El extraordinario caso de Dionisio Llanca, el camionero abducido a la vera de la Ruta 3

Dionisio se disponía a cambiar un neumático la madrugada del 28 de octubre de 1973 cuando lo abordaron tres seres rubios y con trajes plateados. Eran dos hombres y una mujer. Lo llevaron dentro de un ovni y le hablaron a través de una radio. Le dijeron que querían saber si los humanos “podían vivir en la tierra de ellos”. Dionisio contó todo esto bajo hipnosis y bajo la aplicación de pentotal, que le provocó “grandes sufrimientos”.

Dionisio Llanca se levantó de la siesta y miró un episodio de “Ladrón sin destino”. A eso de las diez de la noche cenó un bife con ensalada y un par de vasos de Cepita. Un par de horas después se preparó, saludó a su tío Enrique Ruiz, con quien había pasado la jornada en una casita de la calle Chubut al 1600 de Bahía Blanca, se puso la campera y salió. Era apenas pasada la medianoche de sábado pero Dionisio, de 25 años, no iba a un boliche, sino a trabajar: subió a su camión Dodge 600 y arrancó para Río Gallegos con materiales de construcción. Una goma estaba baja, pero decidió partir igual. Al rato el camión se empezó a bambolear sobre la Ruta 3 y se resignó a cambiar el neumático. Estaba a casi 20 kilómetros de Bahía, frente a la localidad de Villa Bordeu. Se bajó del camión bajo un cielo tachonado de estrellas y comenzó a trabajar. De repente miró hacia la izquierda y vio una luz amarillenta. Era la una y pico de la madrugada del 28 de octubre de 1973 y en ese momento comenzó lo que se considera el caso de abducción más famoso de Argentina, caballito de batalla del ovnílogo nacional más famoso, Fabio Zerpa, pero que dejará una amarga huella en su protagonista.

Dionisio creyó que la luz que se acercaba era la de un automóvil Peugeot, que por aquellos años eran característicos por sus faros amarillos. Pero “eso” se le vino encima. Cuando se dio vuelta alcanzó a divisar “una cosa grande, con forma de plato, suspendida en el aire, a unos siete metros de altura” y a tres seres, dos hombres y una mujer, a su lado. Le tocaron la mano derecha y le hicieron una incisión. Perdió la conciencia. Se despertó en los corrales de la Sociedad Rural de Bahía Blanca, a casi 10 kilómetros de donde había parado con el camión. Le faltaban el reloj, el encendedor y una cigarrera. Comenzó a caminar. No sabía quién era. Lo levantó un auto en la ruta que lo llevó hasta la ciudad. Vagó por comisarías, donde los policías creían que era un borracho más. Terminó en el Hospital Español y allí lo atendió el doctor Ricardo Smirnoff, médico forense de guardia. “No sabía quién era, adónde había nacido, quiénes eran sus padres. Lloraba continuamente y preguntaba en qué pueblo estaba”, contaría días después el médico a un periodista. El profesional luego lo hizo internar en el Hospital Municipal. Tenía curiosidad por su amnesia traumática sin ningún golpe visible.

Expediente Llanca

A fines de septiembre de 2023, cuando se acercaba el 50º aniversario del suceso, la web www.fabiozerpa.com.ar compartió un extenso documento titulado simplemente “Operación Bordeu”. En el archivo hay una gran cantidad de informes sobre el caso escaneados directamente de las copias tipiadas en máquina de escribir, una verdadera joya.

Transcribo aquí lo que escribió en su momento el periodista bahiense Eduardo Cenci, ya que es un testimonio de primera mano sobre Dionisio y las circunstancias que siguieron a su extraño encuentro.

Me enteré de la noticia a través de la radio (LU3) cuando mi colega José Fernando Nuño, transmitiendo desde equipo móvil, comentó de qué manera, y circunstancialmente, se encontró con un «extraño caso en el Hospital Municipal”.

Era la mañana del lunes 29 de octubre. Había sido internada en ese nosocomio una persona joven, de unos 25 años de edad cuya filiación y otros datos se desconocían, precisamente, porque no recordaba ni su nombre, ni su procedencia.

Un caso típico de amnesia, diagnosticaron los médicos, en el parte habitual que se suministra a la prensa cuando ésta requiere cotidianamente las novedades.

