Una experiencia de contacto

contactoFue allá por 1989, en la ya legendaria estancia «La Aurora», en Salto, República del Uruguay, en tiempos que aún vivía don Ángel Tonna, su propietario, y permitía que las hordas de ufólogos, contactados, espiritualistas ingresaran al lugar, acampando y, muchas veces, depredando su propiedad. Aún no se vinculaba el lugar a las pretendidas apariciones del padre Pío de Pietralcina y lo que nos motivaba a concurrir era la posibilidad de contactar con OVNIs, Ets y una variopinta fauna extragaláctica. Nada menos.

Era de madrugada, y el sol no rompía aún la monotonía de la densa niebla que cubría el paraje. La noche, fría y oscura -como toda noche sin luna- se había hecho larga, entre sesiones de meditación, mantrams y mates. Algunos dormían ya en el interior de tiendas o en el mismo bus que había llevado al lugar. Frente al relator, en semicírculo, una decena de señoras seguía con ojos cerrados el sonsonete invocativo de la guía de la experiencia, imbatible frente al sueño y el tedio. El cielo era invisible, como los alrededores a causa de la cerrazón, y sólo cabía esperar que el sol rompiera sobre el horizonte para despejar niebla y esperanzas de contacto y así emprender el regreso.

De pronto, un grito ahogado de la guía llamó su atención y la del grupo que se resistía tercamente a la somnolencia. Allá, perdido en la bruma, un fuerte punto de luz amarillenta, bamboleante, parecía acercarse . El grupo de señoras debe haber tenido un atisbo de pánico o un reflejo de huida, porque se rompió torpemente el semicírculo en que estaban sentadas el tiempo necesario hasta recobrar la compostura y atender, expectantes,  las indicaciones de la guía. Ésta avanzó unos pasos, en dirección de la luz y la niebla, aumentando la intensidad de su mantram.

La luz seguía aproximándose. Ahora comenzaba a ser un pequeño círculo, un haz  de luz coherente que venía barriendo el suelo que les separaba. La guía cayó de rodillas, elevando sus brazos abiertos hacia el cielo, mientras el grupo de señoras, reagrupado, acompañaba la sonora letanía. Percibieron, casi tangencialmente, cierto movimiento en la tienda más cercana; era indudable que los cambios de ritmo habían despertado a alguien. La luz continuaba aproximándose.

Mientras el grupo continuaba de manera monocorde, la guía interrumpió su cántico y exclamó, casi asfixiada por la emoción: «¡Hermanos, aquí estamos, en paz y en luz!. ¡Hermanos, escuchamos su mensaje!».

Y desde detrás de la luz respondiò la voz de un gaucho que decía: «¡Buenoz díaz!. ¡Me manda don Tonna a ver si prezizan algo!»

Juro que es cierto.

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