Si hubo un enigma que me fascinó, cuando en 1988 arribé a Paraná para radicarme en ella, fue el misterio de los supuestos túneles que corrían bajo nuestros pies. Un enigma que aún no ha encontrado todas las respuestas. Si bien “arqueólogos urbanos” como el porteño Daniel Schavelzon han negado, si no su existencia, cuando menos su remoto origen histórico, uno tiene la impresión, al leer sus trabajos, que queda mucha polémica por resolver. La prematura muerte del querido Don Miguel Ángel Mernes, autodidacta empeñado en reivindicar el presunto origen jesuítico de los mismos, así como el apoyo que le diera el recordado Juan Sebastián Pagano, (periodista local y también investigador de lo insólito) hizo que la historia, hasta hoy, quede inconclusa. Repasémosla, sirviendo esta nota, también, de sentido y merecido homenaje a dos amantes de esta ciudad que quizás no tuvieron el respeto académico que se hubieran merecido. No nos engañemos: el esforzado Miguel no tuvo más que el apoyo de algunos otros idealistas como él (inclusive un par de intendentes) por el mero hecho de ser visto casi de forma discriminatoria por el mundillo académico, dado que carecía de toda titulación universitaria (era empleado municipal).….
Existen los túneles?
Esta es la pregunta fundamental. Así como yo, muchos paranaenses saben que los túneles existen. Lamentablemente, lo que sería el GRAN atractivo turístico para la ciudad de Paraná se está dejando destruir día a día. Los historiadores y la Iglesia los negaron en Buenos Aires durante más de 80 años. Sin embargo, allí están y hoy se puede ver parte de ellos; pago de un canon mediante. Para Buenos Aires que lo tiene todo es una de sus atracciones turísticas. ¡Qué sería para nosotros!.
Distintos gobiernos municipales supieron emitir, en 1992 y 1997, sendos decretos ordenando la preservación y recuperación de los mismos. Dilaciones burocráticas, internas penosas y presiones de la “intellgentzia” vernácula las convirtieron en inoperantes. Y lo que había comenzado, por ejemplo, con la recuperación del aljibe campana frente a la Vieja Aduana (tarea en la que participé y con el entonces intendente de la ciudad, Mario Moine, descendimos a su interior en un preclaro y expreso deseo de recuperarlo como patrimonio y valorizarlo turísticamente) se convirtió, en los años siguientes (con la excepción del mandato de Julio Solanas) en una cuestión que las sucesivas autoridades supieron ignorar.
Los antecedentes
Ya se sabía de la existencia de uno bajo la Plaza 1º de Mayo y de la actual calle peatonal San Martín; en trabajos efectuados en 1987, se produjo el descubrimiento de un aljibe en el sector interior que da a la fachada oriental de dicha plaza. Según se informó la cisterna del aljibe presentaba en sus paredes ciertos indicios de la existencia de dos aberturas que conducirían a sendos túneles o conductos subterráneos. Al parecer, estos túneles se extenderían hacia el norte y el este. Más precisamente, teniendo en cuenta la orientación de dichas señales, habrían tenido conexión con el subsuelo de la Escuela Normal y la iglesia Catedral. En época indefinida el edificio o los edificios que existían en la actual plaza principal de Paraná fueron demolidos para dar lugar al espacio público que hoy conocemos.
Con respecto al túnel que se extendería hacia el Este, la tradición oral afirma que, en 1934, algunos alumnos de la Escuela Normal acompañados por el profesor de la casa, Don Luis Belloc, descendieron al fondo de un aljibe ubicado bajo el aula donde se dictaba la cátedra de música de dicho establecimiento educativo. La habitación está situada sobre el lado Oeste del establecimiento, en el sector que linda con el Gran Hotel Paraná, sobre calle Justo José de Urquiza. Según se dice el profesor y sus alumnos recorrieron un túnel en dirección Noroeste-Sudeste, más precisamente, hacia el Colegio de Nuestra Señora del Huerto. Se afirma que no pudieron concluir el recorrido porque, casi alcanzando la esquina del colegio, el conducto estaba obstruido con piedras.
