En pleno conflicto con Chile, en la base de Puerto Belgrano los “colimbas” que hacían guardia cerca del mar veían “luces extrañas” todo el tiempo. Pero una madrugada la cosa pasó a mayores y hubo “disparos y gritos” contra un ovni “que parecía una gran calesita”.
Allá por octubre de 1973 una carta de lectores dirigida a la revista Gente de parte de investigadores de Bahía Blanca pedía “personal competente para que evalúe la situación vigente en esta zona”. Porque “lo que ocurre en nuestra ciudad parece arrancado de una novela de ciencia ficción, y pronto, como van las cosas, en lugar de Bahía Blanca se llamará Bahía Extraterrestre”. Mencionan “desaparición de personas, aviones, contactos con seres extraterrestres, inclusive la visita de los mismos, así como el descubrimiento de que entre nosotros están ‘ellos’”. La carta, firmada por René Francisco Baravallo y Eduardo Daniel Dimeri, de la Comisión Rastreadora de Bases Extraterrestres (CORBE) finaliza con esta afirmación: “Pensamos que es de imperiosa necesidad la divulgación de estos hechos, que no deben ser desconocidos por el argentino 1973”. A las dos semanas de la publicación de ese texto ocurrió el episodio de abducción del camionero Dionisio Llanca. Pero tanto antes como después hubo muchos otros hechos más. De hecho, en 1962 la ciudad del sur bonaerense había llegado a ser “la capital nacional de los ovnis”. Y lo cierto es que el aura de misterio que la rodea jamás se retiró, y en estos días el tema volvió a la atención pública tras un presunto ataque de una base aeronaval a objetos voladores no identificados. Lo que poca gente sabe es que hace 45 años ocurrió un hecho muy parecido, una embestida contra un ovni que solo se conoció décadas después. Aunque no solo fueron tiros: a los soldados les pidieron, increíblemente, que capturaran al plato volador.
La historia de aquel “otro ataque” fue relatada al investigador platense Carlos Iurchuk en febrero de 2009 por Eduardo, su protagonista, quien en 1978 estaba bajo bandera “prestando servicio militar obligatorio en la base naval Puerto Belgrano”.
“Ese grupo GAO dormía en una guardia, eran seis soldados, el oficial de guardia y un suboficial de guardia”, contó Eduardo, y agregó que “no eran siempre los mismos, sino que íbamos rotando”.
Madrugada anómala
Esa noche –“no recuerdo de cuándo, pero no hacía ni frío ni calor, puede haber sido a principios de septiembre”– lo anómalo apareció en “el puesto 215, el último puesto de guardia de la base, que quedaba en los polvorines”, es decir, el lugar donde se guardan los explosivos.
El puesto 215 tenía como particularidad de que además de estar ocupado por un soldado, había un suboficial porque “tenía un portón que daba acceso a una ruta, que en aquel momento era de uso exclusivo militar, que comunicaba la base naval Puerto Belgrano con la aeronaval Comandante Espora”. “Esa ruta corría pegada al mar y ese puesto tenía el portón de acceso y por eso necesitaba más custodia”, aseguró.
Eduardo contó que entre los soldados se divertían por la noche haciéndose chistes con los handys sobre que eran atacados. Porque como mientras algunos estaban de guardia despiertos, los integrantes del GAO dormían, y con esos simulacros en broma los obligaban a levantarse.
Pero aquella noche, los gritos de “nos atacan”, a eso de las dos, venían del puesto 215. Allí estaba un oficial que no se solía sumar a las bromas y desde el GAO pararon la oreja. Y, además, en el handy se oían disparos.
“Alertados, salimos los seis soldados, el oficial y el suboficial de guardia en una camioneta raudamente hacia el puesto 215. Cuando llegamos vimos al cabo y al soldado del puesto tirándole a Dios y María Santísima. Era disparo, disparo, disparo y gritos. Decían ‘allá están, allá están, allá, allá’”.
“Cercano al puesto 215, aproximadamente, a 150 metros había otra garita, donde había otro soldado que le disparaba al frente, a un monte de eucaliptus o de pino que había”, prosiguió Eduardo. “Todos disparaban hacia el monte, el cabo, el soldado y el otro soldado que estaba en la garita, solo. Uno se daba cuenta entre los compañeros si la broma era broma, porque se tiraban dos, tres tiros, pero éstos tres tenían desesperación y angustia, y gritaban mucho”. Entonces, el oficial que iba con el GAO le preguntó al del puesto 215 qué había visto. Y éste le respondió “un ovni”. “Y ahí nuestro oficial no tuvo mejor idea que ordenarnos ir a capturar el ovni”, admitió Eduardo.
Cuando abrieron el portón salieron “en posición de combate, avanzamos unos 30 metros y de golpe frente a nosotros surgió una luz muy intensa”.
Eduardo recordaba vívidamente, muchos años después, su visión. “Era como una gran calesita con el color de la llama del encendedor, un azul celeste muy muy fuerte, pero que no te enceguecía. Así como surgió, se elevó en un tiempo que no puedo precisar. Pudo haber sido una eternidad o microsegundos. Se elevó en línea recta y desapareció en la nada”.
Un detalle: Eduardo contó que el grupo del portón 215 le disparaba al ovni con fusiles FAL. “Son armas de 800 metros de alcance efectivo, con bastante potencia de fuego. Un cargador de 20 tiros se vacía en menos de un minuto. La luz que nosotros vimos estaría a unos 150 metros. O sea, se le pegaba o se le pegaba. Mis compañeros ni siquiera hacían puntería, era tirar. Ráfaga, ráfaga, ráfaga”.
Es decir: era imposible errarle a la luz. Pero los ocho integrantes del grupo GAO llegaron a disparar un solo tiro.
“Nos ordenaron callar”
“Horas más tarde –continuó el entonces ‘colimba’– llegó más gente a investigar qué había pasado y yo me acerqué. No vi nada, ni árboles chamuscados, ni nada en el piso. No volví a hablar de esto por la vergüenza de que no te crean, que no te tomen en serio. Pero además se nos prohibió hablar del tema por seguridad de la base. Nos apartaron y nos ordenaron callar”.
De todos modos, “era muy común que los compañeros que habían estado de guardia frente al mar, sobre la línea de playa, vinieran con el comentario de que habían visto ovnis. Decían que habían visto luces de formas extrañas, de movimientos muy extraños”. Pero, insistió el narrador, “ésa fue la única noche en la que se disparó a un ovni. Y sobre todo, la única en que recibí la orden más ridícula, que capture un ovni. Porque primero tenés que reconocer que existe esa cosa, y después querer ir a tomarla, digamos”.
Tras dejar el servicio militar, que duraba entre uno y dos años, lo habitual era perder contacto con los compañeros. “Nunca los volví a ver”, admitió Eduardo.
Quién sabe si hoy en día, algunos de esos excolimbas, al ver las noticias que llegan de Bahía Blanca y los rumores de disparos a luces extrañas, no recuerden súbitamente y vuelvan a ver aquella “calesita azul celeste”, y en sus cabezas suena otra vez aquella increíble orden: “Capturen el ovni”.