“una manzana”, “un carro”, “una persona” y continuar tendiendo a infinito) decir “Grial” es decir “todo” a lo que se asocie. Es arquetípico, dije. El mismo Jesús, en el Calvario lo anticipa porque evoca un Arquetipo: “Aparta de mí, Padre, ese cáliz”. Y ya remitían a él los sabios rabinos estudiosos de la Kabballah, al hablarnos de ese Sephira del Árbol de la Vida que es Yesod, la Copa que recibe las emanaciones de los Sephirot superiores. Porque todo Grial es una estructura de conocimiento formado por dos partes, una de las cuales luego deviene en una tercera:
Búsqueda:
El verdadero objeto de este objeto es motivar una búsqueda. Todos tenemos, en algún momento de la vida (bueno, algunos de nosotros, toda la vida) la necesidad compulsiva de búsqueda. De búsqueda de qué, ya es un tema personal. Pero todos buscamos en algún momento nuestro propio Grial; y lo potencialmente peligroso de una Búsqueda es llegar a la meta, al Encuentro del Grial, porque allí corremos el riesgo de cesar la Búsqueda, de detenernos. Y ya sabemos que lo que se detiene, comienza a morir. Por esta razón –y en plan de aplicar a la vida común de todos los días las enseñanzas trascendentes– me gusta decir que una estrategia de salud física y mental y longevidad es siempre buscar, pensando que no hay un Grial al final del Camino, sino que el Camino es el Grial.
Encuentro:
Y muchas veces, en ocasiones sin proponérselo conscientemente, el Buscador encuentra lo que busca. Sabe, debe saber, que en ese momento su vida se transforma radicalmente, aunque más no fuere porque ha cesado la búsqueda, lo que lo animaba. Como dijimos antes, corre el riesgo de comenzar a morir. Pero esotéricamente es necesario morir para renacer o, también, hay que “saber morir”. Los profanos mueren inútilmente; llegan a la instancia involuntariamente, como el corolario de un deambular azaroso e inmediatista, de pasos a corto plazo, en su vida, se resisten a ella y sólo la ven como un sumirse en la oscuridad. El Iniciado sabe que la muerte llega; en cierto modo, entonces, la elige, le da sentido porque antes le ha dado sentido a su vida y la acepta con naturalidad, sabiendo que es el lapso de descanso entre un atardecer y el próximo amanecer.
Desde esa mirada –que es fundamental– alguien dirá que la muerte es la muerte, un hecho y lo demás, simple especulación. Permítame contradecirlo señalando que no existe una Realidad sino tantas percepciones de la Realidad como sujetos la perciban y, en consecuencia, el paradigma que yo construya de “mi” Realidad “es” la Realidad mía, y en ella cuenta –desde esa mirada– decía, se comprende la práctica ritual de la “Muerte Iniciática”, que en puridad deberíamos llamar “Muerte Simbólica”, y que representa en el contexto iniciático la dramatización simbólica del sentido que deberá tener la propia trascendencia física.
Así, cuando el Buscador encuentra, si es merecedor de ese Vellocino de Oro (porque encontrar es a la vez premio y desafío; hallaste lo que buscabas, ¡bien por ti! Pero veamos qué haces ahora con ese logro…) sabe que debe pasar a la instancia siguiente, que no era preexistente, que sólo se manifiesta cuando se encuentra: la Conservación.
Conservación:
Si al encontrar lo conservamos, pero “conservar” simplemente lo entendemos como guardar, detentar, siendo el Tiempo y la Vida dinámicos y lo conservado estático es inevitable que se deteriorará, envejecerá, morirá. Para conservar el Amor el mismo debe mutar, evolucionar constantemente. Si amas y esperas ser amado como diez años atrás, eso que llamas “amor” devendrá en rutina.
Así que Conservar, conservar de verdad, es ante todo, Transmutar. No habrá verdadera Conservación sin Trasmutación. Y transmutar es llevar algo de un nivel inferior a otro superior porque para lo opuesto, ya esta la universal y materialista Ley de Entropía, que lo hace naturalmente. En consecuencia, buscar, encontrar, conservar, transmutar son las cuatro instancias del Camino.
Comprendido esto, nuestro Grial, cualquiera que sea –y por supuesto, puede ser más de uno– trabajará, así, a favor de nuestro despertar espiritual, que es, después de todo, para lo que debe servir a estar de la leyenda.
El Grial te espera en lugares inesperados…
Objeto, personas, reflexiones… Puede ser una amalgama sincrética de varias de esas cosas. Por ejemplo, uno de mis Griales es la Amistad. Lo descubrí una noche, hace unos años, en Murcia, cuando con ese hermano que la vida me ha traído llamado Sergio y su familia que es mi familia, divagábamos muy avanzada la noche en la terraza de su casa mientras el resto de nuestra gente dormía desde horas ha. Ese fue el lugar, el momento, la persona. El objeto: aún queda de él una foto, un cognac (todavía podía llamársele “cognac” hasta que las leyes del mercado inventaron aquello de “denominación de origen” y hubo que llamarlo “brandy”) de 1943, marca Terry. Dirán que efecto precisamente del alcohol, y es posible, aunque después de todo, nunca una bebida es más “espirituosa” que cuando es el contexto para comprender cosas del espíritu. Casi setenta años –de la botella– desaparecieron en unas horas mientras descubrí (lo compartí con mi amigo) la revelación de que la Amistad es griálica. La buscamos a través de la vida, creemos hallarla y nos desilusiona descubrir que no era lo que pensábamos (que es cuando comenzamos a aprender que la mejor manera de no desilusionarse es no proyectar ilusiones previamente). Volvemos a buscar, la volvemos a encontrar y tratamos de conservarla, primero, con los mismos modismos a través del tiempo. Y entonces aparece la Entropía y la amistad que fue, tiempo después deja de serlo. Quizás aprendamos entonces (quizás no) que para conservarse debe transmutar, ser dinámica, adaptarse a nosotros y no nosotros a ella. Y vamos descubriendo, con cálida alegría, cómo nos transforma a nosotros mismos. Búsqueda. Encuentro. Conservación. Transmutación.
Cualquiera comprende que no se tienen muchos “buenos amigos”, que los amigos se disponen como círculos concéntricos alrededor de uno, con un primer círculo íntimo, un segundo más afín y así sucesivamente. Y, dinamismo implícito mediante, de uno a otro círculo hay “espín”, hay saltos de electrones, hay gente que se acerca, se aleja y que sólo observamos ese proceso, sin juicios, sin prejuicios, sin postjuicios (que si la palabra no existe, habría que inventarla).
Es bueno darse cuenta que hemos avanzado en el Camino. Porque darse cuenta es “darse” “cuenta”, dar cuentas a uno mismo, hacerle ver a nuestro Yo interno el resultado de su existir. Esos amigos y amigas, cuyos nombres y rostros repaso con una sonrisa en este momento, justifican con su presencia la razón de ser de uno.
Maravillas de un buen brandy.
Glosario:
Cábala (Kabballah): Ver enlace a Wikipedia
Entropía (Segundo Principio de la Termodinámica): Ver enlace a Wikipedia
Espín: Ver enlace a Wikipedia
Sephira: singular de Sephirot: Ver enlace a Wikipedia