El Conocimiento que aguarda en la Cueva del Chamán

No digo nada nuevo cuando recuerdo cuántos lugares sagrados en el planeta, en nuestra Latinoamérica, en mi Argentina, están dejados de la mano, si no de dios, cuando menos del respeto y la salvaguarda tanto del Estado como de la consciencia social. Sin embargo, uno debe rendirse ante la evidencia que, aún así, en distintas latitudes existe una consideración, o cuando menos un oportuno sentido de la conveniencia, que lleva a unos y otros a pequeños esfuerzos de preservación.

Tal vez porque existen naciones cuyo patrimonio cultural, arqueológico, ancestral es pletórico, puede entenderse que se “escapen” ciertos detalles, cierta atención a lugares de al parecer poca relevancia, aunque el propio concepto de “relevancia” es tan subjetivo que merece ponerse en duda, por un lado, y por otro no ocuparlo como baremo para sentenciar sobre la importancia (o no) de un sitio.

Pero cuando se trata de una geografía -la nuestra- que sin desmerecer el legado inasible de sus Tradiciones originarias carece, en principio, de la cantidad de alfileres clavados en el mapa que podría (“podría”) descansarse en la retórica que, si se pierde para siempre alguno, quedarán otros muchos que rescatar, y cuando esas mismas Tradiciones fueron sistemáticamente destruidas por un colonialismo que no integró al originario sino lo exterminó, es un verdadero deber cívico -sea donde esté uno parado en el espectro histórico, ideológico, social- levantar la voz clamando por su salvataje.

Esto último es lo que debemos hacer con la llamada “Cueva del Chamán”, ubicada en un terreno privado a unos diez kilómetros del simpático pueblito de San Marcos Sierra, en el Valle de Punilla, provincia de Córdoba. San Marcos Sierra, el poblado “hippie” por excelencia o cuando menos, decano (a mi criterio, además, de una extrema belleza), escenario ideal de películas bizarras como “Pájaros volando” (con el protagónico de Diego Capusotto; está disponible en Youtube, háganse tiempo de verla. Reirán de puro absurdo).

Existen carteles de advertencia y exhortación al paseante de cuidar el lugar. Se encuentra en un predio privado (debiendo abonarse una cierta suma para ingresar). Está fuera de los circuitos turísticos convencionales. Y aún así (o quizás precisamente por ello) la depredación humana lo ha alcanzado: junto a los petroglifos (luego hablaré de ellos) que magnifican el lugar, abundan los graffitis estúpidos. “Juan X 20/2/99”, “Anita y Claudio”…  aún más, algunos ya tapando penosamente las antiquísimas inscripciones. Hablemos de ellas.

Debemos resaltar que tanto la antigüedad del sitio (8.000 a.C.) como su función (lugar de prácticas chamánicas) están catalogados como tales no por la febril imaginación popular sino por académicos estudios arqueológicos. Como sabemos, la Arqueología es de las ciencias más desamparadas. A duras penas habrán contado en algún momento con un escuálido presupuesto para investigar y cero disponibilidad de brindar seguimiento y protección. Atrás quedan las referencias en publicaciones especializadas y ese artesanal cartel, a medida que nos aproximamos, que certifica su naturaleza y datación. Luego, los ignorantes, aerosol de pintura en mano o simplemente, haciendo fuego debajo del alero rocoso, cubriendo de hollín las inscripciones.

Y, ¿de qué nos hablan éstas?. Es muy interesante comprobar que prácticamente las mismas se repiten a miles de kilómetros de distancia (aunque posiblemente en una ventana temporal muy similar): la “cueva chamánica” de La Serreta, en España, y a la que me he referido en este artículo: “La cueva chamámica de Serreta, o cuando la historia oficial nos toma por infantes”.

No me extenderé ahora sobre ella, aunque estimulo al lector a visitar el enlace. Lo que me resulta fantástico es que en dos puntos tan apartados y sin ninguna posibilidad de comunicación, temprana o tardía, se repitan los mismos símbolos en el mismo paradigma. ¿A causa de qué?. Estoy convencido de la respuesta que daré: el conocimiento espiritual “desciende” a la Humanidad por distintos canalizadores, receptores, manifestándose en los mismos símbolos que son, en definitiva, un criptoidioma de naturaleza Trascendente. Por ello es tan importante sumergirnos en el estudio simbólico, pues es el canal que nos reconectará con aquella Sabiduría. Y por las mismas razones, creo que el trabajo más perverso (y eficiente) que los Poderes en las Sombras han llevado y están llevando a cabo es lograr que el ser humano vaya perdiendo la capacidad de simbolización, de abstracción simbólica. Reivindicando la practicidad, el pragmatismo como filosofía de vida, el concepto que “hay que ir a lo práctico” y que si algo no da “resultados prácticos” no sirve de nada, creyendo, insisto, que esta percepción es fruto de nuestro propio albedrío (cada vez menos libre), somos cada vez más esclavos de la manipulación profunda (y por ello, simbólica) a la que aquellos Poderes nos someten.

