La experiencia de abducción «extraterrestre» como iniciación esotérica (5 y final)

 

El miedo como prueba

Vamos entonces acercándonos al meollo de la cuestión: trato de enunciar la teoría de que la experiencia de abducción ocurre físicamente pero en un plano distinto de la Realidad al cual se accede a través de estados alterados de conciencia donde se “recrea”, se teatraliza una experiencia que es en sí “alucinatoria” y enmarcada dentro de los cánones culturales del protagonista tanto para hacerla perceptible como asimilable y reducir su efecto traumático. O, mejor aún, dejar libertad a la atención en focalizarse en los necesarios aspectos traumáticos de miedo y dolor de la experiencia, útiles a la consecución de los fines buscados por la o las inteligencias que se mueven detrás del episodio.

Y me baso en dos aspectos fundamentales: la sensación de terror y pánico de la experiencia (común y buscada adrede en las experiencias iniciáticas) y el dolor seguramente innecesario provocado en los “experimentos médicos” llevados a cabo.                                                                                               

Vuelo, miedo, dolor… tres constantes comunes a la experiencia de abducción y el éxtasis del shamán. La decadencia del shamanismo actual constituye un fenómeno histórico, que se explica en parte por la historia religiosa y cultural de los pueblos arcaicos. Pero en las tradiciones a las que hemos de aludir se remite a otra cosa, a saber, al mito de la decadencia del shamán, que no es lo mismo, por cuanto se pretende transmitir generacionalmente que en otros tiempos el shamán no volaba al cielo  en éxtasis, sino materialmente, la “ascensión” no se hacía en espíritu, sino en cuerpo. La actitud “espiritual” significa, pues, una caída en comparación con la situación anterior, donde el éxtasis no era preciso porque no existía posibilidad de separación entre el alma y el cuerpo, es decir que no existía muerte alguna. Es la aparición de la Muerte lo que ha roto la unidad del hombre integral, separando el alma del cuerpo y limitando la supervivencia únicamente al principio “espiritual”. En otros términos, para la ideología primitiva, la experiencia mística actual es inferior a las experiencia sensible del hombre primordial Esto habla claramente de que la naturaleza del hombre –o de algunos hombres- en ese entonces, en esa Edad de Oro era otra. Y si la Edad de Oro es asimilable al Paraíso, tal vez remita al recuerdo tergiversado y desvirtuado de un origen estelar. Porque de lo que hablan todos los antiguos mitos es que, detrás del estado de “perfección primigenia”, una catástrofe vino a interrumpir las comunicaciones entre el Cielo y la Tierra, y es desde entonces que data la condición actual del hombre quien, antes, convivía con los dioses. Si esos dioses eran físicos, con escafandra y trajes relucientes, o fuerzas inteligentes contactables en el aquí y ahora, es simplemente cuestión de opinión. Así lo enseña el folklore de todas las épocas. Y escribía René Guénon en “El Graal y la búsqueda iniciática”, Barcelona, España, 1985, citado en el especial sobre “El esoterismo del Grial” del Boletín “Templespaña” (templespana@TempleEmail.zzn.com) : “Su concepción está estrechamente ligada a ciertos prejuicios modernos, y no insistiremos aquí en todo lo que hemos dicho al respecto en otras ocasiones. En realidad, cuando se trata, como ocurre casi siempre, de elementos tradicionales, en el verdadero sentido de la palabra, por más deformados, menguados o fragmentados que puedan estar a veces, y de cosas poseedoras de valor simbólico real, aunque, a menudo, disimulado bajo una apariencia más o menos «mágica» o «fantástica», todo esto, lejos de tener un origen popular, no es, en definitiva, ni siquiera de origen humano, porque la tradición se define precisamente, en su misma-esencia, por su carácter suprahumano. Lo que puede ser popular es únicamente el hecho de la «supervivencia», cuando estos elementos pertenecen a formas tradicionales desaparecidas; y, a este respecto, el término «folklore» adquiere un significado bastante próximo al de «paganismo», teniendo sólo en cuenta la etimología de este último y quitándole la intención polémica e injuriosa. El pueblo conserva así, sin comprenderlos, los residuos de tradiciones antiguas, que se remontan incluso a veces a un pasado tan lejano que sería imposible determinarlo exactamente y que nos contentamos con remitir, por esta razón, al terreno nebuloso de la «prehistoria»; llena en esto la función de una especie de memoria colectiva más o menos «subconsciente», cuyo contenido proviene manifiestamente de otra parte. Lo que puede parecer más asombroso es que, cuando se va al fondo de las cosas, se comprueba que lo que se ha conservado de ese modo contiene sobre todo, bajo una forma más o menos velada, una suma considerable de datos de orden propiamente esotérico, es decir, precisamente lo que es menos popular por naturaleza. De este hecho sólo existe una explicación plausible: cuando una forma tradicional está a punto de extinguirse, sus últimos representantes pueden muy bien confiar voluntariamente a este memoria colectiva de la que acabamos de hablar lo que de otro modo se perdería irremisiblemente; éste es, en suma, el único modo de salvar lo que puede serlo en una cierta medida; y, al mismo tiempo, la incomprensión natural de la masa es una garantía suficiente de que lo que poseía un carácter esotérico no por ello será desposeído de] mismo, permaneciendo solamente, como una especie de testimonio del pasado, para aquellos que, en otros tiempos, serán capaces de comprenderlo”.