Pero habla algo más: El «N/N» (así había quedado registrado el individuo en el libro de ingresos del Hospital) decía haber sido víctima de una «extraña visión”.

Naturalmente, su estado amnésico impedía conocer detalles como para intuir lo que realmente le había sucedido.

Me interesó el caso, más que nada por la alternativa que tienen los medios de difusión de ayudar a alguien en un trance así, posibilitando encontrar a sus familiares.

Cuando llegué al Hospital, sobre mediodía, encontré al joven en la sala de Neuro-Cirugía. Estaba en la segunda cama, con la cabeza un tanto levantada sobre la almohada y los ojos muy grandes, casi diría extraviados. Atiné a tutearlo de entrada, para ganar su confianza y obtener lo que hasta ese momento nadie había logrado: que narrara lo que le había sucedido.

«Qué te pasa», le pregunté.

Su respuesta fué un balbuceo apenas audible: «no sé»…

Le insistí que tratara de recordar, y cosas como de dónde venía, cómo se llamaba, donde vivía y si estaba dolorido.

Hasta ese momento, una enfermera -única persona que se acercó al vernos- aportó otro mínimo detalle: el joven había preguntado «en qué pueblo estaba”.

Decidí entonces hacer la nota. Acerqué el micrófono lo suficiente como para que su levísimo tono de voz fuese captado, y mis dos camarógrafos aprestaron cámaras y luces.

Nada varió, sin embargo, a la sensación de impotencia inicial.

Apenas iniciado el dialogo, el «N.N” -ahora con su cabeza recostada sobre la almohada- seguía con su mutismo, su mirada perdida y no más palabras que un “no sé» reiterado.

Fué entonces cuando, casi sin gesto alguno, vi que derramaba una lágrima muy grande, tanto como para hacernos ver el drama por el que estaba atravesando. Ni atinó siquiera a secársela o a restregar sus ojos. Era la más cabal sensación de tortura interior que podía manifestar, inmutable y casi inmóvil.

Paré entonces la grabación. Frené la nota, porque humanamente era imposible seguirla. Su drama era también un latigazo para nosotros, y una sensación de tener, de pronto, un nudo en la garganta, compartiendo su dolor.

Pensé, sin embargo, que mostrar su imagen en televisión, iba a ser positivo en cuanto a poder localizar a algún familiar. En ese instante, eso era más importante que saber lo que le había ocurrido.

En no más de un minuto y 20 segundos, grabé y filmé entonces -después de un intento por evitar que llorara- una sucesión de una docena de preguntas básicas.

Volvió a repetir el «no sé» en todas ellas, pero alcanzó a recordar que había visto una «luz grande y tres personas que aparecieron a su lado». Esto, aún dentro de la niebla que parecía dominar su esfuerzo por memorar, era lo único concreto de mi diálogo con él.

Presenté la nota en la edición de «7Mundo Extra» a las 21, y aguardé alguna novedad del caso, por si los televidentes podían aportar algo. No hubo respuestas.

A la mañana siguiente, volví al Hospital. El desconocido ya no estaba. Había sido dado de alta -me explicaron en mesa de entradas- porque un tío suyo apareció, reconociéndolo, y él, a su vez, había logrado salir, aunque aparentemente no del todo, de su estado de amnesia.

Un enfermero filosofó sobre el caso, dándolo por concluido, y reproduciendo algunas palabras del diálogo de tío y sobrino. En determinado momento, Dionisio Llanca -así se llamaba el joven, del cual se sabía también que era camionero— había comentado con su pariente que «decidió viajar por las chicas…”.

Para el enfermero, estas palabras suponían una suerte de aventura amorosa y algún ajetreado encuentro que le deparó un «traumatismo de cráneo», diagnóstico que circulaba por los corrillos del Hospital, aunque Llanca -lo vimos nosotros así- no tuviese huellas visibles de golpes, heridas, magullones o cualquier indicio de ese tipo.

El tío en cuestión se llamaba Enrique Ruiz y vivía en el barrio Villa Ressia. Había dejado su dirección en mesa de entradas del Hospital, y allí decidimos ir por la tarde.

A las cuatro y media de la tarde, una humilde vivienda de calle Chubut era el destino de nuestra nota. Niños jugando en la puerta y una jovencita a la cual preguntamos por «el señor Ruiz». Junto con él, aparece entonces Llanca.

