Criaturas “monstruosas”, Ensoñación Chamánica y OVNIs

yetiVoy a proponer aquí una síntesis integradora, un abordaje holístico, si se quiere, de aspectos de nuestra “realidad paranormal” concebidos –e investigados- de manera independiente e inconexa, quizás no tanto por la falta de fenómenos emparentados sino por una pobre –o clasista- imaginación de los investigadores que se abocaron a los mismos. Entre los cuales me incluyo, cuando reflexiono en el Gustavo Fernández de hace unas décadas.

Sospecho, también, que algunos críticos dirán que se trata aquí de meras “especulaciones”; una teoría más, de las tantas que pululan en el dilatado campo de las probabilidades e imposibilidades metafísicas. Y con cierta casi perversa satisfacción (debo admitirlo) escuchar o leer ese juicio ratificaría mi habitual presunción que tales críticos leen e interpretan sólo lo que no modifique sus criterios preconcebidos.

Porque, precisamente, estoy proponiendo aquí una vía experimental. No se tratará de exponer resultados estadísticos, ni gráficas, ni nada que haga al falso oropel del packaging académico, sino acudir a la naturaleza más íntima del, precisamente, pensamiento científico, que es la verificabilidad y repetibilidad. No perdamos de vista que lo que hace digno de consideración científica un tema (o debería hacerlo, porque en ocasiones –demasiadas- prima el mediatismo académico por sobre la metodología científica, siendo así que academicismo y cientificismo remiten a cosas muy distintas). En efecto, se considera que algo es verificable científicamente cuando, publicados resultados de los experimentos, cualquiera –con los recursos y capacidad idóneos- los repite. Y arriba a las mismas conclusiones.

De manera que, respetando ese criterio, propondré una hipótesis de trabajo a la que invito a experimentar.

Ya en muchos escritos y presentaciones, he señalado (y por supuesto, ni he sido el primero ni soy el único) que si queremos realmente progresar en el conocimiento objetivo del fenómeno OVNI debemos abandonar pre – juicios (es decir, juicios anticipados) que responden más a creencias y deseos que a los hechos. Entre otros, que la naturaleza (y la inteligencia que se mueve detrás) del tan mentado fenómeno OVNI apunta, antes que a la confirmación de la visita de naves extraterrestres, a la evidencia de manifestaciones de una Realidad Alternativa, quizás de naturaleza extradimensional. Por cierto, alguien diría aquí que es una petición de principios (y un prejuicio de mi parte) sostener lo “extradimensional” del fenómeno pues para ellos debería probar la existencia de Otras Dimensiones. De manera que abandonaré momentáneamente este ángulo de aproximación y, regresando a la casuística más pura e histórica del fenòmeno OVNI, diré que así como no nos queda duda alguna de la realidad de la existencia de un “fenómeno” no susceptible de ser explicado en su totalidad en términos convencionales, la naturaleza de ese fenómeno trasciende las “tuercas y tornillos” de las esperadas naves extraterrestres. En efecto, sólo alguien poco informado sobre las generalidades del tema puede ignorar su elusividad inteligente, su alteración de las leyes físicas, lo absurdo de su naturaleza, comportamiento y objetivos, y una larga lista de características que ponen al fenómeno en un contexto ajeno a lo “extraterrestre” y más próximo a lo “extradimensional” y que, precisamente por esa extensión, no tiene aquí lugar, para lo cual remito al interesado a mi trabajo “Chamanes de la Estrellas”, que puede solicitarse en edición digital gratuita o en episodios de Audiolibro aquí.

Por lo tanto, en lo que quiero centrar mi atención, en este caso, es en la naturaleza de ciertos fenómenos concomitantes. Por ejemplo, la aparición de “criaturas monstruosas” (el yeti u “abominable hombres de las nieves, el “Sasquatch” o “Piegrande”, etc.), las manifestaciones en procesos de Ensoñación Chamánica y los Objetos Voladores no Identificados.

Muchos (yo entre ellos, durante años) al observar una correspondencia entre la aparición de algunas de aquellas criaturas y luces de comportamiento inteligente, supusimos que habría una relación causal. De muchos –si no de todos- es conocida la casuística de Sasquatch, Piegrande, etc., es decir, las entidades humanoides, simiescas, peludas, gigantescas, nauseabundas, que han venido apareciendo desde tiempos precolombinos en distintas regiones boscosas o montañosas del actual Estados Unidos o Canadá, y que de acuerdo a los censos realizados parecer ocurrir en paralelo con “picos” de aparición de OVNIs. Aún más; OVNIs han sido vistos en tiempo y lugar de la aparición de esos entes. Tan dilatada casuística llevó a suponer que posiblemente esas entidades eran, o bien “tripulantes” de esos objetos o bien –sobre todo para quienes señalan su comportamiento más bien primario- “mascotas” experimentales transportadas por los mismos.

