Ante la Reencarnación tenemos, inevitablemente, dos posturas: creencia o no-creencia, lo cual, después de todo, también es una creencia, toda vez que ambas posturas suelen nacer de una compulsión intuitiva, una expresión de deseos o, en el mejor de los casos, una argumentación basada -rizando el rizo- en creencias preexistentes. También conocida históricamente como “transmigración de las almas”, “palingenesia” y “metempsicosis” su concepto, generalmente atribuido a religiones orientalistas -como el Hinduismo y el Budismo aunque, para ser fieles a la verdad, siempre hay que recordar que el Budismo no es, en sentido estricto, una religión sino una “filosofía de vida”- subyace detrás de cosmovisiones y filosofías de otros tiempos y horizontes, como el Pitagorismo -en la Gracia clásica- o la Toltequidad -entre los mexhicas en tiempos prehispánicos-.
Se ha querido explicar en ocasiones y por ciertos psicólogos que las verdaderas “catedrales del pensamiento” levantadas en defensas de la misma no dejan de ser esperables reacciones basadas en el íntimo temor a la Nada que aletea detrás de reflexionar sobre la muerte, sobre nuestra propia muerte. Y, sin duda, en incontables casos las personas adhieren a la misma por esa razón. Pero que la argumento psicológica (o, más bien, deberíamos decir “psicologista”) la “explique” no significa que, objetivamente, exista. Y una vez más debemos acudir aquí al concepto que si parece “no haber pruebas” de la misma (como de la Vida después de la Muerte) no es porque, necesariamente, no las haya, sino porque han sido escasos los emprendimientos metodológicos en busca de los mismos antes de concluir que son inexistentes. En efecto, los “no creyentes” no investigan porque, para ellos, no vale la pena ya que “saben” que no existe. Y los “creyentes” no investigan por el mismo mecanismo pero razones opuestas; porque ya “saben” que existe. Y en este “supermercado espiritual” que es la New Age y las Terapias Holísticas contemporáneas, ¿cuántos, sanamente interesados, encuentran lugar y referentes para proponerse su propia reflexión?. En tiempos de cursillos de fin de semana, libros de autoayuda espiritual y retiros meditativos, las técnicas y aplicaciones importan más que los fundamentos y argumentos. Se cree, simplemente, y nadie cuestiona porqué cree.
Por ejemplo, los innumerables talleres, workshops y gabinetes que ofrecen “Terapia de Vidas Pasadas” son un buen ejemplo de ello. En lo personal estoy convencido de las existencia de los Registros Akáshicos. Pero no tanto de las “lecturas” que se dan en sesiones de un par de horas, aprendidas en eventos de fin de semana. El argumento es éste: aún hoy, en India, Nepal y Tibet, miles de monjes siguen pasando sus vidas aprendiendo diversas artes espirituales. Un número indeterminado de ellos, a “leer” en el Akash -plano o mundo sutil, ultrasensible, inmanente al Universo, atemporal- Ocupan para ello dos, tres décadas de sus vidas en condiciones de excesiva austeridad, aislamiento. Si realmente se pudiera “leer el Akash” en un fin de semana, creo que colectivamente tendríamos que hacer un acto de fraternal solidaridad y facilitarle a tantos monjes el dato para ahorrar algunos decenios de su existencia luego de un viaje y aprendizaje acelerado a Occidente…
Sí, en cambio, estoy seguro que lo que hoy, coloquialmente, se llama “apertura de Registros” es una manifestación -si espontánea o generada por esas técnicas, debe ser materia de análisis- de manifestaciones de las viejas, conocidas, estudiadas Clarividencia, Precognición y Retrocognición de la íntima Potencialidad Parapsicológica del individuo, debidamente estudiada (remito a los trabajos de Joseph B. Rhine, por caso) por la Parapsicología experimental. Es decir: el fenómeno existe, pero la causa es otra a la que se atribuye. Intuyo que puede deberse a que en el transcurso de las últimas décadas un par de generaciones perdió el gusto por la lectura reposada y, en este consumismo acelerado que nos devora, prefirió pasar al “deme ya”, al “práctica y no teoría”, a la búsqueda del certificado final como un fin en sí mismo. Redoblo la apuesta: estoy seguro que muchos “facilitadores” de Regresiones son incapaces de una adecuada definición de los términos que describí más arriba (sin trampas y sin consultar a San Google en el tiempo que media entre la lectura de esta opinión y el posteo de un comentario ofendido). Penosamente, tenemos una enorme camada de “expertos” -con alcance internacional muchas veces- exitosos en sus presentaciones que, arriesgo, ni siquiera oyeron hablar de los tests ESP con Cartas Zenner.
