La valentía de las damas, la cobardía de los caballeros y los dolores del amor

El estereotipo “rambesco” del macho protector, la imagen casi icónica de la mujer desfalleciente de amor, aterrada y chillando histérica frente al mal que la acecha, son meras proyecciones episódicas de la arcaica manipulación de los géneros. Nunca me cansaré de repetir que las cosas en este mundo andarían distinto (creo que mejor, mucho mejor) si incorporáramos a nuestro paradigma emocional la certeza de la fortaleza y templanza de la mujer, en mi humilde opinión, muy por encima de este metrosexual “sexo fuerte”.
No hablaremos hoy, aquí, y por ejemplo, de la resistencia al dolor, porque ya es un argumento remanido –pero inevitablemente cierto- preguntarnos cómo enfrentaría un hombre los dolores de parto, por citar un solo caso. Porque elijo hoy hablar de otros dolores. De los del amor.
Los varones –para que la expresión “hombres” no sea interpretada en ese injusto sentido generalizador de la especie humana- somos animales cómodos. Capaces de soportar años de desazón afectiva, de conflictos endogámicos, de tirones y aflojes, de peleas y discusiones porque nos estresa el movernos de esa zona de confort en que, erróneamente, creemos haber caído. Es más cómodo soportar y echarle la culpa a la otra, que liar nuestros petates y marchar. Claro que –obviamente- toda generalización es odiosa y siempre habrá quien reivindique excepciones; pero tengo la cínica convicción que la mayoría de ustedes, si se ponen a hacer estadísticas y censos en su entorno, convendrán conmigo que esto es así.
En consecuencia, el varón no se separa: lo echan. Primer axioma del macho dominador. Y si se larga del hogar marital, es porque hace un rato que ya tiene ahí fuera otra pareja sobre la cual –literal o metafóricamente- caer con la maleta de su vida, transformarla en su paño de lágrimas, reclamar contención y afecto redivivo. En esta complicada ecuación en que algunos transforman su vida –pudiendo ser todo tan sencillo si mediara un poco de respeto por sí mismo- la “ex” siempre es “la bruja” y la amante –dicho con todo respeto- “la loca”. Una y otra se echan mutuamente las culpas, mientras el pícaro navega feliz y cómodo entre dos aguas. Y como cómodo que es, con todas las excusas a su alcance –no desvalorizar su capital económico, no hacer sufrir a los niños (de haberlos), no merecer el amor de esta nueva mujer…- si su comodidad así lo amerita, volverá con su ex aún a pesar de todas las barbaridades que le haya dicho a la “nueva” sobre la “vieja”. Porque en términos generales, la “amante” siempre soporta, tolera, comprende, espera, consuela…. Y pierde. Y la “legal”, la “bruja” (en definitiva, también víctima) , se sale con la suya. No por amor, no porque tenga las razones, sino por la endémica comodidad del varón que a veces ni siquiera tolera hacerse cargo de la responsabilidad de lo hecho. Segundo axioma del macho dominador.
Frente a ello, la mujer. Que no importa si “legal”, “amante”, “ex”… la mujer, siempre más decidida, más “jugada”, capaz de dar todo por amor (desconfío de cuántos varones “darían todo” por ese sentimiento), siempre ingenua creyendo que las palabras dulces son prueba suficiente como reflejo del alma, confiando y esperando. La mujer, que no duda en enfrentarse a quien sea para defender su amor. La mujer, que a través de las décadas de su vida no claudicará en encontrar “el” amor, fiel a sí misma, mientras el hombre, tristemente, atravesará las décadas queriendo convencerse que el amor es sólo ilusión, llamando a ese convencimiento “madurez”. No sé si lo será –o no- pero lo que sí sé es que así pasará la vida perdiéndose de experimentar una de las pocas cosas que dan sentido a la vida. Y si la vida no tiene sentido, ha comenzado a morirse.
Qué poco común es ver, en cualquier red social, que la gente admita amarse. Y cuando es así, será una mujer quien rubrique esas palabras. No hablo de ese «amor» pretendidamente espiritual, universalista que propone la New Age, y, por lo tanto, ambiguo e infuso y a veces no correspondido por las acciones cotidianas de quienes lo vocean. No. Hablo de otra clase de amor: el amor de pareja, el amor de contar todos con alegría la felicidad y plenitud de haber encontrado la propia Dualidad.
Porque vivimos en una Sociedad, en un Sistema, que parece haber creado algunos «tics» en la gente: lo «que está bien» es ser «asumido», «superado», «libre», «independiente», «sin ataduras», cultores del «touch & go». Y todo lo demás es por lo menos, «pavadas de adolescentes» (como si el amor tuviera edad), actitudes «naif» o «kitsch»… En adoptar este disfraz, y no sólo en las redes sociales, los varones nos hemos llevado todos los premios.
Y es aquí donde propongo otra lectura. Una lectura que se planta firme y grita que apostar a la “ingenuidad”, la confianza del amor, por el contrario, son las actitudes verdaderamente transgresoras y revolucionarias. Porque si el Sistema nos está queriendo llevar a ser cada vez menos comprometidos (es más fácil manipular a uno que a dos que se apoyan mutuamente, por si no se dieron cuenta), mi Ser seguirá siendo «libre» aunque en el lenguaje cotidiano el «yo» sea reemplazado por el «nosotros». Porque son las cadenas del sentimiento las que paradójicamente rompen los grilletes de la desesperanza, del cinismo escéptico ante la vida por venir.
Si «Todo lo que necesita este mundo es un poco de amor», como cantaban los Beatles, pararse frente al mundo y vociferar la plenitud de un sentimiento no es (como pueden suponer aquellos que, si se muerden la lengua, mueren envenenados) «una cursilería». ¿No sumará para motivar a otros a sentir que sí, que es posible?. ¿No señalará el camino que todos buscamos, tras la plenitud, la felicidad y la alegría de vivir?. ¿No es eso lo que buscamos en la vida, acaso?. Descubrir que aún después de la edad que fuere la energía que a fin de cuentas sostiene al Universo puede reverdecer como un fuego sagrado en nuestro interior? . Y que no es gastritis…
Si ser revolucionario es querer cambiar el mundo, ¿quién más revolucionario que una enamorada?. Entonces, la verdadera Revolución está en las mujeres que luchan, aún contra todo pronóstico, por es sentimiento que les embarga. Y los pocos varones que las admiramos, reivindicamos, comprendemos. Aunque escépticos, cínicos y superados murmuren que sólo parecemos patéticos hippie sesentistas que perdieron el último expreso a Las Pléyades…