Luego –paralelamente, por lo menos en mi caso personal- a romper con el paradigma de “luz en el cielo con comportamiento inteligente = nave extraterrestre” (en efecto, ¿cuál es el fundamento de esa conclusión, sino los propios prejuicios por la influencia cultural de nuestra época?) y comenzar una serie de prácticas conscientes y voluntarias que nos llevaron a experimentar fenómenos dentro de esa casuística- comenzamos a plantearnos si tanto las “luces” como los “entes” no podrían tener otro origen. Un origen, por supuesto, no ilusorio: las huellas, los rastros, las evidencias fotográficas y fílmicas, hablan de una “realidad” que emerge dentro de la Realidad cotidiana. Y esta yuxtaposición es lo que alienta la hipótesis de las dimensiones paralelas.

Porque –una vez más- voy a ponerlo en estos términos: Vemos una luz con comportamiento extraño en el cielo, y afirmamos que es una nave extraterrestre. Vemos una luz con comportamiento extraño en un cementerio, y afirmamos que es un espíritu. Y lo único cierto es que hemos visto una luz con comportamiento extraño.

 

La práctica

 Nuestra formación y experiencia en el campo de la Parapsicología, la experimentación paranormal pero –muy especialmente- con ciertas Sabidurías Ancestrales y el Chamanismo nos permitió no solamente “vivenciar” estados de percepción supranormales sino obtener algunos registros físicos a consecuencia de esas prácticas. Éste es el punto donde me detengo y reivindico la metodología: no deja de ser sugestivo que aquellos que critican y desprecian este abordaje (y en consecuencia, los resultados propuestos) siempre lo hacen desde una postura apriorística. Es decir y en términos claros: los ufólogos de “tuercas y tornillos”, los que defienden la naturaleza “mecánica” de estos objetos y buscan refutar con sus argumentos la hipótesis de la “percepción supranatural”, nunca han practicado, experimentado, vivenciado (y con alguna continuidad; no simplemente de manera azarosa y anecdótica) aquellas prácticas –en este caso chamánicas- que les permitiría vivenciarlo, o no. Esto que proponemos es de una obviedad absoluta: si decimos que mediante estas prácticas podemos asomarnos a otros planos de Realidad (porque lo hemos hecho) y ellos sostienen que “no”, y nunca lo han hecho… ¿cuál de las partes es menos “científica”?.

         Voy a relatar aquí varias crónicas de monstruos argentinos como ejemplo local de la situación que estoy planteando. Como el “ukamar zupai” y otros, con orígenes perdidos en las brumas del tiempo. Otros más, en cambio, inquietantemente contemporáneos. Todos, fieles exponentes de mitos legendarios que, a diferencia del folklore habitual, no quedan relegados al pasado sino que ex-tienden las sombras de sus presencias hasta aquí y ahora.

Provincia de Salta: gritos en la noche

          Todos, alguna vez, hemos oído hablar del “yeti” o “abominable hombre de las nieves”, ese desagradable bípedo peludo, de unos dos metros promedio de altura, cubierto por duras cerdas rojizas y que, despidiendo un olor fétido, se entretiene en sembrar las nieves del Himalaya con sus huellas, o hacer fugaces apariciones asustando a desprevenidos pastores mientras se alimenta con los ojos y testículos de bueyes solitarios que ataca, a los cuales mata de un formidable golpe de puño en la testa.

         Desde su primera aparición oficial ante una expedición franco-suiza en enero de 1919, cuando las ya remotas leyendas tibetanas –que hablan, no ya de uno, sino de familias de yetis, las cuales se pasean desde las sombras del pasado- ganaron la opinión pública, ésta se dividió en dos bandos irreconciliables. Quienes defendían la hipótesis de su existencia llevaron, durante decenios, las de perder. En las últimas dos décadas, con sobrados elementos tecnológicos a nuestro favor y con otro paradigma en la mentalidad de algunos popes científicos, las pruebas a favor de la existencia del abominable Hombre de las Nieves crecieron hasta límites insospechados,