Existen conductos abovedados de mayor amplitud que se conectan con otros más pequeños. Estos grandes túneles se extienden a una mayor distancia y se comunican, generalmente, con las barrancas del río Paraná. Los más pequeños unen puntos estratégicos, como ser la cripta de las iglesias y el subsuelo de las fortificaciones. Uno de los más característicos partía desde un punto lindero al antiguo cuartel del 3er. Batallón de Comunicaciones del Ejército, sito en calle Alvarado y Avenida Ejército (lindero al Hospital Militar), hasta alcanzar las barrancas del río Paraná. La citada unidad militar ocupa el edificio al cual la Historia le da el nombre de «Hotel de Inmigrantes». Debido a la demolición de una parte del túnel del aljibe situado en el interior del cuartel, y que se dirige hacia el Nordeste, se han dañado los cimientos y agrietado las paredes del viejo edificio. Por tal razón, gran parte de este edificio debió ser desafectado y desocupado por la unidad militar hace algunos años.
Relataba Mernes: “En el año de 1955 cumplí con el servicio militar obligatorio en el 3er. Batallón de Comunicaciones. Por circunstancias muy especiales, de orden político-militar, tuve la oportunidad de transitar por un túnel que tiene su inicio en el aljibe antes mencionado. Con un grupo de oficiales y suboficiales, acompañados por cuatro soldados (yo era uno de ellos), descendimos hasta el fondo de la cisterna ingresando en el túnel que se dirige hacia el Nordeste. Por él nos desplazamos hasta alcanzar un punto ubicado debajo y próximo al centro de la Plaza Sáenz Peña. Este conducto subterráneo tiene unos tres metros de altura por otro tanto de ancho y va en dirección al viejo centro cívico de la ciudad de Paraná para finalizar en un punto situado a los fondos de la Iglesia Catedral. Desde allí se desplaza hacia el Colegio de Nuestra Señora del Huerto y, por lo que se dice, llega al terreno que ocupa el edificio de la Municipalidad para continuar, casi paralelo a la calle Corrientes, hasta la barranca del río Paraná, cercana al Puerto Nuevo. Hasta este último punto he podido seguir el rastro de este conducto mediante datos suministrados por quienes han oído relatos de labios de sus mayores.”
Pero, ¿por qué se resistìa tanto desde el academicismo esta cuestión?. Según Mernes y Pagano, porque su origen habría sido jesuítico y la presencia de los mismos so es aceptada sobre la costa del Paraná por los historiadores; porque en tiempos tardíos habrían sido empleados para actividades “non sanctas” por muchas familias de prosapia que aún existen en Paraná y con raíces en ese entonces, porque…. En fin, las sugerencias son muchas y no es éste el lugar para explorarlas, como para debatir los argumentos de estos investigadores sobre su origen jesuítico. Baste decir que Mernes sostenía que la actual Catedral y la iglesia San Miguel fueron construidas remodelando y arrasando partes de iglesias jesuíticas,. Y si observamos con atención los contrafuertes de ambos templos, es bastante evidente…
El contrafrente de la iglesia Catedral corresponde a la reproducción de parte de la segunda iglesia jesuita, dedicada a San Miguel, construida en 1743 en cal y piedras. En 1819 la iglesia fue cortada por el presbiterio, por los Padres Dominicos, quienes construyeron otro templo a partir de ella, en sentido contrario y de una sola nave. En 1883 se reconstruyó lo que es hoy la Catedral, también desde atrás hacia delante, pero de tres naves.
Otro de los túneles subterráneos habría unido un sector de la Plaza 1º de Mayo con el río Paraná, extendiéndose de Este a Oeste. Fue utilizado a principios de este siglo, como conducto de salida de las aguas servidas y fluidos cloacales, para volcarlos al río Paraná. Hasta muy entrado el siglo pasado el sector oriental de la Plaza 1º de Mayo careció de cloacas. Esta parte del vecindario, a falta del sistema, contaba con profundos pozos «ciegos» (cegados) ubicados a los fondos de cada domicilio, calzados con ladrillos, hacia los cuales se enviaban los fluidos sépticos. Periódicamente, mediante camiones cisternas y un sistema especial de bombeo, había que vaciarlos.