La Serpiente, símbolo del Conocimiento aplicado, diríamos hoy “científico”, empírico, comprobable. Especialmente, el conocimiento médico. El Cóndor, símbolo del Conocimiento heredado de los antepasados (“los ancestros nos hablan a través del vuelo del cóndor”, dicen aún hoy los abuelos indígenas), fundamentalmente espiritual. El ser humano -esbozado elementalmente- con una “corona” de largas plumas a sus espaldas, símblolo del Chamán. Otros, discutibles, casi borrados o aún no decodificados. Los Cuadrados Concéntricos (¿representación del Mundo?), estrellas y cazadores. Espirales, sí (símbolo del espíritu) pero con la originalidad de ser cuadrados.

El enigmático “Robot”, una figura humanoide de trazo, otra vez, cuadrangular. Símbolos que podemos dividir en dos grupos, ya que se trata de “petroglifos” (raspado o grabación en la piedra) y “pictografías” (pintura de color ocre sin incisión), posiblemente de dos oleadas culturales distintas (no se observa, por caso, mayor simbolismo o pragmatismo en unas o en otras, lo que demuestra que independientemente del momento histórico en que fueron hechas, esa profundidad simbólica refuerza el concepto que nunca tuvo ocupación u otro uso que no fuera el chamánico.

Además de estos símbolos, toda la zona es rica en “morteros”, término empleado para horadados en la piedra con fines culinarios o rituales. De hecho, la provincia abunda en ellos. En algunos casos, aislados. En otros, grupales. En Capilla del Monte, existe uno muy interesante, ya que se trata de un grupo de más de sesenta, lo que hace suponer que se trata, tal vez, d euna representación estelar. Los hay en los cuales se da por sentado que fue herramienta de grupos sedentarios para la molienda de granos, o bien de plantas, con fines médicos o enteógenos. Pero hay muchos un tanto más extraños. Los que están en cercanías de la Cueva del Chamán lo son, porque, si se observa con atención, en primer lugar no fueron realizados por percusión -como los muchos catalogados- sino por abrasión o perforación. Su disposición lineal hace suponer otro tipo de usos, y he especulado, incluso, con la posibilidad que fueran afirmación o asiento de postes con finalidad desconocida.

Diez mil años, y sólo unos pocos de visitantes desaprensivos para comenzar a destruirlos. La desidia es general. Los propietarios del lugar sólo cuidan que nadie se meta en la propiedad sin pagar los pesos que exigen de entrada. De cuidar, nada. Ni ellos, ni la Municipalidad con competencia, ni las autoridades del ámbito de la Cultura provincial o nacional. Comparando con La Serreta, mientras allá, en proximidades de Cieza, se ha desarrollado cierta logística, sólo se accede con guía autorizado, se ha puesto vallas y paneles de protección, aquí, tarde o temprano, o un incendio del monte silvestre o la mano de algunos idiotas terminarán por hacer desaparecer cien siglos de historia…

Otra vista del lugar.

Todo esto es aún mucho más significativo cuando, aún hoy y como puede experimentar quien se llegue al lugar con disposición y tiempo, la elección del mismo no ha sido azarosa (estando ubicada en un área de serranías donde abundan cuevas, aleros y oquedades una más óptima, tal vez, que otras).

Cartel de señalización del lugar.

Si los antiguos chamanes (¿comechingones?, tampoco hay consenso sobre la tipificación de quienes iniciaron la Tradiciòn del lugar que, aún más, se llama “Rumi Huasi” (“Casa de Piedra” en quechua, a sabiendas que el quechua llega a la región recién a fines del siglo XVI) eligieron “ese” sitio es p9orque, desde su cosmopercepción, era especial. Y aunque no podamos definir o poner en palabras (¿porqué sería importante hacerlo, después de todo, siendo que la “sensación vivencial” es intensa y perfecta?) el porqué de esa elección, ha sido lo suficientemente intensa no solamente para que distintas etnias durante milenios lo ocuparan a ese solo fin sino también para preservarlo y respetarlo hasta el siglo XX. En que, obvio, llegaron los desaprensivos “civilizados”.

Si tuviera que resumir, diría que es muy poco lo que “a ciencia cierta”, es decir, con evidencia empírica de laboratorio, podemos saber sobre el sitio, siendo igualmente respetable -pero no demostrable- lo que cada uno, cada una (yo mismo, por caso) experimente y sienta al meditar, ceremoniar o simplemente permanecer allí. Como escribí, es bastante correcta la datación más antigua (8.000 A.C.), muy probable su origen “comechingón” (“kamiare”, para ser exactos, aunque algunos etnógrafos señalan que esta etnia habría aparecido alrededor del 4.000 a.C., con lo cual tenemos un abismo de cuatro milenios hacia el primer asentamiento) y su función chamánica. Es interesante el ejercicio de estar allí y jugar con la imaginación imaginando el paisaje, la fauna (en ocasiones, la megafauna), el cielo nocturno de diez milenios atrás. Próximamente realizaremos pernocte con sesiones de meditaciones grupales e individuales -con todo el respeto que ese recinto sagrado nos merece- y confío participar de nuevas e impactantes novedades.

Perspectiva desde el interior.

Fotografías del artículo: Hugo Motta.

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