He acudido al título de la nota como reclamo de la atención de mis lectores aunque tenga ciertas (innecesarias) connotaciones apocalípticas. Por cierto; hubiera sido quizás más correcto llamarlo, como en tantos medios especializados, “The Hum” (“El Zumbido”) aunque en consideración al segmento de potenciales lectores no tan inmersos en estas procelosas aguas del misterio elijo uno quizás más sugestivamente cacofónico. No caeré aquí en la redundancia ni de citar ejemplos sobre los que cualquier búsqueda en internet nos abrumaría, ni en la tibia descripción del fenómeno que a estas alturas hace que el público lector, si ya no lo ha oído por sus propios medios, ha escuchado del relato del mismo. Desde sostenidos silbidos agudos hasta una vibración en un tono grave muy bajo -que me hizo recordar épocas de adolescente cuando visitaba discotecas y locales bailables, al ubicarme cerca de los grandes parlantes de entonces- el “zumbido”, que se extiende desde poco menos de un minutos hasta tres o cuatro, se escucha incluso en grandes ciudades y -esto es más importante de lo que parece- semeja provenir “de todas partes”. ¿Porqué, entonces, algunos testigos le adjudican un origen “celestial”, en tanto creen ubicar allí, en el cielo, la fuente emisora?.
Apelo a la memoria auditiva de quienes fueron sus testigos, y les pido que con honestidad, si pueden recordar los detalles de la experiencia, respondan esta pregunta: ¿Realmente están convencidos que provenían “del cielo” o más bien, cuando ocurrió, se asomaron a mirar en todas direcciones y también lo hicieron hacia arriba?. Recuerden el momento y verán que, generalmente, se trata del segundo caso. Y esto, porque la explicación tiende a lo psicológico: si escucho fuera de mi apartamento el estruendo identificable de una colisión automovilística, me asomaré y miraré hacia abajo, en dirección a la calle. Pero si escucho un sonido inidentificado es instintivo e involuntario, cuando nada llame mi atención, es decir, cuando ningún estímulo capture mi foco de atención en mi entorno a nivel de horizonte visual, el elevar la mirada al cielo. Desde la Psicología Junguiana, esta es una instintiva -repito- reacción arquetípica: buscar respuestas a lo Desconocido en el Cielo…
Quizás llegado a este punto el lector aburrido dirá: ¿es que acaso esto no se ha explicado ya por los “cielomotos” (o “aeromotos”?. La respuesta es no. El “cielomoto” (un hipotético fenómeno producto de la fricción entre dos masas de aire a distinta temperatura) no es una explicación “científica”, por más que muchos medios públicos hayan remitido a “conclusiones de la NASA” (esto de la NASA tiene también una mirada psicologista: tanto los escépticos como los “creyentes”, cuando desean atribuirle condición veraz a sus dichos, invocan infusas “declaraciones” o “investigaciones” de la NASA, aunque en muchos casos tal institución no tenga la más mínima injerencia en el terreno que nos ocupe). Un ejemplo cabal de lo que digo puede consultarse en la entrada “Cielomoto” de la Wikipedia. Siempre refiero que lo más nutritivo (para mí) de esta enciclopedia on line no suelen ser los artículos, sino las discusiones. En efecto; la mayoría, cuando busca una información en la Wiki, entra en el buscador, va a la entrada referenciada y ya está. Y olvida que arriba, a la izquierda, junto a la pestaña “Artículo” hay otra llamada “Discusión”, que es donde hacen sus observaciones los colaboradores de Wikipedia que no están de acuerdo con contenidos del artículo, en las instancias previas obligatorias antes de la modificación del mismo.
Insisto una vez más: la mayoría -penosamente, comenzando con “periodistas”- que ocupa Wikipedia busca el artículo, dando por hecho que se trata de una descripción, definición acabada y fundamentada (olvidando que la Wiki la realizamos ustedes, yo, es decir, todos los que tengamos la voluntad de incorporarnos como “editores” espontáneos de la misma) y que precisamente la página de “discusión” de cada entrada es el reaseguro de su horizontalidad y apertura al debate y modificación. La herramienta, entonces, para un juicio más crítico, está allí: digamos que por pereza intelectual la gente la ignora, pero eso no es problema de la herramienta.