Le pregunté si recordaba que el día anterior había estado con él en el Hospital. Movió la cabeza en actitud negativa. Ya no vi sus ojos con mirada perdida ni las lágrimas de la otra mañana. Me miró con simpleza y con ganas de atenderme. Respondió con una sensación de alivio y desahogo cuando le pregunté si ya recordaba lo que le había sucedido.

Fui entonces directamente a la nota. Y comencé preguntándole: «¿Ya pasó el susto?».

Abrió una sonrisa, y ello ayudó para un diálogo fluido. Memoró entonces todo lo que después repetiría incontables veces: la partida con su camión; la goma pinchada; la luz que parecía «de un Peugeot», y que luego se desplazó; y la presencia de 2 hombres y una mujer, con especie de uniformes, botas y guantes cuyo idioma no entendía.

Sinceramente no había pensado encontrarme con un relato así. Hasta ese momento, habla tenido la certeza de que estaba siguiendo un caso para ayudar a un joven simple, humilde y sincero a que recuperara su memoria y dejara atrás su angustia.

Pero continué asombrándome por su narración. No parecía ser el mismo que 24 horas atrás estaba postrado, impotente, en la cama de un Hospital, solo y bastante olvidado. Cuando me mostró una pequeñísima herida en su mano izquierda, recordando que esos tres seres le habían pinchado allí, pensé que su relato ere como un extraño recuerdo dicho con absoluta honestidad.

Grabamos exactamente 6 minutos, lapso en el cual recordó que tenía 13 años de camionero, que viajaba generalmente solo, que nunca tuvo accidentes -salvo un pequeño choque en pleno centro de la Capital Federal-; que las botas y los guantes de los 3 seres eran de color anaranjado; que la mujer tenía el cabello rubio hasta la cintura; que perdió fuerzas cuando se le acercaron; que no gritó ni reaccionó porque «no podía»; que el camión había aparecido intacto, con la goma a punto de ser cambiada, y con el dinero -150 mil pesos- que llevaba en la cabina; que tenía muchos amigos camioneros; que bebía muy poco de alcohol, y que -después de esto que no alcanzaba a comprender- no quería viajar más a bordo de su camión.

Tampoco experimentaba dolor alguno, y su campera negra -la misma que llevaba en esa madrugada del domingo- no poseía signos que hicieran suponer alguna pelea ó la posibilidad de que hubiese sido embestido por algún vehículo en la ruta.

Quedaba un solo detalle en duda: ¿qué significaba aquello de las «chicas» que había mencionado el enfermero?

Se los preguntamos a su tío, Enrique Ruiz. Y lo aclaró: las «chicas» en cuestión eran las sobrinitas de Llanca, a quienes les gustaba que las llevaran a pasear en el camión cada vez que Llanca se quedaba un domingo en Bahía Blanca. Para no verlas sufrir, y para no tener que negarles ese paseo, Llanca optó por viajar en la noche del sábado. Por eso le había dicho a su tío: «Me voy, por las chicas… esta noche».

En las noticias

El periodismo de fuera de Bahía Blanca comenzó a interesarse en ese camionero que había pasado por esas extrañas circunstancias. La revista “Gente” publicó su primera nota sobre el hecho muy pocos días después, el 8 de noviembre, redactada por la pluma de Alfredo Serra, enviado especial a Bahía, junto con el fotógrafo Carlos Flores y el dibujante Roberto Regalado. Los dibujos de este último -muy conocido por quienes por aquellos años leían “Billiken”, también de editorial Atlántida- terminaron siendo muy divulgados y se han hecho representativos del caso. Ese texto, aparecido en el número 433 de “Gente”, fue digitalizado por «Mágicas Ruinas».

Al mismo tiempo, entró en escena Fabio Zerpa: “El destino me deparó la enorme fortuna de formar parte de una junta investigadora de un contacto con seres extraterrestres”, escribió en “El ovni y sus misterios”.

Operación Bordeu

La “Operación Bordeu”, entonces, comenzó con “cinco médicos de la ciudad de Bahía Blanca: doctor Roberto García del Cerro, psicoanalista; doctor Eduardo Mata, psiquiatra; doctora Nora Milano, psicóloga; doctor Eladio Santos, hipnólogo, y doctor Ricardo Smirnoff, médico forense”.