En su recorrido el conducto de referencia pasa por debajo del Club Social y se desplaza paralelo a las calles España y Ameghino; entre estas dos y la calle Urquiza. Luego de atravesar la laguna, ubicada en medio del sector de los anegadizos, sale al río Paraná. En el plano de Paraná de 1880 puede observarse su recorrido atravesando el tramo de bañados. Ha sido señalado con una doble línea cortada por líneas más pequeñas. Cuando se proyectó la nueva salida de las cloacas, río abajo, en un punto ubicado un poco más al sur de la anterior, se contrató a una empresa alemana para su ejecución. Esta empresa, con antecedentes en obras de oleoductos, trajo obreros especializados en trabajos dentro de los túneles. Los caracterizaba, por razones obvias, su escasa estatura. Al realizarse el ensamble del nuevo conducto con el viejo túnel, en un sector del barrio de La Floresta, hubo que derrumbar una parte de las antiguas bóvedas. Fue en esa oportunidad en que los alumnos concurrentes a la escuela del barrio de la Floresta dijeron haber visto unos pequeños seres, supuestamente extraterrestres. La imaginería popular los bautizó con el nombre de «enanitos verdes». Estos enanitos verdes no eran otros que aquellos trabajadores, de baja estatura, vestidos con equipo de color verde y munidos de sus cascos protectores que, una vez efectuada la conexión, salieron al exterior. La casualidad hizo que los vieran los escolares.
No debemos olvidar el “túnel de la Coceramic”, que he recorrido hasta su oclusión natura por derrumbe casi lindante a la Iglesia del Carmen, en lo que se conoce como la “Bajada de los Vascos” (llamada así porque a fines del siglo XIX supo haber allí un tambo de dos hermanos de ese origen). Recordemos que en esta “bajada” existen las ruinas de lo que se considera la construcción más antigua de la ciudad, restos de un molino (¿jesuítico?) de mediados del siglo XVIII.
Entre los túneles más chicos (1,70 m x 0,80 m) debo mencionar uno hallado cuando se estaban realizando trabajos de reparación en el sistema de cloacas, en el subsuelo del comercio «Grandes Tiendas Americanas», ubicado en calle 25 de Mayo casi Monte Caseros. La casa perteneció, hasta 1854, a la familia de don Francisco Antonio de la Torre y Vera Mujica y doña Isabel Iturri, su esposa.
También se ha asegurado que existiría otro túnel, paralelo a la peatonal San Martín, por el cual se podría ir desde la zona del centro paranaense hasta la iglesia de San Miguel. Es probable que el nacimiento de este túnel se encuentre algo más hacia el Noroeste de la Plaza 1º de Mayo, más precisamente, en la esquina de las calles San Martín y Urquiza. Además, otro túnel fue detectado en un aljibe situado en la playa de estacionamiento del Banco de la Nación Argentina, paralelo a la calle España, hacia el Oeste y luego torciendo hacia el Sur, para llegar a otro conducto que corre paralelo a la calle Perú. Un conducto subterráneo más fue hallado en calle Vicente del Castillo (al Sur de Avenida Ramírez). Este conducto continuaría por debajo de la calle Victoria hacia los zanjones del arroyo de La Santiagueña (Parque Jardín). En la zona del Puerto Viejo existen túneles que proceden de lo alto de la barranca del Parque Urquiza y habrían desembocado en el zanjón de la quebrada que conforma el arroyo Antoñico. Otro más aún bajo la casa que perteneció a los señores Patriarca y Corsiglia. El edificio, consistente en casa de familia, almacén y canchas de pelota vasca y de bochas, estaba situado en la pendiente de la barranca a cuyo costado se desplaza la calle «Bajada de los Vascos». Dentro de esta pequeña porción de túnel se encontró una pistola marca Lafouché de 1840 y debajo del piso del sótano, una moneda de 1853. Ambos elementos están actualmente bajo custodia de la Municipalidad de Paraná. Y refutan con su sola existencia la teoría de “tardíos desagües cloacales de fines del siglo XIX”.