         Este último, cuyo nombre deriva de las palabras en idioma nepalés “yeh” (“bes-tia salvaje”) y “teh” (lugar rocoso), tiene –o tuvo- desde las más remotas memorias autóctonas y hasta 1955 o 1956, su réplica en la provincia argentina de Salta, cuando toda la región de Tolar Grande, más concretamente en los alrededores de los pueblos de Tolar Grande, Caipe, Quebrada de Agua Chuya, las cercanías del Salar de Arizaro, Morro del Pilar, Quitilipi, Chicoana y Socompa se vio estremecida, en principio, por las apariciones de extraños artefactos luminosos en el cielo, que luego de evolucionar sobre los poblados parecían descender en las montañas. A fines de 1955, el fragor de una violenta explosión repercutió en la zona de Tolar Grande. La misma fue atribuída por los lugareños al choque de una presunta nave espacial contra el nevado Macón, que ellos  habían visto sobrevolar en distintas oportunidades por sus alrededores. Posteriormente, fueron hallados restos metálicos en las laderas del cerro, y el 13 de abril de 1956, nuevamente fue-ron observados, durante todo el día, raros objetos en el Salar de Arizaro. Integrantes de un campamento de la Dirección de Vialidad y miembros de Gendarmería Nacional fueron testigos. Los últimos, obtuvieron fotografías.

         Aún más; un comunicado oficial hecho público por Gendarmería ratificó el suceso: se trataría de aeronaves que tendrían ¡trescientos metros de largo por cincuenta de ancho!, y cilíndricas. Su color era “metálico”. Cerca del extremo delantero podía observarse una franja oscura. No presentaban los planos de sustentación de las alas ni timones de profundidad y deriva, lo que no les impidió efectuar bruscos y escarpados virajes. Cientos de metros detrás de ellos se formó una columna de humo que permaneció cuatro horas en el aire.

         En enero del año siguiente, luego de escalar el Macón, regresó la expedición del doctor José Cerato. Este relató que al llegar a la cima del macizo, encontraron “rastros muy similares a los que podrían dejar máquinas muy pesadas, de base plana, que hubieran aterrizado ahí”.

         Unos meses antes, en julio, el geólogo polaco Claudio Level Spitch, indiscutida autoridad en minerales radiactivos, mientras cumplimentaba una misión de su especialidad en el mismo cerro, había descubierto huellas de un ser bípedo, a más de 5700 metros de altura, de aproximadamente cuarenta centímetros de longitud cada una. Spitch, al formular declaraciones al periódico El Tribuno, destacó la extraña similitud de su hallazgo con las marcas dejadas por el Yeti en el Tibet. “Las huellas determinadas en la cumbre del imponente Macón exceden toda posibilidad humana”, remarcó el científico.

         Informantes oficiosos afirmaron también haber observado huellas de características humanas pero de proporciones gigantescas, tanto en las hela-das arenas del cerro como en sus propias pampas de nieve.

         Ellas aparecieron con mayor nitidez en dos oportunidades: la primera cuando se produjo la comentada conmoción en una de sus laderas, y la segunda a pocas semanas de la incursión de los “cigarros voladores”.

         En esos días, el arriero Ernesto Salitonlay se encontró en una hondonada con “un extraño ser cubierto por espesa pelambre” el cual al verlo profirió agudos gritos. Los animales que llevaba se asustaron tanto ante tan singular presencia, que parecía un ágil y enorme mono; sin pensarlo dos veces el arriero abrió fuego contra él con su rifle, y aunque no dio en el blanco logró ponerlo en fuga. Se presentó luego al destacamento policial de Quebrada de Agua Chuya, iniciándose una investigación.

         A mediados de agosto, el minero Benigno Hoyo (aunque parezca un chiste: no hay mejor apellido para un minero que ése) recorría la zona de Quitilipi en busca de minera-les, en las cercanías del Morro del Pilar, pero lo sorprendió la noche y para colmo debía soportar una inesperada tormenta de nieve, decidiéndose entonces a buscar refugio en una caverna. Allí tuvo la sorpresa de su vida: un ignoto “ser de gran tamaño, comparable con un oso”, lo acechaba desde la oscuridad. Asustado, disparó el arma que llevaba consigo, es-cuchando desgarradores lamentos que le dieron la presunción de haber hecho impacto.

         En la región andina donde se desarrollaron estos sucesos no hay monos ni osos. Se trata, pues, del “ukamar zupai”, como lo llaman los kollas que habitan esas soledades. La descripción que éstos hacen del mismo es semejante a la de los aborígenes tibetanos respecto de su Yeti. Presenta silueta humana, aunque cubierta de pelos; su cabeza es curiosamente puntiaguda, camina verticalmente sobre dos miembros como un hombre, pero al correr proyecta su cuerpo hacia delante a la manera de los osos, al verse descubierto emite chillidos discordantes y a veces lanza indescriptibles lamen-tos humanos.