Y esto porque, como conversé largamente hace unos años con un amigo y colega, con tantos años en estas lides como un servidor, la “moda” demanda nuevos y rimbombantes membretes y etiquetas. Ya muchos creen “aburrido” hablar de Parapsicología Tarot, Yoga, Orientalismo y poco más (que eran los tópicos “insólitos” de nuestras mocedades) por lo que parece que en los últimos treinta años se derramó sobre esta Humanidad, vaya a saberse proveniente de que consciencias metafísicas, un alud de técnicas de nombres exóticos y generalmente anglicanizados, todas invocando antecedentes milenarios pero de las que, curiosamente, nadie había oído hablar en este planeta, cuando menos, tres décadas atrás. Pero no nos vayamos de tema.
Lo que quiero proponer aquí obviamente no es la respuesta definitiva al enigma de la Reencarnación. No puedo darla, ya que carezco de los medios, el equipo, el tiempo y seguramente la capacidad intelectual de ofrecerla. Pero toda investigación comienza con una propuesta, una hipótesis, un “acuerdo” entre las partes sobre el campo a discutir, y eso es lo que trataré de hacer.
Ya el doctor en Medicina Emile Marcault señalaba, en 1928, que el testimonio de una criatura describiendo una vida anterior es, por lo menos, suficiente “evidencia” para ameritar una investigación. Se puede invocar la telepatía o, como señalé, la Retrocognición, pero no se puede desechar sin más. Buen punto para señalar que el principal, a mi juicio, obstáculo para una “conceptualización racional de la Reencarnación” es que la misma, así como la investigación de la Vida después de la Muerte, ha sido cooptada por religiosos y filósofos pero no por fisiólogos e investigadores de laboratorio. Un sacerdote, un ministro, puede, quizás estar facultado para debatir las implicacioness “morales” de estos temas. Pero la certeza empírica -a la que tenemos derecho, ya que todos hemos de morir- no. Si la Vida es campo propio del estudio de las Ciencias Naturales, la Vida después de la Vida (de existir) también debería serlo. Pero no. Aceptamos con naturalidad que sean las “personas de fe” quienes opinen -a favor o en contra del tema- como la cosa más natural posible, sin preguntarnos si esa actitud culturalmente histórica no ha sido, precisamente, objeto de una temprana y oportuna manipulación. ¿Las razones de esta?. Si el hombre y la mujer común tuviera la certeza de reencarnar y/o sobrevivir a la muerte de alguna manera, si tuviera evidencia definitiva de la existencia de su espíritu y las incontables capacidades que duermen en ellos, difícil, muy difícil sería su sujeción, su control, su dominación. Algunos autores han escrito que la creencia en la Reencarnación hace al individuo conformista, indolente, abandonado, total, haga lo que haga vivirá otras vidas. Es, supongamos, un riesgo potencial. Pero, si así fuera, ¿eso significa que la Reencarnación no existe?. Por el contrario; eso significa que -hipotéticamente- sería una razón para negarla y ocultarla.