Meses atrás releía una versión moderna del “Poema de Gilgamesh” –que algunos atribuyen al rey Uruk de la ciudad de Ur, actual Kuyurdik, escrito tal vez en el año 3.000 AC, con una primera versión cierta del 2.300 AC y la última casi mil setecientos años después- más concretamente el pasaje en que, luego de vencer a los hombres – escorpión de los montes Mashu, Gilgamesh y Enkidu festejan embriagándose su victoria en momentos en que la diosa Ishtar pido a su padre, el supremo dios Anu, la creación de un toro celeste que mate al héroe de la epopeya. Como dice la crónica, ambos amigos pueden matarlo y Enkidu, el hombre – mono (¿) arroja una parte de un león al rostro de la diosa, la cual, ofendida, clama venganza y suscita la muerte del audaz. Gilgamesh desciende entonces a la morada de Nergal, dios de la muerte, para negociar a su vez su desquite. Y fue en ese momento cuando advertí que todos los antiguos mitos, de cualquier origen étnico o religioso, repiten a gritos una verdad que parecemos querer ignorar: la de que los “dioses” no estaban en el cielo –excepto los “dioses padre”, pero aquí se aclara puntualmente- sino en el templo o entre los hombres, visibles y confrontables. Entonces, la proyección del cielo como lugar de origen de las divinidades es referente a un punto de procedencia, no de presencia.

En la línea de sus teorías sobre la ostentación de la soberanía, A. M. Hocart  (“Vuelos aéreos” en “Antigüedades de la India, 1923) consideraba la ideología del “vuelo mágico” solidaria, y en última instancia tributaria, de la institución de los reyes – dioses. Si los reyes del Asia suroriental y los de Oceanía eran llevados sobre las espaldas es porque, asimilados a los dioses, no debían tocar la tierra; como los dioses “volaban por los aires”. De donde es evidente que la tradición se refiere a un vuelo material, real en el sentido físico. Los sinólogos insisten en que tanto el “emperador amarillo” Hoang-ti como el emperador Chou aprendieron el “arte del vuelo” con magos cuya denominación era “sabios emplumados” (recordemos a los shamanes de tantos pueblos indígenas consustanciándose con animales, entre ellos, pájaros). “Ascender al Cielo volando” se dice en chino como: “por medio de plumas de pájaro, ha sido transformado y ha ascendido como un inmortal”. El camino era el Tao y la Alquimia. La Alquimia, porque sus obras otorgaban la condición de transustanciación. Pero si “ascender al Cielo” era transustanciarse (recuerden a Jesús ordenándole a su discípulo: “¡No me toques!”, como si el proceso de transmutación física pudiese ser abortado involuntariamente) me pregunto tanto como si de lo que estamos hablando es de desarrollar las técnicas de “vibrar en otras frecuencias” para desplazarnos en un nuevo cuerpo, o, el mismo cuerpo en otro orden de realidad, así como de las repetidas advertencias de tantos esoteristas y canalizadores en el sentido que cuando nuestro sistema solar atraviesa el famoso “anillo manásico” habrá un cambio evolutivo significativo de nuestra naturaleza, perceptible en forma de transmutaciones atómicas impensadas hasta ahora. Por lo menos, de eso es de lo que se habla.