Y en el caso que nos ocupa, la página de “Discusión” literalmente destripa y descuartiza el artículo “Cielomoto”, demostrando claramente que es sólo una especulación sin asidero científico que encontró la adecuada caja de resonancia en medios abiertos de todo el mundo poco proclives a profundizar. “El periodismo es un océano de información de veinte centímetros de profundidad”, se decía hace unas décadas. Hoy, hasta ese océano se está desecando…
Esta saga de “trompetas en el cielo” ha dado joyas para el humor. Como el episodio ocurrido sobre San Juan, Argentina, el 1 de abril, “explicado” por este medio (¿Ovnis en la noche sanjuanina? – Canal13SanJuan) por las “turbinas de un avión” de “cabotaje” que cubría la ruta… Santiago de Chile – Houston. El punto es que, además de la tosquedad -en un periodista- de llamar “de cabotaje” a un vuelo internacional (me dirán ustedes que no toda la gente debe manejar la terminología aeronáutica; permítanme responderles que esa expresión es de uso más que común y que, además, un periodista debe tener una ilustración superior a la media común), se comete el gravísimo error de “comprar” la explicación oficial sin un mínimo chequeo.
El que hice yo, por caso, al comprobar que dicha ruta aérea pasa sobre el Océano Pacífico, a centenares de kilómetros de San Juan (ver ilustración).
O cuando en mi propia ciudad, Paraná, capital de la provincia argentina de Entre Ríos y recostada sobre el ancho y muy extenso río homónimo, se sintió una noche el “Hum” y las “autoridades” salieron a “explicarlo” como “el ronroneo del motor de un buque en el río que (claro) por el silencio de la cuarentena se escuchó con más claridad de la habitual”.
Permítaseme decir aquí que -para ese caso en particular- en los miles de kilómetros de este río (o, cuando menos, en los centenares de kilómetros de cinco provincias que hemos podido rastrear) nadie más escuchó esa noche ese barco que, por otra parte, no aparece en registro alguno. Y luego, que ese sonido se escuchó hasta decenas de kilómetros tierra adentro (como me lo han manifestado directamente muchos lugareños ya que, recuérdese, es la ciudad donde vivo y donde tengo muchísimos vínculos, contactos y relaciones). Y aquí aplica este razonamiento: si para el mismo fenómeno se proponen como válidas numerosas explicaciones distintas, entonces ninguna de ella es “la” explicación.
En el mismo orden podemos disponer otras supuestas “explicaciones concluyentes”: que la instalación de antenas 5G (no discutiré que los campos electromagnéticos de las mismas no afecten la salud; sólo diré que por un lado no hay demostración que las mismas provoquen este fenómeno y, por otro, recordar que hace décadas que se tiene registro del mismo, cuando no existía siquiera la idea de telefonía celular) o eyecciones de masa coronal del Sol impactando en la magnetósfera (construcción que suena muy académica pero, hasta hoy, no tiene más evidencias -y por ende, la misma validez- que la de quienes suponen una intervención extraterrestre…
Lo que inevitablemente nos lleva a reconsiderar la antigüedad del mismo. Entiendo que para mucha gente no informada resulte novedoso; más, como todo investigador sabe (o puede averiguar) hay dos particularidades que deseo aquí rescatar:
a) En el bienio 2002-2003 ya se habían registrado numerosos testimonios, especialmente en la costa atlántica de Brasil, Portugal, España y Francia (hubo episódicamente algunos en Sudamérica, pero cuantitativamente se acumuló en aquellas geografías). Esta “oleada” (no es gratuito el término, como ya explicaré) ocurre preponderantemente en Latinoamérica (pero hay episodios europeos). Y ahora acudiré a mis propios recuerdos, y relataré que entre 1973 y 1975 ya se había dado en Argentina y buena parte del Cono Sur americano. En aquella oportunidad, donde yo mismo fui testigo de cuatro casos (tres diurnos, uno nocturno, y en tres, también, acompañado de otras personas), los