Debemos también entender lo siguiente: puede llegar a ser muy difícil encontrar pruebas empíricas de su existencia (debiendo quizás conformarnos hoy por hoy con manejar evidencias y argumentos), por el sencillo hecho de que por ahora su naturaleza no es abordable con el método e instrumental de que dispone la ciencia; acostumbrada ésta a medir patrones y referencias físicas y energéticas, lo psíquico y espiritual no le es detectable y, por ello, no existe para muchos científicos. Esa es la razón por la que muchos académicos “duros” consideran que la mente es sólo una función del cerebro (en el sentido matemático de “función”: cantidad que varía respecto a y es dependiente de otra), y sin olvidar que los sistemas de investigación, químicos, ópticos, físicos, electrónicos, por maravillosos que parezcan no son, después de todo, más que una extensión de los sentidos del observador, y han sido diseñados en orden a detectar, por propia definición, aquello que es previamente considerado como posible por el investigador, y que además todo método físico de investigación sólo puede, por eso mismo, detectar lo físico. Entonces es lógico que un científico mecanicista-positivista, puesto a estudiar la naturaleza humana con elementos electrónicos, diga que el espíritu no existe simplemente porque él no lo ha encontrado por ninguna parte.
Pero debe necesariamente entenderse que si hemos de detectar cosas como el espíritu, la sobrevivencia del alma, etc., deberán crearse nuevos instrumentos concebidos específicamente con ese propósito; para detectar materiales radiactivos con un contador Geiger, por caso, fue necesario que antes se definiera en teoría la propia existencia de la radiactividad y recién a partir de su aceptación se diseñaron los equipos que permitieron descubrirla.
Sin embargo, existen numerosos investigadores que con metodología con la que otros científicos pueden discutir pero no negar su seriedad y validez experimental, han acometido el estudio de la Reencarnación. En Occidente los casos más conocidos son los de Brian Weiss y Raymond Moody, pero ninguno de ellos tuvo la prolijidad y seriedad de Ian Stevenson que a lo largo de cuarenta años recopiló más de 2.500 casos, volcados en una docena de libros. El mismo Carl Sagan dijo de Stevenson que era un ejemplo de material cuidadosamente recolectado, aunque calificó sus conclusiones como “mezquinas” (interesante que una “conclusión científica” sea una adjetivización subjetiva). En lo personal, sin embargo, me gusta remitirme al trabajo del doctor Hamendra Nat Banerjee, indio, claro, que en su libro “Memoria Extra Cerebral: un estudio científico de la reencarnación” (en castellano en Grupo Editorial Futuro, Rafaela, provincia de Santa Fe, Argentina, 1977) documentó una veintena de casos de niños pequeños con amplísimos recuerdos de una vida anterior, que incluían reconocimiento parentales, conocimiento de idiomas o dialectos ajenos a su entorno, etc. Es interesante que cuando en conferencias o congresos he citado a este investigador suelo recibir un comentario del tipo “Bueno… pero es indio” como demérito de sus capacidades científicas por suponerle expuesto a una cultura reencarnacionista. Además de ser un comentario racista y discriminador, pasa por alto un punto importante: precisamente por pertenecer a un medio cultural proclive a la Reencarnación puede permitirse con naturalidad estudiarla, sin el autosabotaje de temer quedar en ridículo socialmente. Creo que es clave enfocar el estudio de la Reencarnación acudiendo a la “memoria extracerebral” (término excelente) de los niños, aún no contaminados por la cultura y, porqué no, por los miedos adultos. Por ejemplo, este exquisito comentario del querido amigo Josep Bello, desde España:
“
(…) La primera será bastante común: de muy pequeñajo empecé a hablar un
“idioma” propio, mi madre se fijó en que, curiosamente, a las mismas
cosas les daba siempre el mismo nombre. Me corrigieron y me hicieron hablar en
castellano y catalán, y así olvidé mi idioma propio.
Dicen que si un niño tiene recuerdos “de otra vida”, los olvida al
llegar a los 6 años. Yo no recuerdo ninguno, excepto por una cosa muy curiosa.
