No aceptar las asperezas del camino es no aceptar el camino; por ello, no aceptar las dificultades es lo mismo que no aceptar la vida. Pero «aceptar» no es «resignarse»: el único camino transitable que tu espíritu tiene delante es comprender la naturaleza de sus problemas y el rol de su actitud en el origen de los mismos. No te ayuda saber si tienes razón al quejarse, si padeces por culpa de algo o de alguien. Tu problema no terminará castigando a un culpable ni esperando que cambie lo que no está en tus manos cambiar. Solamente trabajando sobre tí mismo puedes eliminar el problema, ya que en tu interior tienes poder para cambiar, mejorar, comprender y realizar.
Cuando alguien descubre su fuerza interior y comprende que el origen de sus conflictos está en su actitud, sus problemas se simplifican hasta ser sólo las dificultades propias de la vida, que ella debe superar para desenvolverse. Cuando uno comprende su actitud, indefectiblemente encuentra el consejo oportuno, la ayuda necesaria, la fuerza interior que lo lleva a superar las dificultades. La relación con las dificultades ha de ser humilde, simple y valiente.
Es humilde cuando comprendemos nuestros límites; cuando sabemos reconocer el pequeño porcentaje de acontecimientos que podemos controlar y aceptar el resto como desafío para extraer la enseñanza que ellos encierran. Quien es humilde sabe que la ley de la vida no se puede cambiar a su antojo, que la única vida que puede vivir es la suya y que las dificultades que encuentra también le sirven como puntos de apoyo para su labor interior. El hombre y la mujer humildes pueden prever las dificultades pues al mirar la vida sin arrogancia ven con claridad el camino que tienen adelante.
Es simple cuando uno ama la verdad más que a la imagen que se hace de sí mismo. Quien anhela conocerse no interpreta las dificultades con razones rebuscadas. Sabe que las dificultades significan trabajo y esfuerzo y no las usa para tenerse lástima a sí mismo ni para justificar una actitud de derrota. Se ve a sí mismo tal como es, con virtudes y defectos, con limitaciones y posibilidades, y mira con ecuanimidad el camino que tiene por delante.
Es valiente cuando mueve a no retacear esfuerzos para superarlas. La mente y el espíritu saben que tienen en sí mismas la fuerza para realizar su vida en toda su plenitud y se ponen a trabajar con toda su energía para su propio bien y el de todos los demás.
Cuando uno sabe que su fortaleza depende de su actitud frente a las dificultades, deja de soñar con una vida fácil y concentra su energía en trabajar para recorrer firmemente su camino de desenvolvimiento hasta el final.