Por lo pronto, el hecho de sobrepasar la condición humana con estas transformaciones no implica necesariamente la “divinización”. Los alquimistas chinos e hindúes, los yoguis, los sabios, los místicos tanto como los shamanes, aunque capaces de volar “en otros planos” no pretenden ser por ello dioses. Solamente, dicen compartir momentáneamente de condiciones propias de los “espíritus”. O adquirir la capacidad de penetrar en otros planos.

Que esas capacidades de “vuelo” implican necesariamente un crecimiento espiritual, una evolución, lo refiere las numerosísimas asociaciones entre el acto de volar y el de comprender. El Rig Veda, libro VI, capítulo 9, dice: “La inteligencia (manas) es el más rápido de los pájaros”, y el Pañcavimsa Brahamana, libro IV, capítulo 1, dice: “Aquél que comprende tiene alas”.

En cuanto al miedo y al dolor… sigamos a Mircea Eliade (op.cit) cuando escribe: “… esto se revela mejor todavía en una descripción que un misionero belga, Léo Bittremieux, nos ha dado de la sociedad secreta de los bakhimbas, en el Mayombé. Las pruebas iniciáticas duran de dos a cinco años, y la más importante consiste en una ceremonia de muerte y resurrección. El neófito debe ser “matado”. La escena tiene lugar durante la noche y los ancianos iniciados cantan, sobre el ritmo del tambor de danza, el lamento de la madre y de los parientes sobre los que van a “morir”. El candidato es flagelado y bebe por primera vez una bebida narcótica llamada “bebida de la muerte”, pero también come semillas de calabaza que simbolizan la inteligencia, detalle éste significativo, por cuanto indicaría que a través de la muerte se accede a la sabiduría. Después de haber bebido la “bebida de la muerte”, el candidato es tomado de la mano y uno de los ancianos lo hace dar vueltas sobre sí mismo hasta que cae al suelo. Entonces todos gritan: “¡Oh, alguien ha muerto!”. Un informante indígena dos da este detalle más preciso: que se hace rodar al muerto en tierra, en tanto que el coro entona un canto fúnebre: “¡Está bien muerto, él. Al khimba, ya no volveré a verlo jamás!”.

“Y de este modo, también en el pueblo lo lloran su madre, su hermano y demás deudos. De inmediato, los “muertos” son llevados en hombros por sus parientes ya iniciados y transportados a un recinto consagrado que se denomina el “patio de la resurrección”. Allí se depositan, totalmente desnudos, en un foso en forma de cruz, donde permanecen hasta el alba del día de la “conmutación” o de la “resurrección” que es el primer día de la semana indígena, que no cuenta sino con cuatro. A los neófitos se les rapa luego la cabeza, se los apalea, se los arroja al suelo y finalmente se los resucita dejándoles caer en los ojos y en las narices algunas gotas de un líquido muy picante. Pero antes de la “resurrección” deben prestar juramento de guardar el secreto más absoluto: “todo cuanto viere aquí no lo diré a nadie, ni a una mujer, ni a un hombre, ni a un profano, ni a un blanco; y si así lo hiciere, hazme hinchar, mátame”. Todo cuanto viere aquí, entonces, el neófito no ha visto todavía el verdadero misterio. Su iniciación –es decir, su muerte y resurrección rituales.- no es sino la condición sine qua non para poder asistir a las ceremonias secretas sobre las cuales estamos muy mal informados.”

“Nos resulta imposible hablar de otras sociedades secretas masculinas –las de Oceanía-. Por ejemplo, la del “dukhuk” particularmente, cuyos misterios y el terror que ejercían sobre los no iniciados han impresionado a los observadores; o las cofradías masculinas de la América del norte, célebres por sus torturas iniciáticas. Sabemos por ejemplo que entre los mandan –donde el rito iniciático tribal era a la vez el rito de entrada en la confraternidad secreta- la tortura sobrepasaba todo cuanto podíamos imaginar: dos hombres hundían cuchillos en los músculos del pecho y la espalda, hundían sus dedos en las heridas, pasaban una correa bajo los músculos, fijaban de inmediato las correas e izaban luego al neófito en el aire. Pero antes de izarlo, le metían clavijas en los músculos de los brazos y de las piernas, a las que eran atadas pesadas piedras y cabeza de búfalos. La manera como esos muchachos soportaban esa tremenda tortura llegaba a lo fabuloso: ningún rasgo de su semblante se contraía mientras los verdugos despedazaban sus carnes. Una vez suspendido en el aire, un hombre comenzaba a hacerlo dar vueltas rápidamente como un trompo, hasta que el desdichado perdiese el conocimiento y su cuerpo pendiese como dislocado”.

