¡LIBEREN A LA DIOSA!

     En ocasiones, las acciones no armónicas son más un pecado de omisión que de acción negativa. Por aquello de que «el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones», la costumbre de distribuir gratuitamente perdón y amor a diestra y siniestra alimenta monstruos y fantasmas. No se trata, siquiera, de seguir la huella de quien no hesitó en irrumpir a latigazo limpio entre los mercaderes del Templo; sólo, quizás, abrir los ojos y ver algunas realidades incómodas.

    Escribí hace ya mucho tiempo que mientras religiones y creencias señalaban lícitos caminos de evolución espiritual, las «iglesias» (como dice su etimología, «ekklesía»: «reunión de hombres»), es decir, la institución construida por humanos alrededor de la creencia es, de por sí, herramienta muchas veces funcional al Sistema dominante. También muchas veces escribí que no es original (pero no por ello menos cierto) que ciertas instituciones (como la Católica) fueron útiles a la hora de imponer el «machismo social», sepultar los ideales matriarcales y lunares, condenando al ostracismo a la femenidad espiritual. No seré redundante; con nostalgia descubro que luego de Dan Brown los demás, aunque lo hayamos escrito primero, paradójicamente llegamos tarde.

    Sin embargo, si de veracidad histórica y evolución espiritual caminando tomados de la mano queremos hablar, toda oportunidad amerita señalar la manipulación ideológica a la que sistemáticamente es sometida la humanidad. En infinidad de cosas, es cierto. Aquí, sólo referiré una: reprimir, desviar, disipar la inocultable presencia de la Diosa y su efecto en estos tiempos.

    He mentido. Prometí no ser redundante, pero no puedo resistirme a la tentación de serlo. De señalar, una y otra y otra vez, cómo el sistema es ineluctablemente machista en lo genérico, lo formal y lo simbólico. Todas las iglesias «masivas» (porque «grandes» es un adjetivo que quizás les quede ídem) ha sometido ideológicamente a la mujer como acondicionamiento inevitable al sometimiento biológico y social. Ella, la mujer, a la cual (y no en todos los casos) superamos los hombres en fuerza física pues en los demás nos iguala o nos supera (piensen en la resistencia al dolor, por caso) han sido, por siglos, relegadas a esa blanda, pasiva y chillona imagen de película hollywoodense de los años ’50. Y como explicara en aquél artículo de referencia, esto no es casual: tiene algo de conspiración.

¿Lobo está?

    Ya se sabe: el truco del lobo disfrazado de piel de cordero no es nuevo. Pero seguirá siendo efectivo. En este caso, ahí tenemos un ejemplo: la iglesia católica «cobijando» la Magna Mater, el poderoso arquetipo femenino, expresión microcósmica de la grandeza macrocósmica de la Diosa, en ese ingenuo, pálido reflejo de la energía de la mujer que es la Virgen.

    Ejemplos colaterales del «manto de inclusión» sobran. En Argentina, por caso, la creencia popular y transgresora en la presencia espiritual de un gaucho difunto, Antonio Cruz Gil, ha comenzado a ser «aceptado» (¿ha comenzado a ser aceptado?) por una Iglesia que ya lo menciona en sus misas, allá en su localidad natal, Mercedes, en la provincia de Corrientes.

    Una actitud que algunos han interpretado como de apertura ecleciástica, o de una iglesia que se aggiorna, o de una que comprende al pueblo. Pero pregunto yo, iconoclasta al fin: ¿Y si hubiera otra intención?. ¿Y si lo que se busca es descomprimir la energía de esa creencia popular al absorberla en la institución dominante?.

    Se comprenderá mejor lo que quiero decir al vincularlo al dueto Diosa – Virgen María. Es lo que me pasó a mí mismo cuando,  de visita en México, tuve oportunidad de ver la película «Las nieblas de Avalon». La recomiendo. En ella se propone con bastante originalidad una relectura del mito arturiano desde la óptica ya no machista de la Tabla Redonda sino tomando como protagonista principal a Morgana (si hay un rostro que expresa la magia  de la mujer, ése es el de Julianna Margullies, la actriz que la encarna). Pues bien, las vicisitudes de la pobre Morgana acompañan el crecimiento de la religión cristiana en la región y, finalmente, el ocaso de la isla de Avalon y el culto de la Diosa. Pero la película culmina con una idea peligrosamente seductora: que la devoción a la Diosa sigue presente en la devoción a la Virgen.

Coatlicue
Coatlicue

    Este ejemplo estaría evidenciado como pocos otros casos en el culto a la Virgen de Guadalupe. Otros han teorizado en que se trata, en realidad, de la sublimación del antiquísimo culto a Tonantzintlalli, la Madre Tierra, o a Coatlicue, «la de falda de serpientes». Y que los cientos de miles de peregrinos que todos los años concurren a la basílica mexicana en realidad estarían continuando de modo simbólico el culto ancestral e indigenista a la Tierra. Es una buena explicación. Pero falla en un punto: la devota, el devoto que no tiene la menor idea qué era Tonantzin o Coatlicue o que, teniéndola, reniega de ella (¿cuántos mexicanos hay que aún hoy se avergüenzan de su pasado glorioso?) pone sus energías, de forma renovada y redoblada, en el contexto católico.

    Y, ¿por qué decía que era peligroso?. Porque la semejanza entre

Virgen de Guadalupe
Virgen de Guadalupe

ambas devociones comienza y termina en que el personaje central es femenino. Y nada más. Al culto intenso, visceral, aguerrido, fértil y sobre todo, independista del hombre que es el culto a la Diosa se opone el culto a una mujer sufrida y sufriente, en eterno llanto y espera pero, sobre todo, subordinada a lo masculino por toda la eternidad: la Virgen María. Una expresión espiritual donde lo depresivo de la muerte campea hasta en su más común letanía («Santa María madre de dios/ruega por nosotros/ ahora y en la hora de nuestra muerte…»)

   Para ponerlo de otra forma. Sostengo que no solamente el culto mariano no reemplaza, no sucede, no sublima el culto a la Diosa sino que, por el contrario y precisamente, es diseñado e impulsado para absorber y diluir las energías femeninas que de encontrar su canalización en el culto a la Diosa vivificarían la pulsión ancestral de recuperar una presencia matriarcal y lunar absolutamente peligrosa para el ideario patriarcal y solar, es decir, masculino. Toda mujer que devociona a una imagen pasiva y dominada alimenta el aspecto más entrópico de la feminidad: el bíblico, el de la mujer que debe seguir al hombre, que le debe subordinación hasta la estupidez, pensada y creada para engordar atada a cuatro paredes y su prole. La mujer independiente, lúcida, aguerridamente libre, activa y participativa pero, sobre todo, dueña de su vida, madre, mujer y ser espiritual al unísono sólo puede verse reflejada en un Arquetipo a la medida de sus sueños. El que brilla cuando libera a la Diosa interior.

 

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