diurnos estuvieron asociados a fortísimos destellos como “flashes” azulados que por una fracción de segundo cegaban la vista. Particularmente tengo la imagen fotográfica de uno de ellos, una tarde de setiembre de 1973 junto a un amigo de la infancia y adolescencia, sentados en el living de mi casa paterna, conversando y de pronto, un trueno (en una tarde límpida, sin una nube) y un destello cegador que nos dejó galvanizados. Fue gritar ambos: “¡¿Viste eso?!” y salir corriendo al aire libre…. Claro, a mirar el cielo. Fue un período de otros extraños fenómenos que fueron olvidados, porque, claro, no existía la internet. Me sigue resultando cómico cuando algún joven entusiasta en estos temas busca determinada anécdota, determinado texto, determinada cita y me consulta, educadamente, bajo la premisa de: “lo googleé y no aparece nada; seguramente no es cierto”, y tengo que recordarles que no todo está en la web. Hubo una época en que no existía internet y no todo lo previo se ha subido a la Nube (si supieran los libros, revistas, archivos en mi poder que, por caso, no han sido digitalizados por nadie…). Incidentalmente lo comento aquí: pese a conocernos personalmente y dispensarnos respetuoso afecto, pocas veces estuve de acuerdo con el recordado don Pedro Romaniuk. Empero, debo rescatar que supo ser hasta donde recuerdo el único que señaló en alguno de sus libros cómo, durante esos años de la década del 70 del siglo pasado, en la ciudad de Buenos Aires y La Plata, en Argentina, varios edificios de apartamentos cayeron sorpresiva y trágicamente, en algunos casos dejando decenas de muertos, sin que las investigaciones encontraran ni causas ni responsables. La prensa -cuando no- tuvo su explicación: inspectores municipales corruptos, construcciones deficitarias para ganar dinero a costa d ella seguridad, etc. Pero lo que hay que señalar es que si ésa fuese la respuesta, ¿cómo y porqué sólo en esos años y en esos lugares?. Nunca supo ocurrir una seguidilla así antes, nunca supo ocurrir después. Y Roomaniuk sospechaba algo extraño que, si no recuerdo mal, él lo vinculaba con “experimentos secretos de armas geológicas”. No sé cuánto de razón o no tuvo o dejó de tener, pero no puedo evitar recordar (porque eso es un hecho) la extraña correspondencia temporal entre aquellos “sonidos extraños en el cielo” y esos misteriosos, trágicos derrumbes.
Lo que deseo destacar, entonces, no solamente es que el fenómeno no es en absoluto original y reciente, sino que se ha agrupado en “ciclos”, y esos “ciclos” se han ubicado en “oleadas” geográficas. Y he dicho que regresaría al término “oleada” porque, en ese sentido, tiene ciertas particulares coincidencias con el fenómeno OVNI. Atención: no estoy diciendo que sea producido por la misma “inteligencia” que actúa tras los OVNI; sólo señalo su conducta, su agrupación temporal y geográfica.
b) También es oportuno recordar que The Hum no es el único sonido “extraño” en la superficie del planeta. Otros, inclusive, tienen también nombres propios: “Wistle”, un sonido no identificado registrado por un hidrófono de la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica Norteamericana), el 7 de julio de 1997, el ya famoso “The Bloop”, al que nos hemos dedicado en particular en su momento por su analogía con el sonido producido por grandes animales acuáticos y porque su ubicación lo sitúa tan próximo a la ¿imaginaria? Ubicación que H.P. Lovecraft dio para la ciudad sumergida de “Los Profundos”, R’yleh, “Julia”, grabado el 1 de marzo de 1999 También por la NOAA entre el estrecho de Brandsfeld y el Cabo Adare, “Slow Down”, registrado el 19 de mayo de 1997 en el Pacífico Ecuatorial (y desde entonces, varias veces al año), “Upsweep”, en forma regular registrado en varias zonas del Pacífico desde agosto de 1991, etc. Y aquí acotaré que si estos registros fueran “accidentales” no estarían agrupados en períodos temporales tan exactos o uniformes.
