Recuerdo que cuando comenté con algunos conocidos y colegas mi idea de desarrollar este tema en nota y podcast, encontré lo que, mínimamente podríamos llamar sorpresa cuando no incredulidad. Y participando algunas de las evidencias (que no provienen ni de espontáneas “canalizaciones” metafísicas ni discutibles hallazgos radiestésicos sino de fuentes ortodoxamente arqueológicas, advertí que esas reacciones tenían mucho que ver con un verdadero condicionamiento cultural gestado en nuestros años mozos de escolaridad: la equivocada percepción de que las civilizaciones de la Antigüedad (aún las enormemente desarrolladas) se encontraban literalmente aisladas, “encapsuladas” geográficamente. En este caso en particular, la sorpresa devino porque cualquier contertulio no había considerado, por caso, que el Egipto Antiguo y la India podrían haber tenido un fluido contacto. Y digo “fluido” porque para que una filosofía –¿cuántas veces deberíamos insistir en que el Budismo no es, no ha sido, una religión? [1]– se instale en un lugar tan remoto y de manera sostenida en el tiempo, es necesario que, antes, haya habido un intenso y persistente contacto primero comercial y luego cultural en su sentido más amplio (idiomas y costumbres).
Fue nada menos que el famoso y respetado egiptólogo inglés W. Flinders Petrie quien sentó las bases de este interesantísimo hallazgo, a principios del siglo XX. Con toda certeza, alrededor del 500-450 A.C., (es decir, en el Período Tardío) hubo embajadas procedentes del Punjab como lo demuestran frisos en distintos templos. El rey Ashoka mismo, responsable de la explosiva difusión del Budismo en la India y territorios inmediatos, habría enviado una gran misión budista a Grecia, Cirene y Egipto como meta final, estableciéndose una colonia india (que incluso sostuvo mucho tiempo su propio idioma) en Memphis.
El tema me interesaba particularmente por mi propia investigación en Sarnath, India, lugar donde el Buda hizo su primera “shanga” (transmisión de conocimientos a discípulos) y viviera durante unos pocos años. Hoy en día, allí, la gran Stupa de Dhamerk guarda reliquias de (se dice) el Buda, edificada sobre el punto donde en condiciones muy austeras vivía (La stupa, los monasterios y templos anexos fueron construidos, precisamente, bajo el mandato de Ashoka). A algunos cientos de metros, un retoño creciente del “ficus” (“bodhi”) bajo el cual Siddharta recibe la Iluminación, ubicado en la hoy ciudad de Bodh Gaya. Nota de color: en Sarnath me honraron obsequiándome una hoja de ese árbol, que atesoro con afecto.
El punto es que en Sarnath me llamó poderosamente la atención la cantidad de símbolos y altares con simbología que remontaban la imaginación a culturas remotísimas (sin ir más lejos, a la presencia de la cruz americana, la “Chacana”, que hallamos, por ejemplo, en templos como Ollantaytambo). Y también –doblemente interesante ya que conocemos el rechazo islámico a emplear símbolos– el “Halal”, casi omnipresente en la estética de la jardinería musulmana en cuanto a la forma de las fuentes de agua. Por supuesto, el Islam es muchos siglos posterior, de allí mi presunción de que el origen de ese símbolo ocupado por los musulmanes tuvo que ver con remotas influencias indias en su peregrinar hacia lo que, con el paso del tiempo, serían tierras bajo el control de la Media Luna.
¿Qué otras evidencias, además de las crónicas jeroglíficas? En Meröe (Nubia, actualmente Sudán y parte de Etiopía) se adoró durante siglos al dios Apedemak, el dios con cabeza de león nacido de un loto. En el Budismo ashokiano, los budistas eran llamados “hijos del león” y se decía que en futuras vidas nacerían de un loto. Acoto aquí que en Egipto aún se mantiene la adoración de Sejmeth (recordarán mis lectores que tuve la posibilidad de acceder, en Karnak, a una capilla no habilitada al público dedicada a esta diosa, una mujer con cabeza de leona y, como expliqué en su oportunidad, un culto que aún sobrevive en la clandestinidad (habida cuenta de la poca tolerancia que el Islam –aún en países con bastante libertad religiosa como Egipto– tiene con los cultos que considera “herejes”). Y Sejmeth correspondía en Egipto al Apedemak nubio. Y en ambos territorios y asociado encontramos la “rueda solar” que era el emblema de la casa real de Ashoka.
Filóstrato, en su “Vida de Apolonio de Tiana” deja constancia de numerosos “gimnosofistas” viviendo en el Alto Egipto y el imperio meroístico. Ahora bien, desde los tiempos de Alejandro Magno (recordemos que trató de conquistar India) los griegos llamaban “gimnosofistas” a “saddhus” y faquires y, por extensión, a los budistas (no porque tuvieran concepciones y filosofías comunes sino por procedencia). El mismo Ashoka (en algún momento entre el 274 y el 236 antes de nuestra Era) decreta (y deja ese decreto en Sarnath, escrito en lenguaje karoshti ) enviando una misión para “difundir el Dharma” a “las lejanas tierras de Occidente”. En época de Apolonio de Tiana (contemporáneo de Jesús) descendientes de estos budistas seguían viviendo en Memphis.
Y la mayoría de los símbolos de la escritura “karoshti” forman parte del alfabeto meroniano. Con precisión, 34 de sus 42 signos.
Es muy posible que, incluso y cuando menos desde el Reino de Kush y su capital, Meröe, haya partido a su vez una o varias expediciones de locales con destino a la India: en el arcaico texto “Vinaya Pitaka” (siglo IV A.C.) se menciona la presencia de los llamados Blemmya. Africanos. Aún más: en textos meroitas se habla de un “rey Ganges” que “había rechazado a los escitas que invadieron esta tierra (India) desde las montañas”. Y, como sabemos, no hubo un “rey Ganges” pero sí el sagrado río homónimo.
Y, finalmente, que las escuelas de filosofía budista Kushana, en la India, pese a escribir en karoshti, hablaban en Tokharian, una lengua de uso comercial difundida en toda Asia, que se supone nacida en tierras del actual Pakistán. Y en Kush, en Quseir al-Qadim, supo haber una comunidad cuya lengua era el Tokharian.
Las implicancias de tomar consciencia de esto son interesantísimas, en el sentido de abonar la convicción de que la dinámica, tanto material como espiritual de estos pueblos hablan de una “globalización” enriquecedora de filosofías, culturas y religiones. Y de implicancias aún no develadas de cultos que, en la actualidad, tendemos a subestimar (como el egipcio) y que se merecen ser redescubiertos.
[1] Sospecho que el hecho de que aún hoy una enorme mayoría de personas (algunas bien informadas) sigan considerando al Budismo una religión tiene que ver con que se trata de una “filosofía de vida” sí, pero que incluye de manera significativa lo espiritual. Y nuestra occidentalización nos impide entender lo espiritual si no está constreñido por un culto.