2 comentarios de “La valentía de las damas, la cobardía de los caballeros y los dolores del amor

  1. silvia marina zandomeni dice:

    Siempre sostuve que en el cielo, (para creyentes) debe haber mas mujeres santas que santos.- Y que hay mujeres debiles, porque les hicieron creer que son debiles.- La mujer que se attrevio a la libertad de «ser» ella misma y valerse por si misma, pese a todas las limitaciones de debilidad fisica, es mas fuertes mucho mas fuertes y seguras que el hombre.- Mi abuelo decia, la familia la repesentaba en una mesa:»El hombre es una pata y la mujer las tres restantes.- Si falta una pata la mesa no se cae».- muy bueno el articulo…

  2. sandra dice:

    Me parece que hombres y mujeres tenemos la misma capacidad de amar pero las programaciones sociales y culturales de ambos son diferentes. Quizás a los hombres (creo , no estoy segura, pero por lo que observo) les cuesta mucho estar sólos y por eso hacen ese tipo de cosas ya que no se permiten adentrarse y conocerse a sí mismos. Por otra parte valoro a aquellos seres que saben amar no desde el apego o la necesidad de encontrar esa «media naranja» que te «complete» sino desde la proyección del amor incondicional a sí mismo ya que sólo se sabe amar verdaderamente a un otro si se ha aprendido a amarse a sí mismo para no constituir parejas desde los ego-sentimientos (celos, posesión, absorvencia, victimismo…) sino desde el Dar. Particularmente ya no me interesan los dramas románticos ni quisiera volver a formar parejas karmáticas, quisiera una relación álmica donde todo fluya en armonía pero no espero un príncipe azul porque ya sabemos que siempre terminan destiñendo. Cuando uno se enfoca en amarse y en dar, todo se dá naturalmente y por añadidura ya que el Universo conspira a nuestro favor.

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