A los 9 ó 10 años, estando en el “centro” donde los jueves nos
reuníamos los “llobatons”, los futuros “Boy-Scauts”, nos
visitaron unos arqueros de un polideportivo de la época, el
“Congost”, buscando niños que pudieran aprender a tirar con arco. Yo
había tirado al blanco con escopeta de aire comprimido, pero era la primera vez
que tenía un arco en la mano. Nos explicaron como teníamos que hacerlo, y
naturalmente, al lado del que disparaba había uno de los instructores, para
evitar accidentes. Me encantó la novedad del “punt de boca”, la
bolita fija en la cuerda, que permitía controlar la elevación del tiro
tocándola con los labios. La mayoría de mis compañeritos no llegaron a darle ni
siquiera al borde de la diana, donde le dí a la primera. A partir de la 2ª
flecha, fueron todas al centro, ni Robin Hood, vamos. Además tirando muy
rápido, aunque me frenaba que, en lugar de poder tomar las flechas de mi
hombro, donde no había ningún carcaj, tenía que esperar a que el pasmarote que
me controlaba me las fuera pasando una a una. Los tuve asombrados durante un
rato, hasta que uno de mis compañeritos exclamó: “-¡Hace trampa, tira la
flecha con la otra mano!”. Al oírlo me di cuenta que, efectivamente,
sostenía el arco con la mano derecha y lo tensaba con la izquierda, ¡de forma
completamente instintiva!. Como nos habían dicho que teníamos que sostener el
arco con la izquierda, rápidamente me preguntaron si era zurdo, que no lo soy,
y corrigieron mi “trampa”. Pero tirando con la derecha se terminó mi
exhibición, lo hice tan mal como los otros, y no me “ficharon” para
arquero infantil. Sigo sin “creer” en la reencarnación tal como nos
la han enseñado, pero ¿de donde me vendrían mis habilidades de arquero zurdo?
Pienso más bien en una explicación “informática”…”
La reflexión sobre toda esa documentación me ha llevado en lo personal a convencerme de la Reencarnación. Es más: entiendo que es necesaria su existencia para “darle sentido” al propósito de la Vida. Aunque ello, claro, implica desmitificar ciertos conceptos instalados. Por ejemplo, la suposición que lo que transmigra es el Yo Psicológico. En la doctrina o teoría -como quiera vérsele- reencarnacionista, el “ser humano”, como un todo, existe a partir del momento del nacimiento en que se diferencia (biológica, psiquica, espiritual y astralmente) de su madre. No me extenderé aquí sobre esa instancia -cuya exposición demandaría todo un artículo por sí mismo- Pero vayamos al momento de la muerte física: entonces, los “planos” que constituyen al ser humano se desagregan, y mientras el cuerpo se descompone, la psiquis -según la óptica parapsicológica- continúa como lo que hemos llamado “Paquetes de Memoria”, el “cuerpo astral” sobrevive en ese plano, precisamente, hasta su propia y tardía disoluciòn, el “alma” retorna la Fuente y el “espíritu”… he aquí el punto.
Siguiendo estas enseñanzas, debemos evitar pensar en “alma” y “espíritu” como sinónimos. En efecto, “alma” es la mónada, la partícula de Divinidad que ingresa en cada ser vivo al nacer y vuelve a su Fuente al morir. El espíritu es la expresión que el alma produce en la vida del cuerpo. ¿Un ejemplo?. Imagínense de pie, con una linterna eléctrica en la mano y frente a un espejo. Encienden la linterna, iluminan al espejo y la luz se refleja. Pues bien, la linterna y su luz es el “alma”. La luz reflejada es el “espíritu”.
Si lo que reencarnara fuera el Yo Psicológico sería, en términos de economía cósmica, un desperdicio. Pasaríamos en cada vida años aprendiendo a caminar, a hablar, a escribir, a repetir operaciones aritméticas elementales. En su lugar lo que transmigra es el Espíritu porque, a escala cósmica, lo que realmente importa no es la evolución psicológica sino la evolución espiritual. Por eso -por un momento, admitamos especulativamente el valor de las regresiones- los “recuerdos” de una vida anterior no son hechos cotidianos, banales, sino momentos de impacto espiritual: un nacimiento, una pérdida, la propia muerte. Para nosotros, “dueños” de un Ego y a duras penas conscientes de nuestro Inconsciente (discúlpenme el juego de palabras: era inevitable) y aún más, conscientes intelectualmente de nuestro Inconsciente pero a duras penas rindiéndonos a él (lo que hace difícil el trabajo de tanto psicoanalista ante la gente que se resiste a admitir que hay un “alter ego” en sí mismos sobre el cual no tiene ningún control de su voluntad) la idea de que mi “yo” va por un lado y mi “espíritu” por otro resulta, más que inaceptable, seguramente incomprensible. Pero eso sólo habla de nuestras limitaciones. Las que trascendemos, precisamente, cuando desencarnamos.