         Los nativos de los pueblos montañeses escuchaban en esa época, durante el crepúsculo y con el lógico temor, gritos de fuerte resonancia. Entre las peñas, donde abundan los cóndores y águilas de la Puna de Atacama, solían encontrarse pájaros muertos o malheridos, con sus nidos saqueados.

         En una expedición arqueológica organizada por el Club Andino del Norte en colaboración con la Universidad del Tucumán se hallaron, al norte del Salar de Arizaro, los cadáveres semidevorados de una especie de “cabra de cuatro cuernos”, raza tan extraña casi como las nuevas huellas gigantescas descubiertas.

         A diferencia del Yeti tibetano, el Ukamar Zupai (“diablo de las peñas”, traducido literalmente) salteño, al menos aparentemente, ha desaparecido en la actualidad. Sin embargo, aisladamente, en otras oportunidades y en distintas regiones fueron vistos extraños seres de este tipo.

         A esta altura cabe acotar algunas reflexiones: ¿qué interpretación podemos darle a estas casi fantasmagóricas apariciones?. ¿Tripulantes de naves extraterrestres?. ¿Residuos perdidos de antiquísimas etnias?. O, una vez más, la interpretación de una “realidad” a través del cristal de la creencia de un momento temporal determinado?. Cuando se habla de “naves de color metálico”, ¿es porque así eran objetivamente o es cómo se las percibió, que no es lo mismo?.

         Y toda la región que nos ocupa –es decir, noroeste de Argentina, compuesto por las provincias de Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca, Las Rioja, norte de Chile y sur de Bolivia- tiene una antigua tradición “platillista” que se remonta a los tiempos en que los incas dominaban la zona. Quizás todo comenzó allá, a principios de nuestra era, cuando los incas sobrevivientes del combate de Uspallata contra las patrióticas tribus huarpes observaron, al regresar derrotados a su impero, extrañas esferas de fuego bajo el cielo, que creen señal de congratulación de Inti Viracocha, el dios Sol, con su fracaso. Habían desobedecido a su avatar cuando, a través de los sueños de sus sacerdotes, se reveló clavando su “toqui” o bastón luminoso en un punto de la geografía recién descubierta, lo que hoy es la provincia de Tucumán, diciendo: “Tuqui – Umán”. Es decir, “hasta aquí nomás”, señalando donde deberían detenerse sus devotos. Pero ellos decidieron continuar. Y mordieron el polvo de la derrota en numerosas batallas. Pronto, pisándoles los talones, llegaría el español invasor. Y las luces de Viracocha bailaban entre los cerros, y siguen bailando, llamadas “pahuas chascas” (“estrellas que caen”), recordándonos que poco sabemos ciertamente de nuestra historia y nuestros rincones….

Y esto es crucial, porque la ecuación “dioses de la antigüedad = seres extraterrestres mal comprendidos” es un subjetivismo cultural de esta época. Una interpretación, no un hecho.

Abriendo portales de percepción

 Si al Chamán no le gusta la Realidad, crea una Realidad a su conveniencia. Ésta es una afirmación centenaria –si no milenaria- muy propia de las Sabidurías Ancestrales de todas las geografías y épocas. Porque el Hombre y la Mujer Medicina –que de eso se trata- maneja a voluntad su percepción, que es lo mismo que decir, su capacidad de “abrir” puertas a la percepción de otras realidades. Ya sabemos que una de esas herramientas es el consumo de Plantas Sagradas, Maestras, es decir, enteógenos (alucinógenos) y es aquí cuando los críticos pueden decir que, en ese estado, se ve y se siente cualquier cosa. Acordemos por un momento. Pero lo cierto es que el Chamanismo tiene otras herramientas sin alterar la consciencia ordinaria, y cito dos: (a) el trabajo en Temazcales, y (b) la Ensoñación chamánica –en los anteriores, durante el “tekio” de montaña, caminatas espirituales, etc. La Ensoñación Chamánica puede definirse como un trabajo de meditación (y en este punto numerosas disciplinas, desde el Budismo Zen hasta el Arte de vivir argumentarán que no decimos nada nuevo. Y claro que, precisamente, no queremos decir nada “nuevo”: una vez más, se trata de una herramienta ancestral que trasciende todos los horizontes).

Nota: es interesante consultar esta y otra casuística en el libro «Historia de los Platos Voladores en Argentina», de Héctor P. anganuzzi, Editorial Plus Ultra.

 

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