Después Llanca sería llevado a Buenos Aires, donde fue visto por tres médicos más: Agustín Antonio Luccisano, toxicólogo de La Plata; Juan Antonio Pérez del Cerro, presidente de la Asociación de Ontoanálisis, y Héctor Solari, hipnólogo y psicólogo.

La primera etapa de la “operación” fue de sugestión hipnótica. Dionisio fue magnetizado por el doctor Eladio Santos en su consultorio bahiense y empezó a narrar su historia. De nuevo, recordó. Y contó que “en determinado momento los seres extraterrestres sacan un haz de luz compacto y coherente, por el que descendieron como si fuera una plancha de hormigón luminosa. La mujer precede a los hombres, y empiezan a caminar para tomar contacto con Dionisio, a quien hacen la incisión en la mano derecha, en los dedos pulgar y el índice”.

Una síntesis del relato apareció en “Gente”: “Eran dos hombres y una mujer. La mujer estaba en el medio de los dos hombres. Me di cuenta de que era mujer por la forma del pecho y por el pelo largo y rubio. Los hombres también eran rubios y estaban peinados para atrás. Los tres tenían más o menos la misma altura, un metro setenta o setenta y cinco, y vestían de la misma manera. Buzos enterizos color gris plomo muy ajustados al cuerpo, botas tres cuartos color amarillo, como el de las gamuzas de lustrar zapatos, y guantes largos, hasta la mitad del brazo, del mismo color. No tenían cinturones, ni armas, ni cascos, ni nada más. Las caras eran como las nuestras, pero tenían frente muy despejada y ojos alargados, como los de los japoneses, y un poco saltones. Hablaban entre ellos en un lenguaje imposible de entender. No tenía vocales y sonaba como… como una radio mal sintonizada, con chillidos y zumbidos. Uno de ellos me agarró del cuello de la campera y me levantó con firmeza, pero sin violencia. Intenté hablar, pero la voz no me salió. Mientras el que me había levantado me sostenía, el otro me puso un aparato en la base del dedo índice de la mano izquierda. Miré bien el aparato. Se parecía a una afeitadora a pilas y tenía una canaleta. Me lo aplicaron unos segundos. No me dolió. Cuando lo retiraron tenía dos gotas de sangre en el dedo».

Luego entraron los cuatro en la nave. Allí, Llanca vio el cielo estrellado en dos “aparatos de televisión en color”. También contempló cómo se abrieron “compuertas” en el ovni y los seres sacaron “cables o mangueras flexibles” que se conectaron con un arroyo que discurría junto al camión estacionado, además de extender unos cables que parecían tomar electricidad de un poste de alta tensión de a la ruta. Más tarde se supo que esa noche hubo un corte del servicio eléctrico en gran parte de Bahía Blanca.

“Veo muchos aparatos, dos televisores, una radio”, contó Llanca al doctor Mata. Este es el diálogo que siguió, citado textualmente por “Gente” en una nota de febrero de 1974:

  • ¿Ellos te hablan?
  • Me habla la radio.
  • ¿En qué idioma te habla la radio?
  • Y, en castellano.
  • ¿Qué te dicen?
  • Que no tenga miedo…, que son amigos, que vienen desde hace mucho tiempo…
  • ¿Te dijeron de dónde venían?
  • Me dijeron que eso era un secreto de ellos…
  • ¿Ellos han hablado con otros hombres de la tierra?
  • Sí, desde el año 50.
  • ¿Qué están haciendo?
  • Quieren saber si podemos vivir en la tierra de ellos.

Llanca agregó un detalle escalofriante: “Veo el encendedor. Lo tienen arriba de una mesa, junto con el reloj y mi paquete de cigarrillos”.

Siguió: “La mujer se pone un guante. Negro, con unas tachuelitas en la palma; se acerca, me toca…”. Y después de una pausa: “Caigo, caigo lentamente en un potrero. Ellos me han dicho que volverán a buscarme. Siento frío. Llego a la ruta y empiezo a caminar. ¿Quién soy? ¿QUIÉN SOY?”

La hora del pentotal

Luego de las sesiones de hipnosis llegaron las inyecciones de pentotal sódico, por aquellos años conocido como “suero de la verdad” porque produce una relajación que, en teoría, imposibilita al paciente para producir fantasías, es decir, mentir. “El doctor Ricardo Smirnoff aplica pentotal endovenoso en el antebrazo del camionero y éste vuelve a repetir (como si fuera un disco rayado) lo mismo que había dicho en las sesiones de hipnosis”, escribió Zerpa.