O, acoto yo, la costumbre entre los swahili del centro de África, de cortar el prepucio en la pubertad pero no con la técnica judía sino de una manera más sangrienta y dolorosa, pues consistía en arrastrar hasta la base del pene aquél, desprendiendo con una cuchilla de sílex las membranas que lo fijaban al tronco. Uno de los efectos buscados, según han sostenido los shamanes, era que esta carnicería combatía los “temores a superarse” del hombre: nuestros psicólogos traducirían por “inhibiciones”, “represiones” y “torturas”. Por ejemplo-vuelvo a los shamanes- el no saber que puede correrse tan rápido como un gamo (en una sociedad donde hay que perseguir al almuerzo todos los días). Y lo cierto es que, experimentalmente hablando, la velocidad de un corredor swahili supera con creces no sólo la de nuestros mejor entrenados atletas sino también casi hasta lo fisiológicamente posible para el ser humano. Y el miedo al dolor, que en nuestra cómoda y burguesa sociedad se ha transformado en el dolor del miedo, es seguramente el freno inconsciente a permitirnos liberar nuestra verdadera naturaleza superior.

En consecuencia, comparo con tantos testimonios de abducidos (Strieber, entre los más populares): recuerdo las descripciones del “instrumental médico” empleado por los hipotéticos extraterrestres: cuchillas de formas retorcidas, agudas puntas candentes que parecen penetrar en los ojos, tubos flexibles penetrando el ano, dolor y miedo. ¿Acaso no sería más esperable que una civilización tan adelantada tecnológicamente como para atravesar el universo sin grandes y elefantiásicos derroches de combustible y maquinaria pesada pudiese disponer de un instrumental absolutamente indoloro, sutil y casi invisible?. Comparen la evolución del instrumental médico de nuestro propio planeta en apenas un par de siglos. ¿No es evidente su “sutilización” –disculpen si abuso del término?. ¿Porqué deberían estos seres continuar usando herramientas casi decimonónicas sino no fuera que precisamente no es la consecuencia de sus intervenciones la búsqueda de un resultado fisiológico –como no lo es la del shamán que corta prepucios- sino generar un estado alterado de miedo y dolor que despierte a un nuevo orden de realidad?. Hasta el “secreto” que se le impone al iniciado es, en la moderna categoría de los abducidos, reemplazado por un secreto más seguro y convincente: el que estas entidades programan en la mentes de los protagonistas, evidenciándose en los episodios de “tiempo perdido”.

El huevo cósmico

Sería exageradamente reiterativo si pasara a citar las innúmeras fuentes, rastreables en casi todas las culturas, donde la Creación, el Génesis, el primer Parto Cósmico encuentra su símbolo en el Huevo Primordial: desde los incas al Indo, desde los alacalufes a los celtas, desde los pueblo hasta los normandos, el primer ser, el primer dios, la primera pareja eclosionaron de un huevo como símbolo de la Gran Obra: milenios después, los alquimistas se referirían al Huevo (o Piedra) Filosofal como el crisol de donde nace una materia sublimada, transmutada, es decir, elevada a un plano superior de naturaleza, no sólo por su constitución, sino así también por sus propiedades. Los primitivos sarcófagos, féretros y tumbas dramatizaban ese renacimiento. Y entonces uno se pregunta si la forma ovoidal de tantos OVNIs, más que estar hablándonos de una obvio rendimiento aerodinámico, no nos estará en realidad remitiendo simbólicamente a esa propiedad feérica del Huevo Primordial. No puedo dejar de pensar en ello cuando reflexiono sobre las incomodidades de un apiñado grupo de astronautas extraterrestres apretujados en el interior de tan escaso espacio disponible, como señalé cuando advertí sobre lo exiguas de las dimensiones de las presuntas naves en función de sus tripulantes (aún con la gracia de minúsculos motores propulsantes).