Explicaciones alternativas
a) Que sea el efecto sonoro inherente a la apertura de un portal dimensional. Este tema (el de los portales dimensionales) no solamente lo hemos tratado abundantemente en “Al Filo de la Realidad”: lo hemos investigado, y documentado, en el terreno, y hemos señalado que en algunas oportunidades pueden obtenerse posibles evidencias visuales, ópticas, registrables fotográficamente, del momento y el lugar en que se producen. Si así fuera, la pregunta a formular sería: dada la presencia de “evidencias visuales”, ¿porqué no podrán dejar evidencias auditivas?. Es obvio que ignoramos un sinnúmero de detalles y consecuencias físicas, atmosféricas, del “desgarro” que significa la apertura de una “brecha” que comunique dos dimensiones, planos, realidades o mundos paralelos; pero no podemos obviar considerar que ese fenómeno acarree efectos sónicos también. Recordarán ustedes que señalé al comienzo de la nota que en puridad el sonido parecería provenir “de todas partes”, y se me ocurre que si ese “de todas partes” remite a la Realidad perceptual, cualquier fenómeno que esté perturbando el orden de Realidad proviene de una Realidad paralela. Es sólo un eufemismo llamarle Realidad o dimensión alternativa. Además, el incremento y correspondencia de “picos” de avistajes OVNI que -cuando menos, según la crónica periodística- parece acompañar los ciclos de The Hum -si consideramos cuánta fuerza toma la presunción del origen extradimensional de los OVNI- concurre el refuerzo de esta hipótesis.
b) Sin embargo -debo ser sincero- tiene para mí más consistencia una interpretación que abreva en la Psicología Junguiana: suponerle un evento arquetípico. En efecto, ya Carl Jung y sus discípulos han señalado cómo en los prolegómenos de eventos traumáticos mundiales, sus consultantes , o bien coincidentemente comparten sueños de tipo “apocalíptico” o manifiestan verse inmersos en “desgarros de la Realidad”, descubrirse en el epicentro de “fenómenos” (muchas veces grupales o colectivos) que parecen exteriorizar la angustia del Inconsciente Colectivo. En numerosos trabajos, por otra parte, hemos fundamentado la realidad de fenómenos parapsicológicos colectivos como los “Egrégoros” -o individuales con las “Ideoplastias”- y de lo primero, en concreto, se podría tratar también este caso: la ansiedad, la angustia, el temor a lo que vendrá después (extrapolación del arquetípico Miedo a lo Desconocido) estaría metamorfoseándose en una “descarga” de energía psíquica colectiva que cumple también una función profiláctica al liberar “presión” del IC, drenando así parte de la tensión social acumulada por vía parapsicológica. Si todas loas funciones del psiquismo sirven a efectos de la evolución y el equilibrio, se comprende que la tensión energética generada por el miedo, la cuarentena global, la angustia ante el temor a la muerte busque la manera de extrayectarse. Y si atendemos a los “ciclos” históricos del fenómeno, veremos que, regionalmente, acompañaron situaciones o períodos de crisis local, con lo cual se ratificaría esa función profiláctica.
Esta última suposición –si cuando menos se le quiere considerar así- permite elaborar un modelo predecible-: si la cuarentena mundial continúa, The Hum seguirá produciéndose. Si la situación tiende a “normalizarse” (lo que sea que se entienda como “normalización” o, mejor aún, lo que el Inconsciente Colectivo desee aceptar como tal) tenderá a desaparecer, y regresará ante nuevas instancias de crisis regional o global.