Luego siguieron tests psicológicos en Buenos Aires. Llanca pasó, además, por La Plata. “Estuvo en casa comiendo un asado y me contó de nuevo la historia”, afirmó a este cronista el doctor Agustín Luccisano, quien aseguró que “era un hombre sencillo, imposible que haya inventado nada”.

En el mismo sentido opinó el presidente de la juventud bahiense de ONIFE (Organización Nacional de Investigación de Fenómenos Espaciales, fundada por Fabio Zerpa), el ingeniero Germán Scheverin Mata. En un breve texto que también figura en el expediente de la “Operación Bordeu”, afirmó que “un fabulador se contradice, y Llanca, en cuatro interrogatorios, dos sesiones de hipnosis y una de narcoanálisis bajo pentotal no lo hizo, en nada. A pesar de ir agregando detalles a medida que se avanzaba, éstos no fueron nunca contradictorios del relato original”. El ingeniero concluyó que “esto descarta el síndrome de Korsakoff”, una afección que provoca trastornos mentales y que está asociada al abuso de alcohol. Algo que, como bien dice Cenci en la nota mencionada anteriormente, no es el caso de Dionisio Llanca.

Esta investigación fue para Zerpa su caso perfecto. Según él, se obtuvo “la evidencia de que Llanca había estado dentro de una nave interplanetaria”. De hecho, obtuvo el premio a la mejor investigación en el Primer Congreso Internacional de Ovnilogía en Acapulco, México, en 1977. En “Los hombres del ovni” (Editorial Diana, México, 1981), de Pedro Ferriz y Christian Siruguet, hay un resumen de las ponencias de ese encuentro. Y en la página 128 escribieron: “Hipótesis de Fabio Zerpa: los tres seres hicieron un estudio genético del sujeto. Lo inducen a creerlo las incisiones, todavía visibles tres años después, y la máquina de biopsia. A nosotros nos parece que Dionisio Llanca fue tratado como un animal de laboratorio [por los seres de la nave]“.

En tanto, Zerpa citó los hechos en varios libros y siguió destacándolo en muchas entrevistas posteriores. Es también uno de los capítulos de su Curso de Ovnilogía, aunque no incluyó la historia de Llanca en su disco “El ovni y sus misterios”, de 1975.

La idea del fraude

Otros investigadores alejados de Zerpa dudaban del testimonio de Dionisio. Así, Guillermo Roncoroni publicó en 1977, y actualizó en 1983, un informe en que asegura que “hay pruebas inequívocas de un fraude”. Al final del texto añade las conclusiones del estudio del doctor Solari: “Llanca no es un testigo hábil”. Lo curioso es que este especialista había sido aportado por el mismo Zerpa. El informe se puede leer completo en «Factor» (blog).

Roberto Banchs, en tanto, publicó un artículo en la revista española “Stendek” de diciembre de 1978 titulado directamente “El gran fraude”. Lo pueden leer en este enlace.

El caso ya era muy polémico e incluso hubo un intercambio de cartas entre Fabio Zerpa y Roncoroni en el correo de lectores de la revista “Humor” después de la publicación de un artículo en el que se ponía en tela de juicio al excamionero.

El calvario

Mientras tanto, la vida de Dionisio Llanca había pasado a un cono de sombra. No se supo nada de él durante muchos años. Su destino era un misterio y se especuló con su fallecimiento.

Hasta que en 2021 lo encontraron Lorena Sciarratta y Marina Giaveno, del Café Ufológico Rosario (CUR), y comenzó otra historia: la del sufrimiento de Llanca, sometido, según su testimonio, a interminables sesiones de pentotal.

Via Zoom desde su lugar de residencia -mantenido en secreto por las coordinadoras del CUR-, el excamionero repitió la historia de la abducción y relató que con las inyecciones de pentotal su vida “fue un calvario, pensé que me moría, la piel se me hacía como escamas de pescado y se me caía”. Agregó que “me llevaban al consultorio y me ponían el suero cada dos o tres días. Era el mayor de los sufrimientos. Las inyecciones eran tremendas”.