Otro conducto fue descubierto por algunos alumnos, hace muchos años, en un sótano existente en la vieja Escuela de Bellas Artes, cuando aún funcionaba en el local que fue sede de la Logia «San Juan de la Fe» de calle Andrés Pazos, primitiva calle Gualeguay Nº 46. Luis Z. y Juanita C., dos ex estudiantes de la escuela, cuentan haber visto dentro de este túnel esqueletos humanos y cacharros de cerámica (urnas funerarias) con restos humanos en su interior, en posición fetal. La dirección del establecimiento, según recuerdan, ordenó tapialar el hueco y prohibió que los alumnos accedieran al recinto.
Ahora bien, volvamos al punto crítico: ¿qué es tan violento e incómodo para el academicismo establecido si tuvieran que aceptar la realidad de los túneles?. Creo –en la misma línea de Mernes- que la explicación es la siguiente:
Admitir la existencia de los túneles y proceder a su investigación provoca, en principio, dos incómodas situaciones, una histórica, la otra social. Respecto a la segunda: algunos (el propio Mernes, por ejemplo) aventureros que los recorrieron en los años 50 y 60 manifestaron que se observaban “huesos humanos”, muy antiguos. Se puede suponer que se trató, por ejemplo, de esclavos –la esclavitud se abolió en nuestro país en 1813, aunque de manera subsumida persistiò un par de décadas más- ejecutados por sus dueños, familias patricias de ese entonces. Y muchos de esos apellidos de prosapia, siguen siendo patricios hasta hoy en día. La motilidad social hace que hoy (2015) se les de poca importancia: pero soy testigo que hasta la década de los años 80 ciertos apellidos tenían literalmente impunidad (incluso delictiva), y basta ojear los periódicos de entonces para comprobarlo. En consecuencia, era indigerible que tuvieran que admitir que el bisabuelo o tatarabuelo de la gente “de sociedad” del siglo XX habían resultado unos genocidas.
La razón “histórica” es aún más significativa. Admitir los túneles significaba, seguramente, dos consecuencias: una, que fueron realizadas por los jesuitas. Dos (con menor probabilidad) que la otra “hipótesis maldita” que sostuvo Mernes en su vida (y que le valió más repulsa aún que la de los túneles, pese a haber construido una buena investigación sobre ello) es que Paraná originalmente no fue Paraná, sino la ciudad de Santa Fe, hoy ubicada en la margen opuesta del río Paraná. Es decir, cuando la primera Santa Fe (en Cayastá) es trasladada ante los constantes ataques indígenas –siguiendo a Mernes- no lo habría sido a la actual Santa Fe sino a donde hoy está Paraná, y en tiempos tardíos –luego de la expulsión jesuítica, para más datos- sí, traslada a su poca sensata ubicación actual (en términos estratégicos, urbanos, sobre todo de esos tiempos, por ser una zona inundable –trágicas historias por todos conocidas a través de estas décadas- y tan expuesta a los ataques nativos como Cayastá, mientras que “la otra banda del Paraná”, la entonces conocida como “Baxada” es alta, no inundable, de fácil defensa, buen material para construcciones y muy bien conocida por los españoles de entonces –al punto que Hernanrdo Arias de Saavedra, “Hernandarias”, primer gobernador “criollo” tenía sus estancias de este lado del río, no de aquél donde se decía vivir-).
