Si la Vida es campo propio de estudio de las Ciencias Naturales, la Vida después de la Vida también debería serlo. Dejarlo en manos de «espiritualistas» que construyen sofismas basados más en la retórica que en la evidencia o la construcción racional puede ser respetable en términos de los «cánones morales» de la espiritualidad, pero la demostración conceptual de ello no puede negársele, por mera petición de principios, a quien quiera aproximarse desde ese lugar. Reducir lo espiritual a una mera cuestión de «creencia» es, además de insuficiente, falaz. Porque no está reñido en absoluto con las cosas del espíritu la posibilidad de argumentar racionalmente sobre ellas. Podrá debatirse el resultado pero todo intento de negar esa opción es sólo la defensa de quienes no se sienten seguros de articular otras aproximaciones lógicas.
En consecuencia, nos vemos obligados a repensar el concepto de lo Trascendente. Lo Trascendente al tiempo y espacio tal como los conocemos, regidos por las esclavistas leyes físicas. De manera que debemos entonces tratar de conceptuar el concepto del «Más Allá».
Y ello nos retrotraerá al Momento Primero del Universo.
La teoría del Big Bang sostiene que el Todo (toda la materia, todo el espacio) estaba reducido a un punto minúsculo que, hace unos quince mil millones de años, estalló. Hoy en día los científicos teorizan sobre los procesos ocurridos hasta un milisegundo después de la Gran Explosión, con procesos energéticos imposibles de concebir prácticamente sucediéndose a velocidades escalofriantes en esa génesis cósmica. Al común de los mortales le resulta medianamente comprensible la idea de que toda la materia (en realidad, entonces, energía y plasma) se hallaba reducida a unas dimensiones despreciables. Lo que habitualmente se le escapa, entonces, es que si el concepto del tiempo -por física relativista- es inseparable del de espacio, entonces también no sólo el tiempo comenzó entonces, sino que estaba limitado a esa esfera original. Un naturalista no vería motivo alguno para presentar objeciones a esta posibilidad puesto que para él el «tiempo», enlñazado inseparablemente al espacio de este Universo, junto con la energía, la materia y las leyes naturales, se originó en aquél acontecimiento. Por ello, para nuestro naturalista el «tiempo»es, junto con la energía, el espacio lleno de materia y determinadas constantes naturales (las masas de las partículas subatómicas, la constante de la gravitación, la velocidad de la luz, la constante de Planck, etc.) una propiedad de este mundo. Así, en la moderna concepción científica del mundo, que sobrepasa de manera tan extraña nuestras cándidas ideas, está unida a la existencia de este mundo y no existe sin él. No es una categoría que abarque el mundo en su totalidad, que lo determine o lo contenga «desde el exterior». Y si existe semejante «exterior» existiría en la intemporalidad y la «aespacialidad». A pesar de cargar con el peso intelectual de abarcar con miles de millones de años de evolución, podemos afirmar que ese instante primero no ha terminado: porque la expansión continúa, y la dilatación en la percepción del tiempo asociado también: la evolución es idéntica al momento de la creación. Por tanto, lo que llamamos «evolución cósmica y biológica» son las proyecciones del acontecimiento de la creación en nuestro propio cerebro. Que la historia de la evolución de la materia inanimada y animada es la forma en la que presenciamos desde adentro la creación que desde afuera, desde la perspectiva trascendente, es el acto de un momento. Ese «afuera» es el Más Allá.
Llegados a este punto, debemos dejar constancia que se trata en todo caso de afirmaciones que no contradicen en nada la moderna concepción científica del mundo. Así, pues, nos encontramos con el ejemplo de un caso donde el conocimiento científico abre al entendimiento religioso un camino completamente nuevo.
Por consiguiente, el espacio y el tiempo no son en absoluto algo así como experiencias que realizamos sobre el mundo, como suponía la filosofía antes de Kant. Son más bien estructuras de nuestro pensamiento, de nuestra intuición. Se encuentran a priori en nuestro pensamiento. Antes de cualquier experiencia que adquiramos. Son innatas en nosotros. Puesto que el «espacio» y el «tiempo» son innatos en nosotros (como parte que somos del «instante evolutivo») como formas del conocimiento, no tenemos la menor posibilidad de llegar a saber o experimentar nada que no sea espacial o temporal en términos de la vivencia cotidiana, sino a través de «estados como atajos» que, en nuestra cultura, denominamos «espirituales». Porque, como dijo Kant, el espacio y el tiempo no son el resultado sino la condición previa de toda experiencia. Son juicios que emitimos a priori sobre el mundo, prejuicios innatos de los que no podemos liberarnos. Pero por ser esto así no tenemos derecho a suponer que el espacio y el tiempo pertenecen al mundo mismo tal como es «en sí», objetivamente, sin el reflejo de nuestra consciencia, que es nuestra acotada manera de poder vivirlo. El orden que presenta el concepto del mundo que nosotros experimentamos no es la copia del orden del mundo mismo. Es, según Kant, sólo la copia de las estructuras ordenadas desde mi propio aparato pensante. Por lo tanto, si veo a Dios «allí», es porque primero está «aquí».
Finalmente: suele ser imanente a la espiritualidad la afirmación que se trata de un estado donde, en el Más Allá, se «trasciende» el Yo. Ahora, si no podemos concebir el No Yo (como no podemos el No Tiempo, el No Espacio, pero migualmente real) es porque es parte de la consciencia, no lo que ella descubre. Por eso, hay un «fuera de la consciencia», con No Yo, No Tiempo, No Espacio. El Más Allá.
A mi me super intriga qué es lo que sucede al momento de «pasar» al otro estado de existencia.
Supongo que debe ser algo así como cuando nacemos en este mundo. . Volver a aprender todo. Aunque intuyo que conocimientos esotéricos deben darnos una idea aproximativa de lo que nos espera del otro lado.
A lo largo de la historia siempre hubo culturas que representaban, de alguna manera u otra, Su propia idea o perspectiva del Mas Allá.
Aunque también siento que mas allá de que seamos malos o buenos, hagamos lo que hagamos, somos esclavos de la existencia.
Voy a divagar un poco, pero. . .
¿El estado de No-Existencia seria posible?
En un Estado de No-Existencia no somos ni buenos ni malos ni nada. Me refiero a la nada absoluta. Al ser Nada Absoluta por definición no existiríamos y no habría necesidad de experimentar ni de sufrir. No existiría el deseo de «querer». Estaríamos libres de TODO porque, obviamente, NO existiría NADA.
Y ahora que termino de escribir y leer mi comentario, me vino el concepto de Nirvana. . . que loco. . .