Si bien lo que voy a referir ahora no es una prueba a favor de la Reencarnación, sí trata de ser, cuanto menos, un argumento defensivo frente a quienes la critican. Y una de las críticas más frecuentes que se le hace a esta filosofía podríamos expresarla así: si las “almas” que encarnan vuelven a hacerlo una y otra vez, ¿cómo explicar de dónde salen las almas que entran en los millones de nuevos cuerpos que, observando la explosión demográfica surgen con cada nueva generación?.
Varios teólogos han expresado su opinión al respecto. Así que ésta es sólo un argumento más. Y que parte de enfocar la cosa de esta manera: si se piensa en las almas como “unidades” absolutamente independientes, es lógico tal reparo: supongamos un gigantesco tanque (el Universo) con un número enorme –pero finito– de bolitas de acero en su interior. Si cada cuerpo que “aparece” es, por ejemplo, un frasco al que le toca una y sólo una bolita, llegará un momento en que todas las bolitas estarán dentro de sus respectivos frascos, y cada frasco nuevo que surja ya no tendrá “bolita” que contener. Si la bolita es el alma y el frasco el cuerpo, he aquí un gran dilema: ¿de dónde salen las nuevas almas?.
Pero mi lectura es sencilla. Pensemos que el tanque-Universo, en vez de estar lleno de bolitas, simplemente está lleno de agua. Así, es indiferente el número de frascos que sumerjamos en la misma: cien, un millón, mil trillones. Mientras el tanque-Universo pueda contener frascos, todos ellos se impregnarán del agua-espíritu en forma uniforme.
Por esto es que insinuaba anteriormente que la aceptación de la Reencarnación es un hálito de esperanza: porque nos sume, también, en plena responsabilidad de nuestras acciones, ya que la Reencarnación es indistinguible de la Ley del Karma. Y debe señalarse aquí la existencia de dos clases de karma: Karma Universal y Karma Mundano. El primero, es el que proyecta, de ciclo encarnatorio en ciclo encarnatorio, la responsabilidad de nuestras acciones. La segunda es la que señala que hay un ciclo más breve que trae, en esta vida, las consecuencias de acciones también en esta vida. Fuera de la ley y justicia humana, de la que algunos pensarán pueden escapar (por cambios políticos, por el poder del dinero o profugándose) ¿cuánto más responsable sería el ser humano si supiera que hay un “rebote” inexcusable que, además de la próxima, lo alcanzará en los meses o años por venir?.
Aquí deseo hacer un inciso para comentar, en tono de anécdota, un ítem que debe dar paso a profundas reflexiones (más aún, estoy seguro que hacer uso frecuente y consciente de la reflexión es, precisamente, una herramienta de evolución) y que demuestra hasta qué punto muchos, aún dentro del espectro de “creyentes”, no tienen bien internalizada la cuestión.
Ustedes saben que en 2017 pasé un mes y medio en la India, formándome en Ayurveda. Bien, el segundo día de clase (ya el primero había sido un puñetazo al orgullo, porque uno de los docentes, después de escuchar con paciencia y sonrisa la enumeración de lo que cada uno de los presentes creíamos saber sobre el tema sentenció aquello de: “Olviden lo aprendido. En Occidente se enseña muy mal Ayurveda”) estaba al frente de la cursada el doctor Ram Manohar, de hecho, Director de la Carrera de Medicina Ayurvédica de la Universidad y Hospital Escuela de amritapuri (en Kerala) donde estábamos presentes. Estaba explicando y dando lectura a pasajes del Ashtanga Hrÿdaya, el canon ayurvédico escrito allá por el 600 A.C. Se ha respetado desde entonces su redacción, y así oíamos afirmaciones del tipo “El médico debe ser respetuoso del rey y las leyes”, “Si carece de carruaje debe hacer a pie el trayecto pero no desamparar a su paciente”, etc., todo muy bien, hasta que llegó a esta afirmación: “El paciente del médico debe ser rico”.
