Hoy, primero de agosto, se extiende por buena parte del orbe la aplaudible costumbre de rendir homenaje a la Pachamama. Teofanía ancestral, encuentra, felizmente, el eco aplaudible de las nuevas generaciones que vuelven la mirada sobre el hombro de la Historia en busca de algunas respuestas. Eso, mientras el Poder en las Sombras de siempre no se apañe en desvalorizar su devoción, marketineándolo con estrategias de aggiornamiento cultural. Así, sirva también esta nota de advertencia, si se quiere, a los preservadores de la Sabiduría Ancestral, sabedores que el «poder» de una costumbre deviene, precisamente, de su fidelidad a las fuentes.
En otro lugar -que no amerita redundar aquí- señalé que aquellos bienintencionados que critican a iglesias, religiones, cultos, su necesidad de «evolucionar» y «adaptarse» olvidan que las creencias reposan sobre Tradiciones ancestrales. Y la fuerza de la Tradición reside, precisamente, en su imperturbabilidad al paso del tiempo y las culturas. Estemos de acuerdo con ellas o no, es de su cohesión monolítica de donde dimana, precisamente, su fortaleza. Por esa misma razón, toda «actualización» le quita el espíritu de su Entelequia, su Poder Arquetípico impregnado a través de los siglos en el espíritu de sus seguidores.
Pero en tanto ello no ocurra, las antiguas tradiciones conservaran su poder que trasciende la habitualmente limitada comprensión de algunos seguidores y la más aún limitada de la opinión pública, frívola, cosmopolita y «progre», que ve en ella una nota de color folklórico, un querible recuerdo generacional o el fósil antropológico de sociedades pasadas.
Y la Pachamama es otra cosa.
Genéricamente, se la identifica con el «espíritu de la Madre Tierra». No puedo dejar aquí de recordar las palabras que -casualmente- hace un par de horas me escribiera el amigo Martín Pérez Arriarán, escritor vasco, sobre el comentario que le hiciera el arqueólogo Fernando Astrada respecto a comprender que Gaia es el cuerpo de una Mente («Noósfera») y un Espíritu («Pachamama») lúcida identificación que pone en contexto aquello de lo que vamos a hablar. Porque, efectivamente, la asociación de Pachamama con la idea de una Madre Tierra es tardía; originalmente, el término trascendía (aunque incluia) ese significado.
En efecto, Pachamama es espíritu como reflejo microcósmico del Todo Macrocósmico, encerrando los tres niveles de la Realidad: Hanan Pacha (pobremente asociado a la idea de «cielo»), Kay Pacha («tierra») y Uku Pacha («mundo subterráneo») pero esta categorización es producto de la ceguera intelectual de los frailes españoles de la Conquista que no comprendían la idea trascendente. Porque representando esa cosa de la naturaleza humana que se significa con la imagen de un árbol cuya copa toca los cielos y cuyas raíces se hunden profundamente en la tierra, Pachamama o, mejor aún, sus tres niveles, se asocian al Yo, Superyo y Ello, y tambén al Inconsciente, Consciente y Metaconsciente (término este último un tanto ersatz que define el psiquismo humano trascendiendo su limitación física y espaciotemporal para fundirse con la Naturaleza o, Astrada dixit, crear el entramado noosférico).
Hasta aquí, esto no trascendería si se quiere la mera curiosidad intelectual si no fuera que tiene -y ha tenido históricamente- repercusiones pragmáticas muy concretas, y que se expresan a través de las «ofrendas», «mesas», «pagos» o «despachos». Una vez más, quienes vean en esos rituales la supervivencia de prácticas paganas carentes de sentido (como si las religiones modernas, por el mero hecho de serlas, sí lo tuvieran) o devociones supersticiosas se equivocan de medio en medio. Porque la «ofrenda» (usaremos genéricamente esta expresión) es expresar en el plano denso de lo material los deseos, aspiraciones y esperanzas del sutil plano mental y emocional. Es, por tanto, símbolo. Y en cuanto símbolo, tiene una enorme energía asociada a su manifestación citamos una vez más al doctor Norberto Litvinoff, ex Presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina, que supo escribir «el símbolo es una máquina psicológica generadora de energía»). O, si se quiere y para los estudiosos de la Parapsicología, es un «punto de anclaje». Y la preparación de la «ofrenda» tiene dos emergentes significativos:
– Desde un abordaje propio de la Psicología Jungiana, señalemos que el «ofrendador» se expresa simbólicamente a través de la Ofrenda. Es, por tanto, la expresión de su metalenguaje. Y así como en Arteterapia podemos analizar y orientar a quien trabaja con la misma para explorar sus recursos inconscientes, a través del manejo de la ofrenda podemos de una manera analítico-intuitiva, «leer» lo inconsciente de la persona y orientarla a expresar otros contenidos emocionales de forma sanadora.
– Y continuando con esa línea de aproximación, el «ofrendador» expresa un Arquetipo poco explorado: el del Dador. Desde el «Dador de Vida», omnipotente y omnipresente en las culturas ancestrales, hasta la necesidad, en algunos compulsiva, de cada uno de nosotros de «dar», nuestro «yo ofrendador» es imanente y si no se expresa, si no se manifiesta, genera angustia, sensación de fracaso, vacío existencial.
Finalmente, la fecha, invariable al paso de los años, que más allá de connotaciones astrológicas disciplina la ritualización, que es ayuda para disciplinar el espíritu.
Celebremos, entonces, el día de la Pachamama. Y permitámonos ofrendar, hoy y siempre. Y Gaia nos responderá con afecto.
Gracias Gustavo por tu artículo, siempre valioso y dable a repensar nuestros conocimientos.