Ahora bien, tanto si Paraná “fue” Santa Fe como si no, la presencia jesuítica (extrañamente admitida, por ejemplo, en toda la Mesopotamia argentina menos en Entre ríos) tiene connotaciones inimaginables:
a) los jesuitas no ocuparon estas tierras en un mero afán evangelizador. Su objetivo era constituir un verdadero reinado teológico independiente y con el tiempo, enfrentar y dominar “desde afuera” al Vaticano de entonces. No me extenderé aquí sobre este punto para no disociarles del objetivo de la nota. Admitir que los túneles eran jesuitas es reforzar los argumentos de la presencia de esa verdadera Orden Iniciática y Confesional en la región y sus verdaderos fines. Si se le suma aceptar que Paraná “era” Santa Fe, eso sólo hubiera sido posible con la connivencia jesuítica. Lo cual demostraría que el poder “mundano” de esta Prelatura trascendía los objetivos puramente “espirituales”.
b) Si los jesuitas son admitidos como de presencia perenne en lo que hoy es Entre Ríos, significa que su área geopolítica se extendía, sin solución de continuidad, desde Asunción (Paraguay) a Buenos Aires, y desde Córdoba a Entre Ríos. Pero si la jurisdicción de Santa Fe estaba realmente de esta banda del río Paraná, su jurisdicción geopolítica llegaba más allá del río Uruguay, hasta buena parte del territorio del actual Uruguay.
c) Si esto hubiera sido así, las pretensiones de José Gervasio Artigas, reconocido patriota uruguayo pero que en realidad debería ser reconocido como tal en buena parte del actual territorio argentino, de crear una “Liga de los Pueblos Libres”, escindiendo del actual territorio argentino buena parte de su territorio (las provincias de Entre ríos, Corrientes y Misiones, mínimamente) estarían aún más legitimadas.
d) Y es en este punto donde la mayor parte de nuestros contemporáneos cometen el gran error: creen que estos hechos, ocurridos hace doscientos o más años, ya nada tienen que ver, en nada influyen en nuestro presente, nuestras vidas y nuestro mundo. Algo así como polvorientas curiosidades de biblioteca. Porque olvidan que el sempiterno Poder en las Sombras (sí, una vez más, los Illuminati, o sus planes) persisten desde los arcanos de la Historia y continuarán más allá, porque sus estrategias y tácticas son atemporales, van por encima de los tiempos históricos y, sobre todo, saben que ella (la Historia) es dinámica, y lo que parece eterno e inmutable desde la módica óptica de una vida humana puede cambiar en uno o dos siglos, que en su línea temporal es poco más que un suspiro. Sin ir más lejos, comparen un mapa de Europa de los primeros años del siglo XX y compárenlo con el actual. ¿Cuánto ha cambiado?. ¿Alguien puede, entonces, garantizar con su firma que la geopolítica de esta siempre inestable Sudamérica no variará con el tiempo?. Uruguay mismo es casi (perdón, hermanos uruguayos) una “creación de laboratorio” para actuar de “tapón” entre el Imperio del Brasil y las entonces Provincias Unidas del río de la Plata (hoy Argentina). Paraguay, el poderoso (sí, aunque no lo crean) y orgulloso país de mediados del siglo XIX, la entonces “Suiza de Sudamérica” tuvo que se arrasado por una sangrienta guerra que casi exterminó a toda la población (entre 1860 y 1865) y cuyo impacto cultural aún no ha podido remontar (y perder, además, casi el 50 % de su territorio entre Argentina y Brasil. La provincia argentina de Formosa –esto no se le cuenta a los escolares en nuestro país- era territorio paraguayo). Bolivia (nuestro “prócer” San Martín abogó por una fragmentación del virreinato de entonces; Bolivia surge de lo que en el Virreinato del Río de la Plata se llamaba “Alto Perú”) pierde su salida al mar en guerra con Chile; al norte de Brasil, en las Guyanas, quedan áreas coloniales europeas…. Y los ejemplos siguen. Los mapas se “mueven”, como las placas tectónicas sobre las que se asientan.
Fuente documental: www.lostunelesdeparana.com.ar (blog creado por familiares de Miguel Mernes para conservar en la Nube su material documental)
Excelente artículo! cuántas cosas ocultas hay en nuestra historia!! Reparo también en la localidad de Cayastá, tan nombrada en estos días de búsqueda de los fugitivos. Desconozco si geográficamente está cerca de los túneles mencionados, pero de ser así, sería un dato interesante a tener en cuenta. Muchas gracias Gustavo por acercarnos estos conocimientos.
Muy interesante como siempre,gracias!!!!!!!