El doctor Smirnoff contó más tarde, también en charla con Sciarratta, que “no era habitual utilizar el pentotal, pero era uno de los métodos posibles para poder extraer de una persona la mayor cantidad de información posible sin agredirlo. Fue el primer caso en el que a un testigo de algo así se le puso pentotal”.

¿Era legal, era ético utilizar el pentotal? Smirnoff aseguró que lamentaba “lo que pasó después de las sesiones que hizo conmigo, indudablemente no lo supieron proteger”.

Zerpa siempre destacó, como hemos mencionado, que la de Llanca fue la primera investigación de un testigo ovni en la que se usó pentotal. Nunca renegó de lo ocurrió. Aunque en el número 35 de la revista española “Mundo Desconocido”, de mayo de 1979, se publicó el artículo “El encuentro más estudiado”, un texto sobre el caso Llanca firmado por el ovnílogo. Allí dejó un párrafo revelador: “Durante los dos años (en tiempo redondo) que aproximadamente duró la investigación, y dentro de las distintas ‘torturas investigativas’ que soportó Dionisio (a quien ahora le pedimos públicamente perdón, aunque ya lo hemos hecho muchas veces en forma personal) fue realizarle exámenes por un TOXICOLOGO, ya que a mí, en forma personal, se me ocurrió pensar que podía tener delirios de toxicomanía, tan similares a las narraciones testimoniales de contactos del tercer tipo; podemos decir, ahora, que el aporreado Dionisio no es toxicómano” (las negritas son mías).



A modo de conclusión

Ese mismo mes de octubre de 1973, como hemos recordado en otro texto, una carta de lectores bahienses dirigida a la revista “Gente” aseguraba que “lo que ocurre en nuestra ciudad parece arrancado de una novela de ciencia ficción, y pronto, como van las cosas, en lugar de Bahía Blanca se llamará Bahía Extraterrestre”. Dos semanas después pasó lo de Llanca.

(Al día siguiente, el 29 de octubre de 1973, un chacarero vio junto a su hijo tres seres junto a una nave, según declararon más tarde. El testigo se llamaba Carlos Balvidares y el hecho ocurrió en General Pinto, a más de 400 kilómetros de Bahía Blanca. Eran dos hombres y una mujer, igual que los que se presentaron ante Dionisio Llanca).

El doctor Eladio Santos le dijo al periodista de “Gente” en enero de 1974 que “no disponemos de ninguna manera de probar que nunca NO ESTUVO en un objeto volador. Ni disponemos de una técnica capaz de probar que SÍ ESTUVO. Dionisio Llanca ha contado, bajo hipnosis y pentotal, siempre la misma historia”. Esa historia, la de su encuentro con los seres de pelo rubio y traje plateado, terminó marcando la vida del camionero. Para bien o para mal, Dionisio Llanca siempre será el hombre al que, en palabras del doctor Eduardo Mata, “le pasó algo fantástico y terrible”.

POSTDATA DEL 28 DE OCTUBRE DE 2023

Conocí a Dionisio muchos años después de su encuentro en la ruta. Hablé con él y compartí mates y bizcochitos de grasa. Mientras fumaba un cigarrillo tras otro, contó historias de su vida de camionero, de su pasado, de su moverse de un lado al otro para que no lo encontraran. De cómo lo sorprendió enterarse de que en una radio de Bahía Blanca alguien ansioso de fama se estaba haciendo pasar por él. Hablamos de muchas cosas, pero prácticamente nada de lo que le pasó aquella madrugada, hace hoy medio siglo.

Más tarde, ese día Dionisio habló en público sobre los hechos de 1973 y volvió a llorar.

Dos años después, Dionisio es un tipo razonablemente feliz. Ya no vive escondido y, de a poco, recuperó la paz. Hablamos por su cumpleaños, que fue hace poco, y estaba de muy buen humor.

Esa parte de la historia de Dionisio Llanca era la que primero me propuse contar en este aniversario tan especial; pero después me di cuenta de que es mejor que quede en privado. Lo que asombró a todos, esos meses finales de un año convulsionado, mientras Bahía Blanca parecía que iba a llamarse Bahía Extraterrestre, eso que le pasó a Dionisio en la ruta, eso es lo que todos quieren conocer y lo que es público.

Lo demás, incluyendo la mejor foto que le tomé, es para mí y para los que lo conocemos. Dionisio es un gran tipo. Y, sobre todo, yo le creo.

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