De un respingo varios nos enderezamos en los asientos dispuestos a dar batalla -especialmente quienes proveníamos d epaíses con medicina pública gratuita- al grito de “¿Por qué?”.
– Bien -respondió Manohar- porque el médico debe tener pocos pacientes, para poder dedicarse plenamente a ellos, las horas que cada uno necesite, el tiempo que cada uno necesite. Además, debe preparar los medicamentos de cada uno en tiempos astrológicos, y supervisar su dieta y tratamiento.
– Pero, entonces, ¿los pobres no tienen derecho a la salud?. ¿Qué clase de conocimiento espiritual es ése?
Manohar nos miró en silencio apenas un par de segundos. Y preguntó:
– ¿Quiénes de ustedes creen en la Reencarnación?
Todos levantamos la mano.
– Si realmente creyeran en la Reencarnación como dicen, comprenderían que es kármico, también, que una persona esté en una vida en condiciones de brindarse Ayurveda, o no pueda hacerlo, en cuyo caso tenemos a disposición muchos hospitales con otros abordajes médicos. Es muy fácil y simplista echar la culpa a la situación social, los gobiernos, el sistema. Y, sin duda, esas variables influyen. Pero caerían en un error importante sin dejan afuera al Karma de esa persona, toda vez que deberán considerarlo, luego, para evaluar ciertas enfermedades. Por consiguiente, si una enfermedad puede tener un elemento kármico, el camino a la sanación también deberá tenerlo. Ustedes tienen todo el derecho de creer o no creer en la Reencarnación, pero no a “olvidarse” de la misma cuando convenga. Eso es hipocresía.
Pues nada. Simplemente para que lo evalúen.
Mostramos, terminando, que la evolución espiritual dimanada de admitir la Reencarnación es la ley de lo que hay de más elevado en la aspiración humana, a saber: la ayuda mutua, la fraternidad, el amor universal. No es verdad que la evolución social sea la causa de la evolución individual; lo contrario es lo que es la verdad. Cuando sobre una vía cualquiera de evolución y de progreso un genio descubre una verdad nueva, él no la recibe, evidentemente, de la herencia social. Él recibió y asimiló todas las adquisiciones anteriores de su grupo y por su reflexión individual sobre la verdad anterior comparándola con los hechos que procuraba explicar, consagrando todas sus energías solitarias a la solución de este nuevo problema, que él la juzga insuficiente y concibe un nuevo principio, una nueva ley, una síntesis más vasta que la que había sido transmitida. Formulándola, socializándola, la comunica a aquellos que le están más próximos en evolución intelectual. Por la reflexión sobre estas fórmulas, ellas producen a su turno la intuición genial que le da nacimiento. Ellas crecen tanto como pueden a la imagen del genio. Poco a poco, el descubrimiento gana a toda la masa social y el grupo entero todo evoluciona porque el genio, por sí solo, evoluciona.
Mas esta ley no es verdadera únicamente para el genio y solamente en la cumbre de la escala social. Todas las leyes de las cuales a un nivel cualquiera un individuo evoluciona en nobleza, en sabiduría, en cultura intelectual o estética, él transmite el resultado de sus esfuerzos a aquellos que lo rodean y ayudan a su grupo social más restricto a evolucionar a su imagen. La especie humana es, por tanto, una jerarquía evolutiva donde los individuos están colocados con una mano en la ley de sus hermanos más nuevos y debajo de él. La ley de la evolución humana, porque es individual y es la ley de la fraternidad donde nosotros concluimos hoy, que si debemos alcanzar cualquier día aquél lugar bienaventurado donde la justicia habitará con el amor, no será por la rebelión de los pequeños y los débiles, pero sí por el servicio, por el sacrificio voluntario y consciente de los grandes y los fuertes.