Alguien –y con razón- podría señalarme que a través del tiempo la forma de los OVNIs han ido sufriendo cambios. Y ya he aclarado que en lo personal no creo que se trate de nuevos estilo de diseño surgidos de la mente de un afiebrado Oreste Berta intergaláctico. Creo que la razón para el “cambio” es otra.

Si observamos nuestros sueños durante un período de años y estudiamos toda la serie, veremos que ciertos contenidos emergen, desaparecen y vuelven otra vez. Mucha gente incluso sueña repetidamente con las mismas figuras, paisajes o situaciones, y si los seguimos a lo largo de todas las series, veremos que cambian lenta pero perceptiblemente. Estos cambios pueden acelerarse si la actitud consciente del soñante está influída por una interpretación adecuada de los sueños y sus contenidos simbólicos.

Esta retroalimentación –que en el Inconsciente Colectivo de la humanidad ha sido la investigación y difusión OVNI- ha modificado el fenómeno. Dicho de otra manera, es la prueba que estamos más o menos en la vía correcta de interpretación (o cuando menos la interpretación que la Inteligencia operante detrás del fenómeno desea que tomemos como tal) ya que de no haberlo sido, de tratarse simplemente de una alucinación histórica de las masas, persistiríamos en las mismas imágenes, situaciones y contextos. O sea, la misma evolución del fenómeno habla de una mejor calidad de “sintonía” entre nosotros y las inteligencias que tras él se escudan.

Por supuesto, la primer resistencia a esta lectura provendrá seguramente de mis propios colegas de investigación (los detractores estarán a estas alturas despanzurrándose de la risa) quienes argumentarán que no puede ser correcta la exagerada “espiritualización” del tema, los mensajes de contenido mesiánico, las severas amonestaciones de “hermanos mayores”, la insistencia sobre la oración en vez de la cura para el cáncer. A lo cual opongo una demasiada elemental trinchera, sobre cuya validez ustedes juzgarán. Que podríamos sintetizar así: ¿Qué culpa tienen esas inteligencias, digámosle extraterrestres, si la naturaleza de los problemas acuciantes de la humanidad es esencialmente espiritual?. Porque estoy convencido que, sin la ayuda de nuestros visitantes, más tarde o más temprano la especie humana resolverá los grandes dilemas técnicos: la cura para el cáncer o el SIDA, la energía no renovable, las hambrunas, el recalentamiento global… tenemos, qué duda cabe, la inteligencia para ello. Pero, aparentemente, donde hemos desviado el camino es en lo espiritual: o lo ignoramos, o cuando queremos referirnos a ello lo dejamos acartonado entre los bastiones de instituciones dogmáticas centenarias, las religiones, a cuya supervisión confiamos los desvaríos místicos del prójimo. Y todos contentos. Así que mientras técnica y científicamente sólo estamos retrasados, creo que en lo espiritual estamos desviados. Y esto, qué duda cabe, es mucho más grave, por cuanto mayor tiempo pasa más nos aleja del punto en que es posible el reencauzamiento a una aproximación espiritual correcta. Así que si estas inteligencias deciden dirigir sus mensajes en esta dirección, es porque nos están hablando de lo que necesitamos y no de lo que esperamos. Cuando retamos a nuestros pequeños hijos o los sentamos seriamente frente a nosotros para hablarles de cosas que creemos son importantes que conozcan y disciernan, no nos preocupa tanto si ellos dan el mismo valor que nosotros a nuestros sermones: creemos que es importante para su evolución decírselos, y suficiente. El maestro no consulta a sus alumnos respecto a qué quieren estudiar tal año académico: simplemente, hace lo posible para que lo que deben aprender –si quieren continuar adelante- sea bien asimilado. En ese orden de ideas, entonces, ¿no es evidente que si a ciertas mentes intelectuales tanto les molesta el contenido espiritual de los mensajes podría ser porque indica precisamente de lo que carecen esas mismas mentes?.

4 comentarios de “La experiencia de abducción «extraterrestre» como iniciación esotérica (5 y final)

  1. anonimo dice:

    hace meses, tuve un sueño, muy real, estaba en una loma, vi un ovni trate de huir y me reflejo un rayo luminoso que me paralizo, trate de luchar pero no pude, me desperte al rato, era de madrugada, desperte a mi novia, estaba muy asustado por lo real, y con un dolor en el ano, parece chistoso pero es real, le conte a mis padres, estaba molesto por la experiencia

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